En los Cuadernos de guerra de Louis Barthas hay una escena que se repite. Soldados famélicos chapoteando en el barro, jugándose la vida ya sin reconocerse en aquello por lo que luchan. «La guerra se lo puso todo al revés al cabo, que no era cabo ni nunca quiso ser cabo. A saber qué habrá sido de cada uno sin la guerra. Aunque estuviésemos como estábamos habríamos cambiado, pero no tanto, no seríamos los que éramos, pero tampoco esto que ahora somos, Sintora». Al leer estas palabras que le dirige Montoya a Sintora, en El nombre que ahora digo de Antonio Soler (Galaxia Gutenberg), es imposible no volver a Barthas. Esta imagen de hombres perdidos, embarrados, enloquecidos, vuelve. Retorcida, se estrella contra nuestro imaginario de lo que es la guerra, lo que nos han contado que es la guerra, y dibuja una línea nueva, inconformista de la verdad que subyace a todo tópico.
«Madrid era un pueblo gris y desbaratado, unas calles en las que rebotaban mis huesos en los adoquines del camión». Escribe Gustavo Sintora en sus cuadernos. Y parece posible pensar en cualquier ciudad sitiada, en cualquier guerra, en todas las guerras. «Yo veía pasar camiones y pensaba que todos los camiones eran el camión en el que yo viajaba». Lo que la guerra nos deja es barro, una zanja que es como una herida brutal, abierta para siempre, y la sensación de ser todos perdedores. Ésta es una de las líneas principales por las que planea Soler y nos invita a pensarnos, criaturas siempre en construcción huyendo del dolor. La voz puesta en los perdedores, en los que aparentemente no cuentan, en esas criaturas sobre las que la Historia no se detiene.
El nombre que ahora digo no es una novela lineal. Es quizá el inicio de una obra coral extraordinaria, única en el territorio español, donde la verdad sale a nuestro encuentro desde diversos flancos, con miradas y voces muchas veces contradictorias. Ésta, que es la cuarta novela de Soler, se construye principalmente desde dos puntos de vista: el testimonio de un soldado durante la guerra, y la revisión de los hechos desde el futuro, por parte de un narrador, que es un Antonio Soler ficcionado. A grandes rasgos entonces tenemos estas dos miradas, que cuentan verdades distintas, pero a medida que leemos nos topamos con esa capacidad asombrosa de Soler por solapar instantes, personajes, por relatar un mismo momento desde interiores distintos: ahí podemos encontrar los inicios de una obra polifónica, que en Sur ha alcanzado su clímax. El cruce de voces, en El nombre que ahora digo nos permite conocer a un grupo de personajes dislocados socialmente que han sido reunidos por el azar del desorden social. No son soldados ni combatientes, sino artistas y saltimbanquis que malviven llevando sus espectáculos de pueblo en pueblo, con la esperanza y la alegría que ofrece la amistad, la emoción de ser parte de algo. Hasta que la guerra se traga todo lo que encuentra a su paso, y se lleva a estos hombres al frente, y ya entonces, se desbarajusta, se desploma, el mundo por ellos conocido.
«La historia de un hombre es la suma de sus miedos. Y ahora está el miedo de la guerra, que es un miedo nuevo, un miedo que lleva dentro todos los miedos». El miedo es otro de los personajes que se aparecen en la novela. Una serpiente que va creciendo en el interior de los hombres y los transforma. El narrador ahonda en los miedos de los personajes, apoyándose en los diarios de Sintora, en las anécdotas que oyó en su infancia, en lo poco que supo decir su padre de aquella época sepultada en la tristeza. Así, va reconstruyendo poco a poco el caos de los años treinta en España. En este punto hay que señalar la precisión histórica sobre la que se apoya Soler. Hay una mirada fiel a los acontecimientos bélicos, donde no faltan alusiones a La Desbandá, la Batalla del Ebro y la entrada del franquismo en Madrid. Sin embargo, no es una novela que haga hincapié en los hechos sino en el interior de los personajes, en la forma en la que la vida de tantos hombres y mujeres se vio modificada violentamente por la guerra. Podría decirse, entonces, que no es una novela que trate sobre la guerra sino que ésta le sirve de esqueleto, de contexto, a Soler para otorgar veracidad a las vivencias de sus personajes. De hecho, lo más interesante de esta novela es la fábula que sabe tramar con lucidez y buen gusto el maestro Soler.
