En su libro La brigada 22 (Pepitas de Calabaza), Emilio Gancedo nos presenta a Paquito Munera, un joven tímido y casi perdido que de pronto encuentra una motivación más importante que él mismo para poner en marcha su vida, y su pasión periodística. Es ésta una novela extraordinaria que nos invita a acercarnos a la Transición desde otro lugar, a través de la experiencia de un grupo de personas que creían que estaban haciendo historia pero ya habían sido olvidadas por todos. En esta entrevista converso con su autor sobre las tramas ocultas en el desarrollo de esta novela fabulosa.
P—Podríamos hacer un paralelismo entre este no-tiempo que estamos viviendo y la vida de los maquis de La Brigada 22, ¿lo has pensado? (me refiero a que ellos continuaban pensando que el mundo afuera era una cosa que ya llevaba unos años extinta: la dictadura de Franco).
R—Sí, de hecho no es descabellado afirmar que los maquis de La Brigada 22 sufren una especie de confinamiento… de más de cuarenta años. Esta pandemia súbita e imprevista, que parece salida de una novela de Saramago y que —de nuevo— revela la extrema fragilidad de nuestro mundo, también nos hace reflexionar sobre qué es el tiempo y cómo lo vivimos. ¿Como una flecha o como un círculo, o una sucesión de círculos? En el caso de los viejos maquis de este libro, está claro que su tiempo es una elipse que los acerca y aleja, una y otra vez, del hecho que marcó sus vidas a fuego y para siempre (como a tantas y tantas personas): la guerra civil. Más allá de la ficción pensemos, además, que encierros, muertes en vida, persecuciones y acosos los sufrieron de veras, y en diferentes lapsos de tiempo, ‘topos’, presos, exiliados, comunes, heterodoxos de toda índole… En el fondo, eso del confinamiento también puede ser un estado del alma.
P—¿La manera de pensar el afuera depende de la mirada interior?
R—Por supuesto. Fíjate que estos maquis desdentados y achacosos creen ciegamente que todo sigue igual y que los pocos kilómetros cuadrados de monte mediterráneo que constituyen su cuartel general forman “el último territorio libre de España”. Piensan que ahí afuera se les tiene por héroes y que su resistencia es estudiada y alabada en todo el mundo, pero la realidad es otra muy distinta y nadie en absoluto sabe de su existencia. Cuántas veces creemos que estamos siendo el ojo del huracán cuando no somos más que algo periférico, exterior, accidental…
Ésta es una novela sobre quienes viven al margen de la historia.
P—¿Existió la Brigada 22?
R—Existió una 22ª Brigada Mixta, que era una unidad estable del Ejército de la República y que combatió, sobre todo, en el Frente de Teruel, a veces junto a una de las Brigadas Internacionales, y en algunos otros lugares. A pesar de la coincidencia numérica, nada tienen que ver: esta es —o acabó por ser— un grupo minúsculo de tres hombres al mando de su comandante, los últimos rescoldos de aquella guerra terrible e infame que quedaron atrapados en una zona particularmente abrupta de la Península y que jamás fueron arrestados ni localizados.
P—¿De dónde surge tu interés por reivindicar a los maquis?
R—En realidad, más que sobre los maquis como tales, ésta es una novela sobre quienes viven al margen de la historia, un asunto que me interesa particularmente. Sus protagonistas podrían haber sido carlistas, bandoleros o náufragos, pero fueron maquis porque esa mitología concreta me daba pie también para reflexionar sobre la aparente incapacidad (o al menos lentitud) de este país a la hora de cerrar sus heridas, de asimilar su historia; eso por no hablar de la tremenda sugerencia que tiene la época de la Transición, humus propicio para todo tipo de narrativas.
P—¿Qué dificultades técnicas supuso la escritura de este libro? ¿Cuánto te ceñiste a la Historia y cuánto hay de fantasía?
