«Historia de la leche» de Mónica Ojeda (Candaya)

Te invitamos a leer «Historia de la leche» de Mónica Ojeda, publicado por la editorial Candaya.



Reseña de «Historia de la leche» de Mónica Ojeda (Candaya)

«Una hoja es un ojo que muerde». No existe fuerza más arrolladora que una mujer poniéndose de pie y rompiendo sus cadenas. Todas llevamos las marcas de los grilletes en nuestras muñecas; porque nuestras ancestras fueron invisibilizadas y sus cuerpos, domesticados por el patriarcado, fueron desprovistos de la independencia natural de toda criatura viviente. Nada me ha producido mayor excitación jamás que los brazos y la voz en alto de una de nosotras. Será por el silencio. Será por el deseo de que esa mujer fuese mi madre. Será por la violencia que roe desde el silencio. Historia de la leche de Mónica Ojeda (Editorial Candaya) es un poemario que muerde la orilla del sistema y nos ofrece una decisiva reconstrucción de nuestra identidad colectiva. Es éste un libro deslumbrante que te deseo, con toda la fe que han intentado arrebatarnos durante siglos. Ojeda, la autora de Mandíbula, una novela que nadie debería desconocer, es la voz latina que mejor nos representa. Qué alegría inmensa he sentido al descubrir que, además de ser una narradora magistral, es también una grandísima poeta. Pocas lecturas me han producido en este raro año tanta fascinación. Tienen que leerlo todas.


Matar al padre. Y la violencia heredada


Estudio inicial de la sangre. Ése es el punto de partida de Historia de la leche. Una revisión histórica de la violencia que se impregna en nuestras células. Una especie de oración-reproche al padre que, sin poder soportar la ternura, se empeñó en romperla. «Y me llevas a pescar para que aprenda a ser un hombre. / Para que saque de la vida algo tibio que matar». La contundencia de esta iniciación nos ofrece no sólo un potente material para pensarnos, sino también una verdadera clase magistral de cómo comenzar un libro de poesía.

Poco a poco, pero con paso firme, Ojeda nos va introduciendo en ese universo sórdido de las relaciones deformes y tormentosas que vertebran este libro. Utiliza, sin embargo, una poética serena, donde el horror puede encontrar su vertiente bella. El propio diseño de la cubierta: volcán-aparatosexualfemenino, puede avisarnos de la naturaleza de la obra; donde el fuego demoledor de la muerte puede acabar con todo, menos con la vida, que es la posibilidad de crear, que es la poesía. Porque, sobre todas las cosas, es éste un libro-manifiesto sobre la posibilidad creadora que nos brinda la palabra. Más adelante volveré sobre esto, porque me interesa mucho.

Dice Daniela Alcívar Bellolio, en un prólogo impecable —¡qué extraordinaria lectura ha hecho de los versos de Ojeda!—, que el padre tiene una aparición mínima en este libro. Y, si bien es verdad que la figura del padre se aparece sólo en el primer poema, su sombra se extiende a lo largo de todo el libro. El padre, con todo lo que simboliza, y sobre todo, con la violencia y la muerte. El padre, que debe abandonar el libro, porque ya ha sembrado todo el caos que podía. El padre, que siempre desea de nosotras un hijo, para su sistema opresor. Como el patriarcado, ese gigante invisible que nos señala con el dedo índice, el padre espera en la sombra del poema.

Sin tener el menor deseo de contradecir a Alcíbar, que es sin duda mucho más lúcida que yo, quiero decir que aunque más adelante la mirada se deposite en esa madre abandónica, el origen de la leche, lo he visto reflejado en la figura del padre. Es decir, me parece evidente que es un libro contra el padre y sus ejércitos; porque es la ruptura con el padre lo que lleva a la protagonista a matar a su hermana Mabel. De hecho, es a su madre a quien le grita, porque ha esperado más de ella, porque ha deseado hallar en ella posibilidad de una cueva-refugio, frente a la opresión paterna. Así se dirige al padre, en ese decisivo primer poema, que nos abre el libro, y con él, un mundo. «Tú querías un hijo y / en cambio / te nació esta cabeza».

Una hija es «un anzuelo al cielo de los cabellos», continúa un poco después. Sigue dirigiéndose al padre. Y luego, el padre desaparece. Y queda su sombra. Y quedan las huellas de la sangre. A partir de ese momento, la sangre y la violencia, ese embrión abrasivo de la herencia, comienzan a imponer o mostrarle un destino al personaje. «Maté a mi hermana Mabel» y «El libro de los abismos» pueden leerse de muchas maneras, pero una de las que más me interesa es como una explicación de cómo esa violencia patriarcal ha provocado el olvido de las nuestras. Ojeda nos invita a pensar en el peso de la tradición a la hora de observarnos, en toda esa genealogía que debería representarnos y en la que, en verdad, no aparecemos. Y nos invita a volver sobre las certezas más profundas para reconstruirnos, desde una orfandad que nos revele una identidad verdadera y propia. Sobre todo esto encontramos maravillosos y potentísimos poemas en este libro.

