Irreconciliables nos reconcilia con el mar

Juan José Telléz, Carlos Catena y Antonio Lucas en «El barquito poético» de Irreconciliables.


¿Cuánto tiempo tardan en desaparecer las cosas que perdemos en el mar? Su cualidad de boa gigantesca que devora la materia que tocamos lo vuelve tan atractivo como peligroso. Sabemos que el mar es lo único que puede pensarse como cielo de ternura o como infierno, según qué momento y qué circunstancias. Y siempre volvemos a él con ese cosquilleo de alegría y fascinación, pero también de respeto. El mar, como la poesía, se construye de opuestos y nos deja llenos de inquietudes, nunca de certezas. Por eso esta iniciativa de Irreconciliables llamada «El barquito poético» es una cosa preciosa, llena de sentido y de misterio. En su séptimo aniversario, este festival nos ha llevado por la bahía mediterránea para escuchar la poesía de tres grandes poetas: Juan José Telléz, Carlos Catena y Antonio Lucas. A continuación podrás leer una pequeña crónica de este viaje encantador.



FESTIVAL DE POESÍA IRRECONCILIABLES


Cuando descubrí el periodismo quise ser parte de él. Quise servir de hilván entre el mundo y la literatura. El problema cuando estás sola es que tienes que escoger a quién seguir, por quién jugarte. Y es un trabajo arduo y lleno de tropiezos. ¿Qué festival, de tantos que nacen cada año, merece la pena? Apuestas, te frustras, te cansas. No te cansas. Vuelves a apostar. Cuando empezó hace 7 años Irreconciliables supe que ésta era una fiesta que se merecía mi entusiasmo. Y no me equivoqué. El trabajo que hacen Ángelo Néstore y Violeta Niebla es titánico. No sólo destaca la pasión que ponen en este festival sino la rigurosa planificación tanto estética como logística. Dice Ángelo que se proponen hacer algo cerca de lo independiente, pero los que disfrutamos cada año de estos encuentros destacamos la profesionalidad y el buen gusto con el que se gestiona. Detrás del programa hay muchísimo trabajo y una idea clara: un encuentro interdisciplinar que ofrezca un panorama variopinto de la poesía contemporánea. Una idea grande y difícil de confluir. ¿Cómo organizas un encuentro en el que aparezca un poeta de estética clásica junto a una joven más cerca del punch o de la poesía performativa? Ellos saben cómo hacerlo.

En esta época en que los fondos son cada vez más escuetos, los pequeños festivales de España se han ido cerrando y persiguiendo formatos tradicionales, que les aseguren una cierta afluencia para sostenerse en el mercado y apostar por la seguridad de volver al año siguiente. Irreconciliables, en cambio, se apoya en esa idea de dar un espacio a las nuevas corrientes poéticas sin importar lo que cueste, y se nos ofrece como una cosa linda, bien gestionada y eficiente que nos permite disfrutar de poesía durante unos días. En Málaga tenemos la suerte de que sucedan cosas así, aunque no de que desde el periodismo se apoyen estas iniciativas. ¿Por qué no hay más medios de comunicación cubriendo estos actos? ¿Y donde están los periódicos de nuestra ciudad cuando se los necesita? Deberíamos sentarnos a pensar por qué en un tiempo de crisis en el que un par de personas entusiastas preparan un festival extraordinario que embellece nuestra ciudad, los periodistas no hacemos lo suficiente por visibilizar ese esfuerzo extraordinario.

Pero no es mi intención aguar vuestro lunes contando lo mal que está el patio que, a poco que miremos, cualquiera puede intuirlo. Lo que quiero contarles es que lo del sábado en «El barquito poético» de Irreconciliables fue hermoso. Tres poetas de tres generaciones diferentes, cruzados en un mismo evento salitroso. Juan José Telléz, Carlos Catena y Antonio Lucas. Cuesta creer que sea posible conciliar en una misma propuesta tres estéticas tan diferentes, pero parte del talento de Ángelo y Violeta consiste en una extraña habilidad para conseguir que voces a simple vista opuestas, es decir, irreconciliables, es decir, distantes, confluyan con armonía en un mismo espectáculo. En «El barquito poético», el mar fue el escenario de una poesía que nos invitó a pensar en las voces dormidas bajo el agua, en los hijos suicidas, en los pescadores, en todo lo que se desintegra a medida que avanzamos, en un delicioso mediodía lírico.

