Me gusta la literatura que se desborda, donde lo mismo puedes entender el funcionamiento de una locomotora que descubrir los misterios de la mente humana. Me gusta la literatura que sin reparo alguno escarba en cimientos imposibles y se construye desde la asociación insólita. Por eso me interesa cierta literatura estadounidense. Por eso leo cada libro de Richard Powers como si fuera el primero. Ahora que Alianza de Novela acaba de publicar Desconcierto, su novela más reciente, me parece una buena ocasión para hablar sobre la fascinación que despierta en nosotros este novelista. Y sobre todo, con la alegría de que vuelva en la traducción de Teresa Lanero, que sea ella quien apostille su aterrizaje en nuestro idioma.
Richard Powers en la voz de Teresa Lanero
Ninguno de ustedes ha leído a Fitzgerald porque no existen buenas traducciones de su obra. En un club de lectura del que participé una de las lectoras se puso de pie y dijo eso. Cuántas veces nos topamos con gente que menosprecia el trabajo de los traductores con comentarios que, de fondo pueden leerse como «yo podría haberlo hecho mejor», aunque nunca quienes hacen esos comentarios se dedican a eso. Hay un síntoma peligroso en ese tipo de comentarios; por un lado reflejan un desconocimiento total de la difícil tarea que supone traducir literatura y, por otro, una falta de rigurosidad en el uso de la palabra y la crítica. En este mundo en el que parece que todos podemos opinar de todo no faltan los que sin dar pruebas de conocimiento alguno descalifican sin piedad el trabajo de otros. Pasa en la vida no va a pasar en la literatura. Parece un detalle pero creo que es un tema preocupante que deberíamos analizar.
Casi todas las personas tenemos la capacidad de aprender otros idiomas, así como casi todos podemos aprender los rudimentos de nuestra propia lengua y llenar un cuaderno; y sin embargo, no todos tenemos la habilidad de atravesar el sentido de una obra para traducirla o de escribir una buena historia y cambiarle la vida a otra persona. Tengo la sensación de que antes apreciábamos más las individualidades; antes, cuando el mundo era una construcción conjunta y el hágalo usted mismo no nos había convertido en autómatas polifacéticos. ¿Por qué nos cuesta tanto confiar en el trabajo de los otros? Me desconcierta esa actitud. ¿No deberíamos estar agradecidos por esa entrega generosa de un traductor a la obra de determinado escritor o escritora? Traducir es escribir, afirman los que saben, y a mí me encanta confiar, despegarme de los miedos y asumir que siempre, cualquier lectura es un desvío para llegar al mismo sitio. Y estoy deseando volver a Powers para abandonarme en los brazos de Teresa Lanero, observar ese universo complejo desde su laborioso trabajo.
La dificultad de traducir a Powers, ha confesado Teresa en alguna entrevista, es que en un mismo libro no sólo hay un profundo análisis de la realidad, sino también un vocabulario extensísimo y una mezcla de jergas profesionales que complejizan el trabajo. Si a esto le sumamos el empleo de un lenguaje poético y la amplitud de su universo, podemos asumir que la dedicación que requiere es intensa. Cómo no estar agradecidos con semejante labor y entrega. Cabe señalar que Lanero es una traductora de larga trayectoria: ha trabajado con editoriales como Errata Naturae, Nocturna, Paidós y AdN (Alianza de Novelas). En 2020 su traducción de El clamor de los bosques le mereció el Premio Esther Benítez. No creo que fuera justa si escribiera sobre mi fascinación con Richard Powers y me olvidara de ella.
La plasticidad de la memoria
Con su libro El clamor de los bosques (traducción de Teresa Lanero- AdN), Powers recibió el Premio Pulitzer en 2019, gracias a lo cual se tradujeron en España dos de sus novelas anteriores: El eco de la memoria y Orfeo. Personalmente, estoy completamente enamorada de su estilo y de su universo literario. Hay muchas razones para recomendarlo pero voy a decantarme por el dibujo brutal de sus tramas. Sus novelas se desarrollan en círculos concéntricos: acontecimientos que van dibujando un mapa espiralado cubierto de ramas y posibilidades, y donde el latido de la escritura intenta poner en palabras la pulsión vital, esa asombrosa capacidad humana para amar y (al mismo tiempo) para destruir lo que se ama. Un tema en el que la memoria juega un papel determinante. Y es, quizás, la memoria el gran hilo conductor de todas sus novelas.
El clamor de los bosques es la historia íntima de un grupo de inmigrantes y su relación con la aparición y exterminio de especies de árboles. El punto de partida enlaza con la tradición literaria e histórica del país y nos va conduciendo por carreteras infinitas para entender la relación de las personas con la tierra y con los bosques. La memoria aparece como una cosa plástica que, tanto en la experiencia íntima como en la colectiva, tiene rajas y espacios en blanco por donde se asoma la herida y también la esperanza. La memoria aquí como capacidad natural de los bosques para recuperarse de la devastación y las enfermedades, y de los seres humanos para sostenerse en pie en medio de las catástrofes. La reflexión sobre la inmensa responsabilidad que tenemos con los demás cohabitantes del planeta es uno de los ejes de toda la trama, porque Richard Powers también nos regala su devota fascinación por el universo animal y vegetal y su preocupación por nuestra huella ecológica.
En El eco de la memoria (traducción de Jordi Fibla Feito -Literatura Random House) la perspectiva del análisis sobre la memoria se encuentra enfocado desde las emociones. Un hombre, Mark Schluter, tiene un accidente automovilístico del que sale misteriosamente con vida aunque con severas consecuencias; debido a las lesiones desarrolla el síndrome de Capgras, que afecta su sistema emocional, llevándolo a no reconocer a su propia hermana.
