«El castigo era en realidad sobrevivir». Los libros bien construidos ofrecen una experiencia lectora que sirve para ampliar nuestro conocimiento del mundo, a la vez que nos permiten acceder a un tipo de sensibilidad a la que sólo podemos llegar a través del lenguaje. Todas las veces que el mundo se acabó —II Premio Internacional de Poesía Ciudad de Estepona— de Olalla Castro Hernández (Pre-textos) es uno de esos libros. La autora atraviesa con su voz una explicación de la historia de la civilización donde la violencia y la ambición del fuego han jugado un papel fundamental. Un libro que piensa en nuestro vínculo con la naturaleza y que nos invita, a través de su forma, a mirar las dos posibilidades ambivalentes del lenguaje: su potencial de refugio y de hundimiento. Después de leerlo, ¿a qué sendero dejaremos que sus poemas nos conduzcan?
La autora atraviesa con su voz una explicación de la historia de la civilización.
Olalla Castro Hernández construye en Todas las veces que el mundo se acabó una síntesis poética extraordinaria de la historia de la humanidad, donde la voz se rompe contra las piedras, el miedo aparece porque existe la palabra y las posibilidades del futuro son tan inciertas como lo es la certeza de lo vivido. Por sobre todas las cosas tenemos en nuestras manos un poemario que, pese a trabajar con el duelo y el trauma, se propone avivar en nosotros el fuego de la esperanza. «Saber que morirás, / y, sin embargo, / acudir puntual a la batalla», leemos. Un libro que reúne un conjunto de brasas y las enciende para iluminar nuestro futuro.
Escribir el pasado reescribiendo los mitos. Éste es el gran trabajo que se propone la autora. Atraviesa su voz entonces la Epopeya de Gilgamesh, los presagios de Nostradamus, la temida batalla del fin de los tiempos que predica la mitología nórdica (Ragnarök), y otros mitos y leyendas para contarnos, y para intentar comprender qué es lo que estas historias han encendido en nosotros. Construidas para pensar el futuro para temerle, estas narraciones (presagios que anuncian el fin de un mundo conocido) han cimentado nuestros miedos al cambio y, en ocasiones, han frenado nuestra evolución psicológica y social. La voz poética se asombra de ese miedo, porque cualquier profecía se nos queda corta si miramos la realidad y su hueco. «Como si todo lo que asusta / no estuviese ya aquí», dice. Tanto dolor en el mundo para el que no han sido necesarios dioses, catástrofes ni entidades sobrenaturales que se vengaran contra nosotros. Solitos pusimos todo ese dolor en el mundo.
Toda la oscuridad que porta nuestra herencia está muy presente en la construcción del lenguaje. Y en esa oscuridad crece el miedo, que se fundamenta en el lenguaje. Esto es muy importante en este libro. El miedo no aparece aquí como una realidad que avanza sobre las cosas, sino a partir del lenguaje: explicarnos tiene esa cuota de luz y rabia (conocerse es pisar más fuerte pero es también temer más). Tengo la sensación de que estos mecanismos de interiorización enraízan en la gran pregunta de este libro, que tiene que ver con la relación entre lenguaje e identidad. Y la capacidad para mirar o pensar el futuro está estrechamente vinculada a la presencia de ese miedo. «Moriremos dejando lo que fuimos: / un puñado de huesos sin plantar». El miedo de haber vivido en vano o de volver al polvo sin haber multiplicado nuestros talentos, y tantas otras ideas por el estilo que han servido para la consolidación de las religiones y para impedirnos mirar lo que tenemos, que siempre está aquí, por esa estúpida ambición de ser alguien mañana, de dejar algo.
Para comprender la hondura del trabajo estético de Olalla Castro Hernández hay que leer con cierta calma. Porque además de ofrecer reflexiones directas sobre el lenguaje, también hay una intención formal que enriquece la lectura. El cuidado de las estructuras y los guiños al tono de las narraciones orales son dos aspectos sumamente destacables de esta obra. El lenguaje que habita lo dicho y lo no dicho, y que atraviesa nuestro duelo con precisión de escalpelo. Porque «nombrar es / pasar a través del bosque / como a través de una garganta».
