«En el jardín de mi casa decido yo. / Pero un día vendrán a llevarse todo». En esta tesitura se mueve la voz poética de Pueblos para escapar de la justicia de Ezequiel Naya (Liliputienses), un poemario deslumbrante en su estructura y su forma de abordar la pérdida, donde el tono nos va llevando desde la luz cegadora que a veces nos pone la esperanza hasta la sensación de pérdida constante. Encontramos en él un conjunto de poemas que dialogan con lo perdido para ahondar en las grandes posibilidades de supervivencia que nos propone (y permite) la memoria. Que nadie se lo pierda.
Un poemario deslumbrante.
Lo primero que te sacude cuando lees este libro es la vulnerabilidad que rodea la voz poética. Parece avanzar en un territorio minado, donde todo puede destruirse de un segundo al otro y donde la conciencia de lo perdido nubla la alegría del presente. Y sin embargo, el tono es más bien alegre porque se apoya en lo cotidiano, en las miles de lucecitas que enciende la experiencia vital en nosotros, y esto le otorga al libro una luminosidad insólita. Esa capacidad compositiva se ve tanto en la manera en la que el poeta aborda las heridas como en la estructura (en lugar de títulos los poemas se identifican con las letras del abecedario: primero las mayúsculas y luego las minúsculas). Este juego entre el decir hondo y el uso de un lenguaje aparentemente superficial me parece que es uno de los grandes aciertos del libro.
La humildad es otro de los rasgos que atraviesan el tono, la intención de la voz poética. Quizá esto tenga un poco que ver con esa vulnerabilidad y ese pendular entre las luces y las sombras, pero también creo que es una intención poética importante: trabajar con una poesía que se oponga a la sabiduría, a la certeza que muchas veces se intuye en el género, y enfocarse en la duda, en las miserias, en lo que nos hace criaturas rotas, es decir, mortales. Leemos: «Decirte perdón no sé cómo hacer esto».
Un poemario atravesado de luces y de sombras |
También es un poemario que circunda las promesas: esas cosas que nos decimos con tanta seguridad y que luego no somos capaces de sostener en el tiempo. Y hay un poema maravilloso sobre eso, en el que la voz poética nos lleva a través de paisajes urbanos, sitios con encanto, casas, plazas, y termina diciendo: «lugares donde dije qué buen lugar para escribir y no / escribí una mierda».
Pero cuando escarbamos hondo entendemos que en realidad es un libro sobre la infancia, sobre los restos del naufragio que es nuestra vida adulta, sobre la nostalgia del paraíso perdido. La gran sensibilidad con la que Naya se acerca a lo perdido le permite ofrecernos un conjunto de poemas que desde un lenguaje cercano y poco adornado hunden sus garras en la herida que supone la conciencia del paso del tiempo. Leemos: «¿Dónde está la madera que fue mi infancia?».
Perder un país. Comenzar de nuevo. Esta idea sobrevuela el libro de forma subterfugia, pero se capta, y te araña. La soledad del sin patria se extiende a lo largo de los poemas, de quien abrió los ojos lo suficiente como para escribir: «Este himno no me representa. Lo mío es apenas un poco de tierra mojada al costado del baldío». Esta idea, también vinculada a la infancia, a los lazos que se interrumpen, a los paisajes que se vuelven lejanísimos y que, sin embargo, están imantados a la memoria. Con todo eso Ezequiel Naya construye un libro extraordinario cuyos poemas se ordenan siguiendo el orden alfabético, y al hacerlo ponen sobre las páginas un mundo contradictorio (ordenado y desordenado) que nos absorbe y que nos empuja a lo más hondo de nosotros mismos, que es lo que toda buena lectura debe hr.
La gran sensibilidad con la que Naya se acerca a lo perdido.
Avanzamos a tientas en un mundo que por momentos nos apabulla y en ocasiones se nos presenta como una cosa imposible, maravillosa. El amor está ahí, esperando. La posibilidad de otro cielo, también. Y, sin embargo, la vulnerabilidad y el miedo al fracaso tiran de nosotros para intentar arrebatarnos esos instantes de lucidez. Este libro viene a decirnos: «A veces pierdo rápido la fe». Pero también: «no siempre es necesario decir algo» y «es momento de cambiar las piedras».
Pueblos para escapar de la justicia nos propone un lugar donde todo lo vivido pueda conservarse intacto, donde la memoria sea el verdadero paraíso. «Yo no sé la primera vez de tantas cosas / y sin embargo en algún lugar todo eso está». Indagar en esos subterfugios de tiempo y memoria es lo que hace Naya y nos invita a hacer a través de la lectura.
Le pedimos a la poesía que nos salve, pero a veces no somos capaces de hurgar en nosotros mismos, donde la salvación aguarda. Que un poema o un libro de poemas nos sacudan en ese sentido y nos inviten a pensar con detenimiento en lo que permanece intacto de aquel tiempo y país perdidos, es un regalo. Y me encanta esto: «Acérquense a la luz / con el animal / que les queda». En la esperanza de esa frase encontramos el gran potencial del libro, su fuerza poética y su sentido. Salvémonos del mundo con estos poemas.
PUEBLOS PARA ESCAPAR DE LA JUSTICIA
EZEQUIEL NAYA
EDICIONES LILIPUTIENSES
2023
EZEQUIEL NAYA
EDICIONES LILIPUTIENSES
2023
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