Ezequiel Zaidenwerg: «Tenemos una idea muy limitada de la poesía»

Entrevista a Ezequiel Zaidenwerg en Bestia Lectora.


Ezequiel Zaidenwerg entrevistado en Bestia Lectora
Foto de Maya Chandally

Ezequiel Zaidenwerg me contó que entre las personas que más le han influido en la vida están sus tías abuelas, a quienes visitaba a menudo en su infancia. Un grupo de mujeres emancipadas, con vocaciones tales como la ciencia, la lectura y la investigación, que le provocaban una profunda admiración. Quizá en esa casa esté la semilla de un trabajo de traducción que apela por la igualdad desde el lenguaje. Basta leerlo un poco para entender su manera abierta de mirar el mundo. Le escribí para conversar sobre su libro 50 estados. 13 Poetas contemporáneos de Estados Unidos (Bajo La Luna), una antología ficticia y verdadera, en el sentido ficcional y comprometido de los términos. También hablamos de otras cosas, como ser, de la experiencia de extranjería. La lucidez, la dulzura y la capacidad para exponer sus ideas, me asombra. Entrevistar a Ezequiel es fácil y un acto de absoluto disfrute. A veces también pregunta, y yo respondo, y la entrevista da un giro inesperado hacia un diálogo amistoso.


P—Quiero empezar por el principio. ¿Cómo llegaste a la poesía?

R—Desde chico me obsesionan las palabras. Creo que en realidad lo que a mí me gusta, más que la poesía, son las palabras; lo que pasa es que la poesía suele usarlas de manera particularmente intensa. Esto es un lugar común, pero no deja de ser cierto. De chico era muy lector. Mi madre, sobre todo, pero también mi padre, me compraban muchos libros que yo devoraba muy rápidamente. Te hablo de esos momentos de atención perfecta de la infancia: de poder sentarte a leer, y leerte un libro completo sin parar. Claro que primero eran libros infantiles, pero después empecé a leer todo lo que encontraba en la biblioteca. No había libros de poesía en mi casa; lo más cerca a la poesía era la mitología griega, que mi padre me leía, o la Biblia, que sí es poesía en términos formales, ¿no? Mi padre es un personaje peculiar con el que no tengo una relación muy cercana por motivos históricos, vitales, que me parece innecesario detallar acá... Él me leía cosas de la Biblia y creo que ahí, en cierto sentido, algo de lo que llamamos poético empezó a resonar. Pero no fue hasta mis quince años que un profesor de la secundaria, el querido Raúl Illescas, trajo a la clase un poema de García Lorca que se llama «Oficina y denuncia», del libro Poeta en Nueva York, y yo quedé loco. Encontré algo ahí de un orden radicalmente distinto a lo que encontraba en la narrativa, que era lo que yo leía y que trataba de escribir. De chiquito, más o menos desde los seis años que escribía cuentos y a eso de los catorce o quince empecé a hacer una especie de novela autobiográfica que por suerte nunca terminé, creo que sólo llegué a escribir unas treinta páginas. También tuve un período punk anarcobolche un poco antes, a eso de los catorce: me hice la cresta (me quedaba muy ridícula, la verdad) y tenía un cuaderno rojo donde escribía letras de canciones contestatarias, pero sólo las letras, sin imaginarme nunca la música.

P—¿Y a la traducción?

R—El encuentro con la traducción fue bastante más tardío aunque ciertamente a mí siempre me interesaron las lenguas, y tuve bastante facilidad para aprender. Mi mamá me mandaba a unas clases privadas de inglés, además de las clases de la escuela, y yo me aburría bastante, porque entendía la gramática más rápido que mis compañeres, también porque me largaba a leer con más entusiasmo. Tuve acceso a muchos libros y después, por supuesto que con Internet se hizo mucho más fácil practicar el inglés. Pero también tuve francés y exposición a otras lenguas. Mi tío, el hermano de mi mamá, vivía en París y yo viajé un verano allá. Su pareja era un yugoslavo y entonces al principio hablábamos en inglés, pero después fui aprendiendo francés. También mi padre se fue a vivir a Israel cuando yo tenía 12 años y entonces tenía que viajar solo a verlo —básicamente atravesar el mundo para verlo— y me tocaba hablar en inglés en los aeropuertos de distintos lugares. O sea que mi primera experiencia en la traducción no fue con poesía, sino con cómo habitar distintas lenguas.

