La poesía más necesaria es aquella que trabaja con la verdad, es decir, la que no se vende a los poderes de turno. Así es la escritura de Blanca Berjano. Su libro Rosario (Valparaíso) , con una aspereza y una belleza poco frecuentes, presenta una deconstrucción de los silencios familiares y reflexiona sobre la huella que dejan en los cuerpos de las mujeres. La forma en la que el lenguaje es manipulado para que no diga lo que debe, los traumas heredados, las violencias machistas y tanto silencio... Es un poemario de rigurosa estética que supone un recordatorio sobre la importancia de construir (y revisar) nuestra memoria colectiva. Tuvimos la suerte de conversar con Blanca sobre el proceso de escritura de este libro, sus obsesiones y los vínculos entre lenguaje y cuerpos. Su brillantez y sensibilidad son un regalo para quienes podamos escucharla/leerla.
P—¿Por qué era importante para ti escribir Rosario? ¿Fue una razón íntima o política la que te llevó a hacerlo?
R—Rosario salió de dentro; durante años, las voces de esas mujeres habían permanecido guardadas (estancadas) en mi interior, y sabía que tarde o temprano encontrarían una salida. Así, el primer impulso vino desde dentro, pero a la hora de ficcionar la historia y elaborar el poemario, comprendí la importancia de plantearlo como una problemática colectiva. Por ello, escribí Rosario como una manera de reconstruir la memoria silenciada de una casa, de una familia, al tiempo que defiendo que lo familiar es algo político. En esta línea, los temas abordados en el libro, tales como la violencia contra el cuerpo de la mujer, el silenciamiento de dicha violencia, la ocultación de la memoria histórica y los traumas heredados, surgen de un impulso político y de búsqueda de la justicia, de la verdad, de reconciliación con el pasado.
P—«Me arrebataron la tierra», escribes. ¿Es este libro un ajuste de cuentas con la memoria familiar y nacional?
R—En cierto modo, sí. Puesto que el Estado español no nos ha dado los recursos necesarios para que podamos hacer las paces con nuestro pasado histórico, Rosario surge como un antídoto contra el silencio institucional. Cuando se rompe el silencio, se está llevando a cabo un acto de transgresión. En mi opinión, faltan todavía voces que rellenen los huecos de ese pasado (que nos ha sido negado en la escuela y desde las instituciones). Cuantas más voces haya, más testimonios, más difícil será mantener el silencio. Por ello, la voz individual surge para hermanarse con otras voces y otras experiencias. Por ejemplo, cuando las lectoras me cuentan los relatos de sus familias, el libro de Rosario crece, se expande, se completa.
P—Históricamente las mujeres han tenido la responsabilidad de sostener los hogares mientras la guerra arrasaba con todo, pero todavía no se ha hablado lo suficiente sobre ello, no desde la experiencia íntima que supone ver tu casa destruida y tu familia rota y tú dentro de esa imagen. ¿Por qué crees que sigue tan silenciada esta experiencia?
R—Creo que la experiencia ha sido silenciada porque los hogares, el mundo de lo doméstico, se ha ligado históricamente a las mujeres. Pero, además, se ha silenciado la interrelación entre el hogar y lo público. Al final, esa distinción entre lo familiar (esfera de lo femenino) y lo público (esfera de lo masculino) no deja de ser un engaño patriarcal. La guerra, la violencia, entraban dentro de las casas, y las dinámicas familiares acababan siendo un reflejo de lo que pasaba fuera. Las mujeres, en ese escenario, no se quedaban al margen. No solo hubo mujeres en las trincheras, sino que el hogar se presentaba como una trinchera más, donde podía pasar cualquier cosa de puertas para dentro.
La guerra, la violencia, entraban dentro de las casas
P—Reescribimos la historia porque lo que se nos ha contado no es cierto o no lo es del todo. ¿En qué medida este libro responde a esa necesidad?
R—La guerra civil española, la dictadura y la transición son momentos de nuestra historia que nos han llegado velados a las generaciones siguientes. Velados por las instituciones, como dije antes. Pero también, nuestras familias han colaborado en esa ocultación de la verdad; en cada casa siempre hay algo vergonzoso o tremendamente difícil de contar. En este sentido, el arte (los libros, las películas, los documentales, etc.), han ido rellenando esos huecos de la historia.
