Lo bardo. La nueva memoria del expatriado

Diálogo entre el cineasta Alejandro Iñárritu, Jordi Soler y Jorge Volpi en la clausura del Festival VERDIAL.

Jorge Volpi, Alejandro Iñárritu y Jordi Soler en la clausura de VERDIAL

El mundo estaba roto antes de nosotros. Y por eso, y para que la soledad y el invierno no nos dejen moribundos, escribimos, leemos, y vemos las películas de Alejandro Iñárritu. En el cierre de «VERDIAL. Fiesta de las Letras y la Cultura Iberoamericana» eL director de Amores perros y 21 gramos mantuvo una jugosa conversación con los escritores Jorge Volpi y Jordi Soler. Un broche de oro para tres días fabulosos que han dejado en el aire interesantes preguntas en torno a las relaciones entre América Latina y España.

Dice Jorge Volpi que estamos frente a «uno de los directores de cine que se han convertido en un clásico vivo». Y Jordi Soler: «antes de tener una conversación [Alejandro y yo] estábamos destinados a seguir conversando». En ambos casos se percibe mucho cariño hacia Iñárritu, que se vuelca en un entusiasmo genuino por su obra. En esta conversación está la memoria de la amistad en primer plano, que se intensifica con la experiencia común de la extranjería. La complicidad del que sabe que no hay casa a la que volver.

Reconstruir su propia memoria es lo que ha hecho en su cine Iñárritu. Dice que no tiene recuerdos de su infancia pero que hacer películas le ha permitido intentar una memoria. La ficción nos permite eso: dibujar un mapa que nos explique el dónde pero también el porqué. «Nuestra memoria es la memoria de la memoria, no del evento», y aunque «creemos que vamos pilotando la vida» y tomando decisiones con el cerebro, «es nuestro subconsciente el que lleva el volante».

Pensar la memoria es, seguramente, el punto de partida para la construcción de cualquier obra artística. Ya sea para reafirmarla o para huir de ella, siempre estamos trabajando con ese material difuso. Y nuestra memoria está tejida con historias: las vividas, las soñadas y las leídas. No hay aleatoriedad en nuestro interés por determinadas obras o en nuestras obsesiones. Siempre podemos hilvanar una conexión entre nuestras obsesiones y nuestra experiencia. Y eso es algo que también hemos aprendido mirando sus películas. La invención de la soledad, el libro de Paul Auster, tuvo un gran impacto en él, porque encontró dos cosas: la idea de la nostalgia del futuro y la reflexión sobre la pérdida. Dos inquietudes que atraviesan toda su vida y que también se hallan presentes en su obra, junto a una reflexión intensa sobre la experiencia migrante y la diversidad étnica. Le interesa «la función del transterrado».

En su película más reciente, Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades, intentó trabajar con ella desde la emoción. En ella acompañamos al periodista Silverio Gama en su regreso a México, una experiencia que lo sacudirá violentamente obligándolo a enfrentarse a las preguntas importantes en torno a la identidad y los afectos. «En la migración ha sido muy importante la invisibilidad, la tragedia de la frontera», dice Iñárritu, y cuenta que Bardo es una película que podría simbolizar «la acupuntura personal», porque la escribió con el deseo de entender su propia historia, de dónde viene y por qué está dónde está: «porque ha sido todo tan rápido y tan vertiginoso y tan inesperado para mí» que tuvo la necesidad de ordenar sus propios recuerdos.

