La paciencia y el trabajo

Antes de la primera feria del libro virtual.



La paciencia y el trabajo

Hace unos años le propuse a alguien con ciertos recursos en el terreno de la cultura la realización de una feria internacional del libro virtual cuya peculiaridad fuera poder reunir libros, editoriales y autores de diversos puntos del planeta. Tenía todo bastante pensado: con un sistema de autogestión, posibles modelos de realización e incluso había conseguido una propuesta de diseño en 3D. Su respuesta, sin embargo, no fue la que yo me esperaba. Me dijo que lo virtual no iba con el mundo del libro, porque «la gente no lee en digital y mucho menos compra libros electrónicos». Insistí, pero él podía basarse en números, en una realidad concreta, y lo mío no eran más que especulaciones sobre un futuro incierto.

Ahora que imagino que muchos señorones estarán planeando detrás de sus escritorios de caoba la primera feria internacional del libro virtual siento un poco de rabia de mí misma por no haber creído en ese proyecto y dejarme apabullar por la opinión ajena. En estos días he vuelto a ese recuerdo que sólo es uno de los muchos que tengo de situaciones en las que me he encontrado con esa actitud en el mundo del libro: la de acomodarse a lo que existe antes que proponerse planificar sobre lo imposible. Pero la realidad es precaria y cambiante, y el suelo que pisamos con seguridad también puede hundirse. Por eso, aprender a desarrollar estrategias alternativas o amplias puede salvarnos en momentos de desastre como éste. Escribo esto porque llevo un tiempo preguntándome si esa actitud tiene que ver con la falta de visión y previsión respecto a las nuevas tecnologías o con el convencimiento de que ya todo está escrito. Y también porque me resulta curioso que el avance sea tan lento, que siempre la apuesta sea empeñarse en sostener los métodos tradicionales únicamente: una actitud que en medio de esta situación nos demuestra lo equivocados que estamos.

Antes de conocer mi identidad ya era lectora. He amado los libros antes de saber que la literatura existía. Y siempre he querido hacer algo más en el mundo del libro. Mi primera web, en el 2009 fue precisamente un espacio de intercambio de libros digitales de autores independientes, cuando el libro digital era todavía una incipiente utopía. Pero era demasiado pronto para el libro y para mí. Al poco interés que tenía el libro digital entonces se le sumó mi inexperiencia y mi falta de tiempo (el capitalismo siempre tiene algo que ver con nuestro desánimo) y no supe sostenerlo. También en aquella época compré mi primer libro electrónico. Comprar libros digitales era otro sueño imposible en España, cosa que también me resultó llamativa, en comparación con el gran movimiento que ya existía en otros países. Abandoné la web y también el lector digital. A veces me arrepiento de no haberme obsesionado mejor. No obstante, estos fueron mis primeros pasos en un mundo que me fascinaría y al que sigo dedicándome, el de la literatura en un entorno digital, virtual, cercano.

En estos días, incluso los más incrédulos se han sumado a la apuesta por lo digital proponiendo estrategias de subsistencia para estos tiempos difíciles. Me parece una actitud razonable, y me encantaría creer que nuestra vida cambiará para siempre; que este acercamiento implica un cambio a largo plazo en la relación del mercado del libro con el contenido digital. Sin embargo, me temo que podría ser tan sólo una decisión que se toma en un momento de desesperación y cuyo objetivo es salvarse hoy, pero no hay una apuesta a futuro en este nuevo modelo que se impone desde la cuarentena.

Sacar adelante un proyecto digital es complicado porque se necesitan tres elementos fundamentales: trabajo duro, paciencia y una fe en el nicho y en nosotras mismas que a veces es difícil de sostener. Si uno de los componentes falla, entonces no sirve de nada darlo todo en los otros, el fracaso es casi asegurado. Por otro lado, no es común que se obtengan resultados contundentes desde el principio; hay que trabajar a ciegas durante bastante tiempo hasta que el trabajo se consolida y comenzamos a ver brotecitos. Analizando esto desde mi experiencia y sobre todo desde mis tropiezos, que han sido más que mis aciertos —y pienso que son ellos los mejores maestros—, me es inevitable preguntarme si el mundo del libro que se está abocando a lo digital se ha detenido a plantear una estrategia a largo plazo. Estoy segura de que la respuesta a esa inquietud podría servir para entender hacia dónde vamos. Para conocer y entusiasmarme con los que van a quedarse cuando todo esto pase y poder reconocer a los que volverán al discurso de «lo digital no va con el mundo del libro» para evitar proponerles nada y me aplasten con su anacrónica mirada.

Ansío que esa primera feria del libro virtual, que estoy segura de que no tardará en llegar, sea todo un éxito. Porque los libros son la cosa más hermosa del mundo y el mercado digital podría favorecer muchísimo la circulación de la buena literatura. La tecnología, como decíamos el otro día, no tiene en sí misma una carga negativa o positiva, depende de nosotros que seamos competentes y que no la convirtamos en un problema. No podría lo virtual reemplazar jamás a lo físico, como no reemplazan las llamadas telefónicas al abrazo amigo. Y ahora lo sabemos. Sin embargo, y nadie podrá negárselo a mi cuerpo, cuando estamos lejos de nuestra gente, poder conversar a través de una vídeollamada puede ser un consuelo, mientras aguardamos el momento del reencuentro real. Deseo esto también para el mundo del libro. Y pienso que éste puede ser un buen momento para intentarlo, para reconvertir el mercado en algo que florezca apoyándose en las posibilidades de las nuevas tecnologías para incrementar la vida de los libros.

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