R—Aunque, como te decía antes, ésta no es estrictamente una novela/ensayo sobre el universo histórico del maquis español sino un puro artefacto literario, lógicamente ha habido un proceso de documentación, de necesarias lecturas previas como sucede en casi cualquier escritura. Por fortuna, éste no me era un mundo desconocido: en León, mi tierra, los maquis constituyen figuras icónicas que en su día dominaron de facto ciertos valles y áreas de montaña, y que dejaron su impronta particular en leyendas, historias y otros ejemplos de literatura oral, voces que aún hoy pueden ser escuchadas. Por tanto, hay un marco general de Historia pero hay un mucho de ficción desbordada, cuyo desarrollo es en realidad el verdadero objetivo del libro.
P—¿Por qué te pareció necesario trabajar el tema desde una posición un poco novelesca?
R—Bueno, pensemos que la guerra civil, la posguerra y la dictadura de Franco están entre los asuntos sobre los que más se ha escrito, y no sólo en España sino a nivel internacional, ensayos y también ficciones. Pero esta novela, además de intentar armar una historia y sostener unos personajes, intenta algo quizá excesivo como es propiciar una catarsis que nos haga, al menos en terreno creativo y espiritual, superar ese lastre de la guerra que tanto nos cuesta digerir, eso tan curioso que sucede aquí según lo cual la Historia no ha pasado a los manuales y a los museos sino que se hace presente a cada momento, traída de continuo por unos y por otros. Para ello me he confiado, únicamente, al poder sanador del humor y de la literatura.
Los maquis de La Brigada 22 sufren una especie de confinamiento
P—¿Hay algo de rebeldía quijotesca en la idea de construir una novela histórica poniendo como protagonistas a un par de personajes con cualidades de fracasados o antihéroes? (Te lo pregunto porque los libros sobre la guerra civil y la transición suelen presentar protagonistas heroicos)
R—No me gustan los héroes que todo lo pueden. Los superhéroes no son humanos. Nosotros, la gente de verdad, tenemos miedos, flaquezas, lagunas, obsesiones… y me gusta que sean así también los protagonistas de las ficciones, que nos representen y en cierto modo nos suplanten; y en el transcurso de ese reemplazo, al ver desde fuera sus movimientos y sus reacciones, quizá podamos llegar a aprender algo sobre nosotros mismos. La gran literatura está protagonizada por aparentes fracasados, por personajes que se han atrevido, que han arriesgado, que han intentado levantar la cortina del mundo. Más me interesa y más significativa me parece la pequeña gran revolución de Paquito Munera comprándose un billete de autobús con destino a la sierra que todas las revoluciones sangrientas que ha habido en el mundo.
P—Avanzas en este libro usando como material la transición hacia la Transición, descubriéndonos una serie de personajes que quedaron marcados por la guerra y que viven en guerra mucho después de que ésta haya acabado. ¿A dónde nos quieres hacer llegar en este viaje?
R—Bueno, alguna persona que vivió —conscientemente— la Transición me ha comentado, y en diferentes documentos de la época se aprecia también, que a pesar de esa imagen de apertura y liberación que ha sobrevivido y ha quedado en el imaginario colectivo, en realidad la Transición fue un momento de gran tensión y de cierta parálisis, sobre todo en sus primeros compases: no pocos sectores sociales se encontraban desconcertados y expectantes, y las presiones y resistencias en un sentido y en otro eran enormes. Creo que fue una época irrepetible, uno de esos momentos históricos en los que casi puede oírse el ‘clack’ del cambio de agujas, y lo mismo que el país se deslizó hacia un lado pudo hacerlo al otro, como se vio con el intento de golpe de Estado. Personalmente me parece que la Transición puede dar aún más juego como materia prima creativa; en mi caso fue el marco perfecto para hablar sobre cómo a veces las personas o las sociedades empiezan a girar en torno a sí mismas como en una especie de sumidero interminable… pero también sobre cómo salir de él.
P—Me gusta ese perfecto equilibrio entre una estética cuidadosa y un decir coloquial que usas en los diálogos. ¿Hay algún autor o autora que trabaje especialmente este aspecto y que te haya servido de faro?