Las razones de la migración son distintas para cada persona. Y también la soledad. Pero algunas migraciones tienen su cuota de privilegio y otras, de tragedia. Sin embargo, y esto es algo que podemos encontrar en todas las películas de este director, también cada experiencia tiene su poco o mucho de luz. Y esa luz está en su obra. Incluso en sus primeras películas, donde la tragedia estaba más limpia y el humor todavía no era un recurso narrativo significativo, podemos encontrar imágenes o chispas que nos permiten intuir la belleza de la luz. Y esa perspectiva tiene mucho que ver con su forma de entender la migración y la identidad latinoamericana, porque rescata la poderosa construcción identitaria desde la mezcla. Sin embargo, no hay un empeño edulcorante en su cine, y critica el cine que se ha decantado por lo acaramelado. Dice que cuando escribe y dirige una historia donde la experiencia migratoria está presente intenta hacerlo desde la verdad de sus emociones, planteando la ambivalencia que esa experiencia significa. «Arrancar un árbol implica una pequeña muerte», dice, para argumentar que es una pérdida momentánea y necesaria para conseguir la readaptación, que es el objetivo de toda supervivencia. Aunque en el medio hay dolor y un proceso de pérdida, cuando empieza a «reverdecer puede ser poderosísimo».

Siempre miro a mis amigas y amigos hispanos que han formado sus familias de este lado con admiración. Atreverse a tener hijos en un país en el que siempre seremos extranjeros es como asimilar esa distancia y esa extrañeza con nuestros propios hijos, que devendrá en extrañeza con nosotros mismos. Siempre lo he pensado así, y me fascina y me aterra al mismo tiempo esa experiencia de dislocación. «Familias con identidad dislocada», las llama Iñárritu. El pertenecer a una comunidad que te da un poder colectivo y todas esas cosas que damos por hecho se ven cuestionadas y tienen sus consecuencias. Bardo fue el resultado de ese pensamiento y de su propia experiencia como mexicano que vive en Estados Unidos y cría a sus hijos en ese país. Lo que intentó mostrar en esta película es ese espacio de frontera en el que muchos vivimos, un lugar que es en realidad una situación: estamos aquí porque cruzamos una línea y terminamos en un lugar desde el cual «aunque quieras regresar ya no puedes. Un lugar liminal. Lo bardo».

Vivimos un tiempo anacrónico. A medio camino entre la modernidad y la prehistoria. Por un lado encontramos más diversidad o, al menos una mayor visibilidad de las diferencias, pero, por otro, se han intensificado las líneas que dividen orillas. Hay que definirse. De un lado o del otro. Pero «la vida se trata de coexistir dos realidades», escucho a Iñárritu. Es la única verdad que conocemos: «Lo demás es imaginación». En ese espacio liminal ha construido una obra deslumbrante, que nos ofrece una actitud provocativa en su lenguaje y en su estética, y que nos invita a pensar siempre en la realidad como una cosa fusiforme donde lo único que sabemos es de nuestros mecanismos de supervivencia. En eso nos acercamos todos. «No somos racionales, somos animales emocionales que a veces razonamos».

La gran pregunta de la experiencia migrante la hace Jorge Volpi: «¿Es posible regresar?». El protagonista de Bardo se enfrenta a ella y la película muestra de forma irónica lo que supone esa vuelta. «Es un reencuentro desencuentro con un viejo nuevo amigo», dice Iñárritu. La ciudad que dejó ahora es otra física, política y socialmente. «Las cosas para que sigan igual deben de cambiar». Y cuenta que una cosa muy curiosa que le pasó mientras hacía la película fue descubrir que «sucedían cosas que estaban en el espejo del guion. Y eso me dio gusto». Aprender a mirar la experiencia desde el humor le parece importante. Y, como dice Volpi, en esta película se nota más que en otras, porque aunque «no desaparece el lado trágico» la obra «está llena de destellos de humor». Esta inquietud se relaciona con otra, quizá la que vertebra toda la obra del cineasta, y que, afortunadamente, ha atravesado este fabuloso diálogo: la memoria. Poco a poco ha ido alejándose de la tragedia de sus primeras películas para encarnar un lenguaje que también está en la frontera, donde la realidad es ambivalente. Para explorar este territorio se vuelve necesario definir qué es realista y qué supone una exageración de la realidad. «Lo único real es el impacto emocional. Eso es lo más que podemos llegar a abrazar como verdadero». Critica la excesiva violencia y el hiperrealismo del cine actual, porque dice que tanta exposición lleva a que «perdamos la sensibilidad» frente al dolor de los otros, lo que nos lleva a alejarnos totalmente de la realidad. Por eso, en su obra, «como si se tratase de una recuperación del barroco» procura enfocarse en el lenguaje, «donde los símbolos ayuden a ordenar el sentido».