P—En esa reescritura los silenciamientos son importantes. ¿Podríamos decir que el motor de la escritura es denunciar la violación de Rosario?
R—La violación de Rosario es el motivo en torno al que gira el poemario. Denunciar este silenciamiento era importante porque, en la época en la que sucede esta agresión, era la mujer quien acarreaba con la culpa y con la vergüenza. Fue un silencio impuesto que tuvo además graves consecuencias. En el libro, se expresa cómo la silenciación de ese hecho horrible desencadena el resto de experiencias violentas, o cómo esa violencia se agarró al cuerpo de Rosario y la transformó en un ser violento. Con todo, la intención era no solo denunciar la violencia contra el cuerpo de la mujer, sino también señalar las paradojas que pueden surgir a partir de ese acto de violencia. Así, la violación de Rosario cuestiona cómo relacionarse con el bando republicano con el que nos sentimos identificadas ideológicamente al tiempo que se denuncia una falta grave, y una herida en la carne perpetrada precisamente por ese bando. Al fin y al cabo, los cuerpos de las mujeres devienen en las guerras un lugar contra el que se descarga el odio de los hombres.
P—¿Qué lugar ocupa el cuerpo en tu escritura, y las formas en que el poder institucional se ejerce censurándolo?
R—Para mí, era importante escribir desde el cuerpo, especialmente desde la mirada de los cuerpos oprimidos, que en este caso son predominantemente los cuerpos de mujeres. Además, me interesaba explorar cómo esos cuerpos se conectan y afectan mutuamente, y cómo esas mujeres, unidas por lazos familiares y temporales, encuentran un espacio y una voz a través del poema. De este modo, se subvierte de alguna manera la censura que viene desde las instituciones. El poemario señala, además, que el poder institucional es tan fuerte que logra que sean los propios cuerpos quienes se autocensuren. De ahí la violencia contenida de Rosario.
P—¿De qué manera la escritura puede abrir nuevos escenarios de reflexión sobre las violencias contra los cuerpos de las mujeres?
R—La escritura del cuerpo quizás sea un espacio que hemos conquistado y elaborado las mujeres. Es una forma de denuncia de la violencia que se ejerce contra nuestros cuerpos, pero también es supervivencia, gozo, liberación y canto. Como decía Cixous, la escritura y la expresión del universo femenino funcionan como una manera de reapropiarse del cuerpo.
La escritura y la expresión del universo femenino funcionan como una manera de reapropiarse del cuerpo
P—La violencia ha adquirido una nueva dimensión, siendo la transfobia ejercida desde cierto sector feminista una de las peores. ¿No es contradictorio que un movimiento que propone una lucha pacifista por la libertad y la igualdad use métodos similares a aquello que critica? ¿Qué diferencia hay, después de todo, entre la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres y la violencia transfóbica ejercida desde grupos que se autoproclaman feministas contra las mujeres transgénero?
R—Las palabras “libertad”, “derechos”, “igualdad” se usan en todo tipo de discursos. Es decir, cualquier opresor puede usar esas palabras para justificar sus actos de opresión. Por ello, es importante no dejarse influenciar por la superficialidad de los discursos, por la demagogia. Por otro lado, a mí ya no me sorprenden las barbaridades de ese sector que se autoproclama feminista. Se trata de mujeres con privilegios de clase y de raza, provenientes de países europeos o del norte de América, que desde el inicio de su movimiento solo se han preocupado por sus propias opresiones, sin tener en cuenta las de otros colectivos, como el trans o el de las de las mujeres racializadas.
Finalmente, aunque la violencia patriarcal contra las mujeres y la violencia contra los colectivos trans tengan elementos comunes y una raíz común, también se diferencian en bastantes cosas. En el segundo caso, la violencia que se ejerce es la imposibilidad de existencia, es decir, la prohibición de que esos colectivos puedan siquiera existir. Por ello, me parece clave dar visibilidad a los discursos interseccionales, ya que nos ayudan a desmontar los discursos transfóbicos. Por ejemplo, Oyéronké Oyewùmi estipula que antes de la colonización, la sociedad Yorùbá (que estudia en su monografía) no tenía una organización social basada en el género (binaria y jerárquica). La relación metonímica entre anatomía y género es, por tanto, un concepto (patriarcal) importado de Europa con la colonización.
