«Contra el diagnóstico», de Marcos Obregón (Editorial Rosamerón)

Un ensayo brutal contra la dictadura del discurso biomédico.


«Vivir no es otra cosa que arder en preguntas». La lectura confirma este verso de Artaud, ya que sirve para expandir el mundo con nuevas preguntas. La tristeza, la incomprensión, las injusticias, abren una yaga irremediable que, en ocasiones, ciertos libros nos ayudan a aliviar un poco. La lectura, si exige de nosotros un acercamiento a la herida, siempre nos ofrece nuevas luces. Y creo que todo aquel que se acerque al libro Contra el diagnóstico, de Marcos Obregón (Editorial Rosamerón) encontrará eso. Es una lectura que cambiará su forma de mirar el mundo y que le ofrecerá nuevas preguntas para este tiempo de dictadura bioquímica, un libro que reivindica el derecho a transitar nuestro dolor como mejor podamos y que busca nuevas formas de estar en sociedad.


Rebelarse contra el diagnóstico


Al leer Contra el diagnóstico muchas preguntas han saltado a mi cabeza. ¿Qué determina una enfermedad mental? ¿Quién no ha sufrido una pérdida grande que lo ha dejado sumido en una honda tristeza? ¿Quién no ha estallado a los gritos frente a otra persona cuando no ha podido más? ¿Quién no ha tenido en su boca alguna vez palabras o pensamientos tales como "no aguanto más", "me quiero morir", "necesito desconectar de todo esto"? Si en esas situaciones hubiéramos sido tratados clínicamente, dice Obregón, seguramente habrían caído sobre nosotros diagnósticos que nos definieran para siempre.

Un diagnóstico puede romperte la vida. Esto leemos en este ensayo lucidísimo. «Finjo que formo parte de la sociedad igual que los demás, pero no lo siento así». La sociedad no quiere criaturas especiales, quiere títeres a los que pueda controlar, quiere aplacar las rarezas a golpe de benzodiazepinas para domesticar nuestro salvajismo y establecer una sociedad funcional, es decir, consumista, es decir, dependiente de la industria farmacológica. La sociedad no quiere proponerse cambios radicales o desafíos, sino construir una casa con un gran botiquín, sin cimientos pero silenciosa. Una casa en cuyo sótano habitan los olvidados, los inadaptados, los que no han podido ser doblegados, los que no han querido aceptar la mentira como verdad.



Cómo la ficción puede ofrecer caminos


Marcos Obregón nos ofrece un ensayo escrito con valentía y buen gusto literario. A través de toda la obra se asoman versos de Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, John Donne, y fragmentos de lecturas que enriquecen su discurso y nos invitan a pensar en la capacidad de ensanche que permite la literatura. El entramado de lectura y escritura es sólido y nos invita a pensar más hondo: en lo profundo de nosotros mismos hay una resistencia que podríamos atender si lo quisiéramos, una resistencia que se construye desde la palabra y que no es sólo nuestra, una resistencia que nos hermana con otras personas y que nos podría servir para proponernos nuevos caminos de entendimiento. Obregón se apoya en esa premisa de Donne, que afirma que nadie es una isla para preguntarse: «Si ninguna persona es una isla, me pregunto qué nos lleva a convertirnos en ellas».

¿Desde qué lugar pensarnos? ¿De qué forma evitar que un diagnóstico condicione nuestra manera de estar en el mundo? Éstas son algunas de las preguntas que se hace Obregón mientras se rebela a la costumbre de censurar el malestar y convertir nuestra vida en un estar sin ser: doblegar las peculiaridades del ser para controlar los cuerpos y las mentes. Y nos invita a acercarnos a nuestro dolor y reconocernos en él. «Negar ese miedo, esconderlo de por vida tras la medicación, ofrecer explicaciones simplistas sobre química alterada, todo ello lo único que hace es contribuir a que ese miedo sea cada vez mayor y crónico». Es una lectura desoladora en ese sentido. Comprender que vivimos en un mundo que huye de los Panero, de las Pizarniks, de los Fijman es tristísimo. Son tan estrictos los parámetros con los que se construye la sociedad que otras formas de identidades, disidentes, auténticas, no tienen cabida. La pregunta es: ¿realmente preferimos una sociedad así, ordenada, cruel y fascista?



