Nadie debería morirse sin haber leído a Robin Myers, la poeta más auténtica de nuestro tiempo. En su poesía consigue atravesar la mancha de lo cotidiano con la belleza de un lenguaje de raíces hondas mediante frases que parecen coloquiales pero que nunca lo son del todo. Su manera de abordar temas como el abandono, la enfermedad y la soledad es sorprendente y luminosa. En su nuevo libro Poquita fe (Kriller 71 Ediciones) afronta con acierto y un lenguaje sutil las extrañas formas que nos atan a la vida, donde el asombro por el cuerpo es la constante vital. «Todo lo que hace historia sucede en el paisaje de la cotidianidad», escribe Claudia González Caparrós en un prólogo extraordinario que rescata de forma concisa, elocuente y bella la esencia de la poesía de esta poeta estadounidense. Creo que nadie podría explicarlo mejor. Un libro fascinante que ha sido traducido por Ezequiel Zaidenberg para una de las editoriales de poesía más rigurosas y bellas de España.
Con un prólogo extraordinario que rescata de forma concisa, elocuente y bella la esencia de la poesía de Robin Myers.
Poquita fe. Un título incierto para engarzar las preguntas tremendas de la vida. ¿En qué creemos? ¿Qué nos mantiene a flote cuando la vida realmente parece demostrar su indiferencia ante nuestro sufrimiento? Robin Myers afronta con delicadeza pero seguridad las preguntas que a veces dudamos en hacernos, porque no estamos seguros de querer ver en palabras la respuesta que ya conocemos. ¿Vivimos gracias al cuerpo? ¿Y qué sostiene la materia? ¿Qué lugar ocupa el lenguaje en este entramado de cuerpo, abstracción y melancolía? «No va a ser para siempre. Es un lugar/ y nada más, y el mundo/ siempre ha estado lleno/ de islas ajenas», leemos. La construcción del yo es un camino sin mapa, que se va dibujando como en un videojuego de acción-aventura a medida que vamos resolviendo acertijos y tomando decisiones, es decir, a medida que un pie sucede al otro, y así. Y mientras eso sucede, esa vida teje otra vida hecha de sueños, anhelos que no se hicieron realidad, imágenes que nos mantienen a flote en medio del desamparo, deseos que han seguido vivos en esa corriente subterránea que forma las pulsiones del ser y que sentimos vibrar en nuestras tripas. «¿Qué huellas dejan en nuestros cuerpos las cosas que anhelábamos/ hacer pero no hicimos?», se pregunta la poeta. La literatura intenta explicar eso. Las cosas que no hacemos, que diría Andrés Neuman.
La poesía de Robin Myers tiene algo imprescindible en toda mirada artística: una actitud curiosa que es alimentada por la apreciación de la incertidumbre como ventana a lo posible. Sólo desde ese lugar se podría aspirar a escribir algo que valiese la pena. La forma de pensar esa incertidumbre es lo que permite adoptar un estilo: en Myers, un poema siempre debe mostrar con contundencia que está hecho de realidad, de materia. Sus libros se componen de escenas donde hay cuerpos, objetos, paisajes, imágenes que podríamos dibujar de forma detallada. La unicidad de sus libros parece residir en que todas esas escenas forman un gran río que lleva piedras en su lecho, que se van moviendo, que se golpean entre sí y que nos permiten intuir otro río subterráneo formado de preguntas y desvíos. Cada poema es único, responde a su propia lógica y pulsión pero entre todos postulan una manera de observar el mundo y de escribirlo. Una cara visible y una invisible conforman la identidad de todo buen poema. En Myers, definitivamente, se da. Encuentro una exploración de las dudas universales que sigue dos caminos simultáneos: el subjetivo y el universal. A la belleza y a la verdad se puede llegar desde la vida trazando rayos que la atraviesen, y se materializan con el rebote de la luz, pero hay que tener los ojos bien abiertos para interceptarlas. Abiertos como los tiene Robin. «No eres lo que amparas sino la forma de su brillo», escribe. Este libro tiene una solidez y una inquietud por el lenguaje que se manifiesta en la forma y la relación establecida entre voz y deseo. ¡Alucinante!
