«Las crías cantaron al hambre», de Abel Azcona (Letraversal)

Un poemario brutal y verdadero que todos deberían leer.

Reseña de «Las crías cantaron al hambre» de Abel Azcona (Letraversal)

«Escupir a dios como derecho, / ultrajar al culpable del invento», escribe Abel Azcona en Las crías cantaron al hambre (Letraversal). En el 2015 Azcona acudió a misa 242 veces y recibió la eucaristía. Con las 242 hostias realizó una performance absolutamente reivindicativa. Escribió con ellas en una calle de Pamplona la palabra "PEDERASTIA". El acto requería que esas piezas de pan ácimo estuvieran consagradas, para que el sacrilegio fuera completo, para que el mensaje fuera filoso y preciso. Azcona habla/escribe/actúa desde su experiencia, algo que vuelve cierto y verdadero todo su discurso. Y me pregunto si es eso lo que hace que muchos lo señalen de excesivo o si este rechazo tiene más que ver con el hecho de que ponga en evidencia la posibilidad de que están creyendo (siguen creyendo) en un sistema fétido que nos ha arruinado la vida a muchos. Cuando sales a la calle muchísima gente asegura no ser creyente, pero luego se arrodillan. La religión nos ha jodido la vida a todos. A algunos más que a otros. Pero a TODOS. Lo sepamos o no. Lo aceptemos o no. Y ahí sigue la anacrónica institución saliendo a la calle, los dictadores en los periódicos y en los púlpitos. Leer a Azcona es creer que no estás solo en este mundo. Deberíamos amarlo por atreverse tanto contra el sistema. No has leído jamás un libro como éste, brutal, imposible, lleno de belleza. Azcona se merece toda nuestra ternura.


Tras los pasos de Panero


«No era un lago, / un inmenso tembladeral sombrío», son los versos de Leopoldo María Panero que anteceden a uno de los poemas aforísticos de Azcona. Que dice: «Ayer mi cuerpo era un lago / penetrado por soldados venidos de la guerra». ¡Cuánto sentido cabe en unos versos tan ralos! ¡Cuánta potencia! Y aquí tenemos una de las primeras cosas interesantes de su poesía: reescribe-plagia a Panero, a quien le gustaba tantísimo hacer lo mismo con sus poetas favoritos. Hay algo de maravilloso en este gesto.

Los poemas de Abel Azcona beben de la poesía oscura y carnosa de Leopoldo María Panero —el mago delirante, que tan bien describiera Antonio Lucas— y se brinda como una púa que araña todo lo que conocemos. La forma de trabajar con lo sucio y lo doloroso nos remite inevitablemente a ese otro poeta, también herido por el vil sistema. Pero cuando estás dentro te das cuenta de que son bien distintos. Hay algo de una furia activa en Azcona, que quizá no encontramos en Panero, que en algunas cosas era más hermético.

Sea como sea, no sé si puede leerse a Azcona sin haberse zambullido primero en el fuego de la poesía de Panero. La voz del gran poeta de aquella familia de poetas conocidos, mancha la voz de Abel, permite un hilo sangriento de lenguaje, donde el cuerpo y su fragilidad, y su mugre también, ocupan un lugar vertebral. Este poemario es verdaderamente fascinante, como lo es toda la poesía de Leopoldo.


Leopoldo Panero en la poesía de Abel Azcona (Letraversal)

Destruir los pilares del mundo moderno


«Qué será la vida. / Pregunta el niño muerto». Abel Azcona nos ofrece una poesía pulsiva que dinamita los cimientos de la realidad. Pone en entredicho los pilares del mundo moderno ofreciendo una verdad que se intenta ocultar pero que sabemos que está ahí. El abandono, la soledad del hijo, la naturaleza con la que la falta de contención condena a la tristeza y el desapego con la vida, son algunos de los temas que atraviesan estos poemas. «Nacer acontecido como consecuencia del fervor. / Nacido muerto».

No es una poesía escrita desde la redención; porque la redención no es algo que todos podamos permitirnos. Está llena de rabia, de dolor y de violencia. Un lenguaje íntimo que arrasa con todos los pilares que el mundo defiende: la familia, la protección institucional, la iglesia, la biología. Y creo que ésa es una muy buena razón para leerlo. Abrir los ojos. Al menos, desearlo.

«Ser Abel el malo», escribe Azcona. Reescribe en mano y poema la tradición religiosa, contradice la voz del pupilaje y consigue elaborar un mensaje punzante y cierto, que nos invita a levantarnos. Reconstruye la frase «Pan y circo» en «Soledad y circo», y nos ofrece en un detalle de palabras cruzadas toda la fuerza de un mensaje combativo y contrario a los hilos totales del sistema. La piedra de la locura atiza sobre la realidad y obliga a nombrar las cosas desde otro lugar. Esto que también le pasó a Panero. Esto que también a Panero le llevó a escribir con rabia. Abrir los ojos es verse obligado a hacerse todas las preguntas. Y digo TODAS. Y cuando esa perspectiva es provocada por la propia experiencia, el lenguaje a la vez que hiere se convierte en el único mecanismo de resistencia. «Poseo una legión de cuerpos / mediante la palabra. Hoy muerden».

