Soledad González Ródenas: «Con Juan Ramón Jiménez seguiré pasando mis vacaciones»

Entrevista a la investigadora Soledad González Ródenas a propósito de la edición de «Baladas y odas» de Juan Ramón Jiménez (Fundación José Manuel Lara)

Soledad González Ródenas

La sombra de Juan Ramón Jiménez es alargada. El poeta de Moguer ha dejado algunos de los poemas más importantes de la poesía española del siglo XX, trayendo a nuestra lengua las preocupaciones estéticas más notables del vanguardismo y buscando en la poesía un significado que está fuera de ella y casi fuera del lenguaje. La investigadora Soledad González Ródenas ha dedicado muchos años de su vida a entender el recorrido vivencial y profesional del poeta y ha conseguido desentrañar la pulsión de la que nace su potente poesía. Conversamos con ella por su más reciente trabajo de edición de Baladas y odasde Juan Ramón Jiménez publicado por la Fundación José Manuel Lara.

P—¿Qué ha sido lo más difícil en este trabajo exhaustivo de documentación y publicación de las Baladas y odas de Juan Ramón Jiménez?

R—Ha sido particularmente complicado localizar los originales de los textos. No sólo están separados en dos archivos, uno en Madrid y otro en Puerto Rico, sino que, además, dentro de estos archivos están dispersos en múltiples carpetas y la mayor parte de las veces manuscritos a lápiz en documentos muy oxidados y con caligrafía muy difícil de transcribir. Además, muchos eran textos ya editados con errores de lectura y en ocasiones cuesta más enmendar lo mal editado que hacerlo desde originales desconocidos. Para todo ello me ha sido indispensable la ayuda de Carmen Hernández-Pinzón, sobrina nieta de Juan Ramón Jiménez y la mejor conocedora de su legado.

P—Dices en el prólogo que cuando Juan Ramón escribió ‘Platero y yo’ atravesaba un período de mucha oscuridad. ¿Se ve en él reflejado el poder de la palabra sanadora-salvadora? Algo de ese misticismo está presente en toda la obra juanramoniana, me parece.

R—Los años que pasó de retiro en Moguer entre 1906 y 1912, después de haber pasado una buena temporada en Madrid, fueron fundamentales para conseguir ese equilibrio necesario entre la realidad y el deseo. La «oscuridad», la angustia, la decepción nacen de ese conflicto. También hay que tener en cuenta la innata hiperestesia —a veces hasta lo enfermizo— que caracteriza su personalidad. Necesitaba, como poeta y como ser humano, reconducir esa extrema sensibilidad y esa singular capacidad de observación hacia territorios más fértiles, más amables y, sobre todo, hacia la asunción de una vida en la que el dolor por lo que no es, no ha de impedir el goce de lo que sí es. Y JRJ consigue esa sanación, sí, a través de la palabra poética. Platero y yo es un libro de asunción de la vida con sus pros y sus contras, con su pasado y su presente, y con lo que es y lo que no es. Toda su obra es un tránsito hacia el elemento sagrado de la existencia a través de la palabra. Él mismo dirá «una sucesión de encuentro con una idea de dios», un dios sin Iglesia ni catecismo que emana de la propia captación de la Naturaleza. Desde ese punto de vista su poesía es una forma de misticismo laico. Dirá: «No que yo haga poesía relijiosa usual; al revés, lo poético lo considero como profundamente relijioso, esa relijión inmanente sin credo absoluto que yo siempre he profesado».


"Platero y yo" es un libro de asunción de la vida con sus pros y sus contras.

P—Me gustaría preguntarte por tu acercamiento a Juan Ramón; no sólo le dedicaste tu tesis doctoral sino que desde entonces has trabajado codo con codo con quienes cuidan su legado, ¿qué hubo antes para que al final después todo te llevara a él?

R—Hay un trabajo filológico que constituye la base de mi formación académica y profesional, es decir, la profesión que yo elegí no sé si por gusto o por destino. Cuando era estudiante de Secundaria supuso para mí un gran conflicto que me hicieran elegir entre Ciencias o Letras. No entendía por qué debía renunciar a una parte del saber. Y como no hubo más remedio, elegí lo que para mí era la visión más totalizadora del mundo: la literatura. Y dentro de lo que se llama «literatura», hay una parte que indaga en lo inefable, en el conocimiento de lo sagrado, aquello que la ciencia es incapaz de sistematizar, que es la que más me interesa, y eso es la poesía. Juan Ramón en ese sentido es un absoluto maestro. Yo no soy poeta y no siento la necesidad de expresarme escribiendo poesía, pero sí necesito sentirla, captarla, transmitirla, conducirla a otros. Creo que ese conocimiento es formativo, nos hace mejores, más sensibles, más humanos, y por eso es necesario. Para mí es esa mi labor y, supongo, que eso es la filología.

