«La mala costumbre», de Alana S. Portero (Seix Barral)

Una novela deslumbrante.

Reseña de «La mala costumbre» de Alana S. Portero (Seix Barral)

¿Cómo destrozar la esperanza de un pueblo? La mafia del mundo sabe cómo y el Madrid de los años setenta lo sufrió con la peor de las violencias. En un momento decisivo, en que la clase obrera despertaba y comenzaba a exigir su espacio, todos esos sueños de libertad y desarrollo fueron aplastados por la droga. «Excepto el parque y las propias casas, aquellos basurales, aquellas nadas, eran los patios de recreo de los niños del barrio y sus propios morideros cuando se hacían lo suficientemente mayores para meterse caballo», escribe Alana S. Portero en su novela La mala costumbre (Seix Barral). Una lectura fascinante donde la autora nos ofrece un retrato minucioso de la vida madrileña de aquella época y nos invita a adentrarnos en el corazón de una niña que se reconoce distinta y debe tomar la difícil decisión de recorrer el sinuoso camino de asumir su identidad en un mundo resbaloso y cruel. La historia de una oruga diminuta que abandona la piel arrugada para desarrollar unas alas coloridas y convertirse en una mariposa despampanante. Una fábula preciosa de amor propio. La primera novela de Alana Portero es deslumbrante y nos revela a una autora con una capacidad increíble para atravesar el tiempo y el lenguaje con púa y caricias. Que nadie se quede fuera de esta transformación.


La primera novela de Alana Portero es deslumbrante.

La primera gran verdad de este libro es la manera en la que la autora afronta una herida nacional de la que poco se habla: el desbarrancamiento de la esperanza para la clase media. La macabra trama política para destruir las libertades se introdujo en España a través de un arma letal, la droga en los barrios obreros. «Vi caer como ángeles terminales a una generación entera de muchachos». En un mundo que ya se estaba resquebrajando, los jóvenes encontraban poco interés en buscar una vida distinta, y el consumo de drogas ilegales se presentaba como un oasis en medio de la desesperación. Alana S. Portero pone esta característica de la realidad en el centro de la trama, para señalar la honda tristeza y la perversión que supone criarse en un barrio donde las posibilidades de desarrollo parecen desplomarse. El mundo es un territorio donde las posibilidades siempre son para otros. ¿De qué manera una niña trans puede huir de ese destino? Esta gran pregunta es la que punza la deriva interior de la protagonista de esta novela.

La novela nos presenta la reconstrucción histórica íntima y social de una niña trans desde su descubrimiento de su verdadera identidad hasta el presente, atravesando el duro camino de autodeterminación en un mundo de hombres crueles. Hay dos características de la narradora que le sirven a la autora para plantear con contundencia el personaje: la idealización del mundo que le ha sido negado y el desarrollo de una doble vida. Por un lado nos encontramos con una protagonista que se ve empujada a imaginar cómo sería su realidad si hubiera nacido en el cuerpo, y no sólo en el alma, de una niña; piensa en la relación amorosa que podría tener con su madre, por ejemplo, como si el desarraigo en las relaciones tuviera un estrecho vínculo con la identidad descolocada. «El maldito tiempo, lo que se nos arrebata a las mujeres como yo», leemos. Ese idealismo en gran parte es provocado por la discriminación —y la idealización social en torno al género que es uno de los mecanismos de control más peligrosos— porque invita a creer que la otra vida, la que tendría que habernos tocado, habría sido dulce y maravillosa, aunque ninguna vida lo sea completamente.


Reseña de «La mala costumbre» de Alana S. Portero (Seix Barral)
La reafirmación de la voz interior

Por otro lado, la narradora desarrolla una doble imagen propia, un bosquejo de identidad disociada forzado por el deseo de aceptación. La construcción de esa doble identidad («Todo era disfraz y guantes blancos») es la alternativa que encuentra para afrontar la vida sin perder lo poquito que tiene que le brinda seguridad y amor. Y el miedo será el muro más alto que deberá atravesar. Y nosotros con ella. Entramos en el universo íntimo de la narradora y conocemos estas dos identidades: la que muestra cuando sale a la calle («El cadáver que caminaba durante el día») y la que se encierra en el baño para conocerse y reconocerse (un yo verdadero que puja por recibir los rayos del sol y que es aplacado por la violencia del mundo y el propio miedo de la narradora). Es fabulosa la escena en la que finalmente se anima a salir a la calle como la persona que es, como la mujer que es. Leemos: «fue un momento de poder en el que no hubo inercia ni miedo que pudiera frenarme». La lucha de ese yo luminoso por convertirse en protagonista es el gran tema de la novela, y casi toda la historia pendula en esa dicotomía entre el miedo y el deseo. La narradora nos lleva de la mano, con su secreto en los labios, para adentrarnos en las profundidades de su miedo, y mostrarnos la cara dormida de la noche. Porque también la noche, con su cuota de navaja, puede ser refugio para las criaturas que se sienten descolocadas de la realidad.

