«Zov. El soldado ruso que ha dicho no a la guerra de Ucrania», de Pável Filátiev -Trad. Andrei Kozinets (Galaxia Gutenberg)

Un libro en forma de diario y crónica bélica que ofrece inquietantes preguntas sobre la naturaleza humana.

Reseña de «Zov», de Pável Filátiev (Galaxia Gutenberg)

Escribe Louis Barthas en sus Cuadernos de guerra (Páginas de Espuma) «Ay, periodistas de mala fe que afirmáis cínicamente que nuestros soldados escalaron cantando la Cuesta 304 y el Mort-Homme (...) ¡Qué pena que no estuvierais aquel día para presenciar el lamentable desfile de esos despojos humanos». He pensado en las memorias de este tonelero al leer Zov. El soldado ruso que ha dicho no a la guerra de Ucrania de Pável Filátiev —Traducción de Andrei Kozinets— (Galaxia Gutenberg), un testimonio crudo de la guerra entre Rusia y Ucrania. Ambos libros comparten el haber sido escritos con intenciones pacifistas, quizá con el deseo de hacernos pensar en los hilos invisibles que sostienen la guerra provocando tanta destrucción a su paso. También ambos nos ofrecen un retrato espeluznante de las consecuencias de la guerra en el cuerpo de los combatientes; y no sólo por el combate en sí, sino también a causa del frío, el hambre y las condiciones inhumanas en las que viven los soldados. Una realidad que se repite, no importa cuantos años pasen. Filátivev narra esta historia con una fuerza que se me ocurre sólo puede inyectar la rabia en un relato, pero nos ofrece, al mismo tiempo, algo de luz y muchísimas preguntas sobre lo que somos y lo que hacemos. Como Barthas, Filátiev entiende más al ser humano porque ha visto de lo que somos capaces.


Filátivev narra esta historia con una fuerza que se me ocurre sólo puede inyectar la rabia en un relato.

En Rusia «está prohibido llamar guerra a la guerra». Pero desde el 24 de febrero de 2022 mueren a diario cientos de persona a causa de ella. «Soy el subsargento de la Guardia Filátiev, de la 6.a compañía, 2.º batallón, 56.º Regimiento, 7º División de Asalto Aéreo». Pável Filátiev, un soldado ruso que decide renunciar al Ejército, firma en este libro un testimonio desgarrador sobre la realidad en la frontera entre Rusia y Ucrania. Un relato que está a mitad de camino entre la crónica y el diario bélico, y que reconstruye el día a día en el campo de batalla, mostrando el desconcierto, la falta de información y la cruda realidad que él y su regimiento deben soportar desde que los envían a la frontera en adelante. Un camino del que ya no habrá vuelta atrás. Sin embargo, lejos de quedarse en el clásico relato bélico, Filátiev lanza preguntas afiladas que intentan responder a algunas de las inquietudes más vivas de la Filosofía: a quién le sirve que exista la guerra, cuál es el punto de no retorno en un conflicto bélico, qué es lo que protege un país cuando decide atacar a otro. Todas preguntas que, de alguna manera, nos remiten a los interrogantes intrínsecos de la naturaleza humana. Un libro donde la contradicción humana está muy presente pero, sobre todo, el deseo de sobrevivir, que es, en la mayoría de los casos, lo que buscan los soldados en ese día a día terrible que impone la rutina de la guerra. En esos detalles de lo cotidiano se centra el autor, para mostrarnos rostros, cuerpos, sonrisas, vidas que se desmadejan en el texto y que son transformadas por esa realidad desmoralizadora.

