«Voy naciendo al decirte». Las palabras inaugurales de Umbilical de Andrés Neuman (Alfaguara) nos impulsan sensorialmente al fondo de nosotros mismos, a nuestra casa íntima. Un nuevo nacimiento está lleno de posibilidades y este libro nos invita a pensarlas y observarlas con detenimiento. Las luces y las sombras de la experiencia de estar vivos ofrecen el hilo conductor de una obra asombrosa y poética. Sin embargo, creo que este libro se define por lo que todavía no es; porque recién se completará cuando el protagonista, ese bebito recién nacido, haya crecido y relea las palabras del padre, accediendo a la memoria de estos días sobre los que no tendrá recuerdos. Un ejercicio literario fascinante que se define por lo que observa y lo que entrega en la memoria futura del hijo.
Este libro se define por lo que todavía no es.
«Tu madre y yo te impondremos un nombre: es una libertad y un acto de violencia». Neuman explora la violencia del nacimiento, la naturaleza salvaje del embarazo y el parto y también el peso de la huella cultural en la formación de ese nuevo ser. Te vamos a poner un nombre, y un día nos dirás si hemos acertado. Este libro podría leerse como una explicación anticipada del daño inevitable que toda crianza trae consigo y el reconocimiento de su impronta de violencia. Pero también es un mensaje de armonía: intentaremos hacerlo lo mejor que podamos. La ternura y la exploración de la relación paterno-filial me parece hermosa: amorosa pero no romántica, intelectual pero no distante. Hay un compromiso con la palabra justa y el acercamiento del cuerpo al lenguaje que hace de este libro un texto sólido y verdadero. Y estoy pensando que más que diario o memoria escrita es como una canción de cuna que extiende una línea de contención desde el hoy hasta el futuro: ese momento en que el hijo reviva sus primeros instantes a través de la memoria del padre. ¿Qué mejor legado puede dejarle un escritor a su hijo recién nacido que una canción de amor y memoria íntima?
Umbilical es una hermosa canción que se encuentra dividida en tres partes: «El imaginado» —interludio amoroso de la espera—, «El aparecido» —puente musical entre el padre y el hijo— y «Y un monólogo mínimo» —el hijo cierra la estructura musical con un solo—. El verbo se hace hijo a través de un texto bellísimo, donde los lectores somos mirones. Y voy a detenerme aquí. Es curiosa la sensación de incomodidad que produce la lectura; de alguna manera, espiamos en la intimidad de estos padre e hijo que están conociéndose y avanzamos sobre su mundo secreto. Somos mirones del milagro de otro. Intuyo que quien lea este libro habiendo experimentado la paternidad podrá sentirse más protagonista que espectador y que hay muchas lecturas que en mí no caben por no haber parido; no obstante, creo que hay algo fascinante en leer desde este lugar también, porque es un acto de vouyerismo que nos sacude salvajemente.
«Me niego a definirte según lo que, en teoría, aún te falta. No echo de menos nada de los que nos anuncian». En las dos primeras partes del libro escuchamos al padre que, con cierta insistencia se aferra al presente. No quiero que me arrojen al futuro, quiero conocerte hoy, quererte así, pequeño mío. Hay una insistencia en evitar reproducir las voces del mundo, en vivir la experiencia desde una virginidad e inocencia real, rechazando todo paradigma configurado por el afuera. «Eres perfecto, hijo, en tus carencias». La identidad es otro de los temas que atraviesan gran parte de las reflexiones del libro, como un agujero de gusano que contrae y atrae las preguntas. En dejar en evidencia el deseo de otorgarle al hijo todas las posibilidades, de acompañarlo pero no determinar su identidad encontramos uno de los empeños más firmes. «Ojalá seas una mujer, un hombre, ambas, ninguno. Ojalá no te importe el garabato genital, su proyecto semántico». La pregunta alargada que nos define y que sólo podemos responder nosotros mismos, aquí, el hijo, cuando diga: "Soy esto".
Pero hay otro gran tema, y es el que a mí más me ha interesado: el lenguaje previo al lenguaje. Aunque pasa un poco desapercibido —apenas unas líneas, unos sonidos guturales, un balbuceo— deja su marca. El padre se acerca al lenguaje primitivo, experimenta el aprendizaje del verdadero sentido del lenguaje, cuando no hay lengua que intervenga. Ese gran misterio lo sacude, y se me ocurre que el fuego de este libro responde al deseo de conservar memoria de esas primeras palabras cuando ya estén lejos en el tiempo. Hay fragmentos verdaderamente fascinantes sobre este primer decir. Leemos, por ejemplo: «Jugamos a cruzarnos sonidos que no tienen ningún sentido previo, sólo vocales con hambre de semántica». Y hago aquí un mínimo apunte. Aunque el libro está escrito en la segunda persona de la lengua española, de a ratos nos sacude el voseo argentino: el lenguaje se va formando en ese mestizaje. Y creo que hay algo hermoso para entender ahí. Por otro lado, esta lengua híbrida ejerce en nosotros, los argentos extrañados, cierta vuelta al principio de las palabras, y esto, cómo no, es un hermoso regalo que nos ofrece este libro insólito.
