«Grandes granjas, grandes gripes» de Rob Wallace, traducido por J. M. Álvarez-Flórez (Capitán Swing)

Te invitamos a leer «Grandes granjas, grandes gripes» de Rob Wallace, traducido por J. M. Álvarez-Flórez (Capitán Swing).



Reseña de «Grandes granjas, grandes gripes» de Rob Wallace. Trad. de J. M. Álvarez-Flores (Capitán Swing)

«Hay un futuro que ganar», leemos en Grandes granjas, grandes gripes de Rob Wallace (Capitán Swing). Un estudio acerca del origen de algunas de las enfermedades más alarmantes de nuestro tiempo, que ha sido traducido por J. M. Álvarez-Flórez. Una lectura fabulosa, técnica pero cercana, que nos ofrece muchas razones para cambiar nuestros hábitos y entender el lado vil del modelo económico de la agroindustria. Cuesta creer que haya futuro en medio de la situación que nos atraviesa. El discurso hegemónico, al que adhiere la mayoría, es de desánimo; sin embargo, Wallace afirma que «otra agroindustria es posible». ¿Podremos dejar atrás la ambición y decidirnos a cambiar, para reducir nuestra huella medioambiental con el fin de evitar catástrofes mayores?


La epidemia de la violencia


En Grandes granjas, grandes gripes Rob Wallace se atreve contra las grandes multinacionales que trafican con animales sin importar el precio. No es que ya no les preocupe que sus fortunas sean amasadas cobrándose la vida de millones de vidas inocentes, sino que para montar granjas recortan el hábitat de especies endémicas, modificando el medioambiente para siempre. Wallace responsabiliza a la agroindustria, concertada con un sistema neoliberal salvaje, de las epidemias padecidas hasta el momento, y nos alerta de lo que se viene. «Lo que una vez fueron brotes locales son ahora de pronto epidemias, algunas de las cuales se abren paso por las redes mundiales de viajes y comercio».

La imposición de un mercado abrasivo ha sido paulatina, pero ha avanzado y se ha consolidado gracias al establecimiento de acuerdos entre las grandes firmas carnistas y ciertos sectores políticos. Wallace cuenta de qué forma estas firmas se han introducido en ciertos países, con prácticas económicas y productivas ilegales, y una vez que han adquirido cierto poder, han gestionado y subvencionado a grupos políticos capaces de cambiar las leyes; a fin de poder moverse impunemente, explotando el medio ambiente hasta límites extremos. De a poco han ido tejiendo una gran tela de araña de poder y acuerdos que abarcan no sólo el terreno de la producción, sino también de la política y lo científico. ¿Quién puede enfrentarse ahora a un sistema que ha echado raíces y se ha ido ramificando de tal forma que ya no sabemos dónde empieza y dónde termina?

En el camino, quienes se benefician a costa de la salud del planeta son muchos, y de diferentes ámbitos económicos y empresariales. Pero seguramente los personajes que dan más miedo son aquéllos que tienen el poder de frenar esta tragedia o aprovecharse de la situación para obtener más poder, más dinero, más influencia política. "La perversión de la ciencia para obtener beneficios políticos es en sí misma una fase de la pandemia".

Este libro nos propone un análisis sobre cómo ha crecido violentamente el consumo de carne, en tan sólo dos décadas, y de qué forma ha afectado eso a la ecología. La cantidad de animales que se necesitan para dar de comer a todo el mundo, sin irnos a las cuestiones éticas o morales aunque también son importantes, es demencial. No es sólo el espacio que sería necesario para criarlos de forma natural (que es materialmente imposible), sino la cantidad de cereal que debe producirse para alimentarlos; y cuyo cultivo ha acarreado que en la última década perdiéramos unos 13,7 millones de hectáreas de bosque por año. Si a esto le sumamos las características de la vida de los animales de granja tenemos un panorama alarmante. Para que la agroindustria sea económica y comercialmente eficiente se expone a los animales a tratamientos para alterar su crecimiento, acelerándolo de forma artificial. Para hacer frente a las numerosas enfermedades causadas por el tipo de vida al que son sometidos esos animales (hacinamiento y artificialidad) se les debe vacunar con antibióticos y vacunas realizadas a base de virus vivos. Crueldad y manipulación biológica: un algoritmo peligrosísimo y que repercute directamente sobre los humanos. Porque, y aquí viene uno de los puntos de reflexión importantes, ¿a dónde va a parar esa violencia y ese manoseo de vida?: a los platos de quienes consumen esos animales.

