Nuestra primera vivencia es una negación. De ahí en adelante todo es pérdida que se abre camino en una vida que nos abisma contra el tiempo. Leo a Lou Andreas-Salomé como quien teje hilos comunes con hermanas invisibles que le tienden la mano. Hay algo que nos ofrece la mirada de nuestras maestras literarias que es poderoso, y es la posibilidad de sentir que esta soledad es compartida. En el Día de la Mujer me había propuesto una lista de recomendaciones de buenísimas escritoras; sin embargo, ha tirado de mí el deseo de hablar de la fe perdida, que en Lou Andreas-Salomé es la experiencia más brutal.
La biblioteca en cenizas
¿Por qué los soldados nazis esperaron a que Lou muriera para entrar a su casa? Es una pregunta que hace tiempo me ronda. Tenía todas las de perder: era anciana, había contravenido todas las leyes morales y profesaba una fe ciega a la libertad. Sin embargo, esperaron. Cuando Lou Andreas-Salomé falleció, el 5 de febrero de 1937, en su última casa de Gotinga, la Gestapo esperó los días de duelo y envió a un grupo de soldados para allanar la casa. No se llevaron nada, la incendiaron. La inmensa biblioteca, que había pertenecido a Lou Andreas-Salomé y a su esposo Friedrich Carl Andreas, desapareció para siempre. La diosa ignífuga, la llamó acertadamente Antonio Lucas en su semblanza sobre esta mujer fascinante. La primera mujer moderna, la mujer fatal, la intelectual que fascinó a las mentes más brillantes del siglo. La escritora a la que Anaïs Nin le dedicó una biografía Lou Andreas-Salomé: mi hermana, mi esposa. Una biografía.
Las memorias de Lou Andreas-Salomé, recogidas en Mirada retrospectiva y traducidas por Alejandro Venegas para Alianza Literaria son un recorrido a través del pensamiento de esta mujer fascinante pero también el registro intelectual de aquel tiempo tan fructífero y que tanto nos dejaría. La complicidad y la fluidez del intercambio cultural del siglo XX sigue maravillándome. Imagino a todos esos grandes intelectuales escribiéndose cartas en las que debatían sus ideas y sólo puedo pensar en la decadencia del diálogo en nuestro siglo. En aquella época de gran ebullición intelectual se estaba consolidando el pensamiento occidental y lo hacía de la forma más hermosa posible: a través del diálogo, del debate, de la posibilidad siempre de la palabra. No resulta extraño entonces que esas voces aún sean referentes ineludibles del valor del pensamiento.
Imagino a Lou Andreas-Salomé como una mujer irresistible. No sólo era sensual y bellísima, a juzgar por las pocas fotografías que tenemos de ella, estaba tan abocada a aprender cosas y a estudiar el mundo y a las personas que todo lo que tocaba lo convertía en luz. Se relacionó con algunas de las mentes más destacadas de la época y en sus memorias nos cuenta cómo fue su encuentro con ellas, y nos da también algunas claves para entender sus legados. Su amistad con Nietzsche, Malwida von Meysenbug, Rilke, Rée y Freud encuentra en este libro forma y sentido. ¿Qué atraía tanto a Salomé de estos hombres? ¿Qué la volvía a ella irresistible intelectualmente?
La libertad en el deseo
La vida de Lou, desprendida de los valores morales de entonces, comprometida con su tiempo pero sin renunciar a su deseo; defendió su libertad en todas las facetas de su vida. Y por eso la amamos. Toda la obra de Lou versa sobre la libertad pero, en un tiempo de censura machista, tuvo que trabajar mucho por conquistar la propia. La libertad en el deseo y la identidad son quizá los dos temas que más le obsesionaron. Y su forma de abordarlos fue a través de una indagación en el espíritu humano, en las miserias que nos empujan a la tristeza y a la dependencia emocional. La adquisición de un sentido vital mucho más profundo e indeleble incluso que la propia escritura es la gran luz que disipa cualquier sombra posible en su pensamiento. Para muchos fue la primera mujer moderna, voz y canto que iluminaría la obra y la vida de muchísimas otras mujeres que se convertirían a su paso en nuevas modernas, cada una a su manera. Me gusta pensar en ella de esa manera: la primera, la que nos permitiría descubrir nuevas formas de deseo y de apropiación identitaria.