Hemos llegado al bosque. Hay tanto bosque en este libro, tantas
referencias a la naturaleza. El bosque, donde toda la muerte y toda la vida es posible. El bosque, que conserva el misterio milenario y los mayores secretos de violencia. El bosque que es también casa, guarida. «Hablar es adentrarse en el bosque». El bosque nos remite a lo pequeño, a la raíz de todo. Y en la raíz está el potencial de la peste pero también la cofia, desde donde la vida se abre camino hacia la luz. Lo pequeño nos puede hacer pensar en lo concreto. Y aquí viene lo interesante de esta poeta: trabajando con un lenguaje concreto puede ofrecernos imágenes y construcciones abstractas sumamente hondas, filosóficas, racionales quizá, pero sin apartarse de la sensibilidad que exige todo acto poético. Su capacidad para trabajar con un lenguaje concreto que guarde un poso de misterio o que nombre lo que no está en el poema me parece extraordinaria. «El lenguaje es el borde de algo / que siempre queda fuera, debajo, atrás». Olalla se adentra en el bosque de la historia humana y trae de ahí nuestras miserias para contarlas de una forma contundente, a la vez que bella. Y cumple así con lo que se propone: traer al mundo «lo que en la lengua acaba». La escritura de este libro parece ser una exploración pensante y sensible de nuestra herencia y también del origen de la perdición. Una explicación de esa honda tristeza de no ser suficientes bajo un sol tan exacto y un bosque tan ancho. «Escribir es preguntar a los dioses / quiénes somos, / por qué nos invitaron a morder».
Miramos hacia atrás y los ojos se nos llenan de sangre. Lo que vemos es un horror que ha estado presente a lo largo de la historia de nuestra especie como algo inevitable. Todo el paraíso para nosotros y lo hemos horadado con bombas. Esto, que parece el hilo principal de este libro, nos permite pensarnos mejor, a la vez que nos obliga a hacernos una pregunta importante: ¿qué potencial tengo yo para obrar con esa furia? Hay una pregunta interesantísima en torno a cómo asumimos la maldad y la violencia en nuestra especie como una cosa incorregible. Y también cómo ciertas violencias nos resultan más tolerables que otras (no está explícitamente aquí, pero permitidme que piense en los animales: esos seres condenados a soportar nuestra violencia, como si no tuviéramos más remedio que explotarlos y asesinarlos).
Miramos hacia atrás para señalar con el dedo la violencia de otros: un gesto de cobardía y al mismo tiempo, de supervivencia. Cuando el horror es un acto que ejecutan otros podemos soportarlo. Esa actitud de distanciamiento con el daño se presenta como una única forma de seguir adelante. Mirar la violencia con cierta distancia, para no hacernos responsables. «Hasta que todo este horror ya no parece nuestro». Hay en este libro interesantísimas reflexiones en torno a cómo gestionamos la violencia a través de una revisión poética de nuestra historia. Y hay versos inolvidables y luminosos que podrían guiarnos en una nueva dirección. Toda nuestra historia haciendo de este mundo un lugar de horror, pero aquí está la poesía para recordarnos el deseo de tener toda la vida (y su esperanza) por delante. La poesía, que nos invita a lanzarnos «en busca de la chispa / que ha de traer el fuego algún día». Que nadie se pierda este libro extraordinario de Olalla Castro Hernández.
TODAS LAS VECES QUE EL MUNDO SE ACABÓ
OLALLA CASTRO HERNÁNDEZ
II PREMIO DE POESÍA CIUDAD DE ESTEPONA
PRE-TEXTOS
2022
OLALLA CASTRO HERNÁNDEZ
II PREMIO DE POESÍA CIUDAD DE ESTEPONA
PRE-TEXTOS
2022
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