Desde chico me obsesionan las palabras.

P—¿Recordás cuál fue el primer poema que tradujiste?

R—Yo tenía la idea loca de traducir un libro que amo de Gertrude Stein, que no es muy traducible, la verdad, o que el resultado no es tan atractivo, que es Stanzas in meditation. Y mientras estaba cursando literatura norteamericana en la UBA me puse a traducir ese libro —que todavía debe estar en algún Google Drive guardado—, pero no funcionó. No fue hasta bastante después, luego de haber publicado mi primer libro de poemas, que tuve un período de sequía y empecé por influencia de un poeta mexicano, gran amigo mío, que se llama Hernán Bravo Varela. En ese momento Hernán venía mucho a Buenos Aires, y con él y Alejandro Crotto, otro gran amigo, nos juntábamos a hablar de poesía y a tallerear nuestros poemas. Hernán nos mostraba sus traducciones, que parecían poemas escritos originalmente en castellano, y bueno, de a poco lo terminé vampirizando a Hernán, que sigue traduciendo maravillosamente, y sin duda mejor que yo. Lo que pasó es que un día nos íbamos a juntar en mi casa a tallerear y yo hacía tiempo que no escribía nada; entonces me puse a traducir, y traduje como cinco o seis poemas esa misma tarde, así, en un rapto. A ellos les gustaron las traducciones, porque había cosas juguetonas como la traducción de Hamlet al lunfardo, y a partir de ahí me armé un blog, que sigue funcionando, zaidenwerg.com, el 20 de agosto de 2005. No pensaba que fuera más que un ejercicio privado, pero después empezó a aparecer gente leyendo los poemas traducidos y comentando... y así, se echó la bola a rodar.

P—Qué interesante el trayecto recorrido. Lo que empieza en una experiencia vital, después se convierte en un juego y finalmente se transforma en oficio. Es todo un proceso que imagino se habrá ido dando así pero es muy interesante el trasfondo. ¿Y por qué te planteás en 50 estados... una novela tenue, como vos la llamás, de voces ficticias? No sé si “ficticia” es la palabra correcta...

R—Muchas gracias por la pregunta. Efectivamente, la vacilación a la hora de llamarlo ficción, me parece que es sintomática del libro. No es confusión conceptual de tu parte, sino parte de la trama de ambigüedades que el libro plantea. Y bueno, en primer lugar quisiera decir que suscribo plenamente lo que dice el prólogo, que veo más la poesía como un conjunto de poemas que como una galería de poetas. Y, en ese sentido, creo que la poesía es una creación colectiva; entonces, la cuestión de la autoría individual me parece menos interesante que los agenciamientos que hacen que llevemos colectividades dentro. Está ese famoso pasaje de una carta de Rimbaud «Car Je est un autre»«porque Yo es otro»— y, si bien esa idea informa en buena medida la historia de la poesía moderna, me preguntaba si no sería más interesante pensar que el yo es un nosotros antes que un otro; o, más bien, que es Otro porque primero es un Nosotros.
»La cuestión de la novela tenue es algo bastante posterior, porque originalmente el libro iba a ser una antología apócrifa sin un aparato crítico, digamos, pero luego fue evolucionando. Es un libro que se escribió en diez años, que empezó un poco como un experimento en mi blog y luego emigró a Facebook, donde alguna gente empezó a comentar esos poemas como si fueran reales, a ponerlos en sus estados, en sus biografías de Facebook... y ahí me di cuenta de que en todos estos años de traducir, efectivamente, yo había introyectado una serie de voces, una serie de inflexiones de mi propia voz, como que me había alterizado, o me había colectivizado subjetivamente, traduciendo a tanta gente. Y entonces, les fui dando particularidades a esas subjetividades colectivizadas. Después, cuando me vine a Estados Unidos, se me ocurrió la idea de hacerles entrevistas a estos personajes. Inicialmente las entrevistas las escribí yo, pero un profesor de la maestría que cursé acá en Nueva York, Sergio Chejfec, un gran escritor y crítico, me dijo que esas entrevistas no eran verosímiles, que no estaban funcionando; entonces, se me ocurrió que sería interesante pedirles a otras personas, para redoblar la apuesta, personas de Estados Unidos, poetas o no necesariamente poetas, que a partir de los poemas se hicieran pasar por los personajes o hicieran como un juego de rol, e interpretaran a los personajes para una entrevista. Después edité, agregué, corté. También verás que las preguntas son bastante intencionadas, van llevando a las personas que responden más o menos por una senda esperable; aunque les dije que podían apartarse del pequeño guion que les daba —ya que más allá de las preguntas había un pequeño guion, una pequeña biografía— todo lo que quisieran. Y bueno, algunas personas fueron más obedientes y otras menos; y yo fui aquí y allá tejiendo, e introduciendo personajes recurrentes, como el de Rashida López que en la ficción del libro es como la gran poeta de su generación pero se niega a aparecer en la antología.

