«Audazmente tímida», de Maja Pflug —Trad. Gabriela Adamo— (Siglo XXI Editores)

Una magistral biografía de Natalia Ginzburg.

Libro «Audazmente tímida» junto a un caracol


Cuando Italo Calvino recibió el manuscrito de Palabras en la noche de Natalia Ginzburg le envió una carta en la que expresaba su entusiasmo por la obra y su admiración, destacando su capacidad para narrar el desconsuelo «sin una sola palabra de introspección». Y es que en Ginzburg todo transcurre en el diálogo. «Te admiro», escribe Calvino: «porque, con todo el empirismo estilístico de estos años, le seguiste siendo fiel». Fidelidad es un término que se ajusta perfectamente al contorno de la experiencia vital de Ginzburg: consigo misma, con la herencia judía y con la literatura. Y también fortaleza, incluso en el desgarro. La lectura de Audazmente tímida. La vida de Natalia Ginzburg de Maja Pflug —Traducción de Gabriela Adamo—(Siglo XXI Editores) nos permite acercarnos a la fuerza pulsiva del lenguaje en la narrativa de esta escritora italiana, entender sus desvíos, sus miedos, su dolor, y también atisbar el origen de su ironía y su escritura visceral. Su escritura, a través de su vida, porque el camino de la escritura en Ginzburg está atravesado por las experiencias vitales. Una biografía luminosa que nos permite descubrir a una de las escritoras más fascinantes de Europa del siglo XX.



Introducción


Ginzburg no halló consuelo en la escritura, pero no pudo impedir meterse la tinta en vena y lanzarse al oficio como quien sabe que tiene todas las de perder, y aún así se tira al vacío. «Cuando escribí Y eso fue lo que pasó me sentía infeliz y no tenía ganas de pelear ni de combatir». Escribe en el prólogo de su segunda novela. Y también: «Era infeliz y me encontraba totalmente sin fuerzas». Sin embargo, esa historia comienza con un disparo: «Le pegué un tiro entre los ojos». Y es, quizás, lo mejor que ha escrito esta magnífica escritora. Mientras leía la biografía de Maja Pflug he tenido vívidos recuerdos de esta lectura y he sentido la necesidad de volver a ella. Eso es lo que consigue en nosotros la obra de Ginzburg. Toda una vida marcada por el desgarro y la desesperación ha producido, paradójicamente, la mejor literatura de supervivencia que se ha escrito en Europa, la de los niños y niñas que arrancaron del lenguaje las palabras que los sacarán de la violencia y los recuerdos trágicos que aniquilaron su inocencia.

En Italia, esos niñas y niños tienen nombres y apellidos que han apuntalado toda la literatura de Occidente escrita desde mitad del siglo pasado hasta el presente. Maja Pflug, una de las principales traductoras de la obra de Ginzburg al alemán, también se ha ocupado de algunos de ellos: ha traducido a varios referentes asombrosos de la literatura de posguerra y del neorrealismo, como Elsa Morante y Cesare Pavese. Traducir a cualquiera de ellos es asomarse a un paisaje distinto: cada uno de sus libros es un reflejo de la vida, de los detalles de la rutina y de las muchas formas de herida que impuso la guerra. Eso eleva el valor de esta biografía, porque también puede leerse como el testimonio necesario de una época oscura, un tiempo al que no queremos volver, y debemos recordar cómo fue para no hacerlo. La traducción de esta biografía ha corrido a cargo de Gabriela Adamo, figura destacada del mundo editorial argentino y traductora empeñada en poner en valor el oficio a través de numerosos proyectos.


La infancia de Ginzburg


«El 14 de julio de 1916, en Palermo, Lidia Tanzi dio a luz por quinta vez: una niña, Natalia». "¡El día de la toma de la Bastilla, en via della Libertà!"». Aunque nació en Palermo, Ginzburg pasó su infancia en Turín, rodeada de un ambiente libertario e intelectual. Su padre, Giuseppe Levi, era un renombrado profesor de anatomía y un apasionado antifascista. Su madre, Lidia Tanzi, de raíces judías, era una mujer culta y de espíritu fuerte. Entre los dos construyeron un hogar donde no faltaban los debates intelectuales, el humor y la pasión por las palabras; no obstante, Natalia vivía sentimientos dicotómicos puesto que la gran admiración que sentía hacia su padre también se veía amenazada por el miedo, puesto que era un hombre tremendamente severo.

