La viajera y la muerte

«Cuadernos perdidos de Japón» de Patricia Almarcegui (Candaya Ediciones) es un libro fascinante que nos propone una reflexión urgente en torno al viaje y a la muerte.

Reseña de «Cuadernos perdidos de Japón», de Patricia Almarcegui (Ediciones Candaya)

«El viaje ha muerto». Dice Patricia Almarcegui en Cuadernos perdidos de Japón (Candaya) que, pese a que muchos modernos creen haberlo descubierto, esto es algo de lo que ya nos había avisado Levi Strauss en 1955. En este libro descubrimos una vuelta al sentido del viaje, donde la literatura fundamenta los descubrimientos y el arte permite crear una diversa paleta que guarda la experiencia para siempre. La escritura de Almarcegui es cercana y surge de un contacto absolutamente sensible con el mundo y con los otros. Un libro donde «El yo como palabra está ausente, las escenas pueden describirse sin sujeto». Lo que podría devolvernos a la idea de que todo viaje, si así lo queremos, puede ser una experiencia colectiva.


Mujeres que viajan


Son muchas las palabras y las afirmaciones que tenemos que cambiar. Algunas tan sutiles y peligrosas que nos generan un miedo voraz. Que alguien llegue a pensar que en el gesto de no teñirse el cabello hay un acto de valentía o un signo de poder me parece peligroso. Porque quien viaja sabe que la valentía está en lo hondo; aguarda al final de las cosas, nunca se muestra de forma superficial. Un signo de poder no es viajar, es ser capaz de escribir un libro como éste. No hay valentía en viajar sola, hay confianza. Y aunque a veces las confundamos son ideas que no se parecen y que no siempre vienen de la mano.

La valentía está en publicar un libro como éste y recordarnos que todavía se puede concebir el viaje como una experiencia transformadora; en definitiva, que los viajes ruidosos y fiesteros o de visita para conocer la mayor cantidad de lugares posibles no nos devuelven nada, no nos sirve para evolucionar. Creo que en esta línea transcurre este libro fabuloso de Patricia Almarcegui. Y espero que todos lo lean, para viajar mejor.

En un viaje hay listas. Lo que debo llevar. No olvidarme de. Recordar chequear lo del pasaporte. Verificar tener los billetes. Lo que quiero hacer. Los lugares que mis amigos me recomiendan. Los lugares que la literatura me recomienda. Los lugares sobre los que no quiero leer porque quiero que me sorprendan. Y las cosas del viaje: «El encuentro / La pérdida / La sorpresa / La vuelta / El reconocimiento / La reflexión» Para que todo eso se dé hay que viajar con el corazón en la punta de los dedos; sin el excesivo ruido de las marcas y los espónsores, sin Instagram, sin el materialismo desorbitado de nuestro tiempo. Viajar como viajaba Annemarie, como quien interrumpe todo para reaprenderse. Como viajábamos antes, en los dosmil. Subidas a la camioneta de un desconocido Patagonia adentro. Sólo por ver el fin del mundo.

Pero el viaje también tiene su peligro. Pero el viaje también ha sido objeto de control. Cuando en mi adolescencia les dije a mis padres que me iba de mochilera con una amiga pusieron el grito en el cielo. Los peligros del viaje siendo mujer. Sigue siendo peligroso viajar, pero sobre todo porque ciertas creencias no han cambiado en siglos. Cómo va a viajar una mujer sola. Sin un hombre que la proteja. Una mujer sola, sin aquel que haga de insecticida contra la violencia de los que son como él. Quieren convencernos de que no debemos viajar si nos queremos. «Dos viajeras solas mueren en Ecuador».

Eran Marina Menegazzo y María José Coni. Tenían un par de años más que yo cuando me sujeté por primera vez al viaje. No murieron porque fueran solas. No murieron. Fueron asesinadas. No fueron asesinadas porque viajaran solas. Fueron asesinadas porque la violencia contra las mujeres es una costumbre que sigue sin ser desterrada de nuestras sociedades, de nuestra educación. No fueron asesinadas por ser mujeres. Fueron asesinadas porque la sociedad le dio a los hombres la voluntad de destruir lo que les rodea, como si el mundo les perteneciera. Pero el mundo es de todos. Y todos tenemos derecho a viajar. Y nosotras tenemos ganas de ejercer ese derecho. Y nadie va a asesinarnos en el viaje. La valentía está ahí; en no permitir que el miedo nos detenga. Viajar con miedo es algo que no debería sucedernos. Aunque sepamos que el peligro asoma. Vivir es peligroso. Aceptar esta idea, quizá, nos sirva para impedir que los embustes léxicos de la sociedad nos arrebaten las ganas de. Leer a Patricia es recordar que no estamos solas y que somos más fuertes de lo que quisieron hacernos creer.


Viajeras. Patricia Almacergui

Literatura y viajes


Entender el viaje como una perturbación del ojo. «Mirar de otra forma. Con perspectiva. Desde arriba, con altura, buscando la composición y las estructuras», escribe Almarcegui. La posibilidad de desarmarnos completamente para entender cómo se mira el mundo desde otro lugar, con otras creencias, con otras experiencias. Después del ojo, el tacto. Los dos sentidos más importantes de este libro y de toda viajera. «Sentir el mundo como si el corazón estuviera en la punta de los dedos». Una imagen que nos hace pensar en las pulsaciones percibidas en las yemas y que podríamos reformular como tocar el cielo con las manos o contener el mundo en nuestra palma. El viaje es eso.

