En la poesía de Alicia Louzao cabe la luna y todas sus posibilidades, donde también está el miedo. En la poesía de Alicia Louzao encontramos el camino para llegar a ese pozo oscuro donde nos hemos empeñado en guardar los recuerdos que intentamos mantener protegidos de la desesperación. Al leerla es imposible no llegar a una contundente conclusión: nadie escribe como ella, con esa noción de tradición y a la vez de realidad, con esa fragilidad en las palabras que te permiten vivir la poesía con todo lo que ello supone. Hay en sus poemas una verdad propia que se expone y que nos atraviesa a quienes leemos, una verdad difícil de negar y que tiene que ver con la fragilidad humana. Pero hay sobre todo una luz que nos invita a creer en las infinitas posibilidades que se abren ante nosotros en el mundo de los sueños. Diarios del año de las moscas viene a corroborar lo que ya sabíamos, que Alicia Louzao es una de las mejores poetas de España, y que la autenticidad de su poesía es una maravilla a la que nos desacostumbramos, hasta que nos llega y recordamos lo mucho que la necesitamos. Que nadie se pierda su fascinante universo poético.
En la poesía de Alicia Louzao cabe la luna y todas sus posibilidades.
Diarios del año de las moscas reúne cuatro confesiones que, como bien apunta Ángela Álvarez Sáez, indagan en torno a la pérdida. De las cuatro confesiones se destacan dos. La primera, que aparece con una pérdida del presente que revive el trauma. La segunda —el vórtice del trauma— una pérdida anterior que, asimismo, se conecta con otras heridas. De este modo, este poemario se puede leer como un mapa de la psique que va refutándose y abriéndose paso a través de la dureza de la vida. Sin duda es un libro fabuloso, donde conectamos enseguida con el dolor que atraviesa la voz poética. Pero hay asimismo un trabajo técnico impresionante, que conecta con la tradición bíblica y también con la tradición literaria de la Grecia Antigua. El viaje del personaje tiene muchos puntos de anclaje con la forma en la que se desarrolla la evolución de personajes como Elektra o Áyax en las tragedias de Eurípides. Eso me parece importante. Y eso me fascina de todo lo que escribe Louzao. Su poesía es colorida y ofrece una intensidad que la vuelven única. Y esa experiencia gratificante que vivimos al leerla ha sabido explicarla muy bien Álvarez Sáez en un prólogo lucidísimo: «Adentrarse en el mundo poético de Alicia Louzao es meterse hasta el cuello en un río que te lleva con sus imágenes surrealistas y afiladas a un lugar del que sales cambiado».
El nuevo libro de Alicia Louzao en Lastura Ediciones |
El acontecimiento es nimio. Una ruptura del presente catapulta a la voz poética al pasado, y vuelve cierta la herida. «Pero pasarían muchos años antes de eso. Antes de llegar hasta aquí». Ahí comenzamos. Desde ahí el poema va y vuelve, con ese uso hermoso que ya le conocemos a Alicia, pero nunca cansa, de la anáfora y la repetición. Con sorprendente habilidad Louzao nos mete en una máquina del tiempo y nos zarandea: ahora presente, ahora pasado, y en el medio, un corazón que crece, que intenta aferrarse a los momentos brillantes de la vida, pero que sufre el desajuste de la realidad.
La voz que nos habla del «chico rubio que iba en bicicleta» —que podría presentarse como la mirada inocente y casi fantasiosa de la infancia o el amor en la infancia, cuando aún no existe la violencia— es atravesada por las circunstancias, reconstruye su identidad desde un lugar de pérdida pero busca desesperadamente encontrar una luz que la impulse a la salida. Ese recuerdo-imagen-persona a la que no se le puede nombrar del todo. Leemos: «No te daré un nombre / porque perteneces al agua». La acompañamos en esa indagación a lo más profundo y vemos que, de pronto, al mirar de cerca el pasado, asoman las espinas, y la visión se transforma. El contraste impide el engaño. Esa visión dulce se convierte en la de alguien que «robaba corazones con un tenedor y amenazas cálidas». Esa transformación en la mirada se encuentra muy bien plasmada. Se te encoje el corazón en la lectura.
De pronto, al mirar de cerca el pasado, asoman las espinas, y la visión se transforma
El pasado no siempre pudo escribirse. La violencia dibuja un rastro de tristeza y censura en quien la padece porque «Os dije que era fácil no dejar huella». La pulsión de supervivencia convierte las heridas brutales del pasado en algo a pisotear, a sobrevivir, restándole importancia en ocasiones. Eso nos descubre la voz poética, quien en su reconstrucción va consiguiendo regresar a la memoria desde otro lugar, con mayor nitidez. El camino es arduo, por eso el lenguaje va y viene: se reafirma, se niega, se repite, se contradice, surge nuevo. Así avanzamos a través de los poemas, conquistamos con la voz poética el territorio del duelo, y alcanzamos cierta luz.
En el origen de la violencia está el origen del dolor, pero también, ahí, el origen del poema, del lenguaje. Ese juego de luces y sombras está muy presente en este libro. «El recuerdo, / sabemos ahora, —porque lo analizamos desde lejos y sin intervenir / como un explosivo en un aeropuerto limpísimo—». Después de la violencia la huida, el deseo de desaparecer «porque la desaparición nunca fue tan fácil»; y sin embargo, aquí vuelve de nuevo la voz a abrazarse al lenguaje y levanta su plegaria: «Entonces pienso que Pitágoras afirmaba que las estrellas cantaban y espero que allá arriba él las escuche».
Vuelve de nuevo la voz a abrazarse al lenguaje y levanta su plegaria.
Diarios del año de las moscas es el libro que enseña el comienzo de la decadencia o el comienzo de la libertad, la vida que se abre después del duelo. Y está lleno de fantasía, porque toda la poesía de Louzao juega con la tradición oral, con la atmósfera del cuento tradicional, con las imágenes legendarias y que se abren ante nosotros como una posibilidad. Pero el verdadero talento de Louzao está en ser vanguardista aferrándose a la tradición. Es un imposible que ella consigue de forma asombrosa. En su juego de onirismo y realidad caben imágenes contemporáneas, que nos hacen pensar en una poesía superrealista, donde los objetos de la vida cotidiana pueden esconder un grado de sensibilidad y de fantasía que no cualquiera podría imaginarles. Y leemos: «El niño sobre la luna / la niña sobre la tierra / son cosas imposibles».
Y basta acercarse un poco a su poesía para entenderlo, para percibirlo. Su gran empeño parece ser hurgar en el fondo del corazón, donde está la herida pero también donde está el lenguaje. «Cuando la palabra estaba debajo de la tierra», leemos. La palabra que salva, que se mueve bajo tierra y nos alcanza, alcanza en la poesía de Louzao un nivel de maravilla imposible. Este libro, que se inicia con el padre muerto, avanza en realidad sobre la madre, que es esa figura del agua inundándolo todo, que es también el mundo de los sueños donde se asoma Emetteus, ese personaje reincidente que acoge a una niña del tamaño de un botón y le enseña la palabra "casa". En el desvío entre vida y sueño habitan estos poemas que te recomiendo no perderte. En ellos encontrarás «las palabras que salen por la boca y que vienen del agua». Las palabras milagrosas de Alicia Louzao.
DIARIOS DEL AÑO DE LAS MOSCAS
ALICIA LOUZAO
LASTURA EDICIONES
2022
ALICIA LOUZAO
LASTURA EDICIONES
2022
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