Los cuentos de Andrés Neuman. La voz que persigue el acontecimiento

Apuntes sobre «Hacerse el muerto» de Andrés Neuman.



Los cuentos de Andrés Neuman. La voz que persigue el acontecimiento

«No se puede ir al infierno por amor». El amor es el gran tema de Hacerse el muerto, de Andrés Neuman (Páginas de Espuma). El amor en sus diversas expresiones, con sus conflictos, sus goces y sus vacíos. Yo misma estoy asombrada de esta lectura. Porque aunque es ya la tercera edición de la obra que leo, y he revisado unas cuántas veces cada una de ellas, nunca antes lo había leído de esta forma. En cierta medida, los buenos libros siempre pueden decirnos algo más, algo nuevo. Y por eso éste, que sin ninguna duda es uno de los mejores libros de cuentos que he leído jamás, es razonable que se renueve con cada lectura.


Los comienzos y el contrato entre autor y lector

Dice Amos Oz en su libro La historia comienza (Siruela) que el principio es la conclusión: ese punto donde pasado, presente y futuro se encuentran, y donde radica la semilla y la fuerza del relato. También dice, que todo comienzo es un contrato entre el escritor y el lector, donde se exponen las reglas del universo. La verosimilitud dependerá de lo bien que ambas partes sepan cumplir su parte del acuerdo. Esto último es mío. «El fusilado», el principio del principio, el cuento que abre Hacerse el muerto, es seguramente uno de los mejores contratos que como lectores firmaremos. Neuman consigue quitarnos el aliento y nos atrapa en el escenario de una muerte próxima, convenciéndonos de un desenlace inevitable. Nuestra piel es la piel de Moyano. No existe otra forma de mirar el mundo que a través de sus ojos ni de sentir el miedo sino a través de su engaño. Moyano, a punto de ser fusilado, somos nosotros. Y firmamos sin dudarlo, porque la lectura exige una renuncia al confort. Y todo comienzo es el final de algo bien específico, la inocencia.

«El fusilado» es el gran cuento de Neuman. En él podemos apreciar los dos aspectos más interesantes de toda su obra: el manejo de un ritmo que se apoya en los silencios y los acontecimientos fuera del acontecimiento, y el uso de un lenguaje mestizo que permite comprender las controversias de la comunicación y la mirada literaria sobre la vida. Quien no caiga rendido a los pies de este libro con este primer relato, quien lo lea sin que se le pongan los pelos de punta, quien no reconstruya este relato en su mente —que es el alma de los escépticos— una vez terminado, quizá no deba continuar leyendo el libro, quizá no debería seguir leyendo nada.

El nombre exacto de los cuentos


Otra de las cosas que me gustaría señalar es una diferencia entre esta nueva edición y la anterior: tiene que ver con los títulos de algunos cuentos. El título de un cuento es importante. Detrás de un nombre hay borrones, tachaduras y olvidos. Quien sepa tomarse el tiempo para titular un cuento quizá merezca ser recordado. Y quienes leemos, deberíamos concentrarnos en recordar aquellos títulos que dicen más de lo que cuentan. Podría volver a ese primer cuento, pero para no tornarme cansina voy a mencionar «Después de Elena», «Una carrera» o «Sinopsis del hogar», que no sólo son títulos contundentes sino que además se encuentran estrechamente vinculados a la sugerencia, que es otro de los ejes que sostienen la narrativa de Neuman. La forma en la que Andrés es capaz de trabajar el tema sin nombrarlo pero dándole cabida en el título da para un artículo completo; pero yo voy a seguir para detenerme en otra cosa que tiene que ver con el nombre exacto de los cuentos —y hay mucho de la obsesión de oficio de Juan Ramón en la obra de Andrés—: es, precisamente, la transformación que presentan algunos títulos de la última edición respecto a la edición anterior.

La decisión de cambiar ciertos títulos nos permite pensar en los textos desde otra perspectiva y despierta en lectoras curiosas como yo mil preguntas, que no siempre los cuentos responden. Mi curiosidad se dispara cuando noto que «Anabela y el peñón» es ahora «Cómo nadar con ella», que «Monólogo de Napoleón» se ha convertido en «El hotel del señor presidente» y que — ¡a no perderse este cambio sutil!— «Principio y fin del léxico» es ahora «Fin y principio del léxico». Yo creo en la astucia de Neuman y creo que hay en esos cambios mensajes que debemos atender. Leyendo los cuentos podemos quizá armarnos una idea de su intención o formarnos nuevas ideas para entenderlos. Y si no es así, tampoco me parece una mala idea leer los cuentos deteniéndonos en sus títulos, es divertido y enriquecedor.

Segunda edición de «Hacerse el muerto»

Ejercicio de autoficción desde el duelo


Hacerse el muerto es un libro sobre el amor y sus muchas manifestaciones. Desde la mirada amorosa del que cuida, quiere y protege, a la mirada despótica de aquel que no ha aprendido a querer. O incluso de la que tiene aquel que se ha distanciado tanto de la naturaleza que no puede entender la necesidad primaria de todo ser vivo, la de mirarse y ser mirado con ternura —el espejo del alma en los ojos del otro—. A lo largo de esta lectura encontramos entonces personajes variopintos que habitan en ambos extremos, y en el punto equidistante de ambos; y al final del camino tenemos un mapa generoso sobre la difícil tarea del amor y las grandes decisiones que lo circundan. «Nos tranquiliza creer que las grandes decisiones se toman poco a poco, se gestan con el tiempo».