Pero seguimos. Y aquí viene un dato importantísimo a nivel ecológico; cuyo conocimiento me resultó sumamente impactante cuando lo supe. Según muchas estadísticas para alimentar a una sola persona durante un año deben sacrificarse a 575 animales (contando animales de granja y especies marinas). Para alimentar a esos animales se dedica el 75% del cultivo. ¿Qué pasaría si ese porcentaje se dedicara exclusivamente a la alimentación humana? Parece que acabar con el hambre a nivel mundial no es una prioridad de nuestros dirigentes. Hay que aclarar aquí que la propuesta de Wallace es menos radical, tibia para mi gusto, porque propone volver a una explotación híbrida y natural, valorando los ciclos de la tierra y proponiendo alternancia de explotación. Pienso, sin embargo, que la solución a tanta catástrofe no es tan complicada; bastaría un poco de empatía y de sentido común, ¿por qué nos cuesta tanto tomarla?


Los nombres importan


Uno de los asuntos tratados por Wallace tiene que ver con la nomenclatura. Hasta no hace mucho las enfermedades virales recibían el nombre del lugar en el que se encontraba su primer foco de contagio; debido a las críticas por el factor racista o xenofóbico que muchos veían en ese tipo de nominación la OMS determinó hace unos años que se designaran los nombres por código, teniendo en cuenta la cepa originaria. Por ejemplo, la enfermedad del virus de la influenza, conocida antes como «gripe porcina» pasó a llamarse «H1 N1». El argumento del biólogo es que en verdad hay intereses más profundos de fondo, que los ataques discriminatorios; lo más peligroso, y que no debemos silenciar, es que hay un grupo de países que están intentando limpiar su imagen. Y, si bien la responsabilidad de haber llegado a este punto está vinculada a un sistema abrasivo que no crearon esos países, negar su responsabilidad es mentirle al mundo entero.

Por otro lado, Wallace dice algo así como «si no quieres ser señalado como responsable de una epidemia, no la provoques». En este punto, sin embargo, la situación se complica, porque algunos de los principales responsables son compañías multinacionales que ni siquiera han surgido en ese país. Es más, muchos de los responsables de un brote epidémico, viven a miles de kilómetros del punto donde se origina el contagio; y también a ellos debería señalarse. «¿Podemos asignar la culpa al país, Indonesia o Vietnam o Nigeria, porque es, en el que surja primero una pandemia entre humanos? ¿Debemos culpar a China por sembrar repetidamente brotes a nivel regional e internacional? ¿O debemos culpar a los EE.UU. donde se originó el modelo industrial de aves de corral integradas verticalmente, con miles de ellas empacadas como alimento para la gripe? Las respuestas son sí, sí y sí». De todas formas, y volviendo a la naturaleza del libro, Wallace plantea que a esta altura no es tan relevante confirmar dónde se inician las epidemias como preguntarnos ¿qué hemos tenido que tolerar y aceptar silenciosamente para llegar a esto? «No importa si el brote comenzó en el infame mercado de alimentos vivos de Wuhan o en otra terminal periurbana. Lo que necesitamos es reajustar nuestra visión conceptual de los procesos por los cuales los organismos vivos se convierten en mercancías y convierten cadenas de producción completas en vectores de enfermedades».

«El capitalismo es sólo esclavitud remunerada». Estas palabras de J. Cole le sirven a Wallace para ayudarnos a reflexionar sobre los tejemanejes de un sistema que crea necesidades nuevas; las relacionadas con la alimentación han escarbado profundamente en nuestras culturas, provocando hábitos de consumo demenciales. La cantidad de animales que son explotados y sacrificados cada año ha ido en aumento en la última década, y no de una forma proporcional al aumento de la población. Para abastecer la demanda se han destruido kilómetros enteros de bosques, a fin de poner allí granjas de explotación vertical, donde los animales viven hacinados y expuestos a una gran variedad de virus y enfermedades que, en los casos que consiguen subir un escalón en la cadena y enfermar a un humano, pueden causar catástrofes terribles. Gripe aviar, gripe asiática, Ébola y Covid-19 son tan sólo cuatro nombres que han dado mucho de qué hablar y sufrir a nuestras sociedades. Pero si no cambiamos nuestros hábitos de consumo y revisamos nuestra relación con el medio ambiente, esto sólo puede empeorar.

