La fantasía de Ernesto Domenech

Invitación a la lectura de «Los viajes de Gadel», saga del escritor castellonense.


Conocí a Ernesto Domenech hace ya varios años. La lectura del primer libro de Los viajes de Gadel, Crónicas de Ilandor, me interesó. Me di cuenta de que estaba frente a un escritor diferente. A este libro le seguirían El Baile de los seis reinos y El enigma del Elegido, con el que concluye una historia de aventura épica que ha conquistado a numerosos lectores.

En general, los autores del género de fantasía están demasiado preocupados por emular escenarios y argumentos de los grandes clásicos. Así, están los que se encaminan a una narrativa de terror fantástico y se obsesionan con Chamber, los que se decantan por los fantásticos de la ciencia ficción como Asimov, y los que prefieren la fantasía épica que puso de moda Tolkien. En general, los resultados son bastante pobres y hacen que a la larga los buenos lectores terminen volcándose por otros géneros; porque es difícil que la fantasía tal como se vende en la actualidad nos regale grandes momentos como los que nos ofrecen esos clásico. Y, si bien en la obra de Domenech hay muchos elementos que nos resultan conocidos en el género, él parece ir por otro camino y esto es lo que lo vuelve interesante. Sus novelas se construyen desde una creatividad despierta y parecen tener como meta la búsqueda de sentido vital a través de la literatura. Por eso creo que es un escritor al que deberíamos prestarle atención.


En la primera novela, Crónicas de Ilandor, el viaje es el tema principal, algo a lo que también nos tiene acostumbrada la literatura de este género; sin embargo, el motor en este caso es la necesidad de reconstruirse después del naufragio. La pérdida motiva el viaje y no es el viaje el que produce dicha pérdida, como suele suceder. Parece imposible pensar que a los 24 años alguien pueda tener la madurez para labrar una novela de estas características; sin embargo, cuando tienes la idea, las ganas y el tiempo, ¿qué puede frenarte? Y Domenech tuvo también paciencia y gracias a su trabajo vio la luz esta saga que le ha traído tantas alegrías.

El Baile de los seis reinos empieza con un carácter totalmente distinto. En este caso, ya estamos en camino, conocemos a los personajes y creemos que las cosas van encaminadas. Pero la sorpresa y el dolor aguardan detrás de las piedras y volverán a mover la narración hacia lo imprevisto. Este elemento, vuelve interesante la lectura de esta segunda entrega, donde descubriremos secretos y nos sentiremos engañados, como alguno de los personajes así lo manifiesta. De este libro lo más destacable es el tono. Es de los tres el que mejor se sostiene en ese aspecto: es consistente y no lo perdemos de vista en ningún momento.

Si en los dos primeros títulos el motor de la búsqueda es la pérdida, en la tercera entrega, El enigma del Elegido, el futuro es seguramente el elemento principal en torno al que gira y adquiere cuerpo la trama. El futuro y la posibilidad de que no exista mañana provoca en Gadel y sus variopintos compañeros la necesidad de continuar, incluso cuando las cosas parecen innecesarias y el ritmo del destino, imposible de detener. Esta última novela tiene como epígrafe una frase de George Duby, «La huella de un sueño no es menos real que la de una pisada», que nos acompaña a lo largo de la lectura y nos invita a mirar más allá de lo tangible. Y creo que ha sido un gran acierto escogerla, porque permite entender el carácter de toda la obra de Domenech, el interés de que lo que realmente importa subyace a la realidad.

Me contó hace unos años Domenech que la semilla de su obra está en las lecturas infantiles. De su afición a la colección literaria juvenil de Barco de Vapor, surgió el deseo de construir mundos. Y fue la fantasía el género que le conquistó para siempre, con sus amplias posibilidades. Para hacerlo se armó de un gran metodismo, porque supo pronto que para convertirte en escritor lo único que necesitas es mucha paciencia, además del talento, que él lo tiene de sobra.


Gadel y Nessa son los dos grandes aciertos de Domenech. Ha sabido construir dos personajes que a simple vista no se parecen en nada pero que pueden complementarse muy bien; y nos los ha ido presentando a lo largo de las tres historias con la suficiente inteligencia como para que los conozcamos en contexto. Aquí podríamos volver a los errores más comunes de los nóveles y que Domenech no tiene. En general, cuentan demasiado de sus personajes, como si no quisieran dejarse ningún secreto para la ficha. El secreto, sin embargo, está en contar lo justo, para que el personaje se dibuje de forma contundente pero, como en la vida real, dejando lugar para la duda, porque sólo así es posible que nos interese y nos enamoremos. Porque sin curiosidad no hay lectura, ni amor, ni viaje.

En la obra de Domenech el discurso se centra en que cada personaje sea capaz de encontrar su propia fuerza y que la ponga al servicio del grupo. Y me resulta muy interesante la forma en la que entrelaza aspectos propios de la fantasía con elementos tomados del realismo y de la mismísima realidad. Asimismo, dentro de lo fantástico es capaz de fusionar con acierto y buen gusto ingredientes de la ciencia ficción con otros de la fábula épica, y a través de ellos invitarnos a reflexionar sobre diversos temas, porque, repito, el objetivo de la novela es contribuir con un pensamiento universal y filosófico respecto de la vida. Y, a riesgo de volverme un poco densa quiero señalar un último detalle. Creo que de toda la saga podría destacarse tres elementos: la construcción de personajes, el carácter de la narración, y la descripción de los lugares. Ernesto Domenech se aferra a ellos y consigue trabajarlos con valentía y acierto.

Es difícil decantarse por un autor de fantasía, porque seguramente es uno de los géneros más prolíficos en casi cualquier idioma; sin embargo, en la voz de Domenech encontramos luz y misterio, los dos ingredientes que vuelven más bella nuestro paso por este mundo. Estoy segura, y me baso en la lectura de progreso técnico entre el primero y el último libro, de que estamos ante un autor en constante crecimiento, cuya obra no ha hecho más que empezar. ¡No le perdamos la pista!

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