«Nuestra primera vivencia es una negación». Con esta contundente sentencia de Lou comencé este artículo. Quizá podría reunir la semilla de toda su obra. En ella, esa negación se vio reflejada en la aceptación de una soledad absoluta, que no necesariamente estuvo desprovista de erotismo. Su primer gran duelo lo vivió en el paso a la adolescencia al separarse de la religión, al sentir el llamado de una verdad que la Iglesia no podía abarcar. Quien haya vivido una experiencia similar sabe que el paso de la fe fervorosa y casi mística al ateísmo viene acompañado de un vuelco rotundo. Una nave gigantesca que de pronto zozobra en la peor de las tormentas.
Cuesta no sentir la fiebre del deseo de recuperar lo perdido. Así lo escribe: «Perder la fe e intentar imitar para recuperarla». Intentar abandonar el deseo para mantener una vida estructurada que funcionaba. Pero como sólo funcionaba de forma precaria y superficial, todo esfuerzo de compostura es estéril. «Mi separación de la Iglesia no significó ningún tipo de acción despechada ni de manía», escribe. Emprendió entonces una lucha con la razón y el espíritu, deseosa de recuperar ese fervor que antes la acariciara. Pero fue imposible. «Me resultaba totalmente imposible obligarme a hacer lo que se me pedía, aunque sólo fuese pro forma». Hay un tono de belleza terrible en su escritura. El vacío experimentado en el espíritu coincide con su primera decepción amorosa. La vida comenzaba a torcerse y ella abría las alas. «Hubo un temeroso plegar de manos por las tardes, desesperada y humilde, como una pequeña extranjera que clama desde el borde más de extremo de una gran soledad hacia lo increíblemente lejano». Podría haber insistido infinitamente en ese aproximarse forzado a algo completamente otro, ajeno, pero en lugar de eso emprende un viaje hacia el propio corazón para indagar en la fuerza que nos mantiene vivos cuando ya no tenemos fe. Quizá la pasión, la veneración, como ella llama a esa fuerza interior que nos impulsa, haya sido su gran tabla de salvación. Porque en el vacío no hay luz posible. Escribe: «Si la humanidad perdiera la veneración, cualquier tipo de creencia, aun la más absurda, sería preferible».
Leer a Lou es viajar por una Europa ya extinta para hacernos las preguntas que nos han llevado al punto en que nos encontramos. El mundo intelectual occidental y la relación con la tradición eslava. En estos días estoy pensando mucho en esto que ella escribe sabiamente en torno a los años veinte (hace más de cien años). «Sólo contemplando la Vieja Rusia cabe comprender lo por venir, porque ésa es la única forma de evitar el malentendido de tanto viajero que recorre hoy el país». Extrapolable a todas las miradas que hacemos sobre el mundo de los otros, sobre aquel otro cercano y a la vez tan desconocido. Y sobre todo en este tiempo nefasto que nos toca vivir.
Lou, la mujer moderna. Fue la primera en ser aceptada en el elitista Círculo Psicoanalítico de Viena, la primera comunidad científica dedicada a la salud mental. Una especie de cuartel intelectual formado por un grupo de hombres afines al psicoanálisis que proponían formas de entendimiento sobre la conducta humana. Participaban de ella Sigmund Freud, Alfred Adler, Carl Gustav Jung, Sándor Ferenczi y Carl Alfred Meier. También entraría en este círculo Sabina Spielrein, otro personaje fascinante que ha sido eclipsado por las voces masculinas de sus contemporáneos. Quizá deberíamos hacer un paréntesis para dejar plasmada la injusticia cometida contra ella: algunos de sus descubrimientos fueron firmados por Freud y Jung y durante el Holocausto fue asesinada junto a sus dos hijas por la Gestapo.