P—¿Qué es lo más apasionante del trabajo de investigación?

R—No sé qué decirte. Hay algo en ello que me absorbe, me fascina irracionalmente. Editar a un poeta como Juan Ramón Jiménez es sumamente complejo. Se necesita paciencia, muchas horas, dedicación y encontrar en ello un placer, un trabajo gustoso. Hay algo apasionante en el conocimiento o en la pequeña parcela de conocimiento que cada uno de nosotros es capaz de asumir y transmitir. Como decía Tolstoi: «Sólo el conocimiento es la verdadera religión».

P—En el prólogo señalas que este libro nos permite encontrarnos con la fuerte lucha entre el amor y la muerte que está presente vagamente en otros períodos de su obra. ¿Cómo entiendes tú esa lucha y a qué se la adjudicas?

R—La lucha entre el amor y la muerte, eros y thanatos, es una de las formas esenciales que toma la creación frente a la destrucción. Como decía antes, en Juan Ramón Jiménez estas dos pulsiones suponen una lucha interna que no va a encontrar vencedor, sino equilibrio y asunción a través de la palabra poética. Las baladas están escritas en un periodo de fuerte conflicto y de extremismos radicales de juventud. Encontraremos un poeta tan pronto abocado a la desesperación y el ansia de aniquilación, como otro desenfrenado, gozador de cuerpos y redentoras contemplaciones. Le quedaba aún un camino que recorrer y que no logrará encauzar hasta que no llega Zenobia a su vida. Con ella nace un nuevo Juan Ramón porque es entonces cuando consigue mirar el mundo con nueva luz.

P—Siguiendo con esa idea de la lucha vitalista y fatalista pienso en el exilio y en el modo en que su vida y obra se vieron transformadas por esta experiencia. ¿En qué se puede notar este cambio?

R—Juan Ramón tenía 54 años en el momento en que salió de España. Estaba empezando a publicar lo que él pensaba que sería su «Obra completa», sin imaginar que distaba mucho de estar terminada. El exilio fue para él, como para tantos otros, un verdadero trauma. Sin embargo, ese dolor no se refleja en su poesía. Para entonces, era un poeta maduro y su desdicha humana va a encontrar un refugio en la fascinante naturaleza que va a encontrar en América. Buscará en ella lo común en lo diverso, lo esencial, recreará —encontrará— una patria de sensaciones universales. Un lugar en el que vivir una, dirá, «infancia última». No encontraremos un solo verso melancólico, triste o quejoso en su obra de exilio. No hará jamás lo que se llama «poesía social». Cuantos más conflictos políticos lo rodean, más aboga por una poesía pura que devuelva al hombre a la armonía. La poesía constituye para él una parte esencial de la formación espiritual y esta formación es imprescindible para una sociedad que aspire al equilibrio y a la paz.


Hay algo apasionante en el conocimiento o en la pequeña parcela de conocimiento que cada uno de nosotros es capaz de asumir y transmitir.

P—Te escuché decir varias veces que Juan Ramón no fue comprendido y que, en cierta medida, muchas cosas en torno a su vida (y tal vez también a su obra) siguen cubiertas de un velo de misterio. ¿Qué aspectos de su vida son los que más te interesan y crees que siguen sin analizarse con atención o lucidez?