«"Yo, si tú estás enfrente, si tú estás cerca de mí, todo cambia". "Tú eres un niño. Y no sabes nada". "Soy un hombre. Los niños no van a la guerra"». La luz en El nombre que ahora digo está en lo imposible: en la historia de amor favorecida y también truncada por la guerra, entre Sintora y Serena. Algunos de los fragmentos de los cuadernos son de una belleza exquisita, tanto como ese diálogo que mantienen los enamorados en medio de la lluvia. «Los hombres y su guerra. Niños jugando a matarse», dice Serena. Y es gracias al vértigo de esa relación, a la pasión que resiste, que va avanzando toda la trama de esta novela, impulsándose en ese romance que llevará inscrito en su origen las dificultades. Serena y Gustavo le sirven a Soler de punto de referencia para hilar las relaciones de aquel variopinto grupo. Y la amistad y el amor traen ternura y luz a un relato que tiene algo de macabro y de sórdido. Aunque la relación entre Gustavo y Serena por momentos puede adoptar tintes de ingenuidad y sensiblería, que desentona un poco con el contexto caótico de la guerra; es justamente gracias al brillo del deseo y a la fuerza del recuerdo de los enamorados que la novela consigue asirnos y no soltarnos; porque todos en medio de la desgracia necesitamos aferrarnos a la luz de los días buenos, de esos días en los que amamos y fuimos amados.
Soler: del lirismo a la economía de lenguaje
En esta nueva edición hay un trabajo de corrección exhaustivo. Al leer las dos obras en paralelo —la primera se publicó en 1999 en Espasa al ser ganadora del Premio Primavera de Novela— descubrimos que muchas frases han sido reestructuradas y que sin despedirse del lirismo que le caracteriza, Soler ha conseguido una novela donde la intención por economizar el lenguaje prevalece frente a los adornos. Asimismo, ha incluido un primer exquisito capítulo, a modo de prólogo, que sirve para zambullirnos de una en la obra. Un pequeño texto que nos invita a pensar la guerra como ese accidente donde la idea de muerto, de cuerpo, de vida se ve profundamente modificado. «Un muerto es un recuerdo, pero entonces, en la guerra, era un paisaje, un atardecer que le salía a los recodos de los caminos aunque fuese media mañana, una flor, un arbusto abandonado y sin regar que crecía en cualquier parte y le daba sombra a las esquinas y a las calles».
El nombre que ahora digo es una novela fiel a algunos de los hechos fundamentales de la Guerra Civil Española, pero que no se queda en el conteo de acontecimientos específicos sino que intenta ir más allá, hurgando en las posibilidades del lenguaje y la fabulación para ofrecernos una mirada en el interior de los personajes, que somos nosotros mientras leemos. Una guerra es un momento de preguntas; ésa parece la gran idea que flota de fondo. Preguntas que se quedan para siempre sin respuesta, porque el final de una guerra no existe, ni cuando ésta acaba. Sobre todo ello planea Soler y nos deja un testimonio fascinante de un grupo de personajes que se quedan con nosotros cuando cerramos el libro. «Y aunque viva muchos años una parte de mí estará ya muerta para siempre, Soler, Doblas, Ansaura, Montoya, Sintora, a vosotros también os han matado en este fanguizal, da igual adónde vayáis».
El barro atrasando el avance, volviendo más presente el cuerpo, su frío, su desamparo. «Nos masticaba con su ruido el barro, y por encima de él se nos acercaba, nos acercábamos al ruido de las bombas», escribe Gustavo Sintora. Los cuadernos de Barthas terminan con el armisticio. Cuando termina la guerra Sintora comenta con uno de sus compañeros que ya no importa quién ha ganado. Al final no está la alegría ni la rabia, sino el cansancio. La idea de que la guerra termine, como el deseo de despertar de una pesadilla horrible. Esta sensación tan fuerte, la leo en Barthas y la encontramos en El nombre que ahora digo. El primero, nos dejó el mejor documento de una de las guerras más sangrientas de la Historia, Soler nos ofrece una pintura artística de la furiosa guerra que cambiaría para siempre el destino de España y su gente.
En El nombre que ahora digo no sólo tenemos la oportunidad de disfrutar de una de las novelas más hermosas de Antonio Soler sino que además podemos conocer detalles de la triste guerra de España en la voz y en los ojos de las criaturas menos nombradas por la historia: aquellos que sostuvieron sobre sus hombros el futuro del país y que no fueron a la guerra hasta que no fue ella la que los abdujo con su sangre y su grito rabioso. Una novela fascinante antibélica que nos recuerda lo absurdas que son las teorías en torno a la civilización, que es la misma capaz de matarse por una idea. Los hombres. El barro. El hambre. Los tres elementos repetitivos en cada historia bélica; protagonistas en la obra de Barthas y también en la de Soler. Que nadie se pierda esta novela fascinante de amor, ternura y supervivencia.
El próximo miércoles 4 de marzo conversaremos con Antonio sobre esta novela en el Centro Andaluz de las Letras (C/Álamos 24). Dejo abajo el cartel con la información del encuentro para el que le apetezca acercarse.
EL NOMBRE QUE AHORA DIGO. ANTONIO SOLER. GALAXIA GUTENBERG. 2020
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