Que no es la razón quien enseña, sino el corazón. Eso decía Lev Tolstói. Quizá nuestra forma de acercarnos a las cosas y de percibirlas sea la única responsable de los caminos que tomamos. Y en el caso de este novelista, ese encuentro se caracterizó por una extrema sensibilidad, lo que le permitió construir un universo literario único.
Lev Tolstói nació el 9 de septiembre de 1828 en un lugar llamado Astápovo, que en la actualidad ha cambiado de nombre, adoptando el del escritor. Su familia pertenecía a la nobleza rusa. Su residencia en Yásnaia Poliana consistía en un gran terreno agrícola con muchísimos campesinos que lo trabajan y que estaban muy mal pagados, y una familia que vivía con todos los lujos que se podían permitir en aquel período peculiar de la historia.
Desde muy pequeño Lev vio con un profundo sentimiento de culpa esta diferencia de clase y de oportunidades, y es evidente que algo comenzó a gestarse en él en aquella época que derivaría en los profundos cambios que llevaría a cabo en su vida adulta. Además, ese sentimiento de desconsuelo y de culpa, se expande en toda su obra. Y escribe contra ésta y otras injusticias que le duelen.
Ser consecuente con lo que pensaba. Ése era el gran objetivo de Tolstói. Y cuando entendió que su forma de pensar no era coherente con su forma de vivir, decidió cambiar de vida. Así que abandonó todos los lujos de su vida noble y decidió comenzar a vivir entre los campesinos de Yásnaia Poliana. Se recluyó en una pequeña cabaña y comenzó a dedicar su tiempo al oficio de zapatero.
Pero seguramente una de las cosas que más ternura producen al pensar en esa época es su deseo de mejorar la vida de aquellas personas. Gracias a Tolstói se fundó la primera escuela para los hijos de campesinos, que hasta ese momento no podían aprender a leer y escribir. Se encargó él mismo de enseñarles y de escribir los libros de textos que utilizaba con ellos. Además, usaba una pedagogía no convencional, intentando educar desde el entorno, partiendo de lo conocido y del respeto al propio estudiante. Sin duda, su legado se extiende mucho más allá de su obra literaria.
Lev Tolstói falleció el 20 de noviembre de 1910 en la estación de ferrocarriles de Astápovo. Había abandonado su casa para siempre, pero se hallaba muy enfermo. Dormir a la intemperie le provocó una pulmonía, que acabó con su vida. Tenía 82 años y ya era el escritor ruso que representaría los miedos y la culpa de una época.
La obra de Lev Tolstói
Lev Tolstói es uno de los novelistas rusos más conocidos en el mundo entero. Quizá uno de los rasgos más importantes de su obra es la forma en la que consiguió pintar la realidad de aquella época. Por eso se le considera uno de los fundadores del realismo ruso. Algunas de sus novelas inolvidables son Infancia, Adolescencia, Anna Karénina y Guerra y paz.
En todas sus novelas intentó mostrar la Rusia que le había tocado vivir, sin ambages, contando lo bueno y lo malo de su gente y de su tierra. Dentro de esa visión, ocupa un espacio importante la crítica a las convenciones sociales, las guerras y la esclavitud. También su espiritualidad se ve reflejada en sus novelas.
Cabe mencionar también el carácter pacifista de su pensamiento. Tolstói estaba convencido de que la violencia no podía corregir el mal, así como el buen juicio no necesitaba de ella para expresarse y convertirse en la idea que salvara al mundo. Asomarnos a libros como Resurrección y Últimas palabras nos permite, por ejemplo, descubrir su visión del humanismo y naturismo, que le atravesaban todos los sentidos. Allí escribió frases como: «Alimentarse de carne es un vestigio del primitivismo más grande».
Relacionado con esto también hay otra idea en su obra: si todas las personas se pusieran a luchar por sus convicciones, seguramente no habría guerra; porque la guerra es fruto de la ambición, no del conocimiento y de la libertad. Es evidente que leerlo nos puede ofrecer acercarnos a una nueva visión del mundo y de las cosas; porque su sensibilidad y su capacidad para contarnos, lo vuelven un autor siempre contemporáneo.
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