«Geografía de la oscuridad», de Katya Adaui (Páginas de Espuma)

Un libro de cuentos que es tan luminoso como oscura la realidad que estalla en la vida de los personajes.

Reseña de «Geografía de la oscuridad», de Katya Adaui (Páginas de Espuma)

¿Merece la pena introducir el dedo, los tentáculos emocionales, en el pasado para tratar de ver si la memoria conserva la verdad de lo acontecido? ¿Merece la pena replantearse si lo sentido entra en consonancia con la realidad o es una ficción que retrata la incapacidad humana de trascender el dolor infantil? Estas son las dos preguntas que me vinieron a la cabeza mientras leía Geografía de la oscuridad, de Katya Adaui (Páginas de Espuma). Un conjunto de relatos donde lo monstruoso está tan vivo como la felicidad en el instante de vivirla. Como dice uno de los personajes: «Esto es la felicidad». Y es felicidad leer este libro. Que nadie se prive de ella.


Lo breve en discusión


En estos tiempos en los que tanto se defiende la economía del lenguaje, no viene mal recordar la importancia de las palabras justas. Esto, que se dice rápido, y que no significa las palabras adecuadas para decir las cosas sino todo lo contrario: las palabras que rodeen el sentido para crear una incógnita, una inquietud jurásica en nuestra comprensión lectora. Y eso es lo que encontramos en estos cuentos. El rescate de lo no dicho (y qué cansina soy a veces con esto). La posibilidad de nombrar la ausencia de memoria —«La anestesia general es una elipsis sin recuento. Desmemoria. Morirse y quizás volver»—. Es decir, narrar lo inenarrable.

Adaui coloniza el territorio de los sentidos al trabajar con un lenguaje adusto y a simple vista inflexible, con poco espacio para los matices. Se aferra a un discurso que concatena sintagmas que se interrumpen por acciones repentinas y mueven los cuentos hacia delante. Y creo que en este acierto reside la fuerza hipnótica de la lectura. Te obliga a estar ahí, a percibir todo lo que rodea al narrador para comprender los giros bruscos que va dando el lenguaje. Comenzar este libro es lanzarse por un trampolín, con la sensación de que un simple vuelco puede hacernos estrellar contra el suelo. Manos atentas, para asegurarnos y sostener estos relatos, entrar en ellos como quien entra en medio de la noche en una casa nueva. Esa tensión entre el dolor y la posibilidad es magnífica: sostiene de principio a fin el hilo de la narración, mientras ella se interrumpe, se entrecorta, duda... «La tierra escindida. Lo que picaba y lo que mordía. Doloroso pero no mortífero».

Hay algo de iluminación poética en esta estética. La valentía de romper con el curso normal de una narración para amoldar el lenguaje a lo que se quiere contar, y nunca al revés. De este modo, el impacto en quien lee es terminante. ¿Cómo resistirse ante una historia que siempre esconde algo, algo más? ¿Cómo no correr descalzos por un terreno oscuro donde lo único seguro es la piedra dura rozando los pies? En la buena tradición latinoamericana encontramos varios ejemplos de este tipo de lenguaje ocluso y breve —que es voz o verdad contenida por la forma—; pero no siempre, o no en todos los casos, nos sacude con la fuerza con que lo hace este libro sorprendente.


«Geografía de la oscuridad» de Katya Adaui (Páginas de Espuma) es un libro deslumbrante

Familia y memoria


Geografía de la oscuridad es un terreno crispado por la memoria. Los narradores, masculinos todos (y me gustan las mujeres que continúan formando voz en masculino), necesitan hacer un ajuste de cuentas con el pasado. Visitando a los pulpos de tres corazones o narrando situaciones conflictivas o traumáticas, quizá con el deseo que nos une a todos: la sensación de que, al pronunciarlo, el dolor se va a ir volando o dejará de estar tan presente, al menos por un rato. Pero el pasado es como un superhéroe con capa y antifaz, atraviesa el presente repentinamente, y lo llena de extrañeza: ahora me ves, ahora no me ves. Porque el dolor permanece para siempre y ajusta cuentas con el propio cuerpo de quien intenta trascenderlo. Ésta parece la lectura escondida de estos cuentos. Todos ellos ofrecen una visión inacabada de la infancia pero, sobre todo, de la memoria: el recuerdo, ¿cuándo y cuánto nos engaña? la memoria, ¿cuánto afecta —o dirige— nuestra manera peculiar de mirar y contar el mundo?

Todos estos relatos ponen en evidencia lo que bulle en el corazón de una familia donde algo no ha salido como se esperaba. La raíz de la comprensión está en la incomprensión. ¡Qué fuerte que sigamos catapultando al cielo una institución que se basa en esa idea de dolor obligado! «Y no es verdad que se entienden. Y no es verdad que no se entienden», leemos en el que podría ser uno de los mejores cuentos de este libro.

Historias que se han suspendido en el tiempo y que intentan recuperarse. Una madre que quiere conservar todo el tiempo posible las voces de sus hijos. Un padre que no sabe cómo ha ocurrido pero que se ha pasado la vida entera sin contemplar el corazón de su hijo sobre el mar. Todos cuentos que transmiten el desasosiego que es la vida familiar: los silencios, los secretos, la imposición de roles y la locura de la mortalidad que atiza nuestro corazón hacia arriba. Cuentos que, en definitiva, atentan contra nuestra cordura al recordarnos que lo importante sigue siendo invisible a los ojos.


«Geografía de la oscuridad» de Katya Adaui (Páginas de Espuma), un cuentario brutal

Ternura en el desgarro


La narrativa de Adaui tiene algo de teatral. Es escénica y está viva. Todo lo que ocurre está escrito y podría interpretarse. Y, sin embargo, no hay descripciones escenográficas. ¿Podríamos decir que es una fusión entre lo dialogal del teatro y lo visionario de la poesía? Quizá. O, al menos, esa es la línea que más rescato de la narración de estos cuentos. No hay grandes acontecimientos sino una urgencia por destacar lo que ocurre cuando ocurre. La necesidad de volver al pasado donde «Todo tiene marcas: centro incandescente, borde quemado» es quizá el gran motor que obliga a los personajes a asomarse a ese abismo que es toda memoria. Abismo e incendio. «La lumbre de mi padre es un incendio sin humo».

«Una vez, un domingo (¿la infancia es una sucesión de domingo en los que uno nunca se sentía solo?)». Este comienzo tiene el pulso y la incertidumbre de todos los cuentos que conforman este libro. La certeza de un pasado que no se vislumbra con claridad pero al que se le atribuye, en medio de mucha incertidumbre, un gramo de ternura, la inocencia de la primera mirada. La ternura aparece donde menos te la esperas, en un golpe de luz, en una brisa imprevista. Esta es la verdad oculta en estas historias.

Qué felicidad son estos cuentos donde «Hay muchas cosas que no sabes» y que nunca descubres, pero el pulso del relato se te queda metido en la sien. Qué felicidad recordar a través de Adaui que hay una literatura intensa y vivísima que se está escribiendo en Latinoamérica y que ofrece una diversidad fundamental al cuento de nuestro vasto idioma. ¡Que nadie deje de viajar sobre esta geografía oscura donde las voces espectrales anuncian posibilidad!


Reseña en Bestia Lectora de «Geografía de la oscuridad», de Katya Adaui (Páginas de Espuma)

GEOGRAFÍA DE LA OSCURIDAD.
KATYA ADAUI.
PÁGINAS DE ESPUMA.
2021

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