Umbilical no es un diario romántico sobre la espera de un padre, por suerte. Tampoco es un registro de acontecimientos familiares. Tiene el equilibrio perfecto entre el acontecimiento íntimo y lo colectivo. El hijo es un canal que permite al padre reconocerse. El hijo es el druida que obliga al padre —que es aquí voz poética y mimética— a recordar su propio nacimiento, enredado de violencia íntima y dictadura. «Espero que me enseñes a llorar lo no llorado», le pide, después de confesarle que no lloró el día de su nacimiento. Quien haya leído toda la obra de Neuman encontrará en este libro un viaje a través de ella: de los porqués en los patios, del sol y la muerte de la madre, del érase una vez el primer no llanto; encontrará la voz segura del autor más sacudida que nunca, las preguntas más simples reformuladas. No hay metafísica, hay un sentimiento de plenitud íntima, del beso cuando no aguarda más que el beso, y en ese sentido diría que es el libro mejor conseguido a nivel formal. En él, Andrés explora los mismos universos de su anterior escritura pero desde un lugar nuevo: con una firme insistencia en una poética metafórica que se aferra a la sintaxis pero que no se abandona en los brazos de un discurso directo. Aquí encontramos el mayor acierto y regalo de este libro: establece sorprendentes relaciones entre el plano de lo real y el plano de lo sensible. La doble lectura siempre presente en la obra de Neuman adquiere aquí una maestría inexplicable. Y siempre creemos que estamos ante su mejor libro. Ahora pienso que éste lo es.
De a ratos nos sacude el voseo argentino: el lenguaje se va formando en ese mestizaje.
Cabe señalar que en la poética de este libro se cruzan el aforismo y el cuento. Hay instantes narrados con precisión cuentística y hay también contundentes sentencias a veces afirmativas, a veces con sed de preguntas. «Preñada de preguntas, la conciencia amanece. ¿Reconocer las voces es amar?». La economía del lenguaje y el vínculo indisoluble entre forma y fondo nos permiten a través de este libro ver el mundo desde los ojos del padre, y con él aguardar el momento de volver a imaginar la vida a través de los pasos del hijo. «No es lo mismo esperar que imaginarte, un fin que el horizonte». El padre descubre que todo lo que ha sostenido su vida pierde color ante la presencia del milagro. «Releo la casa porque no la conozco: va mutando a la luz de tus apariciones». Neuman convierte en lenguaje una experiencia abisal despejando su palabra de toda sensiblería pero haciendo pie siempre en la sensibilidad, en la capacidad de volver a creer en la esperanza. Es un libro llenito de luz en todo sentido.
El libro cierra con un monólogo íntimo, «Y un monólogo mínimo» se titula. Y qué curioso, porque a partir de su final empieza todo; lo más pequeño retiene en su semilla la grandeza. El padre se esfuma y quien nos habla ahora es el hijo, que observa el mundo. Leemos: «Sólo quiero una fuente con su fuente, mi viento por las hojas, todo esto que no sé bien qué es». Esto soy. Una voz que tantea el mundo con los ojos bien abiertos y sintiendo «que algo va a pasar». Y algo pasa cuando leemos Umbilical; mirones o no, atravesamos estas páginas con la sensación de que todo lo que escribe Andrés es un mensaje para siempre. Estamos ante el milagro de la escritura. Una vez más. Neuman no sólo no defrauda, nos lleva siempre a sitios nuevos, a veces impronunciables; nos alimenta con su idioma que muta y que siempre está tropezando con la duda, y nos deja soñando con las infinitas posibilidades del lenguaje, que son siempre inexploradas. «Nunca temas al sueño: ahí tendrás tu casa, la primera y la última». Y es una casa también la fabulosa obra de Andrés Neuman, porque leerlo es preguntarse «adónde va la huella» y reconstruir en sus múltiples voces nuestra voz. Que nadie se pierda este viaje espiritual y semántico.
UMBILICAL
ANDRÉS NEUMAN
ALFAGUARA
2022
ANDRÉS NEUMAN
ALFAGUARA
2022
2 Comentarios
¡Hola! No conocía este libro, pero me parece de lo más interesante, así que seguro que me lo leo más adelante.
ResponderEliminarSaludos :)
¡Muchas gracias por tu comentario, Likur! Ojalá que te animes a leerlo, Neuman es un escritor maravilloso. Un abrazo.
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