Hacía mucho tiempo que no salía tan fascinada de una película. «Jauja» de Lisandro Alonso es una obra maestra que no debería perderse nadie. Y trataré aquí de explicar por qué. Como adelanto puedo decir que es una película que nos sumerge en una narración que avanza lentamente dándole importancia a los colores, a los sonidos y a la soledad, y que juega precisamente con la promesa de ese paraíso que nunca se materializa: desde lo real y lo imaginario, construyendo una nueva simbología sobre el anhelo y la nostalgia. Una película sobre la melancolía del futuro en la que volvemos a disfrutar del inmenso talento de este director argentino y del inigualable Viggo Mortensen, que nos empuja a creernos cada silencio que atraviesa los pliegues de su personaje. No deje de verla nadie.
Contar el cómo de una historia
Planos fijos y una fotografía contundente. Esto seguramente es lo que opinaría cualquiera que viera «Jauja» y tuviera que decir algo sobre ella. Porque eso es lo primero que llama nuestra atención. Pero resulta fácil y tibio hablar así de esta obra, porque me temo que ningún adjetivo podrá describirla con la suficiente precisión. Es verdaderamente, una película sorprendente, exquisita, bellísima, y de una profundidad filosófica que te sacude. Les aseguro que estará entre las mejores películas que vean en mucho tiempo.
Lisandro Alonso nos ofrece aquí —y quien haya visto «La libertad» lo entenderá enseguida— un interesante juego entre metáfora y tiempo, realidad e utopía, y lo hace trabajando con el paisaje patagónico como si fuera un personaje más. De este modo, y con lucidez y buen gusto, nos presenta un fragmento de lo que fue la conquista patagónica, ese sueño al que aspiraron muchos europeos y que consistió en la posibilidad de extender sus raíces mucho más allá del capital, quizá con el sueño de convertirse ellos mismos en leyenda.
Creo que Alonso se centra en algo sobre lo que no hablamos mucho —quizá porque respecto a nuestra memoria histórica todavía nos queda mucho hueso que roer—, algo que tiene que ver con el carácter aventurero de estos personajes, donde la fortuna material es tan sólo la punta del témpano que mueve hacia delante sus acciones: la ambición material los arrastra a una pregunta mucho más personal y vital. «Jauja» representa no tanto el lugar donde conseguir fortuna sino donde poder responder la pregunta más importante de todas. Y sobre esta pregunta trabaja esta película. Por eso lo importante aquí no es lo que se narra sino desde dónde se narra. Y lo que podemos intuir en cuanto pisamos este territorio de ficción es que la perspectiva de Alonso se posiciona desde la incertidumbre y la desesperación, que es también la identidad del desierto patagónico.
«Jauja» narra o ilustra —aunque habría que buscar un verbo distinto, que esté a mitad de camino entre narración y dibujo— la historia de un colono dinamarqués a quien han prometido una buena tajada de una conquista que parece imposible. Allí lo conocemos: un hombre que está a mitad de camino entre la esperanza y el desaliento, que se encuentra en un país lejanísimo, donde no habla el idioma, rodeado de militares que no se sabe cuándo dicen la verdad y cuándo están mintiendo, y en un territorio hostil y lleno de amenazas. En la piel de este personaje tenemos a un Viggo Mortensen que te hace sentir a cada paso y pulso lo que interpreta. Y aquí viene lo interesante, porque lo que prometía ser un viaje de riquezas, a la Atlántida sudamericana, se convierte en una búsqueda de identidades, donde todos terminan desapareciendo, perdiéndose en el silencio y entre los cardones y las fábulas de la Patagonia.
No recordamos las historias, se queda grabada en nuestra memoria la forma en la que nos las contaron. Por eso, la importancia de «Jauja» no radica tanto en la historia que nos presenta, como en la forma en la que se va deshilvanando. Una trama —y aquí debemos señalar que el guion es de Fabián Casas— aparentemente sencilla pero con una estructura narrativa complejísima, que tira de lo onírico, de lo ancestral y del multiverso; llevándonos a un territorio inédito que es sombra y luz, según qué ojos y qué distancia. Estamos ante una película disparatada comercialmente y con un profundo razonamiento en torno a la identidad y su cruce con las leyendas.
¿Estamos aquí o en Jauja?
Jauja, el territorio de la abundancia, ese paraíso al que llegaremos si la suerte y el esfuerzo nos acompañan. Jauja, ese peligro que aguarda detrás de la esquina, después de cada decisión. Me resulta muy interesante el juego que establece indirectamente la trama de esta película con el concepto de esta especie de lugar mítico. Un lugar —que es tiempo y estado— anhelado por miles de viajeros y aventureros, que sin importar las amenazas emprenden el camino, movidos por la esperanza que se alimenta de pequeños oasis y vuelve cada vez más codiciado ese destino. La esperanza, entonces, se aparece como la mejor compañera —soporte para no bajar los brazos cuando estás a punto de conseguirlo— o tu peor enemiga —no servirá para discernir si no hay posibilidad de éxito—. Y aquí, quizá, aparece una de las preguntas que se transfiguran en esta película y a la que todos nos hemos enfrentado alguna vez en la vida: ¿Existe alguna promesa que merezca la pena el esfuerzo hasta la locura o incluso la muerte —en la forma que sea—?