Creo que la poesía es una creación colectiva.

P—La idea de incluir las entrevistas ¿es una forma de mentir mejor, quiero decir, de darnos un poco de biografía y contexto para que dudemos, y colarnos mejor el engaño? Bueno, la palabra quizá no sea engaño sino seducción, que es una forma de engaño más bonita…

R—La idea del libro no es de ninguna manera engañar. La poesía también es ficción. Y no creo que seducir sea engañar. Quien seduce ofrece algo que está dispuesto a dar, quien engaña dice ofrecer algo pero da menos. Ojalá el libro dé más de lo que dice ofrecer, incluso.

P—¿Recibiste alguna crítica negativa por ese empeño en dibujar desde tu poética el mapa de todo un país?

R—Sí, esa lectura seguramente se ha hecho. Hubo una reseña lapidaria, de hecho.

P—Y ¿cómo la recibiste?

R—No me gustó, pero traté de absorber el golpe y tomarlo con humor.

P—Una actitud muy constructiva.

R—No queda otra. De todas maneras, no creo que el fin del libro sea dibujar el mapa de un país. Una antología siempre es arbitraria. Amén de eso, el libro es, entre otras cosas, una autobiografía refractada en voces. Los poemas son verdaderos, en un sentido poético, no fáctico. Lo que hice fue pasar mis experiencias y mis voces —estoy en contra de la idea de una voz única— por una serie de prismas subjetivos.

El libro es, entre otras cosas, una autobiografía refractada en voces.

P—Sobre la coralidad quiero preguntarte también; pero antes quisiera insistir en esa idea de ficción, porque me parece muy interesante lo que decís, que la poesía es ficción. Y te pregunto: ¿no es acaso toda ficción una especie de engaño?

R—No, la ficción es un acuerdo, un pacto de lectura, me parece. Quien avisa no traiciona, dicen.

P—¿Estamos viviendo un regreso al espíritu natural de la poesía, después de siglos de teorizar y alejarla de su simiente, a entender las palabras y no el lenguaje (como me decías en la primera pregunta), los poemas y no los hombres y mujeres que los firman, en definitiva, la construcción artística como algo colectivo?

R—Sí, definitivamente creo que hay que pensar más en términos colectivos. No sé, de todos modos, si suscribo a la idea de un espíritu natural.

P—Decís con Caitlin Makhlouf «La poesía es la forma de expresión más natural que hay», ¿podrías profundizar en esta idea?

R—No son palabras mías, son de Caitlin.

P—Y si trataras de pensar en lo que Caitlin quiso decir…

R—Es que esas ideas esencialistas me cuestan.

P«Tal vez traducir sea una forma de mostrar lo que siempre estuvo ahí», decís en el prólogo. ¿Traducir para vos es indagar en las sombras?

R—Traducir es una forma exponencial de lectura. Es una operación crítica. Creo que a eso me refiero. Aunque tal vez la frase suene un pelín pomposa.


Entrevista en Bestia Lectora a Ezequiel Zaidenwerg, autor de «50 Estados» (Bajo La Luna)

P—Tu lectura sobre la literatura estadounidense ¿ha cambiado desde que vivís allá?

R—Sí, sin duda. Hablo de eso en el prólogo. Mi idea de lo estadounidense y de la poesía de acá era radicalmente distinta cuando traducía desde Argentina.