Pflug consigue plasmar de forma extraordinaria el impacto que esos primeros años tendrían en la vida y en la escritura de Natalia. Y todo empieza en ese entorno familiar en el que la niña iba creciendo y asimilando lo confusas que pueden ser las relaciones humanas. La personalidad dominante de su padre influyó en su carácter observador que la llevó a entablar vínculos marcados por experiencias culposas y atravesados por el silencio tremendo de los lazos intensos; todo esto la prepararía para ser capaz de captar como nadie las dinámicas familiares complejas en sus personajes. Esta primera parte de la obra nos permite intuir el desarrollo de una personalidad rotunda: tímida a la vez que valiente. Algo que la biógrafa ha conseguido imantar con acierto en ese título que es casi un oxímoron, Audazmente tímida.

Natalia Ginzburg de pequeña
Una infancia en movimiento se revelaría en una escritura siempre cambiante


La huella imborrable del nazismo


De fondo, el libro persigue los hilos finos que se fueron tejiendo hasta que cobrara vida uno de los mayores personajes de la literatura italiana. Con un estilo ágil la investigadora consigue plasmar con acierto el perfil de nuestra amada, apostillando sus palabras con retazos de la voz de Ginzburg, y permitiéndonos así captar su agudeza y su capacidad para expresar sus ideas de forma concisa, a veces vivaz, a veces tierna, a veces árida... Como cuando habla de la extraña razón que unía a sus padres, el misterio absurdo de los adultos. «Las cosas que mi padre respetaba y valoraba eran: el socialismo, Inglaterra, las novelas de Zola, la Fundación Rockefeller, la montaña, las guías de montaña del Valle de Aosta. Las cosas que mi madre amaba eran: el socialismo, los poemas de Paul Verlaine, la música y, sobre todo, Lohengrin». Pflug recorre la genealogía familiar y la forma en que la guerra y las ideas políticas marcaron su estabilidad, y que se verían reflejadas en la escritura de Ginzburg. Va componiendo así un mapa de viajes, experiencias e ideas que nos permiten intuir el infierno y la luz en la personalidad de Natalia.

El ascenso del fascismo en Italia condicionaría brutalmente la vida de Natalia Ginzburg quien, criada en un entorno libertario, comprendió desde pequeña los problemas de la diferencia de clase. La persecución sufrida por su padre y sus hermanos mayores, la expuso e incorporó de forma irrevocable en un entorno de resistencia política que la acompañaría toda su vida. Este contexto histórico-político se refleja en la mayoría de sus textos, aunque siempre desde una óptica íntima. Y aquí tenemos el gran detalle de su escritura: trabajó el intimismo dejando a un lado los recursos propios de la época, cerca del monólogo y la introspección, y decantándose por una narración libre de sensiblerías. Todo lo que pasa en sus textos sucede en los diálogos y en los hechos. Esto que le destacó Calvino es, seguramente, uno de sus mayores logros en la escritura.

La vida de Ginzburg estuvo amenazada desde el principio por la violencia política. Las ideas libertarias de su padre, que asumieron sus hermanos y que ella también defendería le permitieron a la niña desarrollar un pensamiento crítico y vivir en carne propia el terror de la persecución. Sin embargo, aunque su hogar era un refugio de libertad intelectual, también se le imponía un fuerte sentido de disciplina, y desde temprana edad ella no dudó en exponer sus conflictos con esta contradictoria tendencia. Generalmente lo que se ha escrito sobre Ginzburg es que fue una niña tímida, extremadamente sensible y observadora; no obstante, piel adentro, se fue gestando una mujer con la claridad y la fuerza para defender sus ideas. La vida no tardaría en ponerla a prueba, y ella conseguiría sobreponerse al dolor más tremendo, el de la pérdida.