Pese a la dureza de la historia la autora consigue ofrecernos una novela luminosísima, evocadora, donde hay lugar para todo tipo de fantasías. Esto me parece muy importante, porque nos ofrece una crítica contundente sobre las consecuencias de la marginación pero no se olvida del carácter luminoso de los vínculos entre personas heridas, la creación de nuevas familias donde podamos ser libres, esas nuevas familias que nos salvan. Las ideas románticas de los «para siempre» no tienen aquí cabida aquí, quizá porque el fuego de la esperanza no mira el futuro dogmático sino el presente cierto. No podemos prometernos amor para siempre, pero ¡qué bonito poder decir «Esta noche sí puedo»! Esas noches de cobijo encienden pequeñas llamitas que se van sucediendo y permitiendo la vida a pesar de la crudeza de la realidad, chispitas que nos permiten creer en la dulzura. Me parece que ése es uno de los mágicos aportes de esta novela.

El gran hallazgo de esta novela es el método a través del cual Alana Portero consigue atraversarnos. Y la pregunta que cabe hacerse aquí es de qué manera se puede construir una novela tan triste y que, al mismo tiempo, ofrezca tanta luz y se sostenga con semejante solidez. Aunque la narración es intimista, hay un juego de entrada y salida al mundo que nos obliga a sentarnos en esa frontera donde la vida tiembla y también se tambalea, para conectar con la sensibilidad y reconocernos en esa verdad que es tan luminosa y por momentos tan oscura. La prosa de Alana es sensual, honda, fantasiosa, realista. El ritmo se sostiene gracias a la combinación de diversos registros —que van de la evocación, a lo teatral y tocan también el monólogo— y a la introducción de un subtexto mitológico que permite comprender el universo íntimo de la narradora, formado por numerosos personajes literarios, que durante mucho tiempo son los únicos con los que realmente se anima a mostrarse tal cual es. Es interesante el popurrí de tradiciones que caben en ese universo: criaturas propios de la mitología grecorromana y personajes de la escena más pop conviven en armonía otorgándole belleza a la historia. Cabe mencionar también que la autora ha sabido equilibrar con contundencia los momentos de tensión y de dilatación, incorporando con inteligencia diálogos, descripciones y escenas de acción para construir una novela que está siempre en movimiento.


La verdad canta desde temprano, pero el lenguaje nos llega tarde.

Es una lectura fabulosa para quienes necesiten un poco de luz en medio de la niebla o quienes deseen una historia que los ayude a recuperar la esperanza en los pequeños gestos cotidianos. Asimismo, creo que es una novela que deberían leer todos los padres y madres, porque al hacerlo podrían preguntarse qué verdad habita en el corazón de sus hijos e hijas, para afrontar de una forma nueva las preguntas necesarias. Porque, seguramente, lo más desesperante de la vida, de las dudas de la infancia, es recordar que tuvimos que afrontarlas solas, y que callamos por miedo, o callamos por vergüenza o falta de palabras. Y es que la verdad canta desde temprano, pero el lenguaje nos llega tarde. Pienso en la relación de la narradora con Margarita, su vecina trans que es uno de los personajes más maravillosos de esta novela. Alana se detiene en la complicidad y la paciencia con la que Margarita se mantiene cerca de la protagonista, y en el miedo de la niña —«Pensar en la posibilidad de que me flotase sobre la cabeza una llamita como la que había visto a los apóstoles en la Biblia ilustrada, pero que solo fuese perceptible para maricones, bolleras, putas y travestis, era lo que me faltaba para obsesionarme»—. Me parece fabulosa la forma en la que Portero consigue expresar el desconcierto y el terror que siente a reconocerse como parte de los márgenes, antes de saber que habitarlos es la experiencia más hermosa que pueda vivir. Aquí podríamos extendernos en la importancia que tienen en esta historia las redes de apoyo: esas pequeñas vidas invisibles que abrazan a la protagonista, la impulsan a realizar su transformación, la invitan a formar parte de algo más grande que ella misma. Un grupo de personas arañadas por la vida que se convierten en el apoyo sincero y verdadero de la protagonista, en sus cómplices. Una red comunitaria formada por mujeres rechazadas, doloridas, ángeles caídos y vivísimos: la mejor familia para las desamparadas. Esta novela parece un cariñoso homenaje a la red íntima que apuntaló el vuelo de esta despampanante mariposa que es Alana S. Portero.


