«La huida de la imaginación» de Vicente Luis Mora (Pre-textos)

«La huida de la imaginación» de Vicente Luis Mora es un ensayo exquisito en torno a la realidad de la literatura.



En una charla con Adam Begley en The Paris Review, Ian McEwan dice que para la escritura de El inocente conversó con un profesor de patología para que lo orientase respecto a los detalles del descuartizamiento de un cuerpo. ¿Cuánto se tarda en serruchar un brazo? Su amigo le invitó a participar de una autopsia y averiguarlo él mismo. Tuvo sus dudas acerca de si aceptar o no la invitación; finalmente, la rehusó porque consideró que de ir tendría que convertirse en periodista, no podría usar su imaginación para contar la situación, y eso no le interesaba. Al leer el libro nos topamos con la fuerza de la escena, descrita con maestría novelística. ¿Habría sido igual si hubiera participado de la autopsia, si hubiera tomado apuntes exactos de lo ocurrido? «El peso de lo real hunde la obra», dice Vicente Luis Mora en La huida de la imaginación (Pre-textos), en un ensayo que reflexiona sobre la ficción, su relación con la realidad y la responsabilidad que la crítica literaria tiene en el empobrecimiento de la literatura.

Lo que importa es lo que realmente ha sucedido. Esa parece la premisa que guía la línea editorial de la mayoría de los proyectos en el terreno narrativo. La realidad ha suplantado a la imaginación y la literatura que vende se encuentra plagada de historias donde el pulso creativo parece inexistente. Contra ese tipo de literatura se levanta Mora. «Paratextos, entrevistas y notas de prensa recalcan siempre los hechos reales» donde «el argumento acaba teniendo más peso que la trama». Lo paradógico de nuestro tiempo es que, en una época que ensalza la importancia de un retorno a la infancia —asumido como una infantilización idiotizada y no como el vuelo real de la infancia sostenida que han sabido proponer con astucia autores como James Matthew Barrie, Lewis Carroll o la propia Ana María Matute— no se deje hueco para la creatividad y la imaginación y se prefiera una narración absolutamente pegada o lo real —entendiendo como realidad aquello que puede comprobarse con los métodos tradicionales de ensayo-error—.

Asumir la fantasía no es necesariamente renunciar a la autoficción, a la narración del yo, pero es posicionarse en un punto donde la propia experiencia sirva para el enriquecimiento colectivo, es decir, «subliminar gracias a la fantasía y a la imaginación los elementos personales para hacerlos aprovechables por los demás, por la comunidad, por esos otros que somos los lectores». Sin embargo, la identidad cada vez se ve más invadida por los estímulos que llegan desde las pantallas. Y aquí podríamos enlazar con algo que dice Remedios Zafra en Ojos y capital: esa idea de que los métodos de comunicación actúan como transformadores de la percepción —desde el cuerpo que toca— así como también de la forma en la que entablamos conexiones con nuestro entorno; y es posible que todo esto tenga algo que ver con los cambios que afectan a la narrativa actual. Y aquí hay que hablar del papel que juegan los medios de consumo y sus políticas de democracia dictadora: argumentos y mecanismos del capitalismo para controlar nuestros sentidos. Y siguiendo por este camino arribamos tarde o temprano a la crítica, en torno a la cual Mora nos ofrece una reflexión lucidísima. La crítica como vendedora y no como audaz consejera: lo que podría seguramente explicar la situación precaria que vive el mundo del libro —no libre—.

Tanto desde el punto de vista creativo como desde la mirada lectora es importante, y estoy de nuevo en Mora, asumir principalmente el objetivo que todo acto narrativo tiene en el contexto de la literatura. «¿Cuál es la diferencia entre una confesión y una novela de duelo o supervivencia? Muy sencillo, o quizá no tanto: la voluntad de la segunda de trascender artísticamente el dolor o la indignación, y no de limitarse a expresarlo». Y aquí, la vuelta de tuerca. Si la época nos empuja sobre la realidad, no necesariamente tenemos que evadirla o prescindir de ella, pero sí aferrarnos a lo real desde la creatividad, demostrando que la imaginación es la única capaz de ofrecernos la posibilidad de experimentar lo más hermoso y útil de la literatura: vivir o crear otras vidas. Y pienso en ese comienzo extraordinario de «Grandes éxitos», donde el narrador va enumerando el ensayo de numerosas vidas a través de la lectura. Mora se aferra a esa idea y desde ella enlaza con el compromiso que supone la escritura, tanto con la literatura como con los lectores. «Defender la imaginación tiene su lado ético», dice, porque es una forma de rescatar la literatura para la posteridad. Esto deviene en la búsqueda de una verdad que se oponga a la mirada racional de cualquier otro mortal y que pueda brindar luz en algún aspecto para la construcción política y social de los pueblos —lo cual exige un trabajo a conciencia de forma y contenido—.