R—Me escuchaste hablar de él en un simposio en el que se analizaba su estancia en Argentina y Uruguay en 1948. Fue invitado a dar un ciclo de conferencias y nunca quiso hablar en ellas de sí mismo, ni leer su obra. Eso es lo que no fue comprendido. En sus conferencias, pronunciadas justo después de la Segunda Guerra Mundial, defendía la formación espiritual y criticaba el progreso desmedido y materialista. Eran charlas extensas y complejas y no lo que el público esperaba de un autor que entonces era muy popular gracias a que Platero y yo se había convertido en lectura prescriptiva escolar. Yo hablaba entonces de un momento puntual. Creo que como poeta sí fue muy reconocido en su tiempo y ya desde sus primeros versos. No había publicado más que unos cuantos textos en revistas y periódicos cuando Rubén Darío lo reconoció como a un grande. Después, varias generaciones de poetas lo han vuelto a reconocer como un maestro y si no publicó más en vida fue porque no quiso. Sin embargo, nunca ha sido un poeta «popular» —exceptuando Platero—, como lo pueden ser Machado o Lorca, por poner dos ejemplos. Dedicó su obra primero «A la minoría, siempre» y luego «A la inmensa minoría». Su vida se ha analizado al detalle, casi con lupa. Es uno de los poetas españoles sobre el que más se ha escrito y sobre el cual circulan más chismes y anécdotas. Y lo que más me interesa de ella es, sin duda, «desfacer entuertos». Hay mucha leyenda, mucha mala prensa, muchas opiniones infundadas que se difunden como certezas. Todo el mundo parece dispuesto a creer cualquier falacia sobre su vida, aunque parece que poco a poco eso está cambiando. Habría que leer más su obra. Su obra. Su obra, repito.

P—Dices también que una de las diferencias entre Juan Ramón y otros poetas encumbrados es la gran influencia que él supuso, porque fue uno de esos poetas que crean poetas. ¿Por qué intuyes que la onda expansiva de su obra fue tan significativa (incluso a pesar de no haber sido un poeta tan “querido” por sus contemporáneos)?

R—Simplemente porque la calidad de su obra es indiscutible. Y ningún verdadero poeta que verdaderamente conozca su obra lo puede negar. Decía él mismo en uno de sus aforismos: «La poesía no es sucesiva, como la ciencia. Un poeta no continúa a otro poeta, sino que recrea, revive, aísla y cierra en sí mismo toda la poesía». Si ha tenido y tiene tantos seguidores, si es un poeta de poetas, es porque es un magno representante de la Poesía como fenómeno expresivo y vehículo de conocimiento. No se imita o no se imita a Juan Ramón, simplemente se escribe o no se escribe poesía.

P—¿Hay algún o alguna poeta de la actualidad en el que notes su influencia?

R—JRJ es un poeta, como digo, que sigue una estela, una tradición, dentro de la poesía simbolista. Todo poeta que siga alumbrando con esa misma antorcha está en su línea. Me resulta difícil concretar nombres porque también me resulta muy difícil tener conciencia exacta de lo que se está escribiendo ahora mismo. Siento decir que dedico tanto tiempo a indagar en autores de otros tiempos que los de ahora mismo se me escapan. Además, te cuento una pequeña anécdota, se me ocurrió una vez decirle a un poeta que me recordaba a Juan Ramón en muchos de sus versos y no pareció gustarle mucho la idea. Él tenía «voz propia», dijo.

P—¿Qué es lo más hipnótico de la vida y la obra de Juan Ramón?

R—Hay seres humanos únicos y ejemplares. Él es uno de ellos. Me resulta extraordinaria su capacidad de observación, análisis y expresión. Su vocación auténtica e ineludible, su integridad absoluta como ser humano. Su valentía para defender sus ideas sin buscar jamás el aplauso de nadie ni conveniencias de ninguna clase, incluso en tiempos muy complejos. Y, sobre todo, la inocencia sabia de su mirada incorruptible.


Fotografías interiores del libro «Baladas y odas» de Juan Ramón Jiménez (Fundación José Manuel Lara)
La edición incluye fotografías del poeta y su tiempo

P—¿Cuál es la etapa de la poesía de Juan Ramón que más te apasiona? ¿Has tenido la suerte de trabajar en alguna edición sobre ella?

R—He trabajado y editado todas las etapas de su obra. Todas tienen algo sublime que termina atrapándome. En todas hay magníficos versos y prosas, aunque es verdad que a partir de 1913 se hacen mucho más abundantes. La estación total con las Canciones de la nueva luz, me parece sublime, por concretar un solo libro.

P—Voy a pedirte que escojas uno o dos versos del poeta que te resulten especialmente bellos y que me expliques por qué te conmueven.

R—Hay un verso que me resuena mil veces en la cabeza: «Por obra del instante, yo comprendo». Para mí representa como ninguno ese momento mágico en el que todo parece tener su sentido y su lenguaje. Es un momento de plena aprehensión y de comunión en el que el ser humano y su entorno entran en concierto y armonía. Diría que es la única mística natural y posible.


Hay seres humanos únicos y ejemplares. Él es uno de ellos.

P—Aparte de Juan Ramón ¿qué otros poetas te interesan?

