«Pensar para atrás», de J.J. Richards (Tres Hermanas)

Una novela magistral sobre el duelo.

Portada de Pensar para atrás, de J.J. Richards (Tres Hermanas)

En el principio está la palabra. Siempre. Y, sin embargo, a veces es difícil llegar al origen de la herida; entender cuándo la vida se torció o cuál fue la semilla del declive. La literatura intenta explorar ese territorio anegado de la memoria y articular un entendimiento de la experiencia. Pero la literatura a veces no alcanza. «A diferencia del fin, el principio siempre es más difícil de rastrear», escribe J.J. Richards en su primera novela, Pensar para atrás (Tres Hermanas), donde nos ofrece una extraordinaria mirada al pozo ciego del duelo e incorpora con destreza al tremendo relato una voz dislocada, rebelde e irónica capaz de sacarnos del propio ensimismamiento y de llevarnos a pensar la experiencia dolorosa de la pérdida desde un nuevo ángulo.


Una extraordinaria novela con una mirada al pozo ciego del duelo.

Pensar para atrás es una pregunta sobre la vida, aunque trate de la experiencia del duelo. ¿Existe otra forma de pensar la muerte que no sea a través de la vida? Leemos: «A veces me pregunto si hay muchas maneras de vivir o si vivir es esto». Richards emprende en la escritura el difícil desafío de plasmar la convulsa experiencia del duelo desde dentro. En este viaje hacia el fondo del ser hay algo de automatismo. La narradora no puede salirse de la paradójica sensación de quietud agitada que la sobrecoge, continúa con el ritmo de la vida (y la vida se impone) pero algo ha muerto para siempre. Ya no puede ser la misma persona. La vida adopta un mecanismo automático de supervivencia y esto termina provocando una transformación sin precedentes en su ecosistema de relaciones. Todo su mundo pierde color y sentido cuando el hueco parece lo único que la alimenta: el dolor sin anestesia. La vida la empuja hacia delante y ella se deja hacer. Pero la vida también trae cosas que se van metiendo en su rutina y la van ayudando a salir a flote. Es una novela durísima pero también llena de esperanza. Un trabajo de inmersión psicológica brutal que se manifiesta a través de un lenguaje cuidado, sin edulcorante. La escritura como un cuchillo pero también como un faro.

Saber contar es la clave. No importan las historias sino la voz que decide un tono para narrarlas. Y en Pensar para atrás el estilo lo es todo. La novela está narrada en primera persona, desde la perspectiva de una mujer en duelo, quien decide escribirle una carta a un amor del pasado mientras establece un diálogo sincero consigo misma. En esta mínima sinopsis se nos revelan dos cosas importantes en las que me gustaría detenerme.

En primer lugar, Richards podría haber optado por una distancia aséptica entre la protagonista y la lectora, entre la narración y la lectora, entre la historia y quien la cuenta, pero escoge un método infalible de acercamiento, a la vez que arriesgado: tocar la carne con las palabras y la experiencia. Un método que podría haber dinamitado la novela al llevarla por los caminos de la conmiseración o el regodeo en el dolor, pero que al ser bien ejecutado la ha dotado de fuerza y autenticidad.

La segunda cosa es el otro al que se dirige la narradora. Incluso desde esa primera persona podría haber optado por un otro hipotético e invisible, organizando los hechos y sentimientos en forma de memoria y pudiendo plasmar cierta pulcritud a la narración; sin embargo, escoge un otro que no es del todo imparcial, alguien que no pueda sentir pena por ella porque tenga algo que reprocharle. El receptor del relato es un antiguo amor al que ella abandonó de un día para el otro, alguien que pertenece a otra vida; desde este lugar la narradora nunca podrá ponerse en el papel de víctima, porque la culpa de haber abandonado se lo impide.

Saber contar importa mucho y esta mínima elección nos indica que estamos ante una narradora meticulosa y atenta a los detalles. Este ejercicio de conversación alberga, me parece, la intención de volver a un país imaginario en la memoria donde hay cierta paz y donde el ogro de la pérdida aún no ha podido entrar. Contarle la historia a alguien del pasado, que la aleje de la realidad quizá le permita hilar la experiencia a una mera pesadilla, alejarse del trauma. «Vos me enseñaste a buscar las cosas sin moverse», leemos. Y luego: «Pensar para atrás. Así llamabas a tu método. Sentarse, respirar y buscar el objeto con la mente. Pensar para atrás es algo peligroso ahora. No sé si puedo». El origen siempre está antes y es un momento, una frase, un lugar que parecía no tener importancia y que con el tiempo sirve para explicarlo todo.


Volver a un país imaginario en la memoria.


Portada de Pensar para atrás, de J.J. Richards (Tres Hermanas)
Una novela brutal sobre los procesos de duelo

Hay otros duelos moviéndose en la savia de esta novela. Voy a detenerme en uno de ellos: el que impone la migración. Nunca se deja del todo el país natal. La narradora lo sabe y, sin embargo, se asombra de la facilidad con la que puede vincularse afectivamente con su pasado. «Como si una parte mía no hubiese faltado ni un solo verano a esa casa», leemos. A un hermano se le perdona todo, dice también; Felipe, su hermano, su casa de infancia que se mantiene viva, a la que puede volver con una facilidad increíble: «Los días que hablo con Felipe siento como si todavía tuviese en Buenos Aires; como si nunca me hubiese ido». Este vínculo sólido entre hermanos será el punto de amarre de la narradora y, como lectoras, nos permitirá acercarnos a los momentos cruciales de su vida y a intuir sus procesos de reconciliación con el pasado.