El mundo intacto. Pero Natalia ha perdido a su amor, Leonne. Ha sido asesinado por el fascismo. Italia se recupera. Vuelve el entusiasmo. Pero Natalia está rota. La sensación de desesperación frente el mundo imperturbable ante au "pequeña" pérdida la sacude.«El dolor no daña la armonía del mundo» escribirá Natalia en su poema «Memoria», en el que reconstruye el último encuentro con Leonne. Había sido detenido el 20 de enero y llevado a la prisión de Regina Coeli, donde los caudillos del fascismo le rompieron el maxilar a golpes.

El 5 de febrero Leone Ginzburg fue hallado muerto en su celda y nunca se aclaró del todo la causa del fallecimiento. «Al enterarse de la noticia, Natalia se desesperó de dolor. Gritó y lloró. Pero con el coraje de una Antígona consiguió ingresar a la cárcel para verlo una última vez», leemos. El miedo había desaparecido y daba paso al tremendo dolor que provoca la rabia de las injusticias, la impotencia de vivir en un mundo macabro. Natalia ya no tenía miedo. Escribió: «Cuando el miedo dura mucho, se transforma. Se vuelve valentía, no: acostumbramiento. Eso. En definitiva, cuando uno tuvo demasiado miedo, no es que todavía lo tiene. O enloquece, se mata, o no lo tiene más».


Natalia Ginzburg, una de las grandes autoras del siglo XX
La timidez reflejaba también una sensibilidad atenta al mundo


La posguerra no trajo luz para todos


El período de la posguerra dio lugar al surgimiento de muchas voces y a la consolidación de otras ya significativas en la literatura italiana. Asimismo, los sellos editoriales comenzaron a explorar la libertad que el fascismo les había arrebatado. En 1946 Natalia Ginzburg entró en la editorial Einaudi, donde trabajaría durante muchos años como editora y también haciendo traducciones, y cuya labor sería sumamente significativa. Pflug nos permite adentrarnos en los vínculos subterfugios entre los integrantes del mundo cultural de aquel momento y reconstruye, a través de anécdotas, extractos de entrevistas y comentarios, la relación de Ginzburg con la literatura de otros autores y sobre todo, su influencia para la publicación de traducciones fundamentales para la literatura europea. Hay una preciosa anécdota que nos presenta la biógrafa: cuando Natalia trabajaba en la traducción de En busca del tiempo perdido de Proust, sus hijos le preguntaron de qué trataba y su respuesta fue maravillosa: «Trata de un niñito que no se podía dormir si su madre no iba a darle el beso de las buenas noches». Como ésta se desglosan en este libro otras muchas anécdotas inolvidables que nos permiten conocer el perfil íntimo de esta increíble autora.

Y otro de los mapas que se despliegan en esta biografía, además del geográfico, que nos permite seguir los viajes y las mudanzas de la autora de Las pequeñas virtudes, es el de su visión de la literatura y los vínculos que va estableciendo con las diferentes lecturas que hace y la forma en que transforman su relación con la escritura, que no veía como un espacio de consuelo sino como una carrera hacia lo desconocido. «La infelicidad paraliza la imaginación». Eso creía Natalia, porque en esas circunstancias sólo puede escribirse de lo que se vive, porque no hay forma de salirse de ese hueco. «Consolarse en la escritura era imposible. Al escribir no había que perseguir fines personales». La búsqueda personal y literaria de Ginzburg es enorme. Consiguió hacer de la escritura un pozo en el que excavar en la profundidad humana para entender el dolor y para adelantarse a la violencia. «Hoy, en un mundo irreal, en un desierto, uno se aferra a las piedras, las observa, mira cómo están hechas esas piedras. Porque hay muy pocas cosas de las que estamos seguros. El Alka-Seltzer, por ejemplo, es una cosa segura; otra, el Nescafé», escribiría.

