«Blanco de blanco», de Athena Farrokhzad (Kriller 71 Ediciones)

Poemas de la reconstrucción desde la apropiación de una lengua extraña. ¡Fascinante!

«Blanco de blanco», de Athena Farrokhzad (Kriller 71 Ediciones)

Blanco de blanco de Athena Farrokhzad (Kriller 71 Ediciones) es una obra que permite muchas lecturas distintas, aunque todas ellas atravesadas por el dolor de la extrañeza, el desengaño y el viraje de la perspectiva sobre la infancia cuando es observada desde otra lengua y (casi) otro cuerpo. Algunos libros se prestan a una explicación lúcida, otros, como éste, merecen el encuentro con la palabra exacta. Por eso, cualquier recomendación que pueda ofrecer sobre él será defectuosa, casi vacía. Leer las palabras, estos poemas traducidos por Lalo Barrubia, es la única manera posible de acercarse a esta obra. No obstante, aquí estoy, intentando llegar a tu sensibilidad, porque es ésta una obra inmensa que merece nuestra atención.


La tierra que nos pertenece


«La lengua se posiciona como protagonista de la transferencia», escribe Lalo Barrubia en unas palabras inaugurales de intensa lucidez. Yo, que no conocía el trabajo de Farrokhzad, me he sentido acompañada por ese prólogo, que me ha servido para entrar sin miedo el la atmósfera y las motivaciones de la obra. Barrubia nos ofrece una contextualización que ayuda a comprender los poemas. Y entiendo, cuando leo a Barrubia que lo más importante, lo que no debemos pasar por alto, es que el sentido de esta obra está en «hablar de una historia en una lengua diferente a aquella en la que ocurrió». Desde la transferencia que permite un idioma distinto, Farrokhzad reconstruye el pasado de su familia, quedándose en un espacio de sombra, dejando que la voz la tengan los otros.

No somos del lugar en el que nacemos sino de donde enterramos a nuestros seres queridos. Esta idea me interesa y obsesiona mucho desde hace un tiempo. El vínculo con los lugares en los que vivimos se estrecha cuando la tierra ha cubierto el cuerpo de alguien amado. «Sólo cuando me entierres en esta tierra / esta tierra será tuya». La madre sabe que la lengua se dobla mucho pero no es capaz de resistir el peso de la pérdida. Tierra. Una palabra que puede entroncar lo más amado y lo más doloroso. La repetición de esa palabra, en una frase tan corta y tan impactante, me resulta de una fuerza extraordinaria. Apropiarnos de un lugar a través de lo sufrido pero también, de lo perdido: las criaturas queridas a las que hemos tenido que enterrar con nuestras propias manos.

La propuesta de enterrar lo amado (personas y pasado) para ganarse una tierra pero, sobre todo, una lengua. Ésta es la idea que da forma al libro: algo que se repite constantemente y nos sacude, apareciendo en el momento menos pensado. La pregunta sobre la relación con el idioma es el tema central, sobre el que van apostillándose todas las reflexiones. De alguna forma se plantea el deseo de aprender otra forma de nombrar la historia íntima como el gran objetivo de la búsqueda poética de Blanco de blanco. El resultado es un conjunto de poemas de absoluta valentía verbal que nos asisten en la reconstrucción de nuestro propio relato.


Reseña en Bestia Lectora de «Blanco de blanco», de Athena Farrokhzad (Kriller 71 Ediciones)

Identidad migrante


Marguerite Yourcenar dijo algo así como que la razón por la que necesitamos de los escritores es que tienen la capacidad de dar forma a lo que todos sentimos pero sólo ellos consiguen proyectar. Me gusta pensar en la poesía como un todo donde la idea se encuentra estrechamente vinculada a la arquitectura que la sujeta. No he leído ningún buen poema que careciera de una estructura sólida. Estoy convencida de que la forma potencia el sentido del lenguaje, ensanchando su campo de acción.

Y estoy pensando en esto ahora, porque uno de los grandes aciertos de Blanco de blanco está ahí: forma y fondo establecen una relación de simbiosis, que se corona con la estética de la edición (letras en blanco con fondo negro). Encontramos así una lectura de contrastes, donde el lenguaje se presenta como algo que empieza a cada instante y la poesía como voz que inaugura una nueva mirada sobre el mundo. Me parece fascinante la estética que se funda en un lenguaje a simple vista coloquial y directo, pero alberga una estructura compleja que da sentido a lo no dicho. Cada vez me siento más hipnotizada por la poesía que se ofrece casi tímida, que parece querer esconder el inmenso esfuerzo que supone llamar a las cosas por sus nombres, sin adornos. Este libro es un buen ejemplo de todo esto.

Farrokhzad explora el sentido de la migración y la transformación que esta experiencia ejerce sobre la identidad, valiéndose de una poesía sin ribetes y componiendo un libro donde la voz poética es observadora de los argumentos de los otros. Este detalle me ha resultado sorprendente. Y en esa exploración migratoria, no sólo están los que atraviesan la experiencia en una edad madura sino también sus descendientes. Y, me ha hecho pensar en El libro de los americanos sin nombre, de Cristina Henríquez, donde también encontramos esa contradicción identitaria: ese choque inevitable entre los que llegan con la herida purulenta y los que empiezan la vida desde ese lugar extraño ansiando convertirlo en su terruño.