«Se nos dio la orden de colocarnos unas bandas de tela blanca, para distinguirnos del enemigo». Lo que comienza como un ejercicio de adiestramiento se convierte en un viaje al centro de la noche. Los soldados rusos reciben la indicación de atacar, sin demasiadas explicaciones. Desobedecer no es una opción pero actuar sin conocer la realidad también puede ser desesperante. La voz de Filátiev nos muestra el desconcierto y la trampa que supone para los soldados esa situación y plantea intrigas y preguntas en torno al funcionamiento de las esferas de poder. «El Ejército está organizado de tal forma que no hay nadie a quien hacer preguntas», lo que conlleva una aceptación ciega de las órdenes. Entrar en el Ejército no es fácil pero lo verdaderamente difícil es salirse. «Darse de baja del Ejército es aún más difícil que ingresar en él», leemos. Una estructura que se sostiene con la impunidad de unos y el silencio de otros. Pero Filátiev ha escogido hablar, porque para él el silencio es un monstruo terrorífico que a largo plazo provoca catástrofes como la que le ha tocado vivir en la frontera de Ucrania.


Reseña de «Zov», de Pável Filátiev (Galaxia Gutenberg)
El soldado ruso que ha dicho no a la guerra de Ucrania

La tristeza y la rabia se abren camino a través del relato. Cuando Filátiev tiene que abandonar el campo de batalla por una lesión y es llevado a un hospital de campaña, el contraste de perspectiva lo sacude. Como soldado, explica, vives en el campo de batalla y crees que el mundo se ha paralizado; que todo es la guerra. Sin embargo, cuando se aleja, ve el mundo y comprende que la vida sigue, y que incluso reina cierta desidia respecto a todo lo relacionado con el combate (donde miles de personas se están jugando la vida). «Es increíble lo poco o nada que le importan al Gobierno las personas que, arriesgando la vida y la salud, tienen que llevar a cabo sus propósitos incomprensibles». El discurso que se esparce en el extrarradio de la guerra es difuso y se encuentra adornado lo suficiente como para justificar tanta muerte y alimentar el patriotismo con nuevas historias heroicas, pero nadie habla del hambre, del frío, de la desesperación que supone el día a día para esos soldados. Este choque con la realidad, quizá, haya sido uno de los desencadenantes más importantes para que Filátiev se decidiera a escribir estas memorias. Sin embargo, cierto peso lo acompaña, y nunca lo abandonará, porque «los sentimientos que experimentas mientras abandonas el campo de batalla son indescriptibles».

La guerra se sostiene gracias a la construcción de una mirada bifocal. El único modo de tolerar lo que tus ojos ven y tu cuerpo siente es la fe. Una especie de esquizofrenia que, por un lado ve, oye, actúa, pero, por el otro, se aferra a una creencia interior que repite las palabras "esto no está pasando", "esto no puede ser cierto". Algo similar a lo que nos ocurre cuando enfrentamos una situación inesperada y desgarradora, como puede ser la pérdida de un ser querido. Filátiev mira pero alimenta la esperanza a través de cierto descreimiento. Leemos: «Avanzamos en silencio, sin poder creer nada de lo que está ocurriendo». La necesidad de la guerra se inyecta a través de una memoria colectiva tergiversada, que lleva a creer a la gente que no va a la guerra que la guerra es necesaria. Porque quienes crean la guerra no son los que luchan en ella. El adiestramiento perfecto para que un gran número de personas acate la idea belicosa, es el patriotismo, que se apoya en una gran cantidad de historias heroicas que apelan a la sensibilidad colectiva. Pensar, mirar, preguntar no son acciones posibles. «Si no les haces la pelota a tus superiores, si no te haces el tonto y pones buena cara, te estigmatizan». Cuando un soldado pregunta, algo se rompe.


La necesidad de la guerra se inyecta a través de una memoria colectiva tergiversada.

