«No me llames loco, no te llamaré idiota», de Cristina Sanz Guerra (Viento Norte)

La ópera prima de Cristina Sanz Guerra nos descubre a una autora capaz de remover nuestro centro.

Reseña de «No me llames loco, no te llamaré idiota», de Cristina Sanz Guerra (Viento Norte)

Un hermano, dice Adrián que le gustaría tener. Un hermano que cuide de él, como solía hacerlo su madre. Hay muchas personas que están pendientes de su bienestar, pero ninguna de ellas es su madre. Un hermano podría volver más divertida y llevadera la vida, piensa. Y entonces, aparece Jorge. «A nadie le importa lo que hay en mi cabeza», escribe Jorge. Todos quieren hablar y darle órdenes. Lleva una vida ordenada, pero se siente solo. En su primera novela, No me llames loco, no te llamaré idiota (Viento Norte), Cristina Sanz Guerra nos presenta una historia tierna a la vez que crítica. Dos personajes que viven en ese extraño espacio fronterizo donde habitan los olvidados sociales, ese territorio que cobija las vidas de las almas abandonadas por la sociedad. Una novela estimulante que nos sacude y nos obliga a replantearnos muchísimas cosas importantes.


Un otro habita una realidad precisa


No me llames loco, no te llamaré idiota nos cuenta la historia de dos personajes: Adrián y Jorge, a través de sus diarios. Avanzamos en la historia leyendo las entradas que escribe cada uno y, poco a poco, se va armando la realidad narrativa de esta novela.

Jorge y Adrián son distintos, pero se parecen en algo: ambos pertenecen a grupos invisibilizados, apartados socialmente. Grupos, escribo. Pensamos en las personas como Jorge y como Adrián como si formaran un todo; no somos capaces de verlos como criaturas independientes, con sus realidades particulares y sus sueños únicos. Y creo que el gran empeño de Cristina Sanz Guerra es mostrarnos esas peculiaridades y correr el tupido velo para que seamos capaces de empatizar con ellos. Con Adrián —un hombre de cincuenta años con discapacidad intelectual que vive solo y tiene una vida ordenada, pero que no tiene con quién compartir su día a día. Su única contención proviene de tres mujeres profesionales de la salud, que lo atienden, le organizan la rutina y son su punto de apoyo. Pero Adrián, escribe, quiere un hermano— y con Jorge —un joven con una enfermedad mental severa, que no se define técnicamente pero que podría ser esquizofrenia. Vive en un hospital de salud mental al que denomina "centro" y aunque desea salir e independizarse, se enfrenta a la negativa del sistema, que argumenta que no está preparado para vivir solo. Sobrevive a la soledad leyendo y releyendo a Milan Kundera—.

«Jorge y yo somos raros y no nos parecemos en anda. Fernando también es raro, mamá, a su manera, también era rara, porque es raro ser tan buena persona. Ella no solo era rara, era única», escribe Adrián. La cercanía con los otros no se proyecta en las diferencias sino en aquello en lo que nos parecemos. Y todos necesitamos (o deseamos) sentirnos amados, confiar en que somos importantes para alguien. Por eso Adrián quiere un hermano; porque por mucha contención institucional que reciba, por ordenada y cómoda que sea su vida, necesita levantarse pensando que hay alguien que ansía verlo, alguien con quien compartir su vida y construir una relación de ida y vuelta. Quizá lo que necesita es encontrar a alguien que no lo vea como una criatura dependiente, y que lo inspire a probar cosas nuevas y a poner a prueba sus límites, independientemente de lo que otros le hayan hecho creer. ¿Podría ser Jorge esa persona?

Jorge y Adrián coinciden por casualidad, y comienzan a verse. Ambos son hijos de un mundo lleno de prejuicios, y los dos temen que el otro, al descubrir el secreto de su identidad, se aparte y vuelvan a quedarse solos. «Algún día le contaré todo, le hablaré de las drogas, de las alucinaciones, del psiquiátrico, de mi detención...», leemos en una de las entradas de Jorge. Ese temor que ambos experimentan de forma íntima está muy bien planteado en sus diarios. A través de él, Cristina Sanz Guerra nos invita a pensar en cuáles son nuestros propios prejuicios, y reflexiona sobre las autonarrativas, que a veces nos condenan a la tristeza o al autodesprecio.