Belén Gopegui recomienda a Alana S. Portero
Lo que dijo Belén Gopegui de «La mala costumbre»

La desilusión del momento histórico, la gran crisis, la ruptura de los sueños obreros y la llegada del individualismo al barrio van configurando en la narradora una forma de mirar el mundo cada vez más oscura. En un momento expresa «Me adentraba en la vida adulta sin esperanza». La desidia con la que mira la vida irá ensombreciendo y apagando su propia voz, y ni siquiera las Moiras podrán ayudarla en ese trabajo. Y es que el miedo es la única faceta de la memoria que no tiene un origen fantástico: el miedo, generalmente, se apoya en las experiencias y el daño recibido. La escuchamos a Eugenia: «Es que da mucho miedo, nena, cómo no va a darlo, ¿tú les has visto ahí fuera? Pero qué alternativa tenemos, qué otra cosa se puede hacer». Y esta novela es también un valioso argumento contra el miedo: la crueldad del mundo no va a desaparecer y nuestra responsabilidad es construirnos una vida sana y, dentro de lo que podamos, alegre. Decir «esta soy» y que nadie pueda cuestionarlo. No existen identidades prefijadas, hay tantas voces y maneras de decirnos como personas existen, y descubrir esa voz interior y ese camino que deseamos recorrer es el objetivo más hermoso que podemos proponernos en esta vida. Esta novela nos invita a, como mínimo, hacernos las preguntas importantes. A partir de ahí, la responsabilidad en las acciones será nuestra.

Hay un momento de inflexión en esta novela que no me quiero dejar fuera, porque me ha deslumbrado la forma en la que Alana S. Portero provoca un rotundo viraje en el tono y nos interna en el vórtice del dolor. «Cómo se hace memoria de una vía muerta, cómo. Me lo quitaron todo y no quedó brasa que avivar». Un momento de oscuridad tremenda, que sumerge a la narradora en las fauces de la bestia, que la despoja de todo, la deja más sola que nunca y le arrebata todas las fuerzas. Solamente por este capítulo, por estas palabras, por esta hondura en el dolor valdría la pena leer esta novela, pero es que hay mucho más. Se trata de una lectura extraordinaria que a nadie dejará indiferente, y cuyos colores nos acompañarán durante mucho tiempo. Todo el libro en sí es un precioso álbum, como ése que la narradora abrazará —«para recordarme que sí, que tenemos derecho a una vida gloriosa, que la desgracia es una cosa que nos hacen, no que llevamos como una marca de bruja desde el nacimiento»— en una escena preciosa que no pienso destriparte, pero que estoy segura será de las más recordadas.


Esta novela es también un valioso argumento contra el miedo.

Esta novela que tiene todos los elementos para convertirse en un clásico, principalmente, porque consigue transferir la tradición a través de una historia absolutamente contemporánea, a la vez que nos presenta un universo verdaderamente asombroso y atractivo. Es un libro que nos invita a pensar en lo deseable y maravillosa que sería una sociedad donde no existiera la marginación y donde todas pudiéramos ser ángeles, mariposas sobrevolando el mundo a nuestro antojo. Y, sobre todo, donde todas las criaturas pudiéramos reconocernos como parte del mundo para poder reconocernos a nosotras mismas. Porque «ser hombre, ser mujer, no ser ninguna de las dos cosas es algo que no puede experimentarse ni construirse a solas».

Quizá estemos frente a un libro de memorias, un homenaje que la propia autora dirige a su yo de la infancia y a sus propias Moiras o personas que la cobijaron cuando el mundo se volvió un cráter sin oxígeno. Tal vez sea una novela de autoficción, y podría serlo por el retrato veraz y verdadero de España en los años ochenta, en los que transcurre la historia. Pero nada de eso importa. Lo único que importa es la verdad, y que esto es una novela. Y cada vez me siento más cerca de la idea de novela holística, donde toda forma es absorbida por el decir y las fronteras entre lo verídico y lo fantástico se difuminan y pierden importancia en pos de lo verdadero. Y aquí lo verdadero es contar esas historias que durante tanto tiempo estuvimos necesitando y a las que se les ha venido negando un espacio de prestigio en la literatura. ¡Ya no! Que nadie se pierda esta fábula hermosa que viene a recordarnos que la esperanza es posible incluso en este mundo y que son muchísimas las formas en las que el amor puede salvarnos.


Reseña de «La mala costumbre» de Alana S. Portero (Seix Barral)


LA MALA COSTUMBRE
ALANA S. PORTERO
SEIX BARRAL
2023

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