Y aquí viene uno de los hilos fundacionales de este libro: la posibilidad de descubrir una identidad que abrace el pasado y el presente, la patria y la tierra de adopción. Muchos poemas representan la dificultad que entraña esta elección y el miedo que la acompaña. «Hay una guerra que ocurre en las entrañas», le dice alguien a la voz poética. Esa guerra que tiene lugar donde la identidad se fractura, donde «Tu hermano vio la cara del terrorismo en el espejo / y pidió un alisador de pelo de regalo de navidad». Esta imagen es absolutamente brutal. Casi podemos tocar el cuerpo del que necesita integrarse y no sabe mirar su propia identidad desde un lugar que no esté invadido de prejuicios y extrañezas.

Renunciar al pasado ¿sería acaso negar el dolor de la familia? De qué manera podríamos apropiarnos de una nueva lengua, cuando el desarraigo ha sido provocado por la violencia? Una familia cuyos miembros necesitan un sentido común pero sus intereses y pensamientos viajan por sentidos opuestos. Una madre que quiere empezar de nuevo y no soporta ver lo que hubo en el pasado: sobrevivir con la alegría del instante, parece todo su empeño. «Mi madre derramaba el blanqueador a través de la sintaxis». Un padre que añora sus tiempos de lucha combativa y que, de alguna forma, parece sentir el fracaso del ideal en su propia carne. «Mi padre dijo: Como nadie tuyo está enterrado en esta tierra / esta tierra no es tuya» Dos hermanos que están a medio camino de la vida y que necesitan respuestas de origen, pero lo que encuentran no los convence. «Mi hermano dijo: El único lenguaje con el que puedes condenar el abuso / es el lenguaje del abusador».

Athena Farrokhzad construye el discurso como si fuese un rosario o una plegaria, enumerando las palabras de los miembros de su familia, como si al hacerlo pudiera encontrar el sentido de su propia voz. Quiere reconocerse en las palabras de los otros. En la voz de la madre que dice «de tu nombre desciende la civilización». En el centro de un discurso que está impregnado de advertencias como «Tú encontrarás la muerte privada de la lengua / sin palabras has llegado, sin palabras vas a marcharte». Y también, en el hueco donde refulge la luz, en la reconducción de los silencios y en la reescritura de la historia familiar también introduce algo de luz. «Mi madre dijo: Oxígeno para el inerte / vitaminas para el indolente / prótesis para el inválido / y una lengua para ti».


Fragmento de «Blanco de blanco», de Athena Farrokhzad (Kriller 71 Ediciones)

Matar a la madre


Revisar la propia herencia desde las palabras de Farrokhzad es una experiencia luminosa, llena de dolor y de pérdida, pero también de esperanza: en la apropiación de un idioma está nuestra posibilidad de encontrarnos. En la escritura extranjera también está nuestra patria. La sensación de estar traicionando a su familia la lleva a buscar en sus voces la historia del pueblo. ¿Por qué escribir desde una lengua herida? ¿por qué no hacerlo desde una que aún no se haya topado con el daño? Y va un poco más lejos: ¿de qué manera contar ese daño, desde otro lugar, con toda la fuerza de lo vivido pero la luz que impone lo nuevo, lo insólito? Todo eso representa este libro alucinante que nadie debería perderse. «No puedes decir soy de ninguna parte. / No pertenezco a ningún lugar». Es imposible no pensar que, de alguna forma, es un libro que se sostiene en el sueño de hacer de la literatura nuestra patria (o matria).

Para escribirnos, matar a la madre. La empatía del dolor de las hermanas lleva a una enorme dificultad de romper con la madre. Comprender su herida, sus sacrificios, puede llevarnos a una identificación que deja fuera la propia identidad. Y es ésa una de las ideas que podrían aflorar al leer este libro. Matar a la madre para tener un país. Quizá la gran búsqueda de toda especie esté ahí: en la posibilidad de construir un nuevo país lejos de los padres, lejos de todo lo que nos dañó en la época más vulnerable. Y ahí también la posibilidad de construir una patria nómada, que viaja y que se encuentra en lugares insólitos. «Si me matas en esta lengua podrás conservarla». En esa frase la fuerza del libro y la posibilidad de construirnos un lugar nuevo sin que la mancha del pasado inunde el presente. Blanco de blanco. El futuro está frente a nosotros pero no podremos afrontarlo si no aceptamos lo que somos. ¡Que nadie se aleje de estos poemas, de esta propuesta poética y vital deslumbrante!


«Blanco de blanco», de Athena Farrokhzad (Kriller 71 Ediciones)

BLANCO DE BLANCO. ATHENA FARROKHZAD.
TRADUCCIÓN: LALO BARRUBIA.
KRILLER 71 EDICIONES. 2021

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