La poeta ecuatoriana Mónica Ojeda en editorial Candaya

La hermana y la madre. El olvido de la casa


«Sólo construimos nuestra sangre / cuando la limpiamos / de familia». Hablamos mucho sobre la herencia, sobre el peso de la tradición, pero hasta ahora ¿cuántas veces nos hemos planteado la posibilidad de construir una nueva herencia de cero? No el desprendimiento sino el nacimiento, construyendo un pasado distinto, que no niegue a las otras. «Mamá cólera» y «Botánica de Quincey» nos invitan a repensar la mitología desde una óptica distinta, de comienzo elegido. Todo lo que sabíamos, ha desaparecido; debemos alzarnos desde sus cenizas y contar todas esas historias que han sido invisibilizadas, ofrecer(nos) un nuevo guión, donde realmente estemos todas. Como esa sentencia que nos muestra a Ifigenia, «Fui cordera ciega soñando ovejas / en medio de la guerra».

La historia de nuestra tradición latina ha asesinado a miles de voces propias, para dar lugar a un discurso europeo, blanco y urbano. Y es éste un asesinato cultural que nos ha conducido a una especie de orfandad, cuyo origen ni siquiera hemos sabido explicar. Nos aferramos a un discurso que nos obliga a toparnos muchas veces con la idea de que no pertenecemos a ningún sitio, porque no se habla de nosotras ni de nuestras abuelas en la historia de la literatura. Y aquí está lo más fascinante de este libro. Y también una de las cosas que más amo de la obra de Ojeda. Su interés por restituir el poder del discurso femenino latinoamericano a su corteza, ya no desde la genealogía europea, sino desde la búsqueda de un material de ficción representativo de nuestra cámara magmática.

Los grilletes de nuestras madres y abuelas, la invisibilidad, nos ha dejado fuera de la mitología, otorgándonos pequeñas apariciones que no nos explican, en ese empeño por construir una historia universal blanca y europeísta. Contra todo eso escribe Mónica, ofreciendo en este libro una nueva mirada al mito de Caín y Abel, que arriba a su sentido más auténtico al rozarse con lo rural, lo latino, lo indigenista. Con la fuerza de un volcán, Ojeda nos invita a mirar lo invisible de lo visible. Tengo la sensación —y quien me lea y conozca, entenderá por qué entonces caigo rendida ante el lenguaje y la fuerza literaria de Ojeda— de estar ante una autora que ha sido capaz de buscarse y de volver al origen escribiendo un pasado distinto, decidiendo qué es lo que verdaderamente la (y nos) representa. «Repto lo oscuro de la aorta de un bisonte atravesado por el mar / en medio de la teoría humana más violenta del poema». ¿Cómo no iba a leerla con devoción, agradecimiento, locura?


La madre. Y el origen de la violencia


¿Cuál es el origen de la violencia? Nos venimos haciendo esta pregunta desde hace siglos. Tenemos muchas respuestas para ella. Algunas nos convencen más que otras. Casi todas apuntan a que el gen de la violencia apareció con el bipedismo, y la transformación de nuestras primeras manadas de criaturas recolectoras y carroñeras a cazadoras. Al leer a Ojeda revisamos esos cambios en la cimentación de una mirada sobre el mundo, que es atravesada por esa violencia heredada. «Arrastro tu muerte del pelo y le doy de comer la culpa que me pesa / arrastro tu muerte con la orfandad que me dejó el fraticidio». Y está precisamente en esa violencia hereditaria —que es también conciencia del sometimiento de nuestras ancestras, del olvido y de la impronta patriarcal en los cuerpos de las mujeres— el punto de partida y también de equilibrio de todo el libro. Ojeda escribe con una sabiduría antigua, compone unos versos capaces de llegarte a la médula; que te obligan a girarte completamente, para ver tu propia herencia y deconstruirte desde el lenguaje, desde su lenguaje.