No sabemos qué hacemos. Por qué y hasta cuándo vamos a estar aquí. Esta idea se desplaza a lo largo de todo el relato. «Pero ¿qué diablos estamos haciendo aquí, al fin y al cabo?» Ante el desconcierto lo único que queda es intentar sobrevivir con lo que se pueda. Con un Ejército desmantelado y una guerra, que no se puede llamar guerra, deben enfrentar el día a día, que es una realidad cruda, pobre, hambrienta. «La mayoría habíamos vivido un mes al raso, sin el menor atisbo de confort, sin poder ducharnos ni comer comida de verdad». La desinformación reina en el campo de batalla. Quienes arriesgan sus vidas en esos baños de sangre, ¿no deberían ser los primeros en saber qué está ocurriendo? No, el mecanismo de adiestramiento incluye el desconcierto. Y esto tampoco es nuevo. Cuenta Barthas (en la Primera Guerra Mundial) que se levantaban cada día para luchar incomunicados y confusos, preguntándose si luchaban por nada, si la guerra no había acabado aún. «Aquella noche había lluvia y niebla; nadie entendía qué estaba pasando, todo eran conjeturas».

Filátiev emite una crítica absoluta contra el gobierno ruso y deja constancia de los diversos grados de corrupción que ha visto en el Ejército. «Que casi todo el país esté al tanto de que en el Ejército ruso reina el disparate y todo es apariencia no impide que siga habiendo gente que, como yo, se alista creyendo que, quizá, las cosas no estén mal o hayan cambiado para mejor». Sin embargo, por más rabia o desesperación que abrigue tu corazón, estás ahí, es tu cuerpo el que tiene que afrontar esa rutina, y las opciones de claudicar son difíciles de llevar a cabo. La adrenalina, por otro lado, puede salvarte la vida: esa hormona que se activa para recordarnos que todavía estamos vivos, que es también la hormona que nos invita a creer que otro final es posible, que no todo el futuro será aplastado por la niebla. «Yo sentía una extraña mezcla de resignación y de cierto fervor: un efecto provocado por la adrenalina». La guerra continúa ahora. Mientras escribo. Mientras tú lees. Y hay una idea que asoma sobre el final del relato y que, aunque ya hemos visto y oído antes, sigue estremeciéndonos cada vez. De la guerra no se vuelve. «Si bien aquel infierno ya ha acabado para mí, sigo descorazonado por el hecho de que allí la gente continúe matándose y de que, con cada día que pasa, el odio arraigue de forma más profunda». No se vuelve.

¿Qué tiene la guerra que por un lado nos punza y por otro nos atrae? Quizá sea la experiencia humana más salvaje. El espacio en el que los límites de lo políticamente correcto se olvidan y las personas viven exclusivamente a través del cuerpo, que es un conjunto de órganos que lucha segundo a segundo por la supervivencia. En la guerra todo parece posible. Y, sin embargo, para quien la vive, la crueldad y la violencia producen una sensación de extrañeza e irrealidad que alimenta el surgimiento de una nueva identidad. «Con los pies azules por el frío, doloridos, tan inflamados que nos era imposible quitarnos los borceguíes». Esto de Louis Barthas podría haberlo escrito Pável Filátiev. La guerra continúa siendo idéntica. Atroz. Desesperante. Extrañísima en su desarrollo. Increíble en cuanto a su manera de quitarnos a los seres vivos todo derecho. Leer este libro puede servirnos para enfrentar esa extrañeza y comprender mejor lo que ha sucedido y sucede en Ucrania. También para buscar algo de luz. «¿Por qué no aprendemos nada de la historia? ¡¿Por qué, aún así, callan los millones de hombres que lo saben?!» Un libro brutal. Doloroso. Pero que, al mismo tiempo, siembra en nuestros corazones la esperanza. Si Barthas y Filátiev fueron capaces de escribir estos testimonios definitivos de lo que la guerra nos hace, quizá no todo esté perdido para nosotros.


Portada de «Timandra», de Theodor Kallifatides (Galaxia Gutenberg)

ZOV
PÁVEL FILÁTIEV
TRAD. ANDREI KOZINETS
GALAXIA GUTENBERG
2023

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