Los detalles en esta novela son sumamente importantes, y es un acontecimiento de lectura intentar descubrirlos. Detalles como el de la cigarrera con porros que la narradora guarda detrás del libro Mujercitas, que es toda una declaración de intenciones, o la forma en la que se dibujan los colores de la ropa o la humedad del ambiente: lo bello y lo sucio, lo roto y lo pulcro... También la música participa de la articulación de la memoria: es verdaderamente jugosa y fascinante la lista de canciones que se oyen de fondo. Todos estos detalles hacen avanzar la historia con el ritmo acelerado en que se fuma un cigarrillo. «Cada día que pasa fumo un poco más que el día anterior. El olor a tabaco disimula el olor a desgarro y el humo devora la idea de que las cosas pudieron haber ocurrido de otra manera». El humo del cigarrillo se esparce sobre el horror de la vida, parece nublar la visión, impide que la realidad sea todo el tiempo en alta resolución. Como la música: ese solo de guitarra que sigue conmoviéndonos cada vez que escuchamos los primeros acordes.

El horror interior, sin embargo, no desaparece, se asoma a la rutina con una persistencia descorazonadora. Los límites de la desesperación no pueden intuirse (ni escribirse). Por ejemplo: «Tiene que haber una explicación, todos los dolores la tienen. Nunca pensé que pudiese pasar». En este ejercicio de indagación sobre la tragedia los detalles son importantes. Ayudan a la narradora a dibujar con precisión ese mundo, para llegar a tocar lo que rodea el dolor (que no siempre es el completo desamparo). A veces la mirada debe posarse sobre el borde de las cosas para entender su verdad. Y en la verdad siempre hay luz. Porque por muy desesperados que estemos, siempre la vida se impone.


Por muy desesperados que estemos, siempre la vida se impone.

Un breve apunte sobre la forma, donde encuentro otro de los aciertos de este libro. La historia se narra en capítulos breves pero con una voz equilibrada y constante, que se sostiene de escena a escena con cierta estructura pareja. Hay únicamente dos momentos en que el discurso se quiebra rotundamente y se vuelve amorfo, dos capítulos que fracturan la estructura de la novela. El primer encuentro de la narradora con la muerte (la de su padre) que se reaviva con la nueva pérdida; la música adquiere una potencia abisal y apuntala la experiencia. El otro momento es el capítulo del nacimiento del hijo que, si se quiere, también es una muerte pero percibida desde el milagro doloroso de la vida; este capítulo es magistral porque está escrito en forma de lista, de escenas intensas, de emociones superpuestas y concatenadas que dibujan en la trama el borde oscuro que siempre rodea la luz y nos llevan ala pregunta: si la luz tiene su sombra, ¿no debería la muerte guarecer una chispa de esperanza? Estos dos momentos interrumpen con precisión el relato porque tocar el trauma siempre ha de hacerse con cuidado, y la autora lo ha entendido perfectamente.

Comenzamos hablando del principio. El principio, aquí, es un mar en calma. Una superficie alargada, extendida y quieta que por dentro está llena de vida bullente. Lo que provoca el duelo en quien lo sufre. La disociación del cuerpo y el espíritu. La rabia que corre por los conductos sanguíneos del ser pero nunca llega a plasmarse en los movimientos del cuerpo. La anestesia que provoca el trauma. Los sentidos adormilados. La vida en movimiento y el cuerpo asumiendo el control de la identidad, despegándose de la psique. Esta novela. Hay un momento en que la vida se tuerce para siempre; no todos somos conscientes de cuál es ese momento, pero intentar averiguarlo es una meta importante. Lo es para la protagonista de esta historia que hurgando en su sensibilidad descubre que las cosas en las que siempre creyó no valen nada y que su verdadero duelo no empezó con la muerte. Una novela preciosa, luminosa, de a ratos divertida, que nos empuja contra las cuerdas y nos obliga a echar la vista atrás, con el riesgo de que nuestro pasado se vuelva de piedra.

La noción de la muerte atraviesa de forma violenta esta novela. «Mi voz guarda un grito estridente sin traducción. Mis manos están envejeciendo por su ausencia. Tengo un inmenso miedo a perder imágenes que guardo, sonidos, y aunque sé que de nada vale, sigo preguntándome por qué». Pero la vida se impone y la luz en la escritura de Richards. Porque es, al final una novela sobre la vida. Porque aunque «Hay cosas terribles que a veces simplemente pasan» hay cosas bellísimas también rodeando toda esta sombra. Cosas bellísimas como esta novela. Que nadie se la pierda.

El 26 de septiembre recibiremos a la autora en el Club de Lecturas «Identidades y Lenguaje» que realizamos en la Librería Áncora de Málaga. Puedes apuntarte aquí.


Portada de Pensar para atrás, de J.J. Richards (Tres Hermanas)
PENSAR PARA ATRÁS. J.J. RICHARDS. TRES HERMANAS. 2024

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