Y, como no podía ser de otra forma, la muerte también tiene protagonismo. La muerte y esa duda que nos sacude cuando perdemos a alguien: ¿A dónde va a parar todo este amor que tenía para vos? Y en esa búsqueda, los sueños como una nueva dimensión a la que vamos con el deseo de entender lo que en la vida no hemos podido, de decir las palabras que no hemos sido capaces de encontrar, de continuar viviendo lo que la muerte nos ha interrumpido. «Una silla para alguien» es el apartado más hermoso del libro; un fabuloso homenaje a la madre que se ha ido, donde encontramos relatos escritos desde el asombro de la rigidez de la muerte y desde el dolor que produce el duelo. Esta vez lo he leído de forma diferente: con miedo pero también con la esperanza y el deseo de encontrar esa paz que se vuelve imposible ante la ausencia. Sin duda esa idea de que frente a la muerte somos todos demonios encendidos con sed de venganza, criaturas naturales, vivas, que patalean contra el destino, no deja de ser una conquista, frágil pero luminosa. «La proximidad de la muerte nos exprime de tal forma que seríamos capaces de olvidar nuestras convicciones, supurarlas: igual que un líquido ¿Es eso necesariamente una debilidad? Quizá sea la última fortaleza»

En «Una silla para alguien» Neuman se acerca al terreno de lo imposible en la adultez, pero lo intuye desde de la infancia, desde los juegos, desde la imaginación sin límites. Avanza su escritura sobre el naufragio al que nos somete la enfermedad y la muerte de una persona amada, y parece como si hubiera encontrado el camino apropiado para convertir la furia en literatura. Elabora un ejercicio de autoficción a través del cual consigue suplantar a su propio yo desde la metáfora; y esto es algo que me resulta maravilloso tanto desde lo estético como desde lo emocional, porque le permite escribir con cierta distancia sobre la pérdida y el hueco. Esta parte, de hecho, se puede leer también como un brevísimo diario literario sobre la enfermedad, lo que cruje en ella, y lo que se lleva; la enfermedad cuando desaparece para dar paso a la ausencia y no a la salud, como quieren hacernos creer que es donde vive la esperanza. Y aquí la lectura de estos relatos me ha resultado poderosa; porque Neuman consigue ofrecer luz en medio del dolor. Narra el antes, durante y después de la pérdida y, más allá de la melancolía y del desgarro, nos invita a mirar a través de los sueños: la fuerza del deseo y la imaginación como ejes sobre los que reestructurar la nueva vida sin ella.


La voz decide el acontecimiento

Otra de las cosas que me fascinan de Neuman es su capacidad para mezclar en un mismo libro diversos registros. Y lo interesante no es tanto la heterogeneidad de los géneros como la uniformidad del libro pese a ella. Y voy a dar sólo un ejemplo para no extenderme más: «Farenheit.com» es un relato de ciencia ficción en el que Neuman nos ofrece una mirada distópica sobre la realidad, sobre una realidad en la que las ambiciones entre escépticos y crédulos tensan los hilos del relato. Pero aquí lo que más me atrae no es tanto lo exótico del tema respecta a los demás que conforman el libro sino que es éste un relato en el que también está el amor, y la incapacidad humana para entendernos, y que por tanto, mantiene un estrecho vínculo con los demás cuentos del libro. Ese lazo desde el mestizaje me resulta maravilloso.

Y antes de terminar: el tono. ¿Cómo hace Neuman para conquistarnos con tanta facilidad? ¿Cómo es capaz de fluir con tanta naturalidad en sus historias? Ésta es la pregunta que siempre me hago. Si miramos en su obra descubrimos que ha practicado con múltiples y diversas voces y siempre ha conseguido dar con el tono adecuado para cada historia. Vienen a mi cabeza el basurero de Bariloche, la frágil-dura Elena de Hablar solos, la narración coral de Fractura. Y pienso en cada uno de los narradores que se asoman a sus libros de cuentos. Nunca me resulta impostada la voz que viene a decirme que esto que va a contarme es importante. Siempre le creo. Aunque no quiera. Le creo. Cuando nos encontramos con sus sentencias del «Tercer dodecálogo de un cuentista», podemos intuir el por qué. «La voz decide el acontecimiento, más que viceversa», dice Andrés en una de ellas. Partir de la voz para ir en busca de la trama parece un lúcido consejo y un comienzo que coincide con esa idea del principio como conclusión, que decía Oz.

Los libros de Neuman siempre me enseñan algo. No creo que exista mejor escuela que la lectura crítica de los autores a los que admiramos. No creo que exista tampoco mejor forma de disfrutar del aprendizaje del oficio que aferrándonos a las sensaciones que nos despiertan ciertos textos para intentar buscar la punta del ovillo de su desarrollo. Así me gusta leer y releer a Neuman, y en este libro hay maravillosos cuentos de los que aprender y en los que detenerse para observar la trama, la construcción de personajes, la fusión de géneros, la atención puesta en los opuestos, la mirada en la frontera —ahí donde arde una débil llamita, que es también donde se origina la luz de todo relato—. Por eso te animo a que lo leas, y pienso que este fantástico libro puede ser una forma acertada de acercarse a su obra. Y voy a terminar con algo que dice el narrador de «Teoría de las cuerdas» que me parece toda una elaboración de principios: «La estética comunica la observación con la comprensión, el gusto individual con el sentido general». Buscar eso en los libros nos llevará a nosotros. Buscar eso en los libros nos permitirá entender cómo funciona el amor y por qué resulta el tema más fabuloso sobre el que podamos escribir y por el que merezca la pena vivir. Y ¡qué linda esa sensación de salir de los cuentos de Andrés y sentir que tenemos, como Arístides «todo el lenguaje por delante»!

Hacerse el muerto. Andrés Neuman. Páginas de Espuma, 2018.

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