P—Sí, en el prólogo lo explicás muy bien. Cuando hace un rato nombraste a Chejfec recordé que cuando lo entrevisté hace un tiempo le pregunté sobre el tema de la extranjería y me dijo que prefería denominarla “cambio de lugar”, porque lo vive como un desarraigo para siempre; ¿cómo es para vos esta experiencia?

R—Sergio tiene más experiencia que yo en eso. Salió de Argentina en 1990.

P—…

R—¿Cómo lo vivís vos?

P—Yo me siento muy en consonancia con lo que dice Sergio. Porque una vez que te vas ya no ves las cosas de la misma forma. Desde allá Europa era un paraíso; ahora es un lugar muy defectuoso y que está muy alejado de aquella idealización. Y ya no hay "casa" a la que volver... Pero también coincido con él en que la patria termina siendo la escritura, la literatura.

R—Yo no sé si la patria es la escritura o la literatura. Más bien algunas personas, que también se desplazan. Y costumbres, que cambian. No sé, tampoco pienso mucho en la patria.

P—Sí, patria es un término muy machista también, y muy anticuado, quizá estaba pensando en hogar. Me gusta eso que decís de la pertenencia a las personas que también se desplazan. Y por otro lado, creo que la extranjería es un terreno muy fértil para la exploración poética.

R—Verdad.

Traducir es una forma exponencial de lectura.

P—Decís que el libro es una autobiografía refractada en voces. ¿Qué ventajas encontrás al acercarte a la escritura desde la distancia de la ficción, al escribir desde un yo dislocado o reconvertido en Otros y Otras?

R—Ciertamente despojarme de las limitaciones de ese sistema de prejuicios, hábitos y supuestas seguridades intuidas, que experimentamos como inmediatas y que llamamos gusto.
»Hace poco me preguntaron en otra entrevista si traducía para construir mi canon. Es al revés. Traduzco contra mi propio gusto. Mi gusto, por así decirlo, está mucho más cerca de Góngora que de Jack Gilbert. Mi gusto está mucho más cerca de la poesía como artesanía que como expresión, quiero decir. Para desarmar eso traduzco. Y para aprender, claro. Me fascina ver cómo están hechas las cosas.

P—Una manera de aplicar la ingeniería inversa: traducir para entender el paso a paso.

R—Sí.

P—Pero mi pregunta va más allá de la forma. Tengo la sensación de que hay una especie de filtro entre tus poemas y vos, como si el recurso del yo dislocado te sirviera para esconderte. Esa sensación también la tuve leyendo La lírica está muerta. En verdad, la inquietud que tengo es si tenés algo contra la poesía confesional o más autobiográfica.

R—No tengo nada contra ningún tipo de poesía. Pero no creo que la llamada “poesía confesional” sea la que se me da mejor.

P—Dice uno de tus personajes que como en el enamoramiento, en la poesía planteamos un yo y esperamos algún tipo de respuesta. ¿Qué respuesta esperás recibir con este libro?

R—Ciertamente no esperaba esta pregunta.

P—Lo intento mejor; ¿buscabas acercarte a algún tipo de respuesta vital o literaria al encarar este libro?

R—Es otro lugar común, pero los libros son más una serie de preguntas que una respuesta, ¿no?

Me fascina ver cómo están hechas las cosas.

P—Orden de Traslado es un nombre muy sugerente, que nos hace pensar en la extranjería pero también en la poesía como posibilidad de refugio; ¿cómo surgió el nombre?

R—Orden de traslado es en el mundo penitenciario la orden que se dicta de que se transfiera a un reo de un penal a otro. Yo quería jugar con el término literal del término trasladar como traducir, y bueno, me pareció que en este contexto de pandemia la idea de la voz como palabra hecha cuerpo era una buena forma de metaforizar, volviendo sumamente literal este momento de aislamiento, en el cual no podemos trasladarnos si estamos todes cada une en su propia casa, burbuja, mónada, o como quieras llamarlo.
»Pero, en realidad, Orden de traslado era un libro que yo publiqué por Google Docs gratuitamente, y era una especie de antología de mis traducciones, no reunidas sino seleccionadas, valga la redundancia. Eso lo saqué hace un par de años y todavía está dando vueltas por ahí, la selección de las traducciones de mi página web del 2005 hasta el 2019, si no me equivoco. Pero bueno, yo iba a hacer un libro que al final por la pandemia no salió y se terminó transformando en un podcast.