P—Tus libros demuestran un compromiso con la palabra y la realidad. ¿Es posible escribir sin adoptar una actitud de pensamiento crítico o de rebeldía frente a la desoladora realidad?
R—Ya lo dijo Gabriel Celaya en esos conocidos versos: "Maldigo la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. / Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse". También, Nina Simone hablaba sobre la importancia de reflejar en su música las problemáticas de la realidad que la rodeaban (evidentemente en su caso hablaba de la opresión de las personas afroamericanas en Estados Unidos). En mi caso, lo que escribo viene impulsado por un deseo de cambiar la realidad, por lo que siempre, por muy íntimo que sea el texto, va a tener un compromiso político. En mi opinión, si no hay un impulso crítico para con la realidad, el arte se transforma en otra cosa, en un adorno como dijo Celaya en su poema, o en decoración de interiores, por ejemplo.
P—Hablas de los silencios heredados. ¿Somos el resultado de los silencios tremendos de nuestras familias?
R—Es posible que sí. En este libro, vertebrado a partir de distintas voces, los personajes de la tía Rosario, la abuela, la madre y les niñes ilustran las consecuencias que tienen los silencios heredados sobre los cuerpos. Para mí era importante resaltar cómo lo que se ha ocultado a través de la palabra emerge hacia fuera a través del lenguaje no verbal, cómo a veces la palabra nos limita para expresar lo inefable. El silencio transmitido de generación en generación, resultado de un trauma intergeneracional, se adhiere a la carne. Los cuerpos también hablan, por lo que ese silencio, en realidad, es un grito expresado a través del cuerpo. Entonces, tenemos que aprender a escuchar.
P—Rosario es un libro en el que has cuidado muchísimo la forma. ¿Cuál era tu intención formal en estos poemas?
R—Para mí, había varios elementos importantes. En primer lugar, el silencio debía plasmarse en la estructura del poema. Me preguntaba cómo decir sin decir, dónde colocar los espacios en blanco, las pausas, los huecos que debían ser rellenados por les lectores. También, la polifonía era importante. Hay distintas voces, como dije anteriormente, y esas voces tienen intenciones diferentes, tonalidades distintas. Pero, a veces, es difícil distinguir quién está hablando, y esa ambigüedad me parece clave, ya que permite que sea le lectore quien atribuya la voz a un personaje u otro. Por último, escribí el poemario como un todo cohesionado, un tejido de poemas que emergen unos de otros. Imaginé las voces de las mujeres cantando (y lamentando) como si se tratase del corifeo de una tragedia griega escrita a base de trímetros yámbicos, al ritmo de una percusión.
P—¿Cómo escribe Blanca? ¿Tus poemas ya vienen organizados o van surgiendo de a poco? ¿Qué los dispara (imagen, frase, idea)?
R—Mi proceso de escritura no lleva un mecanismo concreto, depende mucho del momento y de lo que voy a escribir. Rosario se creó a partir de recuerdos, que bien podían ser imágenes, o escenas, o bien frases o susurros, a veces incompletos. Como ya he dicho, esta idea de la falta, de lo silenciado, de lo velado, pero intuido, inspiró el libro. Rosario nació del silencio.
P—La diversidad es algo que te importa, y la visibilidad trans está en primer plano en este libro. ¿Cómo ves el feminismo en estos tiempos convulsos? ¿Cómo gestionas la rabia que nos provoca a tantas personas ese sector del feminismo transfóbico y elitista?
R—En el libro, el personaje ficcional de mi hermane representa el colectivo trans - no binarie, que en la España de los años 90 no tenía la visibilidad que tiene hoy, sobre todo por la falta de referentes para les niñes. Mi hermane Dani obviamente inspiró este personaje. Para mí era importante utilizar la "e", que es el sufijo con el que se identifican las personas no binaries, pese a que los señores de la Real Academia no lo reconozcan como "correcto" y a que hoy en día pocas personas lo utilicen en su escritura. En definitiva, creo firmemente en un feminismo interseccional, diverso e inclusivo, y creo que la lengua se trans-forma, y se adapta a los tiempos. La "e" ha llegado para quedarse, por lo que en Rosario era importante reflejar ese cambio.