Pero la vida le tenía reservados otros golpes. La muerte de Pavese sería un hecho crucial que rompería otra vez la luz en el grupo vinculado a la editorial Einaudi. «Pavese se suicidó un verano en que ninguno de nosotros estaba en Turín», contó Natalia, a quien la muerte del escritor afectó profundamente. Así lo cuenta Pflug: «Con la muerte de Pavese, perdía una parte de su propio pasado; había sido el mejor amigo de Leonne. Y uno de sus mejores amigos», una de esas personas con las que la Ginzburg había trabajado y a quien había querido mucho: «Éramos todos muy amigos y nos conocíamos desde hacía muchos años; personas que siempre habían trabajado y pensado juntas». Una herida que se reavivaría con el caos mundial que encendió la Guerra de Vietnam. Años de revolución y cambio que la obligaron a mantenerse erguida, a pesar del ardor profundo en las entrañas.

Natalia Ginzburg no se amilanó jamás frente a la censura. Habló en alto clamando por la justicia social y la necesidad de la legalización del aborto, declarando la forma en que este asunto dejaba en evidencia la gran brecha de las diferencias de clase. Y defendió con todas las palabras la libertad, porque «en la zona de las posibilidades, escondidas en el vientre de la madre, ni la ley ni el código ni la sociedad ni los gobiernos deberían tener el mínimo poder de interferir». Hoy resuenan actuales, contundentes, estas palabras que fueron pronunciadas todavía en un mundo intolerante, y que intentaban poner patas para arriba la estructura oxidada que sostenía la sociedad de entonces. Esta biografía nos permite descubrir a través de la historia de Natalia Ginzburg no sólo su pensamiento sino también la forma en que se produjeron los cambios en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. «Hace ya cuarenta años que la guerra terminó en Italia y sin embargo no podríamos decir que estos cuarenta años hayan sido de paz verdadera. En este período nunca dejamos de pensar en la guerra...» La guerra persistió y atravesó toda la vida de Natalia Gizburg, arrebatándole todo aquello que alguna vez amó.


Cubierta del libro «Audazmente tímida» junto a un caracol
Testimonio de la transformación de Europa después de la guerra


Ginzburg, el beso de Proust y el destino de las personas sin corazón


Se ve reflejada la pasión desmesurada, la curiosidad viva que la llevó a trabajar en diversos ámbitos, incluyendo ambiciosas traducciones. En busca del tiempo perdido. Madame Bovary. Ginzburg traducía como una obsesa y se entregaba con tal devoción al trabajo que no dudaba en invertir más horas de las que se habían concertado; de hecho, muchas veces tuvo que luchar por una paga justa. «Me habías dicho que tradujese en las horas de oficina», le escribe a Giulio Einaudi en 1981; «Pero Madame Bovary, no; es una traducción demasiado demandante, demasiado difícil, requería la mayor de las concentraciones y una entrega absoluta». Sin garantías de pago, se dedicó a traducir esta obra descomunal «de cuatro a ocho de la mañana, y los sábados y los domingos, y en verano, en el mes de agosto. Esto, porque en la oficina tenía otras cosas de qué ocuparme». Einaudi no se demoró en enviarle el contrato. Natalia defendió con absoluto fervor el oficio de la traducción, que diferenciaba mucho de la propia escritura, por permitir una distancia con la propia voz.

«No podemos saberlo». Esta exquisita biografía cierra con este poema de Natalia: «Quizá allá no haya más que un catre desvencijado, cuatro sillas con la paja salida y una pantufla vieja mordisqueada por las ratas», leemos ahí. «No podemos saber cómo es Dios. Y de todas las cosas que querríamos saber, es la única realmente esencial». Una vida dedicada a las palabras y una biografía que nos permitirá descubrir el recorrido asombroso de una de las autoras más increíbles del siglo XX. «Natalia Ginzburg murió el 8 de octubre de 1991». Un lustro más tarde, la editorial Einaudi sería comprada por el Gruppo Mondadori cerrando para siempre la puerta de la casa donde se reunían las personas que siempre habían trabajado y pensado juntas. El mundo que había amado y por el que había luchado había desaparecido detrás del humo de las fábricas. Con ella, seguimos haciéndonos esta pregunta: «Querría saber cómo se hace para considerar el destino de las personas sin corazón y sin lágrimas». ¡Que nadie se pierda este magnífico libro!


Cubierta del libro «Audazmente tímida» sobre fondo rojo
AUDAZMENTE TÍMIDA. NATALIA GINZBURG. TRAD. DE GABRIELA ADAMO. SIGLO XXI EDITORES.

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