«Un hombre llega tarde», de Albert Balasch (Kriller 71 Ediciones)

Un poemario que reúne la obra más significativa de Albert Balasch. ¡Imprescindible!


Si el objetivo de toda pieza artística es intervenir en nuestra experiencia vital, posicionarse en un territorio de paso —sin lengua, sin frontera, sin borde— debería ser el objetivo de cualquier artista. Algunos libros consiguen trascender ligeramente las fronteras de género en que se construyen, otros demuestran que nunca hemos ido lo suficientemente lejos. Un hombre llega tarde de Albert Balasch (Kriller 71 Ediciones) es un artefacto extraordinario: musical, pictórico y poético (con toda la magnitud que se le pueda dar a este adjetivo), que reúne esa cualidad de mestizaje, de construcción orillera, que le pedimos a la poesía. Que nadie se pierda esta pieza única.

La poesía como fin

Hay que hablar primero del prólogo de Andreu Jaume, donde encontramos una explicación lúcida sobre el oficio poético —«Ser poeta es un oficio peligroso y casi nadie lo aguanta. Hay que estar dispuesto a soportarlo todo a cambio de nada»— pero también una semblanza íntima de Albert Balasch —«Su voz bajísima y su sonrisa luminosa y franca se me han quedado en la memoria como trasunto de su manera de estar en el mundo»—. Dice también que Balasch escribe como «si se estuviera despidiendo». Al leer este libro entendemos a qué se refiere. Hay en estos poemas un deseo de tocar la realidad pero sin impregnarla del vicio más asqueroso que nos asalta a los poetas, la voz personal, el yo en primer plano. En estos poemas el yo se difumina, no hay claridad en las escenas; todo apunta a que quien se sienta a escribir lo hace con la humildad del que se sabe de paso.

Nos adentramos en una antología que reúne selecciones de tres poemarios —Un hombre llega tarde, Las ejecuciones (una cuenta atrás y La caza del hombre—, un apartado con textos raros —Inéditos y rarezas— y un crédito con la versión musical que Hans Laguna compuso a partir del poema que da título a este libro. Cuando terminamos de leerlo dan ganas de seguir descubriendo más de la poesía de Balasch, y se aviva en nosotros el deseo que plantea Jaume en el prólogo, de escribir desde el lenguaje y no para el lenguaje.

«Todo lo que es anterior a nosotros». Ahí está la semilla de este libro, como lo explica Jaume. Porque a Balasch no le interesa perderse en los espacios narrativos que confluyen en las estéticas poéticas de nuestro tiempo, sino que construye sus imágenes de puro lenguaje. El resultado es un libro que nos hipnotiza y hace explotar nuestros sentidos: todo lo que encontramos es una voz que nos llama y que resulta al mismo tiempo tierna y desgarradora.

En este punto transmitir desde la imagen parece perfilarse como el objetivo de su inmersión creativa. Un hombre llega tarde es, en ese sentido, un conjunto de fotografías que nos permiten entrar en un universo que por momentos es desasosegante. Y entonces, la pregunta: ¿Es la tristeza el camino obligatorio para la experiencia estética? El poeta se desangra a través del lenguaje, transita los rincones rotos del pasado y reformula la pregunta del sentido de la vida; y, lo más interesante: lo hace desde un lugar que es voz interior, íntima, aislada, pero al mismo tiempo, voz colectiva que registra las barbaridades de una especie corrupta. Hay en estos versos una pátina de desesperanza que se extiende a lo largo de las imágenes. Si todo está perdido, ¿a qué esperar? Ésta es la idea que mas destaca en estos poemas: la esperanza está ahí, en la tenue certeza de que todo está perdido, porque más bajo no podemos caer. Confiar en la palabra en esas condiciones es lo último (y único) que nos queda.



Un poema de Albert Balasch en el Día de la Poesía

Atisbamos una infancia de desamparo en una casa que podría ser la nuestra —y, mientras leemos, lo es—, una casa que no se define del todo pero que alberga fantasmas que aúllan a través del lenguaje. «Había miedo / aquella noche de miedo en casa». La realidad poética se va construyendo de preguntas e insinuaciones, como si el acercamiento al mundo siempre estuviera velado, como si las palabras nunca fueran suficientes para explicarlo. Esto lo notamos en la forma, sobre todo del poemario que da título al libro, donde los textos son espiralados y las repeticiones demuestran que las mismas palabras pueden nombrar cosas opuestas. Un estilo como de uróboros. Si miramos fijamente estos poemas nunca entenderemos cómo o por qué pero en cada vuelta el significado y la forma cambian. De este modo, las repeticiones, sirven para desviarnos del enunciado, que en poesía es el asunto que subyace al lenguaje. Encontrarnos con esto nos devuelve al prólogo de Jaume, cuando nos dice que estamos ante un poeta que escribe desde el lenguaje mismo. ¿Cómo se escribe una poesía así? Me resulta inaudito, ¡fascinante! Y escucho estos versos certeros: «Llegar / como se pueda / al final / de este inicio».