Jorge Volpi, Alejandro Iñárritu y Jordi Soler en la clausura de VERDIAL
Jorge Volpi, Alejandro Iñárritu y Jordi Soler en la clausura de VERDIAL

En el caso de Bardo, le pareció que la historia pedía un tipo de exploración particular. Y por eso quiso hacerla desde la «crónica emocional», porque «la crónica es un género muy generoso. Acepta el diario, el humor, el comentario político y el periodismo». El lenguaje lo es todo para el cineasta: basta ver cualquiera de sus películas para entenderlo. La primera que vi me causó un impacto tremendo. Todos lo conocían de 21 gramos pero yo, que siempre llego tarde a todo, lo conocí con The Revenant, y fue una locura. Me impactó la fotografía y la exploración de la soledad del fronterizo: ese vivir en medio de dos mundos. Los matices en torno a la violencia. El lenguaje arrasa la película y la trama es el lenguaje. El paisaje que habla es lenguaje. Los colores existen porque existe el lenguaje. Y ahora que lo escucho lo entiendo mejor. «Todo es el lenguaje», dice Iñárritu. Creo que basta ver cualquiera de sus películas para entender a qué se refiere. En esta época, sin embargo, «nadie habla del lenguaje», sino del dinero y de los instrumentos con los que se hacen las películas. Hablar del lenguaje es mucho más importante. «Yo creo que hasta en Tiktok puede haber una buena idea. El instrumento no es importante, las ideas son las únicas que cuentan y van hacia el futuro, y cada vez hay menos». Para él «escoger el ritmo de las palabras es importante. Porque en el cine lo más importante es el lenguaje», dice.

Es inevitable fascinarse ante un discurso así, donde hay una crítica directa a los caminos que ha adoptado el arte en las últimas décadas, donde las necesidades narrativas «tergiversan el sentido del arte», y donde ya no se busca la trascendencia. Y cuando se habla de la importancia del lenguaje no se niega la importancia de una historia, sino más bien se enfatiza sobre todos los sentidos que orillean al sentido. «Que el lenguaje tenga un símbolo que apunte a algo real, pero que diga algo más». Lograr eso es lo más difícil, en la literatura y en el cine, pero también resulta más fiel a la verdad. «Eso es más sincero que montar una escena de crueldad», le escucho decir. En un tiempo de violencia exacerbada y de mistificación de la rabia, escuchar un discurso que apele a la amabilidad, a la importancia de las emociones y a la búsqueda de una mirada transversal, me lo tomo como un regalo.

Jordi Soler, el amigo fascinado, habla de la magia que encuentra en las películas de Iñárritu, donde la religión y la realidad, lo místico y lo concreto, están siempre subvertiéndose. Ahí se vuelve a la idea de la identidad mestiza donde el director ve nuestras contradicciones. «Esa mezcla de lo que somos, que no queremos ver y abrazar lo que es». Esa ambivalencia de nuestras identidades mestizas donde las posturas llevan a «jalar para un lado o para otro» en lugar de asumir nuestro mestizaje es algo sobre lo que reflexiona en sus películas. Siente una gran admiración por la tradición, por ver cómo en su cultura coexisten realidades mágicas. «Nuestros antepasados inventaron toda una cosmogonía». En eso se diferenciaron de los griegos y los romanos, quienes construyeron sus deidades en imitación a la realidad, pretendiendo elevar la realidad al plano de lo divino. «Nuestros pueblos indígenas tuvieron una imaginación visual: crearon un mundo. Y nosotros vivimos entre eso y la racionalidad», afirma.

