Mercedes Ruiz Castillo: «El silencio es un arma poderosa en todas las historias»

Autora del libro de cuentos «Cortocircuitos» (Malas artes ediciones).

Entrevista a Mercedes Ruiz Castillo

En Cortocircuitos (Malas artes editorial), Mercedes Ruiz Castillo explora ese instante preciso en el que la vida se quiebra. La realidad, aparentemente estable y reconocible, de pronto se tambalea y de deshace. A mitad de camino entre lo familiar y lo inquietante, sus cuentos nos transportan a atmósferas realistas donde una grieta da paso a un evento estremecedor que se hace visible de improviso a través de un gesto mínimo (una palabra, una idea, una visión) y arroja a los personajes al territorio de lo indecible. Conversamos con la autora sobre los mecanismos de su escritura y el lugar que ocupa el misterio en su narrativa. Un diálogo que esperamos lleve a nuestros lectores a interesarse por la obra de esta fabulosa escritora malagueña.

P—Lo primero que nos encontramos en tu libro es una frase de Nabokov. ¿Por qué? ¿De qué manera se fue articulando esta frase con los cuentos que componen este libro?

R—Es curioso lo que me pasó con esta frase. Cuando me decidí por los cuentos que iba a incluir en este libro, se los envié a mi hermano y a una amiga. Les consulté si les parecía bien el orden y el hilo conductor que de alguna manera une todos los relatos. Como siempre que les consulto respondieron con entusiasmo y yo recibí sus sugerencias para estudiarlas. Mi hermano me comentó que había notado que a todos mis personajes les daba como un cortocircuito mental, que de pronto se les fundían los cables de la cotidianidad. La palabra cortocircuito, de pronto, me dio el título del libro. Y en esos días en que por fin te decides a darle punto final a tu proyecto, cayó en mis manos, sin buscarla, la frase de Nabokov. Me pareció una señal. Por eso la incluí al principio. Así que primero fueron los relatos y después la frase. Justo al revés de lo que tú me preguntas.

P—Hay en tu trabajo una manera particular de pensar la tensión: sosteniéndola desde el misterio y la densidad. Me gustaría preguntarte por los aspectos que más te obsesionan a la hora de escribir cuento.

R—A mí me obsesiona, sobre todo, que el cuento llegue a los lectores, que los sacuda, que los haga pensar. Y que sea una historia que se meta en sus huesos. En Cortocircuitos prácticamente todas las historias tienen suspense, tienen tensión, algunas tienen miedo. Si consigo que el lector sea capaz de vivir esas emociones, me doy por satisfecha. Y si alguna que otra vez aparece el humor y les saco una sonrisa, entonces ya soy una escritora feliz. Porque yo estoy muy a gusto escribiendo este tipo de historias, pero también disfruto con relatos luminosos y con los que provocan sonrisas o directamente la carcajada en sus líneas.

P—¿Qué le pides a un cuento en cuanto a sus aspectos formales?

R—Yo soy muy clásica con los cuentos. Como lectora me gusta que la historia, se cuente como se cuente, tenga una estructura formal. Y a la hora de escribir me pasa lo mismo. Me encantan los giros inesperados, que la historia tenga vaivenes, que el final sea redondo y si es sorpresivo, mejor. No me gusta que los cuentos divaguen sin terminar de contar una historia. Y lo que no me gusta nada de nada es que el final sea abierto o que te dé la sensación de que el relato no esté acabado.


Como lectora me gusta que la historia, se cuente como se cuente, tenga una estructura formal

PCortocircuitos. Háblame de la intención de este título. ¿De qué manera se enlazan los cuentos y personajes en esta estructura de fallos de sistemas y cables pelados?