En ese camino de sinceramiento, que es aferrarse a la oscuridad y a toda la sangre que tiene para ofrecernos, con el objetivo de mirar mejor el mundo, se vuelve necesario denunciar aquellas cosas que se han perpetuado como inocentes y que fabrican en el mundo una consciencia limitada de la esencia vital. Uno de los principales cuestionamientos es acerca de la maternidad-paternidad —tema que ronda todo el libro—, de la imposición de la vida, del desamor que habita en ese gesto, en ese acto. «El parto es un acto / sobre la superficie / tan negra de la vida».

Este libro es absolutamente brutal. Te descompone a cada paso, porque todo lo que hay en él es Verdad. Y hay belleza, y hay tortura. Y hay un niño roto por una vida descompuesta. Y hay en él muchísimos otros niños y niñas con las vidas rotas para siempre. Hay una cruda crítica al valor de la familia, que sigue tan presente y tan vivo. La familia, que sigue siendo el pilar de la sociedad moderna, la familia que es el símbolo más notorio del capitalismo y de la esclavitud contemporánea. Azcona escribe contra el padre, contra la madre, contra el sistema. Escribe para que escuchemos una segunda opinión, para que entendamos por qué es indispensable que la Ley del Aborto sea una realidad, un derecho en todo el mundo: para que no nazcan más criaturas que serán abandonadas y cuyas vidas serán una rotura constante. Leer a Azcona es encontrarte con una poesía descarnada que hurga en el dolor íntimo, pero que intenta poner en evidencia un dolor colectivo. ¿Quiénes son responsables de tantos niños y niñas heridos? Ésta parece la gran pregunta del libro. Y también, ¿dónde están los culpables?


Un poema de «Las crías cantaron al hambre», de Abel Azcona (Letraversal)

Un prólogo brillante


Dice Luisge Martín en el prólogo que lo que le une a Abel es perplejidad y resentimiento. Nos ofrece en pocas palabras una invitación elocuente y sincera para acercarnos a la poesía. Es, verdaderamente, un prólogo lucidísimo, fascinante. Unas primeras palabras que nos permiten comprender mejor la hondura de la voz de Azcona.

Abel es un provocador, también lo dice Martín, que hunde la daga del inconformismo obligándonos a caernos del catre. Es dolor el origen de su poesía, pero el germen es esa provocación. El dolor que obliga a la pregunta imposible. «Madre flor marchita, ¿por qué me abandonaste?» y el fruto de esa poesía que se nutre de la verdad de la experiencia: «Abel era mi nombre y me mataron. / Podría haber sido niño y me mataron». Cuando a Panero esa perplejidad frente a la vida le llevó a desarrollar una poesía cada vez más hermética, a Azcona lo lleva por el terreno opuesto: mostrar, mostrar, ¿ves? Esto que está aquí, que no puedes negar es «El tormento del nacer muerto».

Todo este libro merece muchísimo la pena, aunque no he podido desprenderme de esa reescritura contestataria del Padrenuestro. No lo sabía, pero he vivido para esto, para leerla, para sentirme menos sola, para recrudecer mi lejanía con mi sangre. «Ah, la promesa de felicidad / que la inmunda iglesia ofrece / con su lengua falaz y embustera / que los tontos creen». Saber que no eres tonta, que no estás sola, que no han conseguido mantenerte cautiva, son tan sólo algunas de las muchas alegrías que nos regala esta lectura, con la belleza de la oscuridad que comprende toda certeza.


Prólogo brillante de Luisge Martín

Un libro brutal que debes leer


El hijo no deseado tiene la oportunidad de hablarle a su madre, de escribir sobre el abandono y la violencia provocada sobre su cuerpo por gente que tuvo la posibilidad de curarle de tanto abandono. Toda una vida truncada cabe en un poema. Pero un poema no remienda la vida que se ha roto. No otorga la venganza contra el padre abandónico, contra el padre violento, contra el cura pederasta. Cuando entras en este libro el lenguaje te sobrecoge, porque todo lo que hay aquí es verdadero, como sólo son verdaderas las cosas escritas con el corazón en la mano.

«Al borde de la nada» están estos poemas. Construidos con lo que queda de sentido, cuando te lo han arrebatado todo, o casi todo. La palabra como resistencia, como único paso por este miserable mundo. La poesía como esperanza, aunque eso no derrita el deseo de no vivir. Azcona se abre complementamente y nos regala un poemario punzante y poderoso. Que nadie deje de leerlo.

Reseña en Bestia Lectora de «Las crías cantaron al hambre» de Abel Azcona (Letraversal)

LAS CRÍAS CANTARON AL HAMBRE.
ABEL AZCONA.
LETRAVERSAL. 2021

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