¿Cuánto tiempo tardan en desintegrarse las cosas que se pierden en el agua? El mar es una obsesión que nos atrae y nos da cierto pavor, un sitio en el que «Lo primero que aprendes es a mantenerte en pie mientras el mundo se ondula con un bamboleo cruel», escribe Antonio Lucas en esa crónica fascinante de su paso por el «Nuevo Confurco» atravesando el caladero Gran Sol —¡Ojalá que algún editor la rescate y le dé forma de libro!—. Pero el Mediterráneo es todo cielo. Aquí no hay olas de seis metros ni miedo a la intemperie. Nada que temer. Embarcamos, y la mañana ayuda. Y el sol de este invierno casi caribeño nos cobija.


Juan José Telléz lee poemas en «El barquito poético»
Violeta Niebla y Ángelo Néstore, directores de Irreconciliables

LOS VERSOS DEL DESÁNIMO


Fue Juan José Telléz el de la idea: ¿por qué no montáis un recital de poesía a bordo de un barco? La idea cuajó tanto que ya se convirtió en uno de los espectáculos sólidos del festival. Ésta es la primera vez que Telléz se incorpora como poeta a la aventura. Bromea diciendo que viendo que hasta ahora no ha habido naufragios finalmente se ha animado a pisar esta locura. Juan José Telléz, que se muestra sencillo, casi como un niño que ha venido a hacer su gracia, nos regala un conjunto de poemas que podrían servir para entender la línea de su búsqueda poética. La poesía de Telléz se construye desde ese punto en el que la ternura es eclipsada por un velo de sombras. Una cualidad que lo acerca a otros poetas de su generación: a esa camada de autores que para ser políticos están demasiado preocupados por la justicia y por amar demasiado la tradición poética no abanderan la rebelión estética.

«Volver es lo único que importa» dice Lolo, el capitán del Nuevo Confurco. Juan José Telléz vuelve con su poesía hacia un pasado de luces, a la búsqueda desesperada de la intención poética, persiguiendo a la literatura, que nunca está en el mismo sitio en el que él la intuye o ha ido a buscarla. Se detiene, no encuentra el poema, hace algún chiste. Habla de su lucha con las nuevas tecnologías, y explica que soporta esta incomodidad pensando en los bosques, aunque no tiene claro si son preferibles las formas en la que ahorramos papel, si no consumirán más nuestros móviles. «Lo del plástico en el mar es una salvajada». También son palabras de Lolo. Telléz vuelve al silencio. Lo intenta mejor, y ahí está el poema.


Sus poemas están a mitad de camino entre la paciencia de quien trabaja el lenguaje como si de ello dependiera su vida y la decepción de quien ha vivido y visto más de lo que le habría gustado. El suyo es un humor instantáneo vecino de la desesperanza y la derrota, pero que nos representa. Lo aplaudimos como quien sostiene la bandera de los suyos, asegurando que esta vez no podrán con nosotros. A veces necesitamos esos pequeños instantes de fervor en los que parece que todavía tenemos toda la vida por delante. Como un rayo de sol que cose la cresta de una ola.


Carlos Catena lee poemas en «El barquito poético»
Juan José Telléz, poeta

LOS VERSOS DEL VACÍO


De pie, los tres poetas van pasando y leyendo sus versos, tambaleándose con los vaivenes del barco. Intentando sostenerse y mantener el temple. ¿A quién rezan aquellos tripulantes que no tienen creencia alguna? ¿Cómo espera la muerte quien ha limpiado de cruces y santuarios su confianza? Y vuelvo a los pescadores de Lucas, porque se parecen en algo a la abuela de Carlos Catena, jornalera toda la vida. Al escucharlo, se achican las fronteras: pescadores y jornaleras tienen mucho de los gauchos de mi infancia.

¿A quién reza el poeta que se ha desprendido de la tierra? Me pregunto. En su caso, la poesía parece bregar contra el sinsentido al que nos desembocan los primeros amaneceres de la madurez. La palabra intenta encontrar en los ecos de la vida del pasado nuevas certezas. Hurga en la memoria de la abuela jornalera con inquietudes que la ausencia nunca sabrá responder. Esa herida que queda en nosotros al pensar que «hasta el peso de los brazos cansa / cuando siempre se los tuvo pa' abajo / recogiendo tiempo vacío de esperanza», que dice José Larralde en ese poema maravilloso que se llama «Estatua de carne». Y que he recordado y conectado inmediatamente con la lectura de Catena.