P—¿Creés en la responsabilidad política del poeta, en la poesía como función social ineludible?

R—Ineludible no sé. Pero a mí me interpela enormemente la política, es una obsesión.

P—Te oí decir en alguna entrevista que uno de sus objetivos es sacar a la poesía a la calle; ¿sigue siendo difícil conseguir que la poesía se integre a la vida con la fluidez con que lo hacen otras artes?

R—Yo no creo que sea difícil. Yo creo que tenemos una idea muy limitada de la poesía. La poesía como algo que tiene que ver con la herencia lírica romántica, como la efusión de un yo, poemas no narrativos que hablan de sentimientos, bla bla bla bla. Pero ese mito de que nadie lee poesía es un mito que tal vez sea cierto en términos de la cuota de mercado editorial, pero si pensamos la poesía en términos de oralidad también, en realidad mucha más gente escucha música, escucha poemas musicalizados, que muchas de las formas literarias como la novela que supuestamente son mayoritarias. Así que me parece que no, no es tan difícil.


P—Comentabas antes que los poemas de 50 estados son verdaderos. Me gusta. ¿Qué es lo que hace que un poema lo sea, sea verdadero, quiero decir?

R—Bueno, me refería a que los poemas son verdaderos porque, como te decía, el libro trata de refractar mi propia subjetividad en voces. Y las experiencias de las que parten esos poemas, son experiencias reales, en el sentido de que todos los poemas tienen algún disparador experiencial; pero digamos que lo que está cambiado son los sujetos que experimentan esas experiencias. Entonces, está como traspuesto, trasladado, si se quiere, para volver a esa metáfora.

P—Comentabas también que tu gusto está más cerca de Góngora que de Gilbert. Sin embargo, fuiste sacudido por aquel poema de Lorca que quizá esté a mitad de camino entre ambos... ¿Cuánto hay de lógica en aquello que nos conmueve?

R—No sé cuánto hay de lógica en aquello que nos conmueve. Y tampoco sé si necesariamente descubrir la lógica resta emoción; creo que no, que al contrario, que agrega una emoción suplementaria. Quisiera decir que más allá de cuál sea mi propio gusto, los propios automatismos de mis inclinaciones, eso no es algo que haya que naturalizar y, precisamente, se puede disfrutar de Gilbert como se puede disfrutar de Góngora también. Algo que hacerme un poco más grande me enseñó, y esto es una cursilería total, es que ser más viejo te ayuda o debería ayudarte no a ser más exigente en el sentido de más restrictivo sino al contrario, como a poder disfrutar cada vez de más cosas, a pesar de que sean disfrutes parciales, donde el entusiasmo esté matizado por alguna sospecha o alguna duda respecto de aquello que se está disfrutando.

P—¿Te ha salvado alguna vez la poesía?

R—Me parece que hay dos formas de entender la salvación: como una salvación trascendente, explosiva, final, si querés, y una salvación cotidiana, que es hacerse la vida un poco más grata todos los días. Y, efectivamente, mi relación con la poesía va por ese lado. Me levanto todos los días a traducir un poema y, si bien se acumulan y al final del año hay 365 poemas traducidos, más que los libros que se puedan hacer con eso, está el goce diario de saber que voy a dedicarle el primer rato de la mañana a lo que más me gusta hacer.

Hay una salvación cotidiana, que es hacerse la vida un poco más grata todos los días.


Orden de traslado, un proyecto de Ezequiel Zaidenwerg

Si llegaste hasta aquí y te interesa el trabajo de Zaidenwerg, no te pierdas por nada del mundo «Orden de Traslado». Podrás encontrar fácilmente este proyecto en todas las redes sociales, y disfrutar de fabulosos pódcast de poesía leídos a dos voces (nativa y traducida). ¡Una delicia insólita que no hemos hecho nada para merecer! pero, menos averigua el diablo y disfruta.

2 Comentarios

  1. Me encantó, gracias por esa hermosa entrevista cargada de muchos yo (otros
    tantos). Tremendo.

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    1. ¡Muchas gracias por pasar, Álvaro! Me alegra muchísimo que te haya gustado. Un abrazo grande.

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