Donde termina el país empieza la herida pero también la esperanza. Éste es el gran hilo conductor de Herida fecunda de Sandra Lorenzano, que ha conseguido el XV Premio Málaga de Ensayo que publica Páginas de Espuma. Un ensayo poético donde la palabra se tuerce para explicar la cicatriz. Con un estilo que combina lo autobiográfico, lo antropológico y los torcimientos políticos, Lorenzano nos ofrece una genealogía brutal del desarraigo donde la perplejidad del lenguaje es el hilo conductor. Leemos: «Cuando me piden que hable del exilio, la primera palabra en que pienso es pudor».
Lorenzano nos ofrece una genealogía brutal del desarraigo.
Este libro remueve y demuele. Arranca hierbajos e incita al tránsito del duelo y a la alegría de los hallazgos. Contiene fragmentos de nuestro querido Fito Páez y pronuncia en voz alta algunas de las palabras y los paisajes amados de la infancia que nos repetimos cada noche al acostarnos con el miedo de olvidarlos. Yo no recuerdo haber vivido el miedo a la pérdida de las palabras antes de saberme extranjera. Usábamos el lenguaje con una soltura que ahora nos resulta imposible y atravesábamos el mundo como si tuviéramos la certeza de que siempre iba a estar ahí, y a ser el mismo. Pero el viaje determina un viraje absoluto de las formas y los contornos. Y el mundo nunca vuelve a ser el mismo. En este libro la herida se ve acentuada por la consciencia de haber sobrevivido cuando muchos otros no lo consiguieron. Esta especie de culpa por la "buena fortuna" planea sobre el discurso y se materializa en inquietudes sobre la autoridad del que nombra. La autora se pregunta sobre el origen y la legitimidad del privilegio de poner en palabras, pero también reflexiona sobre la importancia de nombrar por aquellos que no tienen la posibilidad de hacerlo.
La pregunta sobre la forma en que nos cambia la extranjería es, quizá, una de las más significativas. «¿Qué clase de bilingüismo es el de quienes nos hemos exiliado dentro de la misma lengua?», se pregunta Lorenzano. Creo que poner en palabras este exilio dentro de la misma lengua es importante. Porque hay una falsa idea asentada en torno a la familiaridad lingüística y el desarraigo. Por experiencia propia sé que te puedes sentir mucho más extranjera rodeada de esas palabras familiares en un entorno donde significan otra cosa que en un sitio donde la fonética, la sintaxis y la gramática son otras. Llegué a España después de 5 años de haberme convertido en migrante y fue el primer lugar donde el desarraigo cobró sentido e intensidad. Lorenzano se ocupa de ese extrañamiento, del balbuceo provocado por el miedo a usar mal las palabras y la soledad interior que acompaña ese arañazo en la lengua. Y es absolutamente maravillosa la forma en la que su propia experiencia migratoria adopta un sentido general y sirve para pensar la experiencia colectiva.
La genealogía es otro de los temas que importan en Herida fecunda. La herencia mestiza y la historia de huidas que anidan en la idiosincracia argentina se combinan con la propia historia de desarraigo de la autora. El miedo, la violencia que corría por las calles de Buenos Aires en aquellos terribles años setenta, la imagen de la madre abandonando ese jardín donde había sido feliz y, un poco más atrás en el tiempo, la bisabuela viajando en una caja de zapatos y convirtiéndose en migrante por culpa de otro exilio. La violencia sistemática como una herencia que nos iguala en el dolor.
¿Por qué volvemos una y otra vez a la pregunta sobre el desarraigo?, se pregunta la autora. ¿Qué nos quita y qué nos ofrece esta experiencia? Este viaje entre pérdidas y hallazgos, luces y sombras, amores y desamores se ve alimentado y acompañado de lecturas y canciones que son himnos y refugios. «Pero me escapé hacia otra ciudad», cantamos con Fito. Y me estoy preguntando si sabrá del todo Fito cuánto significan sus canciones de este lado del camino. En este ensayo las preguntas sobre la identidad tienen que ver con la construcción de un Yo dislocado que aprende a vivir en un territorio fronterizo, donde casa puede ser distintos lugares al mismo tiempo. El desarraigo es para siempre, porque el miedo a la pérdida se instala de una forma indescifrable en quien lo habita. «Ganarle la partida al desarraigo no echando raíces», escribe Lorenzano.