La injusticia del patriarcado. Lo que le ocurrió a Salomé no fue tan distinto. Sería recordada durante muchos años como la mujer irresistible que conquistó el corazón de los hombres más brillantes de su generación. A partir de la publicación de sus memorias se despertó un interés en su pensamiento que derivaría en la publicación de algunas de sus obras, aunque nunca el nivel de atención que le hemos brindado está equilibrado con la magnitud de su legado literario y vital. Su interés en la mente humana la llevó a desarrollar sus propios estudios en torno a la sexualidad femenina. El erotismo y Ruth son dos lecturas que pueden servir para atisbar el pensamiento inmenso de esta escritora en torno al deseo y las relaciones sexuales.
La escritora que se hizo a sí misma
La segunda gran pérdida de Salomé fue la amistad con Nietzche. Este hecho marcó la ruptura de un triángulo intelectual que se había gestado entre ellos y Paul Rée, del que se conserva una foto que a mí me descose. Dos hombres delante de un pequeño carro simulan dirigirlo. Son Nietzche y Rée. Una mujer en un segundo plano, subida al carro con una pequeña fusta en la mano. Es Salomé. ¿Qué tenemos que entender de esta imagen ambigua? A mí lo que realmente me interesa es saber por qué se ha conservado. Por qué se ha convertido en un símbolo de ese trío. Y las respuestas que me surgen vienen cargadas de azufre y pesimismo. La pérdida de Salomé fue causada por la incapacidad de Nietzche de verla realmente como una mujer libre, y, como la pérdida de cualquier amistad importante, fue un golpe duro para ella. En su obra encontramos numerosas alusiones a este momento pero, sobre todo, algunas pautas para comprender el pensamiento de Nietzche.
Su amistad con Paul Rée tuvo un mejor futuro; quizá porque él supo entender y respetar su libertad. Juntos pasaron largas temporadas viajando por Europa, descubriendo el mundo a través de la palabra y en sintonía con algo que estaba por encima de ellos. Aunque Rée le propuso matrimonio y Salomé lo rechazó, la relación entre ellos no se rompería nunca. Leemos: «Tuve que hacerle entender [a Paul Rée] a qué me disponía mi vida amorosa, "concluida para toda la vida", y mi afán de libertad totalmente desencadenado». Y aquí encuentro lo más interesante y fascinante de esta mujer: su empeño por negar su libertad, por no abandonar su más preciado bien. Su afán por conocer mundo y construir su propio pensamiento al margen de cualquier pauta impuesta por la época. Incluso cuando finalmente se casó, con el iranista Friedrich Carl Andreas, no renunció a su libertad y a sus encuentros con Ree, con Rilke. Mantuvo sus viajes, su intercambio epistolar, su corazón siempre libre y dispuesto para encontrar algo que no se mostraba con claridad. Comprendió a tiempo que para crear y para pensar lo único que necesitamos es nuestra íntima soledad. «Todo proceso artístico entraña un fragmento de semejante peligro, de rivalidad semejante hacia la vida».
En Lou Andreas-Salomé la pérdida es una constante. He rescatado dos momentos que veo como cruciales, que hilan su obra y la conducen y reconducen. Toda su vida contra la moralina de una sociedad estrecha. Toda su vida luchando para ser reconocida como una mujer pensante, como una intelectual completa. En ella se cumple lo que ella escribió «No hay vida plena sin disposición para la lucha». Lou Andreas-Salomé, la moderna, la amante, la escritora que construyó su propio destino y que entendió que la única forma de trascendencia o realización es abrazar la soledad con toda la libertad que dispongamos. Lou Andreas-Salomé: mi esposa, mi hermana.
0 Comentarios