R—Algo aclaro en tu primera pregunta. Creo que en prácticamente todos los relatos hay un momento en el que el protagonista o cualquier otro personaje de la historia deja de ser, por decirlo de alguna manera, normal. Y en ese instante se precipita en sus acciones como si dentro de su cabeza hubiera un cable que ha dejado de funcionar y que hace explotar todo su circuito cerebral. Casi siempre de una manera inconsciente. De pronto lo cotidiano toma un camino inesperado y todo se tambalea, todo tiembla. Yo creo que a todos nos ha pasado en alguna ocasión, por la razón que sea, algo parecido. Y si no nos ha pasado a lo mejor lo hemos deseado. Pero, claro está, nunca lo hemos hecho. Lo que de verdad yo quiero reflejar en Cortocircuitos es que en cualquier momento, en un instante, todo en nuestra cabeza puede saltar por los aires y llevarnos a situaciones increíbles. Esos son los fallos del sistema o los cables pelados a los que tú haces alusión.

P—¿Cómo encuentras la voz que ha de contarnos la historia? ¿Tienes antes la historia o esa voz?

R—Normalmente tengo antes la historia. Pero las historias son muy traviesas en mi caso. Tengo que decir que soy muy observadora, que busco los detalles a los que no se les da importancia o que suelen pasar desapercibidos y a partir de ahí mi cabeza empieza a funcionar para encontrar el relato que se merece. Hay veces que con una mirada, con una palabra, con una música, con un gesto, con una imagen, con un recuerdo que se cruce en mi camino, de pronto salta una chispa dentro de mí y la historia comienza su camino. Y en el momento en que me decido a escribirla, sólo entonces, la voz sale sin que la busque.

P—¿Cuál dirías que es el elemento que articula todos los cuentos?

R—Creo, como he dicho ya en alguna respuesta, que lo que articula todos los relatos de Cortocircuitos es la ruptura de lo cotidiano en momentos imprevisibles.

P—Has ejercido de maestra durante mucho tiempo, ¿en qué punto escritura y enseñanza podrían ser dos caras de las mismas obsesiones, y qué obsesiones serían esas?

R—Pues aunque parezca inusual, en mi caso no creo que mi escritura tenga esa dualidad con la enseñanza. Evidentemente mis años de enseñanza están ahí, son un poso del que no puedo desprenderme aunque quisiera y algún que otro de mis relatos tiene el influjo de mis años como docente. La enseñanza ha ocupado una parte importantísima de mi vida y por eso aparece alguna vez en mi escritura. Pero aparece igual que aparecen otros temas como la familia, los amigos, la vida en todas sus facetas. Cuando escribo no tengo en la cabeza mis obsesiones, pero evidentemente aparecen como parte de mi realidad, de mis experiencias, de mis pensamientos. Y si lo pienso mucho, en las dos actividades (escritura y enseñanza), intento ser perfeccionista, intento tener tesón y siempre mirar hacia adelante, abriéndome a todo lo nuevo para estudiarlo e interiorizarlo.

P—Lo oculto y el misterio operan como verdaderos puntos de amarre en tus historias. ¿Te interesa más lo que se dice o lo que se calla? ¿Qué lugar ocupa el silencio en tu escritura?

R—Son puntos de amarre en Cortocircuitos porque me siento muy cómoda con esos temas. Siempre me ha gustado mucho la literatura de miedo y de suspense. El terror psicológico y lo oculto me han enganchado desde que yo me recuerdo leyendo y buscando historias. No obstante huyo del terror explícito, prefiero la dosificación, los detalles, el suspense. Por eso creo que, contestando a tu pregunta, prefiero más lo que se calla, pero procurando que el lector o la lectora nunca se pierda en la historia. El silencio es un arma poderosa en todas las historias y me gusta hacer uso de él, siempre que el relato, al final, no deje cabos sueltos.


Me siento muy cómoda con esos temas. Siempre me ha gustado mucho la literatura de miedo y de suspense.

P—Me ha interesado mucho tu manejo del humor: a veces ácido, a veces pícaro, a veces cruel. ¿Qué papel juega en tu literatura? ¿Es una estrategia para abrir al lector o una forma de defensa?

R—El humor está presente en mi vida continuamente. Así que no podría prescindir de él en mis historias, por lo menos en algunas. Forma parte de mi persona y es una herencia familiar que agradezco. ¿Qué sería la vida sin humor? Yo no la puedo imaginar. Y como es algo que llevo en mi forma de ser, pues creo sinceramente que es una forma de llevarme al lector a mi terreno. De vez en cuando tengo que imaginarme al que me lee con una sonrisa, no lo puedo remediar. De todas formas el humor también es un mecanismo de defensa, una forma de buscar la luz entre tanta oscuridad que nos rodea a veces.