La construcción de la identidad es uno de los ejes de este ensayo |
Leemos este ensayo y volvemos a la espina pero también a la certeza de las palabras. Porque Lorenzano exorciza nuestro miedo gracias al poder extraordinario de la palabra. Tantos heridos, tantos migrantes, tantos desplazados asomándose a este libro. Aunque en el centro del discurso esté el exilio, la reflexión es mucho más amplia y nos llega también a quienes hemos abandonado nuestro país de origen por "elección" (si eso existiera). Lorenzano nos ofrece una lúcida reflexión sobre todo lo que hemos perdido en el viaje pero también la confirmación de que lo que nos salva está a mitad de camino entre el pasado y la eternidad, y tiene más que ver con las palabras de Gelman, de Pizarnik, de Ajmátova, de Brecht, de Héctor Tizón, que con una geografía específica. «Clavé memorias porque me aterraba esa intemperie. Me aterraba no tener patria bajo los pies». Los nombres, los poemas, las canciones que sirven de faro en el desarraigo son el bagaje interior más importante, la prueba de que hubo un jardín y que ya no existe, excepto en nuestra memoria. Leer este libro nos permite volver a nuestro propio jardín y escuchar ese idioma que ya nadie pronuncia.
Este libro nos permite volver a nuestro propio jardín.
Hay una lectura que no quiero dejarme fuera. Entre las muchas y diversas extrañezas está la de la piel cuando el deseo que te habita no coincide con el deseo normalizado (ni normativo). Hay un capítulo maravilloso en el que la autora expone ese momento en que aparece el deseo lésbico y hace estallar todo lo que nos rodea. Esa extrañeza a veces coincide con la migración, pero no siempre. Este libro es un maravilloso canto al deseo, a los cuerpos amados, a la revolución del deseo como única bandera salvífica. De alguna forma podría leerse que las dos cosas que han salvado a la autora en ese camino son la poesía y el deseo, las palabras de determinados poetas y la epidermis de la mujer que ama. Creo que es una forma maravillosa de proponer caminos de salvación ante la tremenda herida del desarraigo. El amor con todas sus consecuencias. Leemos: «Si me querés, quereme zurcida. Un poco ajena, un poco confundida, un poco Frankenstein».
Hilado a esto querría hacer un breve apunte sobre las reflexiones en torno a la vejez y a la migración del cuerpo, que es esa transformación física que no siempre coincide con la transformación interior. Seguimos sintiéndonos adolescentes pero nuestros huesos no nos acompañan de la misma manera. Creo que esto es interesantísimo. La autora pide quedarse en los doce años. «Todavía éramos una mi cuerpo y yo. Mi lengua y yo». Decía que aunque el enfoque de la migración en este libro tenga que ver con el exilio su amplia visión podría servir para pensar otras formas de extranjería y de dislocación física y metafórica. Lorenzano legitima en sus palabras el desarraigo perenne y también las vidas improvisadas. Resulta reconfortante saber que no sos la única que para la pregunta "¿hasta cuándo?" no tiene una respuesta. «Hay quienes tienen la vida más o menos planificada; otros vamos creciendo a los tumbos».
El desarraigo atraviesa la reflexión de Lorenzano |
Y una última cosa que hace de este libro una joya a la que volver: Lorenzano postula la mirada sobre el pasado tomando como referencia el tiempo y no el espacio. «Cuando pienso en la distancia suelo pensar más en Tiempo que en Espacio. Contra el Tiempo no tengo defensa». Se me ocurre que en esa línea podríamos pensar la memoria como un escenario de infancia perenne y la realidad como un territorio de confirmación de lo que no existe. Más allá de los lugares, el tiempo, confirmando todos los acontecimientos que nos hemos perdidos y, por otro lado, la belleza a la que sí hemos podido asistir en este desgarro. «Envejecemos lejos de los testigos de la infancia», dice, pero también «Tengo saudades de espacios abiertos y horizonte». Aprender a vivir con todo eso es importante, y es nuestro gran reto. Y este ensayo propone algunos caminos que podrían servirnos para aferrarnos a un presente migrante, donde ese yo medio monstruoso pueda apropiarse del mundo que le corresponde.
Herida fecunda, haciendo pie en la maravillosa Clarice Lispector que nos invitaba a ver el exilio con el potencial asombroso de la escritura, trata sobre el vuelo que nuestra propia voz puede adquirir gracias a este naufragio. ¡Y qué emoción encontrarme con María Luisa Elío! Estamos ante un libro que viene a confirmarnos que la memoria individual no existe porque la memoria íntima se construye y cimenta en una compleja y poderosa genealogía de mujeres desarraigadas y luchadoras. Y es significativo que Lorenzano haya trabajado este tesoro a través de un texto cercano y escrito con una sensibilidad asombrosa para su género. «No estoy en casa», dice Lorenzano, es la frase que determina el exilio, y practica en este ensayo «el exilio como una poética del zurcido» de una forma magistral. ¡No se pierdan este extraordinario mapa!
HERIDA FECUNDA. SANDRA LORENZANO. PÁGINAS DE ESPUMA. 2024. |
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