R—No es algo buscado de antemano; supongo que es fruto de dos cosas que realmente me apasionan: por una parte el lenguaje literario, con su capacidad de sugerencia, su particular armonía, la belleza y el peso de las palabras; y por otra la fuente de todas las historias y de todos los afanes, o sea, la calle, la gente, con sus modos de lenguaje y de expresión. Creo que he intentado, quizá inconscientemente, soldar todo eso que en el fondo viene a ser lo mismo. Y en esa labor pues habrá aflorado una infinidad de lecturas; en este caso concreto que apuntas, de alianza entre estética y habla viva, quizá hayan tenido bastante que ver autores como Ignacio Aldecoa, o como Juan Rulfo, o como Jesús Fernández Santos, o como Baroja, o como Delibes, o como Bioy Casares, y tantos y tantos otros.
P—Sé que eres un fiel defensor de las tradiciones literarias que germinan en la tierra. ¿Qué es lo que te atrae tanto de ese mundo ancestral?
R—Me parece que, en el fondo, lo que me atrae de ese mundo es lo que me atrae de la propia literatura. La curiosidad por el otro, o el poder siempre amplificador y sugestivo de la perspectiva. Sostengo que la perspectiva es el gran tema del arte y de la literatura, y claramente de toda conciencia. La base de todas esas cosas consiste en salir de uno mismo y contemplar, al yo y al resto del mundo, desde fuera, desde una óptica diferente. La posibilidad de acceder a otros lugares, otras épocas y a otros pensamientos, de vencer la contingencia humana, es lo fascinante del hecho literario, y por eso también lo es el acceso a otro tipo de narraciones, fabricadas con esos mismos mimbres, como la literatura de tradición oral. El espíritu con el que nace ‘El Quijote’ es el mismo que anima un romance medieval. No soy etnógrafo ni investigador profesional del tema, pero todo ese ingente caudal de narrativa acumulado a través del tiempo es sin duda alguna espectacular, y en modo alguno una literatura “de segunda división”.
P—Después de tu libro Palabras mayores, con La Brigada 22 cambias rotundamente el tono. Aunque hay personajes más o menos tristes, en sí es una novela que tira mucho del humor y de la esperanza, ¿cómo lo ves tú?
R—Tampoco diría yo que Palabras mayores es un libro, en esencia, triste. De hecho, varios de los ancianos entrevistados demuestran más humor, más vitalidad y más ironía, tras unas vidas repletas de carencias y trabajos, que muchos jóvenes de hoy que lo tienen todo a su disposición. Pero sí, en La Brigada 22 hay toques de humor que se enredan con el drama como ocurre en la vida misma, una intrincada tramazón de ambas, y como es la historia de este país, tragicómica sin remedio. Ese lenguaje que parece divertir pero que debajo esconde su verdad dolorosa me pareció el más idóneo para contar una historia, como me gusta decir, de perdedores y perdidos.
La perspectiva es el gran tema del arte y de la literatura, y claramente de toda conciencia
P—¿Puedo preguntarte por tus orígenes lectores?
R—Puedes, puedes. Pero me va a ser difícil responderte, porque es una enmarañada suma de casi todos los tebeos que producía la factoría Bruguera junto a grandes cantidades de libros infantiles y juveniles de la época, y luego R. L. Stevenson, y Emilio Salgari, y Jack London, y sobre todo Julio Verne, cuyos libros releía sin parar imaginándome el aspecto, presente y pasado de cada personaje, y desde entonces hasta ahora he venido encadenando título tras título sin lagunas de por medio y de forma completamente anárquica, impulsiva y asistemática.
P—¿Estás trabajando en algo actualmente?
R—La respuesta es sí.
LA BRIGADA 22. EMILIO GANCEDO. PEPITAS DE CALABAZA. 2019
2 Comentarios
Estoy acabando el libro, es un libro con el que quizás he tenido el problema de poca continuidad porque lo tengo como segundo libro y para momentos puntuales, quizás por esto la historia no me ha atraído lo suficiente, aunque he de decir que la manera de escribir del autor es exquisita, a la antigua usanza y con un manejo del lenguaje y conocedor de ciertas tradiciones como pocos. Gracias por la entrevista, saludos
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tu comentario, Álvaro! Es tal cual como dices: tiene un cuidado del lenguaje casi clásico. En mi caso también he sentido esa atracción de las buenas novelas, que te obligan a seguir, y me ha parecido muy constante su ritmo; siento que tu experiencia no haya sido así. ¡Muchas gracias a ti por pasarte y comentar! Un abrazo.
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