Recorremos las páginas de un libro como quien entra en un álbum familiar y trata de entender qué pasó. Toda familia contada es ficticia, pero toda buena ficción hace pie en la única realidad que conocemos, la de la experiencia personal. Myers actúa como médium y creadora, como receptora de ideas o vivencias que al plasmar en sus poemas convierte en ficción, dotándolas de la verdad que nos interesa a los que leemos, que es la propia subjetividad apelada a través del lenguaje. ¡Y qué fascinante es esta vivencia sensorial e íntima que nos ofrecen los buenos libros! Así, por ejemplo, parte de una fotografía de su abuela y desglosa una historia familiar que es también la historia de nuestros pueblos masacrados, derrotados a veces, vivos siempre. Un poema que lo tiene todo en el que el lenguaje aparece con todo su potencial lúdico y soñador. Una fotografía que produce otras imaginarias que rellenan los huecos de la memoria. Uno de los aspectos más asombrosos de este poema es el uso que la autora hace de ciertas locuciones preposicionales para establecer una relación entre el tiempo del poema y el tiempo de lo que el poema se ocupa. Leemos: «Después de Coahuila, Del Río, San Antonio; de Chicago y de Janesville, en Wisconsin; (...) tras morir un hermano/ después del otro, el que quería morirse; y antes de los hijos, que fueron tres». Un poema fascinante, vibrante y articulado con maestría.
El alucinante prólogo de Claudia González Caparrós |
En Un poema sobre dios leemos: «Enterraron sus cenizas al lado del padre que le pegaba». Como las familias, la historia de los pueblos también es incierta y sobrevuela sobre ella la impresión de lo ficticio. Los héroes que han sido puestos en la historia de los pueblos por los que imprimieron sobre ellos su violencia vuelven para ser ajusticiados; en Diego de Montemayor Myers afronta una herida necesaria para la historia mexicana y revisa la brutalidad de la colonización a través de este personaje (malagueño, por cierto). En este poema donde todo importa: esa oración subordinada sin resolver, esas preguntas sin respuesta, esa forma perfecta del poema con toda la herida atravesándolo como una lanza antigua y envenenada. Leemos: «tantos hijos que al fin los llamaron nación/ arrojada a la diáspora, generaciones de hijos/ asentadas como el polvo,/ de las cuales soy hija,/ porque/ así/ funciona/ la familia». La herencia migrante y la violencia ligada a ella son, podríamos decir, dos de los temas más importantes de este libro. Es algo que ya se había asomado a la poesía de Myers pero que en este libro adquiere una contundencia todavía más asombrosa. Leemos: «Un país/ es sustento/ y pulsión de muerte/ un dios/ de esos/ que se devoran». La crueldad de la colonización y el olvido de las raíces comunes que se diluyen a la fuerza son ejes de algunos de los poemas más fuertes y magistrales de este libro (estoy pensando en Hudson, Diego de Montemayor, Un poema sobre dios o Un país). Myers demuestra en este libro una absoluta capacidad para trenzar con acierto los acontecimientos históricos y la experiencia individual que es transformada por los hechos del pasado, la percepción de la propia genealogía y de la sangre que corre por ella.
Pero lo que desborda el poema tiene que ver con el deseo, esa experiencia íntima que siempre está salvándonos porque dibuja una grieta sobre lo imposible para abrir el asombro: «Ahí estaba el deseo/ de lesionarse al estirar el cuello/ para captar al máximo/ ese deslumbramiento/ que entraba por los ojos/ a la fuerza». La perplejidad de la mirada, la renovación del interés por la belleza cuando la belleza parece haberse extinguido del mundo, son cualidades alucinantes que se hacen visibles en todos los poemas. Lo vemos en estos versos: «Año tras año me olvidaba de que existían/ las ciruelas,/ y año tras año las volvía a ver». O este otro poema extraordinario, Día de muertos, donde dice «Si entendemos que la muerte siempre está, tras bambalinas, también podemos permitirnos mostrar lo que sea que hagamos con alegría, ¿no?, que es la otra cara de la misma moneda». Los cuerpos se abandonan al deseo de una forma absoluta. Corporeidad pero también belleza. No basta mostrar, hay que saber cómo hacerlo. Me encanta la sutileza de los poemas de Myers donde el deseo sexual está en el centro; el buen gusto y la delicadeza no le impiden trabajar con las palabras precisas; como en el poema Tú me entiendes, que ya es una declaración de intenciones desde el propio título, donde leemos: «Los cuerpos / como polillas/ a la luz de la luna./// No fue/ la primera vez que toqué/ a una mujer pero fue/ la primera/ vez que la luna». ¡Magnífico!