P—En todos tus cuentos hay alguna imagen o anécdota que conecta lo doméstico con el desencadenante de una historia, que en la mayoría de casos tiene también algún ingrediente turbio: ¿te interesa especialmente ese choque entre lo familiar y lo inquietante?

R—Me interesa no mucho, sino muchísimo. Las familias son una fuente de felicidad y de infelicidad a la vez. Los lazos familiares unas veces unen y otras separan. Las historias que nos cuentan o que nos silencian en todas las familias nos afectan en todos los sentidos y a lo largo de toda nuestra vida. Y yo creo que de todos esos choques, de lo que sabemos y de lo que no, de lo que nos cuentan y de lo que intuimos, nace lo inquietantes que pueden ser los lazos familiares. De ahí que el tema de la familia sea una fuente inagotable de posibles relatos, de todos los tipos: emotivos, oscuros, luminosos, intrigantes, trágicos, emocionantes, divertidos, dramáticos...

P—¿La escritura es también una forma de escucha?

R—Sin duda. Escribir es escuchar tu interior constantemente. Y escuchar, en el sentido de observar y de pensar, todo lo que nos rodea. De esa escucha vienen las historias, los personajes, las tramas, los finales. Haciendo un cóctel delicioso donde la imaginación supera en casi todos los casos a la realidad.


Escribir es escuchar tu interior constantemente.

P—¿Qué aspecto de este libro te ha costado más trabajar? ¿Qué cuento te ha resultado más difícil de escribir, a nivel emocional o también técnico?

R—Pues me cuesta mucho ensamblar en mis relatos aspectos de mi vida. Evidentemente cuando se escribe, por lo menos en mi caso, aunque la historia sea ficticia, esta tiene cosas personales que afloran en determinados pasajes, no por necesidad sino porque de pronto viene bien un recuerdo, una experiencia o un personaje que ha pasado por tu vida para lo que estás contando. Y cuando termino siempre pienso que alguien que me conoce se verá reflejado en la historia y quizás no le guste y me da algo de repelús, una sensación de abismo, de que no hay marcha atrás, de que cada lector o cada lectora llevará la historia a su terreno, de que ya no es mía sino del que la lee y la hace suya. Pero también tengo que reconocer que en alguna ocasión lo he hecho adrede, como una manera de inmortalizar algunas cosas que no quiero olvidar y que han afectado a mi vida tanto para bien como para mal, con toda la humildad del mundo. Y allá cada uno con su imaginación. Porque todas las historias que cuento son inventadas. Y respondiendo a tu segunda pregunta, me cuesta más escribir a nivel emocional que a nivel técnico. Y con esto no quiero parecer presuntuosa. Me explico. Al aspecto técnico le doy muchas vueltas, lo trabajo una y otra vez y me gusta hacerlo y el resultado ahí se queda. Pero el aspecto emocional es más complicado, me cuesta más resolverlo, me afecta. Por eso las historias de maltrato del tipo que sea, me cuestan más, me dejan exhausta. En esa línea puedo nombrar «Te vas a enterar», «Hacerse un hombre», o «El reloj que marcaba las seis», tres de los relatos incluidos en Cortocircuitos.

P—¿En qué estás trabajando ahora?

R—Ahora estoy terminando de perfilar mi tercer libro de relatos. Estoy en esa fase de decidir qué cuentos elijo, entramándolos en un hilo conductor coherente, encontrar el título perfecto para ellos, enviarlos a las editoriales... Lo que sí tengo muy claro es que esta vez van a ser relatos que emitan luz y, por supuesto, la sonrisa tiene que aparecer de vez en cuando en sus páginas. También estoy con una novela. Intentándolo por lo menos. Pero sin prisa, con mucha calma. A ver si lo consigo.

«Cortocircuitos», de Mercedes Ruiz Castillo (Malas artes editorial)

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