Cuando su hija Ingeborg (Viilbjork Agger Mailing) desaparece, el Capitán Dinesen (Viggo Mortensen) emprende su búsqueda infructuosa por el desierto patagónico en la más absoluta soledad, a excepción de un perro vagabundo, que aparece de a ratos, como para orientarlo —las chispas de esperanza que ayudan a no desistir—. La forma en la que este personaje se relaciona con la tierra —de fascinación y desprecio a la vez— y su empeño inagotable de continuar son sin duda los dos elementos más interesantes de la narrativa de esta película. La búsqueda de Jauja conlleva la desorientación total, la extrañeza y la pérdida de uno mismo, tal como le ocurre a Dinesen.
Y en este punto merece un comentario aparte la brillante interpretación de Mortensen en lo que respecta a la transición del los diversos estados anímicos del personaje. Y es que a medida que avanza la película, consigue meternos en la piel de ese hombre que inicia un viaje que comienza como una búsqueda desesperada de la hija, pero que termina convirtiéndose en un camino a ciegas en un encuentro consigo mismo y los fantasmas del pasado, que atraviesan toda geografía para aparecerse en nuestros momentos de flaquezas. La forma gráfica en la que se manifiesta ese encuentro con la memoria primitiva, con los miedos insoslayables y lo no dicho, me ha resultado extraordinaria. Una vieja adivina conecta las vidas pasadas del personaje con este presente desolador y sin duda será quien le ayude a responder la única pregunta que importa. Verdaderamente el juego de superposición de identidades y la sutil referencia al camino de autoconocimiento me resultaron fabulosas.
Jauja, donde reina el silencio
El silencio atraviesa todas las escenas de esta película. Se convierte en un personaje. Atraviesa el desierto y nos invade desde la primera escena. Silencio que tiene que ver con el desolado paisaje y su lentitud climática, pero también con el estado interior de nuestro personaje. La distancia que genera el idioma y las diferencias culturales dibujan una profunda zanja en la comunicación entre Dinesen y el resto de los personajes. Su única patria es su hija, no sólo porque lo conecta con su promesa de regresar a casa, sino porque además comparte lenguaje. Y si pensamos en aquello que dijo Wittgenstein de que las fronteras de la lengua se ubican «donde están los límites de mi mundo» podríamos concluir que para Dinesen recuperar a su hija supone mucho más que encontrarla, es recuperar la voz, redibujar los límites de su mundo. El silencio, entonces, lo obliga a meditar, a pensarse y lo empuja a crear en su interior una propia concepción del mundo que mira, desde una arbitrariedad que le permite la propia experiencia, donde el pasado atraviesa los hilos del presente. Jauja, ese deseo de volver a casa con el sueño cumplido, es parte también de ese silencio: la posibilidad detrás de lo desconocido, el silencio del que espera con ansias y la certeza de que no hay casa a dónde volver después de atravesar el desierto.
«Jauja» es también una película que bebe de la tradición cinéfila argentina. Es difícil no revivir en ella la estética del mejor Subiela —para quien el silencio nunca estuvo vacío— o la poética de Héctor Olivera. Y probablemente cualquier buen cinéfilo sabrá nombrar otras raíces de las que tira Lisandro para construir su universo y que a mí se me escapan. Pero ahora viene lo mejor, como acontece en el buen arte, Alonso se apoya en la tradición para dar un salto al vacío y ofrecernos una mirada auténtica, una película que no hemos visto antes. Y extiende su cámara sobre una serie de personajes peculiares que se relacionan en (y con) un escenario casi inalterable, para ofrecernos una historia que bebe del simbolismo onírico, de la fuerza de las leyendas y de las voces de los ríos.
Y ahora, vuelvo al principio, los planos fijos y la casi inexistente música (la película se apoya casi absolutamente en sonidos ambientales), y el formato redondeado de la cinta, colaboran con la estética abisal que quiere impregnarnos Alonso. La inmovilidad aporta una especie de lentitud que cada vez es menos común en el cine, muy literario si se quiere, y que nos permite rumiar lo que vemos mientras está transcurriendo. Y esto es algo que le agradezco profundamente a Alonso; ¡qué maravilla que todavía haya gente trabajando el arte como tiempo detenido! Pensar las voces, los movimientos de los personajes de un extremo a otro del plano, detenernos en un junco de fondo, un detalle que imprime una profundidad magistral a la escena, es una de las formas más sublimes de disfrutar del cine.
«Jauja» es una película única, bella e inolvidable; recomendadísima para los amantes de la buena literatura, del buen cine y de la fotografía. ¡Una obra maestra que destaca en un cine cada vez más estupidizado y homogeneizado! Te dejo aquí el avance para que termines de convencerte.
JAUJA. Lisandro Alonso. Fabián Casas. Viggo Mortensen. Ghita Nørby. Viilbjørk Malling Agger. 2014 [Ficha en IMDb]
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