La poesía de Robin Myers cuenta con algunos aciertos importantes: la tensión se mueve a través de contundentes primeros versos cuyo sentido se va desdibujando o desviándose según avanzamos pero sin desaparecer nunca del todo; el poema nunca habla de lo que creemos que habla, la subjetividad es invocada con audacia en cada línea para iluminar nuestra observación; el fraseo fragmentario, las interrupciones de la sintaxis, las oraciones subordinadas que no se resuelven y otros recursos que rompen la armonía de la composición llevándola a otro nivel al aportar al conjunto de poemas una identidad delirante donde la delicadeza del lenguaje y la mirada perpleja ante la vida son los motores fundamentales del sentido.
Myers actúa como médium y creadora.
Hablamos de lo cotidiano pero no tenemos que dejarnos fuera al azar. «Lo arbitrario es lo que más me gusta de todo», escribe Myers. En lo circunstancial reside el núcleo de estos poemas: los pequeños gestos que no cambian vidas pero transforman instantes, la contingencia de haber nacido en una determinada familia, las situaciones insospechadas que han hecho posible esta vida y no otra. Hay quienes defienden a raja tabla que todo lo que tienen se lo han ganado; tiendo a pensar que esta afirmación es falsa siempre, como lo es la posibilidad de que alguien se "construya solo/a", otra frase frecuente en estos tiempos y que sólo tiene de acierto la idea de que somos seres en construcción. Hay muchas cosas que determinan esta vida pero intentamos reafirmar nuestra identidad desde la voluntad. Sin embargo, el mundo que nos rodea dispara belleza y la única forma de captarla es estar ahí, en el momento preciso. Y Robin está ahí, escribe desde la posibilidad que abre el azar o lo aleatorio, y transcribe la observación perpleja del mundo: «A la sombra, la nieve es azul y rara/ como si nunca le hubieran dedicado una canción».
Myers afronta muchas preguntas importantes, que van de la experiencia íntima (donde el cuerpo y sus heridas están en el centro) a lo colectivo (la inquietud por la herencia, lo que recibimos, lo que nos conforma y nos provoca rabia). Robin ha escrito un poema maravilloso sobre el desclasamiento, sobre la repulsa a esa violencia que arrastra la sangre y de la que deseamos desprendernos, pero siempre nos hace ruido. ¿Cómo gestionar una memoria personal que no esté atravesada por la rabia de los ancestros? Y en ese viaje de indagación interior la posibilidad de crear/inventar nuestra genealogía sobrevuela todos los poemas. Partir de cero, ¿podremos? La genealogía de la violencia como veíamos en el poema de Montemayor, un hombre que mandó masacrar y masacró, que es lo mismo.
La vida tiene un hondo significado en su nosentido (cada vez me gusta más negar su sentido que vaciarla de él) y la poesía tiene la voluntad de llegar a él. Creo que ése es el principal motor de la poesía de Myers, que arriba a las palabras con destreza, humildad y un brillo intacto de fe. «Pan significa/ alimento, significa placer, no significa nada,/ está perfecto así y es/ suficiente». En su obra, lo cotidiano ocupa el lugar central, porque como bien lo dice Claudia Caparrós, «el rastreo de lo cotidiano favorece las revelaciones». Revelaciones son cada uno de los poemas de este libro. Un rosario de pensamientos verdaderos que están escritos con la fe intacta en la vida, la que impone la sensación de extrañeza constante, de tierra, de cielo, de mundo. «Quiero honrar lo sagrado de lo peor,/ sólo voy a olvidar lo prescindible». Brutal libro que nos confirma la magistral poética de Robin Myers. ¡Que no se muera nadie sin haberla leído!
POQUITA FE. ROBIN MYERS. KRILLER 71 EDICIONES. 2024 |
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