¿Cómo se escribe la experiencia del miedo? Llevo un tiempo pensando en esto a raíz de un proyecto en el que estoy trabajando. ¿Se puede hablar del miedo desde el terror mismo sin perder claridad? En estos poemas el miedo se asoma como un agujero de distancia, el eterno condicionante de la experiencia vital. «Esconderé mi miedo creyendo que vuelvo a casa». Es muy interesante esta forma de expresarlo. Si pensamos la casa como nuestro yo interior, como el sí mismo, sólo el despojarnos del miedo nos podría permitir esa experiencia. Sin embargo, esconder el miedo nos conduce a una nueva irrealidad. Vemos en el lenguaje se asoma la posibilidad de contarnos —«Todo hombre es contagio del hambre»— pero hay un problema: la luz no es algo posible del todo. Leemos: «No llegarás a entender el pozo / que te hace de corazón si alguna vez te escuchas».



La escritura negada


La escritura es a veces búsqueda de sentido pero ¿en qué se convierte cuando se ha asumido que no hay razón para este respirar? Tal vez, en el sólo registro de la desesperación, de las atrocidades del mundo y del dolor íntimo. «Escribir como quien está a punto de ir a arrastrar todo un bosque entero». Es imposible no caer cuando leemos a Balasch. Es imposible no sentir la liviandad del suelo y el peso del cuerpo: el abismo ante los ojos. Su poesía tiene la fuerza de un huracán, que arrastra lo que teníamos por cierto. Pero el lenguaje duda, y nunca parece suficiente, nunca está a la altura del acontecimiento. Y, sin embargo, decir, decir, decir. Porque es en ese acto de expresividad en el que se gesta la historia y se construye una noción del mundo. Escribir arrasando bosques y tormentas. Luces y sombras deben ser puestas en palabras, las palabras de la incertidumbre pero también las palabras del dolor. Esto es lo que parece venir a decirnos Balasch. «Cuando llegaba, el cielo ya estaba negro para que yo viera mejor, mucho mejor. Iba a verla desaparecer. Tengo suerte de recordarlo aún porque así lo puedo contar».

Hay una oscuridad latente en todo lo que escribe Balasch. En esa oscuridad encuentro cierta tibieza que me lleva a Pessoa: ese deseo de arrojar un poco de luz sobre las cosas que parecen muertas o perdidas, de conspirar contra la estridencia de la alegría cuando es hija de la impostura y que no puede sostenerse a largo plazo. La luz entonces viene a recordarnos que debajo de las cosas muertas hay una semilla que puede regarse con el fin de que crezca y llene de oxígeno el mundo. Ahí, en esa búsqueda, podemos reconocer la angustia existencial contra la que se escribe, y en esa perplejidad de abismo la escritura aparece como la confirmación de un otro sobre el que se escribe, porque el lenguaje teje puentes sobre la realidad para recordarnos qué hubo antes. La escritura permite plantear un cierto orden a lo que vemos, la posibilidad de ver más allá de lo que nos rodea y de aspirar a un conocimiento distinto del mundo. «En una oscuridad breve, / en la oportunidad del mundo, / miles de muertos respiran».

Mientras leía Un hombre llega tarde me vino la imagen de Leopoldo María Panero, como un fogonazo, esas cosas que nos pasan sin que nos demos cuenta —asociación inconsciente y aleatoria—. Y pensar en Panero me sirvió para entender un poco más a Balasch. Podríamos encontrar cierto paralelismo en la derrota que muestran ambos poetas, pero el camino de la lengua es otro. Mientras en uno hay un gusto por la suciedad y un regocijo en la herida, en Balasch parece pesar más el empeño por la claridad, incluso en el desarrollo de una estética oscura donde la voz poética está convencida de la imposibilidad de claridad, impera el gusto por la belleza, el chispazo de luz que ofrece una intuición, que es el mejor punto de partida para cualquier poema.

Con Un hombre llega tarde tenemos también la alegría de recibir un nuevo Kriller71 Edicionesen todo sentido, con la nueva estética externa de sus libros: ¡qué hermosa esa cinta atravesando la cubierta! Tampoco me quiero olvidar de referirme a la ilustración de de Tià Zanoguera —¡otro descubrimiento interesante que nos ofrece este libro!— quien, de alguna manera, nos advierte del universo bifronte de Balasch: lo tenebroso se alía con la ternura para ofrecernos una poesía desnuda y, a veces, titubeante, que sacude nuestros cimientos. Que nadie se pierda este libro fascinante.



UN HOMBRE LLEGA TARDE
ALBERT BALASCH
KRILLER 71 EDICIONES
2022

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