En cuanto al "feminismo" transfóbico, igual que sucede con los fascismos, dialogar se vuelve complicado cuando las otras personas solo luchan por arrebatar derechos a colectivos históricamente oprimidos. En ese sentido, lo único que podemos hacer es aliarnos entre los diversos colectivos y defendernos.
P—¿Qué piensas de la forma en la que se gestiona en España la memoria histórica? ¿Qué te gustaría que se hiciera que no se está haciendo aún?
R—La Ley de Amnistía, que llegó con la llamada transición democrática en España, ha causado un silenciamiento de las violencias y los abusos que se ejercieron durante la dictadura. Esa impunidad es violencia institucional. Me gustaría que se pudieran romper los tabúes, hablar abiertamente de los errores que se cometieron, dejar que las heridas también hablen. Al fin y al cabo, la correcta gestión de la memoria histórica después de un suceso traumático como es una guerra y una dictadura es algo necesario para que la población pueda sanar. Si no, como se muestra en Rosario, esas heridas se heredan en las generaciones futuras.
Me gustaría que se pudieran romper los tabúes, hablar abiertamente de los errores que se cometieron
P—Estás trabajando en una tesis sobre literatura medievalista, ¿cómo surgió tu interés por ella?
R—La tesis que estoy escribiendo, sobre las raíces medievales de la poesía del flamenco, reúne mis tres pasiones: la poesía, el flamenco, y la época medieval. Me interesa la relación entre la poesía y la música (la denominada poesía oral), y cómo esta poesía, que conforma la memoria y los saberes ancestrales, se transmite de generación en generación hasta el tiempo presente. También, estoy explorando cómo esos saberes ancestrales, expresados a través de la poesía oral, están ligados a maneras de amar y maneras de sentir el deseo y funcionan como tecnologías sociales y de género. Como Rosario, creo que esta tesis ha estado gestándose siempre dentro de mí; es el resultado de mis vivencias y de mi recorrido académico, pero también vital.
P—¿Qué significa ser poeta para ti?
R—No me considero poeta, no sé si es por el síndrome de la impostora o porque hoy en día nadie o casi nadie se autodenomina así. Quiero decir, me resulta lejana en el tiempo la etiqueta de "poeta", como si ya todos los poetas hubieran muerto, o bien quedaran muy pocos. La acción, escribir, me parece más afín porque me puedo identificar con ella; escribo a veces, a veces lo que escribo se puede llamar poesía. Escribir poesía para mí es una forma de estar en el mundo, de mirar, de existir, un esfuerzo por desvelar lo oculto, lo inenarrable, pero también una estrategia de supervivencia.
P—Háblame de tus autoras y autores de referencia. ¿Alguna lectura que te haya convertido en escritora?
R—Mi escritura no sería la que es hoy sin ese elenco de autores que me han acompañado a lo largo de mi vida. Y escribo desde siempre, desde la primaria, por lo que son muches les autores que me han influido y es imposible nombrarles a todes aquí. Algunos libros que han dejado una huella profunda en mí y a los que siempre vuelvo son el Diván del Tamarit de Lorca, Nada de Carmen Laforet, Medea, de Eurípides, o La conjura de los necios de John Kennedy Toole. También, hay autoras que me han inspirado e inspiran, como Szymborska, Safo, Pizarnik, Blanca Varela, Anne Carson, Mary Jo Bang, Olga Novo, María Auxiliadora Álvarez, por mencionar solo algunas.
P—Has escrito Rosario, un libro alucinante sobre la memoria de España y la transición, ¿estás feliz contigo misma?
R—Claro, estoy contenta, es una satisfacción ver el libro impreso, ver el efecto que tiene en las lectoras. Esto es algo que me emociona profundamente, cuando alguien a quien no conozco me cuenta que se ha visto reflejada en la imagen de esta familia desestructurada por la guerra.
P—¿Te ha salvado la palabra alguna vez? ¿Y la poesía?
R—La escritura y la lectura son un refugio para mí. En los peores momentos, son el único lugar en el que puedo sentirme a salvo, como una forma de aislarme cuando lo de fuera no funciona. Pero también, escribir es algo que me produce placer, por lo que procuro no dejar de hacerlo.
Aquí puedes leer la reseña completa que salió en El Periódico de Poesía de la Universidad de México (UNAM)
0 Comentarios