De esa aridez, mitad pregunta mitad decepción, nacen los versos que leyó Carlos Catena de Los días hábiles (Hiperión). Una poesía que mira con recelo el futuro y que también da cuenta de una generación que ha entendido que incluso las altas torres caen. Una generación formada por los hijos de los padres que lo dejaron todo porque sus hijos no fueran como ellos y los nietos de las abuelas que se dejaron el cuerpo, la vida, en campos agrietados para que sus nietos pudieran ir a la playa. Los nietos de una generación que tuvo que levantar el país de los matones y hacerlo resurgir de sus cenizas. Aunque si hubieran tenido a su disposición la claridad del mañana, igual no lo hacían, igual no apostaban por un país que se entregaría con tanta docilidad al capital extranjero y al turismo. Los hijos siempre decepcionan, es también otra certeza que ilumina la poesía de Carlos. Y pienso que igual esa sentencia atraviesa todo su discurso, donde parece querer trazar líneas perpendiculares al pasado para entender la forma del dolor en otros cuerpos.

Pero Catena es joven y como poeta también encuentra el modo de darle a las palabras un sentido luminoso, aunque la suya sea una luz que surge de la rabia, de la desesperación de ver el mundo hundido, de sentir que el territorio que hemos heredado no se parece al tesoro, a ese vergel que de niños soñábamos. Los poemas de Carlos están llenos de preguntas y de intuición vital, y parecen intentar responder a las inquietudes del pasado y levantarse desde el desánimo. El hermano suicida, la abuela jornalera, el padre ausente, son los ejes en los que se apuntala su lectura, y nos sacude.

Antonio Lucas lee poemas en «El barquito poético»
Carlos Catena, poeta

LOS VERSOS DEL POETA MARINO


El barco avanza sobre un mediterráneo más calmo que nunca. A los marineros con quienes compartió esa experiencia en «el más salvaje de los caladeros», Lucas dedica su lectura. Y comienza leyendo algunos poemas de su próximo libro, Los desnudos, que saldrá a mediados de invierno en la editorial Visor. Su poesía es la más esperanzadora de las tres. Quizá esto tenga algo que ver con las peculiaridades de cada etapa de la vida y su carácter cíclico. Después del desgarro de abandonar la infancia, viene ese período de grisura que vuelve imposible la idea de creer en algo, pero después la vida nos da una pequeña revancha para entender que si estamos acá, aunque no sea para algo, habrá que acostumbrarse y buscar algo de luz en la materia. Más tarde vuelve la grisura, quizá porque la certeza de acercarnos al final no se pueda llevar con entereza; porque querríamos ser inmortales para vivir muchas vidas en ésta, pero sobre todo porque desearíamos que lo fueran nuestros seres amados.

¿Cómo sostenerse en la alegría cuando todo lo que has querido, por lo que has soñado ha acabado? A esa oscuridad se asoma un poco Lucas en un poema precioso sobre los amigos. Tengo la fortuna de contar con un par de amigos increíbles o algo así nos cuenta, y nos despacha unos versos sobre la fidelidad y la desesperada angustia de la pérdida, sometida a la duda constante que amarillea todo lo que toca. Y seguimos nadando concentrándonos en lo pequeño, sabiendo que «volver es lo único que importa».


Antonio Lucas, poeta

¿A quién le rezan los marineros del Confurco que no creen? Quizá de la desnudez del tiempo improrrogable surjan estos poemas de Antonio Lucas donde parece que toda chispa de luz y de oxígeno es imprescindible para sostener la vela que nos mantiene a flote. Hacia esa búsqueda navegan sus versos y nos ofrecen luminosidad; la misma que encontrará cualquiera que se acerque a esa crónica marina de El Mundo. Porque hay mucho de tristeza, de pesar y de desesperanza en esas vidas, pero también Lucas ha sabido rescatar la fuerza vital de los personajes —que son hombres reales olvidados por el sistema que, paradójicamente, depende de ellos para sostenerse, como de las abuelas jornaleras y los gauchos—, de sus historias y también de su silencio.

Ha terminado Irreconciliables, este festival que silenciosamente se ha ido ganando nuestro corazón y ha puesto en Málaga una bandera poética bien distinguida. Esta Málaga cuyos poetas y periodistas no van a los eventos alternativos, y que son parte del problema de nuestra cultura. Esta Málaga que se queda pegada a las voces de los mismos de siempre mientras gente valiosísima desde el silencio, incluso desde la invisibilidad, navega contra toda tormenta para construir espacios de conciliación poética. Esperemos que los Irreconciliables puedan mantenerse braceando por mucho tiempo más pese a tanta indiferencia porque, al menos para mí, observar el esfuerzo de criaturas como Violeta y Ángelo, me resulta «un ejercicio de enlace con la vida».


Àngelo Néstore, Violeta Niebla, Carlos Catena y Antonio Lucas en el almuerzo posterior a la lectura
Àngelo Néstore, Violeta Niebla, Carlos Catena y Antonio Lucas


CITAS INCLUIDAS.

✎«Gran Sol. A bordo del Nuevo Confurco» de Antonio Lucas (El Mundo)

✎«La estatua de carne», poema de José Larralde

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