Reseña de «No me llames loco, no te llamaré idiota», de Cristina Sanz Guerra (Viento Norte)

La literatura que nos sana (y salva)


¿De qué manera nombrar una existencia socialmente invisibilizada? ¿Cómo afrontar de forma sincera la narrativa de los olvidados? Quizá se haya hecho estas preguntas Cristina Sanz Guerra antes de poner la primera palabra de esta bellísima novela. A lo mejor la palabra llegó como fluyen los pensamientos cuando son auténticos, y no sabemos de dónde vienen. Sea como sea creo que ha escogido el camino más difícil, el de narrar desde la voz del otro. ¿De qué otra manera contarnos la historia de una criatura desplazada?

La literatura siempre buscando entender desde otro lugar. Pero no, esta novela se mete en el corazón del asunto y desde ahí nos invita a mirar cómo miran los ojos de alguien que se sabe desplazado. El género elegido, el diario intimista, parece una decisión absolutamente lúcida para ello. «Creo que a él le gustaría que la vida fuera como una película de Pixar y, al mismo tiempo, conoce la vida mejor que yo». Quizá no es del todo correcto decir que estamos frente a una novela, porque en verdad es más bien un compendio de entradas en los diarios de los protagonistas; sin embargo, la intención es narrativa: esos diarios se centran en los acontecimientos y en la forma en que los diferentes hechos impactan en sus respectivas psiques. El tono íntimo nos permite conocer sus mundos de una forma sincera, como si nos estuvieran contando su historia a nosotros, a ti, a mí. Éste es uno de los grandes aciertos del libro y revela, creo yo, la gran intención de esta obra: estimular en nosotros la empatía y la comprensión de otras realidades. Y me parece ésta la más hermosa razón para leer cualquier cosa: ponernos en el lugar del otro. Si la literatura no sirviera para eso, no tendría sentido dedicarle nuestra vida.

Esta novela se lee entonces como una larga conversación silenciosa: la interacción entre dos monólogos que van construyendo una historia de amistad y superación. En un mundo tan dividido donde se nos invita a creer que podemos lograr lo que queramos (cosa falsa) y que lo único que puede salvarnos es el brillo y el optimismo idiota (cosas falsas y cansinas también), encontrarse con una novela así provoca una alegría súbita. Que alguien nos invite a entrar en la vida de dos personas olvidadas por la sociedad para, de una forma cercana, visibilizar su realidad, me parece necesario y maravilloso. Y me parece interesante que la autora haya elegido centrarse en dos criaturas así para reflexionar sobre una problemática más amplia. Plantear una realidad de carne y hueso, porque sólo así podemos abrir los ojos. Otra cosa de este tiempo es mostrarnos el dolor a cara descubierta, atosigarnos con la violencia del mundo, para conseguir que se nos agote la percepción, y ya no nos afecte. Pero cuando la realidad que se abre ante nosotros es tan precisa, tan verdadera, no podemos negarnos al entendimiento, a la empatía. Por eso, cuando terminamos de leer No me llames loco, no te llamaré idiota sentimos haber estado con Jorge y con Adrián, y los queremos como si siempre hubieran formado parte de nuestra vida. Y ésas son las cosas lindas que pasan con la literatura, cuando la escritura es sincera.


Reseña de «No me llames loco, no te llamaré idiota», de Cristina Sanz Guerra (Viento Norte)

La amistad que renueva


Cristina Sanz Guerra trabaja con las dos experiencias que, quizá, sean las que con más violencia terminan definiéndonos, las que colaboran con el relato que nos contamos de nosotros mismos: el abandono y los prejuicios. La orfandad es el tema en común entre los personajes pero, mientras en el caso de Adrián tenemos a una madre que intentó ordenarlo todo para que su hijo tuviera un círculo de contención, en el caso de Jorge la familia está ausente. En ambos la orfandad produjo comportamientos opuestos. Y también en ambos la relación con el mundo se vio condicionada de forma distinta por esa experiencia. Los prejuicios, también han definido la forma en la que cada uno se ve. El gran desafío es que en el intercambio con el otro aprenden a mirarse de una forma nueva, a reconstruir ese relato, dejando atrás el abandono y la mirada prejuiciosa que pesa sobre ellos. ¿Lo conseguirán?

La cercanía del registro, la ternura con la que Cristina se acerca a estos personajes y, al mismo tiempo, el empeño por poner en palabras la herida de nuestra sociedad y las miserias del sistema creo que son buenas razones para acercarse a esta novela. Tengo la sensación de que todos podemos aprender mucho de estos dos amigos y de su hermosa amistad. Que nadie se pierda esta primera novela de Cristina Sanz Guerra.


Reseña de «No me llames loco, no te llamaré idiota», de Cristina Sanz Guerra (Viento Norte)

NO ME LLAMES LOCO, NO TE LLAMARÉ IDIOTA
CRISTINA SANZ GUERRA
VIENTO NORTE
2022

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