Tardamos mucho en entender que «la vida es fricción», y que «no hay nunca una solución» ante los problemas, o una mirada concreta sobre un mismo hecho, «vivimos entre paradojas que confrontamos». Hacer cine es asumir que cada personaje tiene un plano amplio de existencia, donde ocurre mucho más que lo que está en escena, donde, precisamente lo que aparece frente a la cámara es el resultado de la propia memoria del personaje, compleja y contradictoria. Para Iñárritu es importante «entender la realidad de cada personaje», lo que supone entender de dónde viene cuando entra en escena. Se refiere a algo concreto: si viene del dentista o qué le ha pasado un segundo antes. Entender que somos complejos y que esa dualidad es nuestra única forma de existir. «La coexistencia de esas realidades», nos explica.


Jordi Soler, Alejandro Iñárritu, Fernando Iwasaki y Jorge Volpi en la clausura de VERDIAL
Jordi Soler, Alejandro Iñárritu, Fernando Iwasaki y Jorge Volpi en la clausura de VERDIAL

La realidad no es el plano material. De hecho, mientras lo escuchaba, me acercaba a esa idea con entusiasmo. Dice que en Bardo intentó hacer coexistir toda esa complejidad poniendo «cosas que he vivido, cosas que imaginé, cosas que temí vivir, cosas que son parte de mí...» Una mirada perpendicular sobre lo que somos nos permitirá también comprender que ciertas cosas no podremos resolverlas del todo. La cuestión de la identidad de pueblos que han sido invadidos en el pasado es una de ellas. Porque ya no somos lo que eran esos pueblos invadidos. Somos el producto de ese cruce cultural. «Es tan grande, tan complejo el encuentro de los españoles con nuestras culturas que intentar entenderlo es una estupidez. No se puede abarcar». Cuenta que una cosa que le impactó mucho al llegar a Estados Unidos es que «los gringos no saben que nos robaron medio territorio. En las escuelas no lo enseñan. No saben que no es que la gente haya cruzado la línea, es que la línea se movió y de pronto estaban en otro país». La pregunta sobre el entendimiento entre culturas le interesa mucho, y lo vemos en su obra. Cuenta que el primer guion que le ofrecieron al llegar a Estados Unidos sobre Hernán Cortés, «que ha pasado por las manos de directores como Spielberg y Scorsese», ha sido maldito. «Nadie lo ha podido levantar». Incluso ha habido accidentes terribles como el incendio de una pirámide. «Hay como una cosa que no se deja filmar». Y entre eso y su fascinación por el personaje, quería a toda costa incluirlo en alguna de sus películas, pero entendió que había que hacerlo de otra forma. Y todo esto lo llevó a imaginar una escena que finalmente puso en su película: el deseo de fumarse un cigarrillo con Cortés y pensar en qué cosa le diría. «Ponerlo en una situación ligera donde se tocan ciertos temas interesantes y reírse proponiéndose una escena entre Cortés y Montezuma». Y dice que la hizo así (y es una impactante imagen donde hay una lúcida mezcla de ironía y melancolía) porque «la única forma de enfrentarlo es a través de la burla; porque es imposible abordar la verdad». En verdad, porque no existe una única mirada frente al asunto. «La verdad es la de ahorita», dice, y eso es lo único que importa: «soy una persona mixta».

Los escritores que más me fascinan son aquellos que miran a los otros con cariño, con cierta fascinación. Como Jordi Soler mira a Iñárritu, y piensa con Bretón. «La obra de arte sólo tiene valor en la medida en que a través de ella trepidan los reflejos del futuro». Le sirve para preguntar sobre la relación del cineasta con la muerte. «El cine y la imagen tienen más que ver con la muerte», dice Alejandro. Tiene que ver con pensar "este momento se va a ir" y con querer capturarlo. «Una forma de meternos en el bolsillo la vida, aunque sea una estupidez». Escribir y hacer cine son estupideces parecidas en las que no valen los consejos. «No hay expertos en cine. Se tiene que tener algo que decir, tener una necesidad de decirlo y luego decirlo como se nos pegue la gana». Un camino en el que es necesario «tener el valor de ser rechazado». El mundo, ahora que recuerdo esta hermosa charla, me parece menos roto. ¡Que nadie se pierda las estimulantes películas de Alejandro Iñárritu!


Alejandro Iñárritu en la clausura de VERDIAL
Alejandro Iñárritu. FOTO: La Térmica

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