La memoria es plástica aquí. Mark puede reconocer cada hecho del pasado, recordar con cariño a su hermana, pero no es capaz de vincular el afecto del recuerdo con la persona que tiene delante. De fondo hay una observación sobre el sistema sanitario y los métodos de diagnóstico en situaciones como ésta. Y, como en toda la obra de Powers, un estilo lírico donde no falta misterio ni una pregunta intensa sobre nuestra identidad, ¿qué nos constituye? ¿qué nos sostiene? El vínculo con la naturaleza se incorpora aquí con la presencia de las grullas canadienses que ofrecen un espectáculo migratorio único. Las grullas, cuya supervivencia también se encuentra en peligro debido a las acciones humanas. Con la desaparición del último integrante de la especie todo lo aprendido y cuidado durante generaciones desaparecerá para siempre. Otra vez la memoria.
La música que nos salva
«La restauración de lo perdido y la derrota final del tiempo». Éste es el gran objetivo de Peter Els, el protagonista de Orfeo (traducción de Teresa Lanero- AdN), un compositor octogenario que vive aislado en compañía de su perra Fidelio. La gran devastación que supone nuestro paso por este mundo y la estúpida dirección que damos a nuestra ambición, dejando morir aquello que podría habernos salvado, provoca una obsesión específica en él: la posibilidad de conseguir escribir una partitura en un cuerpo vivo, para evitar que se desvanezca con el tiempo y, a la vez, que evolucione a través del mecanismo evolutivo de los organismos. En un improvisado laboratorio consigue manipular un organismo unicelular (una bacteria Serratia marcescens) para grabar en ella una melodía. Pero el experimento sale mal, porque se siembra la paranoia colectiva en torno a sus actividades y es acusado de actos terroristas. Peter se convierte en un prófugo de la justicia.
La memoria aparece aquí como la gran condicionante del deseo. Por un lado, es la que conduce a Els hacia el pasado, para repensar su vida entera; por otro, su gran ambición también tiene que ver con la memoria: la posibilidad de conseguir una partitura eterna, que sea tan duradera como la vida de una bacteria (los organismos que guardan el secreto de la inmortalidad). Escribir desde las pausas, componer en un rango inaudible. «Todo está enrollado ahí, en las frecuencias inaudibles». Y aunque no lo sabe su gran objetivo es entender la magnitud de la música, y reconocer su torpe forma de interpretarla a lo largo de su vida. «Nunca debí dejarlas a ti y a Sara por la música. Ni siquiera para cambiar el mundo (...) Ya teníamos música. Toda la música que cualquiera hubiera deseado».
En última instancia, Orfeo es una declaración de asombro y pasión por la música, que entronca con la tradición griega. Peter también debe bajar al inframundo para salvar a Eurídice, aunque en su caso ella sea una representación de él mismo y de su pasado. ¿Qué es la música y qué hace con/de nosotros? ¿Es acaso la música una entidad preexistente que sólo interpretamos? Estas preguntas provocan una espiral de reflexiones y posibilidades a lo largo de toda la novela. Los amantes de la música encontrarán un regalo inmenso en esta lectura, porque es una novela-viaje a través de la obra de composiciones estremecedoras. En mi caso, me reencontró con «Las canciones de los niños muertos de Mahler» y siempre estoy agradecida con los libros que me devuelven a la música que en algún momento fue bote de salvación. Creo que este libro puede representar un poco eso: un viaje al inframundo para salvar nuestra relación con la música y la memoria.
La novela que contiene un mundo
Powers es complejísimo. Con una capacidad asombrosa se zambulle en los entresijos del lenguaje neurocientífico con la misma facilidad con la que cita a los griegos o que establece reflexiones sobre musicología, inteligencia artificial o física cuántica. Leerlo es aceptar que los campos del conocimiento no están delimitados y que en un mismo libro cabe el mundo entero, con sus particularidades y sus sombras alargadas. Tengo la sensación, sin embargo, de que sus novelas en torno a la memoria íntima y a las paranoias colectivas; parece, la memoria, una obsesión siempre presente que se estira en obras descomunales e insólitas, donde la asociación de temas y acontecimientos nos invita a abordar la lectura con total apertura, con el asombro de la primera vez.
La obra de Richard Powers es alucinante. No hay tantos narradores que, pese a tener un estilo que podría avecinarse al de ciertos escritores de culto, hayan conseguido conquistar a un amplio abanico de lectores, no necesariamente vinculados al mundo de la literatura. Y quizá, me atrevo a decir, el gran secreto es que ha sabido captar la esencia que nos integra: somos criaturas anfibias, portamos la sangre de nuestros ancestros pero también la llama de nuestra descendencia (brotes del mañana), como un bosque inmenso que evoluciona y se defiende contra la plaga. Y a lo mejor la memoria sea nuestra única y verdadera arma secreta contra la devastación del tiempo.
Me gusta la literatura que se desborda y me gustan las líneas traductoriles que aportan coherencia a los buenos escritores. Por eso, que en España las últimas novelas de Powers hayan sido traducidas por Teresa Lanero, me parece maravilloso. Una misma voz que destila lirismo y precisión estética. También quería que este artículo fuera eso: una carta de amor y agradecimiento al trabajo exquisito de Lanero y, en ella, a todos los traductores que, generosamente, nos permiten asomarnos al amplio mundo de los libros. Depositar nuestra confianza en ellos es el mínimo gesto de amabilidad que podemos tener hacia su imprescindible labor.
«Nosotros estamos hechos para el arte...
estamos hechos para la memoria...
estamos hechos para la música...
O posiblemente...
O posiblemente estamos hechos para el olvido»
estamos hechos para la memoria...
estamos hechos para la música...
O posiblemente...
O posiblemente estamos hechos para el olvido»
[Orfeo. Richard Powers]
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