Mora opone asimismo la narrativa al periodismo. «En el periodismo importa más el argumento que la trama». Este capítulo es realmente interesante puesto que en primera instancia tenemos nuestras dudas; porque claro está que dentro del periodismo también podríamos inclinarnos por uno objetivo más tradicional o por uno donde quienes ejercemos la labor de narrar la vida lo hagamos involucrándonos en el proceso, en un mirar desde dentro y no como meros espectadores —como bien nos lo enseñó Hunter Thompson—. Pero hay que ahondar un poco para entender lo que Mora propone. La mirada no, sino el objetivo de la comunicación. El objetivo intrínseco de ambos terrenos discursivos es bien diferente. Mientras que en el periodismo tiene una primordial relevancia la búsqueda de una información clara respecto a la realidad, la literatura busca ponerse por encima de ella y de los hechos comprobables; la verdad como estatuto mental y no como comprobación, que diría Sergio Chejfec.

Y aunque falta en este libro una reflexión profunda respecto al lugar del feminismo en la crítica literaria y nuestro historia, es seguramente uno de los mejores ensayos que se han publicado en España este año. A la altura de las obras en las que Mora coge impulso para desarrollar esta crítica audaz e inteligente sobre la forma en la que leemos y contamos —y nos contamos—. ¡Todo apasionado de la literatura debería leerlo para hacerse estas preguntas necesarias!

Porque, y con esto creo que podemos dar por finalizada la lectura: «Ser novelista debería estar basado, de forma sustancial, en no huir jamás de la imaginación, en buscar la originalidad y la creación de mundos». Ian McEwan no quiso decantarse por un relato de la verdad convalidada científicamente sino que intentó mostrar lo que la realidad causa —su rastrojo y no su cosecha—, y construyó una de las escenas más impactantes e inolvidables de su narrativa. Y aunque algunos de los libros que se pasean por esta reseña no aparecen en la huida de Mora, nos ha parecido interesante hacerlos conversar porque intuimos que pueden colaborar con una comprensión más amplia de este sofisticado ensayo. Evidentemente, no se nos ocurre mejor forma de hablar de libros que narrando lo que otros cuentan. Que nadie huya de esta lectura y que todos encontremos en la literatura la materia que le falta a la vida. —¡Ojalá!—.

REFERENCIAS

Conversaciones con Ian McEwan, edición de Ryan Roberts (Gatopardo, 2019)

Ojos y capital, de Remedios Zafra (Consonni, 2016)

5, de Sergio Chejfec (Jekyll & Jill, 2019)

Grandes éxitos, de Antonio Orejudo (Tusquets, 2018)

2 Comentarios

  1. Mora es un ensayista de referencia si uno quiere estar al día de lo que pasa en el mundillo literario, tanto en lo académica como en lo hipercomercial.
    Como apunte, sin caer en la redundancia, me llama la atención cómo la potencia de la cultura anglosajona ha calado tanto que no se puede sostener un ensayo, reseña o crítica sin mencionar algún nombre anglosajón como McEwan, Hunter, etc. No así en sentido inverso; es decir, los anglosajones no citan mucho a enaayistas o autores en lengua española, sean o no peninsulares o latinoamericanos.
    Un saludo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Juan. Entiendo lo que dices y me declaro absoluta pecadora: estoy contra toda limitación geográfica e idiomática, me gusta el mestizaje y si puedo aprender algo de alguien no me fijo mucho en su lugar de origen. Si te fijas en la web, también podrás encontrar a autores y autoras hispanohablantes que me sacuden: Idea Vilariño, Alfonsina Storni, Ana María Matute, Adela Zamudio, y el propio Vicente Luis Mora. Y no los creo menos valiosos que Hunter o McEwan, pero ellos cabían mejor en el texto ;) Al margen de todo, que otras culturas calen hondo en nosotros no veo por qué tiene que ser algo negativo siempre y cuando no asumamos que son mejores por tener mejor publicidad. Un abrazo y gracias de nuevo por tu comentario.

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