Me es imposible no quedarme con las plegarias a la madre. Y voy a detenerme en este punto. «He intentado funcionar como un fruto cuya sangre ha / bebido cada centímetro del paisaje / madre, me has abandonado, / pero hiciste bien / yo maté a tu bebé». Aquí, la revisión del mito bíblico se transforma. Mónica lo reconduce y le otorga al discurso nuevas subjetividades, invitándonos a leerlo desde otra perspectiva. La muerte simbólica de Mabel podría ser la posibilidad de desprenderse de la herencia, de sumergirse y experimentar una vida distinta. Desde esta lectura, Mabel podría representar las expectativas de la madre, que son también las imposiciones de la tradición. La madre, que desea que la hija se reúna con ella en el mundo de los vivos, y que asuma una realidad invisible para que no la asesinen. La madre, que quiere que la hija se salve. La madre, que no ha sabido romper sus grilletes, y cree que la hija tampoco podrá. Matar a Mabel podría simbolizar, entonces, la ruptura con todas esas promesas que parecen anunciarse en nuestros cuerpos y que nunca hemos formulado. La muerte es la posibilidad. En lugar de asumir ese camino, eliminar su posibilidad. Cortar el cordón de ese habitar el mundo en el sometimiento, para aprender a deconstruirse desde la madre y contra la tradición. Creo que ésta es una de las revelaciones más fascinantes de este libro. Donde tampoco falta la violencia, ni las dudas del futuro. «En el silencio sembrado de sus talones me preguntó: ¿habrá pensado que esto era odio?»

La forma en la que se plasman en este libro las tensiones entre expectativas, falso amor, verdadero deseo, tristeza por la pérdida de la madre, es conmovedora. Ojeda se aproxima a la herida de la orfandad, revisa el desprecio por las que hemos decidido no procrear e intenta acercarse a lo más profundo del asunto de la identidad femenina, la maternidad. Y, entonces, da vuelta el discurso: no todo lo creado tendrá que salir con sangre, o quizá, también el lenguaje puede ser una especie de sangre-volcáninvertido que exprima nuestras tripas y nos convierta en fuente creadora de vida. Y ligado a esto quiero decir que el silencio masticado que se cuela por la poesía de Mónica me ha impresionado profundamente. He tenido que suspender la lectura varias veces, porque la potencia de su discurso requiere de una atención especial. He descubierto aquí poemas verdaderos, que se construyen desde un conocimiento profundo de la lengua y de la experiencia vital; algo que no encontramos muy a menudo.

Poemario «Historia de la leche» de Mónica Ojeda, Editorial Candaya, 2020

La fe en la palabra


Quiero asirme a una certeza: la poesía, la capacidad de engendrar vida desde el lenguaje. «Escucharás la voz demente del /cráneo del poema», leemos. Y también «A pesar del fracaso no soltarás la cabeza del misterio». La incertidumbre orada en la piedra de la creación, pero no debemos abandonarla. Eso viene a decirnos Mónica. Me parece sumamente interesante la forma en la que Ojeda ha conseguido mantener el tema principal del libro enterrado. Y es que este poemario no existiría sin el deseo, ese fuego que surge del centro de la tierra y trata de incendiarlo todo con su energía. Si aparece el término dos o tres veces a lo largo de todo el libro, es mucho decir. Y, sin embargo, todos los poemas orbitan en torno a esa fuerza salvaje que nos consume. De nuevo, lo invisible es lo que cimenta el sentido de este libro.

Y ahora sí, vuelvo a la estética. Decía antes que Mónica nos enseña a escribir un buen libro de poesía. Es importante leerlo en toda su amplitud. Prestar atención no sólo a los temas, sino también a la forma. La estructura de este libro emula la de los libros sagrados, su orden, su tono y su música. Por otro lado, respecto al lenguaje, hay un progreso sumamente estético y atractivo: la contundencia del comienzo se va difuminando a medida que avanzamos, no en fuerza, sino en andamiaje. Ojeda trabaja primero desde un lenguaje claro, pero una vez que tiene toda nuestra atención y que nos ha llevado al centro de la erupción, escoge un lenguaje cada vez más simbólico, menos arraigado a la supuesta veracidad del racionalismo comunicativo. Y esto es algo realmente fascinante.

A modo de conclusión. Historia de la leche de Mónica Ojeda, como bien leemos en la sinopsis, es un poemario que revisa el famoso mito de Caín y Abel desde una perspectiva totalmente distinta y feminista. Si la historia fue creada para dejar a Abel como el tipo justo o bondadoso, vamos a escribir una historia donde la palabra la tenga Caín; vamos a darle cuerpo a sus razones, a la pulsiva violencia que alguien depositó en él y lo llevó a matar a su hermano. Si la historia es la relación de envidia entre hermanos, vamos a pensarlo entre hijas y madre, pero sin olvidar que siempre siempre, la violencia viene del padre. Sobre todo esto podemos leer, reflexionar y aprender en este libro fascinante. Ojeda nos invita a mirarnos y reconstruirnos desde una visión realmente nueva, donde «tu sombra es el reflejo más antiguo de tu cuerpo», para revisar el deseo y la violencia desde otra orilla. Y poder leernos mejor, desde la palabra, desde la poesía. ¡Que nadie se pierda esta maravilla!

En Bestia Lectora leemos y recomendamos a Mónica Ojeda

HISTORIA DE LA LECHE. MÓNICA OJEDA. EDITORIAL CANDAYA. 2020

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