R—Autores de raigambre simbolista. Juan Ramón Jiménez es como un cruce de caminos y una caja de resonancias dentro de esta tradición poética. Su obra me ha llevado a distintos autores que me han resultado más extraordinarios si cabe con nuevas claves de lectura, desde el tan conocido San Juan a Robert Frost, de Baudelaire a Emily Dickinson, de Samain a Amy Lowell, de Yeats a Kavafis, de Keats a Whitman, de Blake a Eliot... A estos lugares me gusta conducir mis lecturas.

P—Tal vez sea la investigación uno de los oficios más ninguneados en nuestra época. Me gustaría preguntarte cómo se sostiene este trabajo en España, qué apoyos institucionales existen y cómo ha sido tu experiencia a lo largo de los años.

R—Durante casi 30 años he sido profesora de Enseñanza Secundaria, y en ese ámbito el tipo de investigación al que me dedico está absolutamente infravalorado. Ni siquiera se contempla que un profesor de Secundaria pueda dedicarse a algo así. Incluso pedir permisos para acudir a un congreso como conferenciante invitada es algo tan anómalo que depende de la buena voluntad del director del centro que esto pueda hacerse y hasta él mismo se encuentra con problemas para conceder estos permisos. Hay muchas cortapisas. Toda mi vida he aprovechado las vacaciones para ir a los archivos, para escribir. Pero no quiero que parezca que para mí esto ha sido un enorme sacrificio, sino más bien una suerte. Una suerte es tener el convencimiento y las ganas de hacerlo, sin medir el tiempo que se emplea o las recompensas que vayas a conseguir con ello. Los profesores universitarios tienen más facilidades en este sentido, aunque cada vez se burocratiza más su trabajo y se valora su rendimiento académico con baremaciones un tanto cuestionables.

P—Me llamó mucho la atención que hayas trabajado en tu tesis, Juan Ramón Jiménez a través de su biblioteca, con las lecturas y traducciones del poeta. Hay algo interesante en tu forma de observarlo y estudiarlo, porque no miras donde todos ya lo han hecho, construyes una nueva visión observando el borde de las cosas, y llegas a ver lo inédito. ¿Cómo se ha ido formando esa mirada?

R—Tú misma lo dices. Conozco mucho de lo que se ha escrito sobre su obra y no vale la pena volver donde todos lo han hecho y seguir dándole vueltas a opiniones personales que pueden ser constatadas o refutadas simplemente mirando en los archivos del poeta. Aunque no se conservan del todo completos por las vicisitudes que sufrieron tras la guerra y el exilio, sí que son muy extensos y suficientemente representativos de su obra, sus gustos, sus lecturas y su peripecia vital. Creo que, si como en este caso, es posible, hay que ir a las fuentes. En este sentido, fue para mí muy importante el magisterio que supuso Howard T. Young, con el que más tarde hice mi primera edición crítica, la de Platero y yo. El profesor Young no elucubraba sobre si Juan Ramón había leído o tenía influencias de Blake o de Shelley desde un despacho, sino que iba donde hubiera que ir, a Madrid, a Puerto Rico, a Moguer a revisar sus archivos, su biblioteca, sus marginalia. Tampoco se puede seguir editando a Juan Ramón confiando en las ediciones ya reconstruidas por otros. Hay que buscar los originales, volver a transcribirlos. Puedo asegurar que las sorpresas que podemos encontrar son enormes. Juan Ramón dejó una cantidad ingente de manuscritos inéditos y no todas las ediciones que de ellos se han publicado valen lo mismo. Detrás hay un trabajo de edición que no puede heredarse de otros editores sin más.

P—¿En qué proyecto estás trabajando ahora?

R—Terminé hace escasamente un mes una nueva edición de Guerra en España. Acaba de publicarse en la editorial Athenaica de Sevilla con el apoyo de la Cátedra Juan Ramón Jiménez de la Universidad de Huelva y la Casa-Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Moguer. Nos ha dado al editor —Ignacio F. Garmendia— y a mí un enorme trabajo, pero creo que ha valido la pena. Ahora estoy preparando un par de conferencias. Y seguro, pronto, otro proyecto me llamará la atención y con Juan Ramón seguiré pasando mis vacaciones, como siempre.


Portada de «Baladas y odas» de Juan Ramón Jiménez (Fundación José Manuel Lara)
BALADAS Y ODAS. JUAN RAMÓN JIMÉNEZ. EDICIÓN DE SOLEDAD GONZÁLEZ RÓDENAS. FUNDACIÓN JOSÉ MANUEL LARA. 2023.

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