La obra de Almarcegui nunca es definitiva. Y quiero decir, hay una cualidad híbrida en su escritura que transforma sus libros de viaje en relatos hipnóticos y sus novelas en espacios de conocimiento y aprendizaje. Por eso es tan fascinante y rica la experiencia de leerla. Sabes que vas a aprender algo y que te lo vas a pasar bien. Este libro no es la excepción. De hecho, se nota un gran trabajo de concisión, que a veces se echa de menos en los diarios o en los libros de viaje. Un verdadero cuaderno de viaje, donde las experiencias se superponen y las sensaciones son ondas eléctricas que varían constantemente. A lo largo de la lectura, sus palabras nos sacuden y alteran nuestro ojo.


Libro de viaje de Patricia Almarcegui

El cuaderno de la muerte

Cuadernos perdidos de Japón es un libro sobre la muerte. Y esta lectura poco canónica, y quizá torcida en exceso, creo que es la que más me ha interesado. ¿No es todo viaje una pérdida? ¿Quizá el hecho de abrirse para ser transformado por la experiencia condicione esa ruptura con el yo previajado? «Lo escribió José Angel Valente y era algo así: las experiencias sólo terminan cuando se escriben». En esa analogía que nos gusta tanto, en la que pensamos la vida como un viaje, y la lectura también («no hay mejor nave que un libro», escribió la Dickinson), se construye la mirada de la muerte. Atravesada en todo momento por la literatura; como cuando Almarcegui se refiere a los poemas supuestamente escritos casi en el trance entre vida y muerte. Dice: «A veces pienso que no es posible que se escriban en el umbral de la muerte, porque creo que nadie podría escribir en ese estado algo así: "Salto ahora al abismo de la muerte. / El suelo se deshace, / el cielo gira" (Rankey Doryu). ¿O sí podría?».

Es un libro que tira abajo la mirada sobre Oriente. «Oriente y Occidente no han estado tan separados como nos han contado», escribe y desarma poco a poco el argumento separatista, mostrándonos los puntos en común. ¿Realmente en Occidente no hemos deseado y buscado la paz, el contacto con un yo espiritual que aporte una dimensión distinta a nuestra identidad? ¿Qué es o quién es Oriente? ¿Qué es o quién es Occidente? Preguntas como ésta se nos irán apareciendo como chispas de luz, para entender el viaje, es decir, la vida, es decir, la experiencia emocional arraigada a nuestro cuerpo mortal.


Una exploración del viaje desde la literatura

El arte de viajar


El movimiento es otra de las cosas que caracteriza el viaje. ¿Qué otra situación puede tocar tan de cerca la muerte? ¿Qué movimiento nos asusta más que ése? «Hay cosas que se deben aprehender en su movimiento». Aquí la identidad de un libro que no se decanta por un camino único. Un texto donde la voz interior se mezcla con las voces colectivas de la literatura universal, donde oímos los ecos de viajeras fascinantes como Annemarie Schwarzenbach o Martha Gellhorn y donde el discurso de Almarcegui nos advierte que el viaje nos acerca a lo desconocido (que nunca es ese museo famoso o esa estatua en la que nos hacemos la foto). «El objeto del artista es captar el impulso vital del macrocosmos e inyectarlo en el microcosmos». La viajera como una artista. El viaje como una responsabilidad vital. La visita a Japón como la posibilidad de volver a casa para mirar las mismas cosas desde otro lugar. «Voy a aprenderme los nombres de las plantas y de los pájaros de mi jardín».

Éste no es un libro sobre Japón. Éste no es un libro sobre el concepto de viaje. Es un texto lúcido sobre la experiencia de estar vivos, sobre las imposibilidades y los miedos aprendidos, sobre las limitaciones de una sociedad consumista que nos quiere convencer de que la seguridad nos la pueden dar los otros. Es un libro sobre Japón y su literatura, sí. Pero es sobre todo una mirada en torno al vínculo estrecho que nos une a los humanos, independientemente de la geografía que habitemos o que ansiemos visitar. Es un libro sobre la muerte. Sobre el dolor de la despedida. Y también, sobre la alegría del descubrimiento. Sobre la alegría de viajar. Sobre la alegría de vivir. «La belleza es hoy un acto político», escribe Almarcegui. Con un lenguaje bellísimo y colorido, donde hay apuntes poéticos y un empeño por hacer de la palabra un canal estético para atravesar el viaje desde dentro, Almarcegui nos entrega su voz de viajera experimentada. ¿La escuchamos?

«Sentir el mundo como si el corazón estuviera en la punta de los dedos». Nada hay más hermoso que esta sensación. Quienes amamos viajar lo sabemos. Quienes no aguantamos el viaje como concepto moderno lo sabemos. El viaje no ha muerto si nosotros viajamos con el corazón en la mano. ¡Eso, creo, nos viene a decir Almarcegui, en un libro que nadie debería perderse!


Reseña en Bestia Lectora de «Cuadernos perdidos de Japón», de Patricia Almarcegui (Candaya)


CUADERNOS PERDIDOS DE JAPÓN.
PATRICIA ALMARCEGUI
CANDAYA EDICIONES.
2021.

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