Asumir la fragilidad


El mundo pretende que entendamos el malestar como un ogro del que debemos desprendernos a fuerza de pastilla, pero los medicamentos lo que provocan es una alteración de los sentidos pero no la anulación de la herida. Deconstruir nuestra relación con el cuerpo y la mente, aceptando lo que somos íntegramente, podría ser una buena forma de afrontar nuestra indentidad más profunda. Para ello es necesario destruir ese divorcio que se plantea desde el discurso biomédico entre la persona estable y la que está en crisis, como si ésta no fuera la misma. «Soy yo siempre», escribe Obregón. Parece que lo gritara. El mundo construye su estabilidad destruyendo las individualidades que no cooperan con el buen desarrollo de la normalidad, aplastando a los que no pueden aferrarse a lo políticamente correcto. «En el ser humano se hospeda la locura». Obregón cita a Javier Álvarez y se posiciona: «Asumir la fragilidad, la derrota también, como la verdad más profunda de mi existencia».

Rotura: resultado de romper. Es una palabra que se va a repetir a lo largo del libro. Es el cuchillo hundiéndose en la piel, es la construcción de un muro sólido que separa al individuo de su vida pasada y es la comprobación de que algo ha saltado por los aires. «¿Por qué se le va a uno la pinza? ¿Qué espolea la rotura?» La inevitable rotura después de una vida que va presionando el corazón hacia arriba, que la mente se ha visto condicionada y empujada. Ahí, el quiebre. Un momento terrible que se acompaña de otras situaciones que lo vuelven todavía más difícil. En el momento del diagnóstico algo cambia la vida de la persona rota para siempre: «Me preguntaba si el comienzo de estas descripciones coincidió con el menoscabo de crédito como ciudadano». Obregón propone entender esa rotura como una brazada desesperada para aferrarse a la vida; quizá si en lugar de censurarla se construyeran caminos de entendimiento, las posibilidades de reconstrucción serían mayores.

El discurso biomédico traza una línea gruesa entre el mundo y las personas que han sido diagnosticadas con una enfermedad mental, una raya que impide la libre fluidez de ciudadanos. El diagnóstico te ubica de un lado o de otro. El trabajo de la medicina consiste en anular los síntomas cueste lo que cueste (lo que cuesta es la vida del ciudadano). Desde la sentencia diagnóstica se obstaculiza la vida laboral levantando un muro e incapacitando al diagnosticado a continuar con su vida (impidiéndole trabajar en lo que le apasiona, por ende, abandonando la posibilidad de sentirse realizado como persona). Sobrellevar eso resulta lo más doloroso de este desarraigo social. «Suplantaron a un ser humano por un catálogo de síntomas a extirpar», leemos. Y poco después dirá Obregón: «Desde la atribución de mi condición de bipolar, he cruzado el mismo itinerario que miles de personas. Es el principio unificador, el que nos hermana a los unos con los otros».



¿Quién es el otro?


Obregón se levanta contra un sistema que no contempla las individualidades y que condena el futuro de las personas incapacitándolas a fuerza de diagnósticos. Y llegados a este punto, ¿qué lugar ocupan las familias, los seres queridos, los que cuidan, los que acompañan, los que aman al herido? Para el sistema apenas figuran. ¿De qué manera sus vidas se ven afectadas por el dolor del herido? La culpa, al impotencia, son sentimientos que se abren paso y que marcan un tipo de relación que puede ser sumamente conflictiva. La soledad del que cuida es otro de los temas que afronta con valentía Obregón. ¿Cómo puede el sistema constituirse en su fiereza sin detenerse a pensar en las consecuencias de sus acciones? «El ámbito de la mente es muchísimo más complejo, porque no es sólo una cuestión orgánica. Lo llaman enfermedad mental, pero la mente no existe. No hay un órgano, es todo ficción». Y por eso nos gusta tanto la literatura.

He leído este libro. He llorado con este libro. He sentido rabia por mi realidad y también por las muchas vidas hipotéticas que podrían asomarse a este libro. Y he grabado estas palabras hermosas que le dedica a Marcos alguien importante: «Has sido un compañero de vida muy fácil, dentro de la vida difícil que nos tocó». Aprender a asumir que la vida no se trata de hacer sino de estar puede ser fundamental para conseguir vivir mejor. Asumir nuestra impotencia como parte ineludible en la rotura y estar, escuchar, contener desde el silencio. Asumir nuestra propia fragilidad mezclada con la fragilidad del otro y pensar que otras formas de cuidar son posibles. Ojalá que este libro extraordinario de Marcos Obregón ayude a muchas otras personas como me ha ayudado a mí. A veces lo que le pedimos a la lectura es que ordene aquello que ya estaba en nosotros y no conseguíamos dilucidar. La lectura como una pregunta que arde. Nadie escape a esta rebelión contra la normalización del diagnóstico.



CONTRA EL DIAGNÓSTICO
MARCOS OBREGÓN
EDITORIAL ROSAMERÓN
2022

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