Pero no basta con que los ciudadanos decidamos cambiar nuestro estilo de vida, aunque siempre se empieza por algo, es fundamental entender que las reglas del mercado de la carne son crueles. Por ejemplo, el hecho de que para que la industria aviar sea económicamente sostenible sea necesario someterlos a vidas de hacinamiento y violencia, y triturar vivos a los pollos machos que no pueden servir para poner huevos, nos está diciendo que este modelo no es bueno. Y aprovecho para recomendar este mini documental que puede servir para quien no esté al tanto de la inmensa crueldad que engloba esta industria. No sólo se trata de entender que no es un mercado ecológico sino que se sostiene sobre una estructura de violencia y barbarie terrible. Y los humanos se están alimentando de esa crueldad, de esa forma miserable de tratar a otras criaturas.

En este libro Wallace no propone en ningún momento la anulación de la explotación animal, para mi tristeza. En su caso nos anima a pensar en un manejo más ecológico de la tierra, en el loteo de espacios para que las comunidades cultiven sus propios alimentos; extrayendo de la tierra lo que ésta puede dar y disminuyendo notablemente el consumo de carne. Sin embargo, yo me pregunto, si con Cole entendemos que el capitalismo es esclavitud, ¿podemos seguir sosteniendo un sistema que esclaviza a los animales? ¿Será realmente posible una vida saludable si no nos desprendemos de este lastre terrible y volvemos de verdad a nuestras raíces? Aunque en este punto se evidencia la difícil tarea que tenemos por delante. Y me pregunto con Wallace: «¿Cuánto hemos de retroceder para llegar al principio? Es como si un día nos despertáramos y nos encontráramos a la industria justo ahí».

El futuro es incierto, pero es evidente, y lo aprendemos con Wallace, que por este camino sólo podemos empeorar las cosas. Debemos entender que no nos va a salvar una vacuna, sobre todo porque «las vacunas de virus atenuados, pese a sus contribuciones pasajeras a la salud animal y pública, han seleccionado nuevas cepas que evolucionan a partir de una cobertura inmunológica inferior y pueden convertirse en contaminantes de algún tipo al recombinarse con las cepas en circulación y volver a esa virulencia previa». Si tenemos en cuenta esto entendemos que la única forma de frenar esto es cambiando los hábitos. Si no hay epidemia no hay necesidad de vacunas.

Las últimas epidemias, incluida la actual pandemia de Coronavirus, se han originado en establecimientos ganaderos. Pero resulta sumamente llamativo que no se esté hablando abiertamente de eso y, en cambio, se responsabilice a los ciudadanos y se impongan medidas contra ellos mientras las granjas siguen sosteniendo sus actividades como si nada, como si no fueran las responsables de que hoy éste y mañana otros virus atenten con borrarnos del mapa. Es imprescindible que tratemos de mirar un poco más allá del perímetro de nuestro gusto para llegar a pensar en la forma en la que la crueldad contra los animales termina trayendo serios problemas en nuestras sociedades. ¿Habrá algo que aprender de eso?

Yo soy abolicionista. No concibo una lucha obrera que se deje fuera los animales y el feminisno, así que mi postura frente a esta crisis sanitaria es bastante radical. Grandes granjas, grandes gripes es un libro muy interesante pero un poco tibio para mi gusto. Wallace no tiene problema en meterse con la agroindustria y los poderosos, sin embargo, creo que falta profundizar en el dolor de los demás animales. Porque debemos levantarnos contra las vidas esclavistas de vacas, cerdos, patos, pollos y cualquier otra especie explotada, no por lo que nos repercuta negativamente a nosotros, sino porque es inhumano vivir en una sociedad que le haga eso a cualquier otra criatura. De todas formas, creo que es una lectura fundamental para entender estos tiempos difíciles que nos tocan y para mirar más allá de nuestras necesidades. ¿Qué hay en mi plato; de qué me estoy alimentando?


Cubierta del libro «Grandes granjas, grandes gripes» de Rob Wallace (Capitán Swing)

GRANDES GRANJAS, GRANDES GRIPES. ROB WALLACE. J. M. ÁLVAREZ-FLÓREZ (TRAD.). CAPITÁN SWING. 2020

2 Comentarios

  1. Hola Tess tu artículo impacta y te hace reflexionar, en verdad no sé profundiza sobre la verdadera causa de ésta pandemia y cuál es nuestra responsabilidad en el mismo como seres humanos carnívoros, gracias por hacerme conciencia de este gravísimo daño a nuestro futuro en este mundo.

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    1. ¡Muchas gracias a ti, Nilda! Me entusiasma pensar que mi artículo te haya servido. Te animo a ir detrás de esas preguntas, cueste lo que cueste, y te abrazo muy fuerte. ¡Y gracias por leerme siempre con tanta atención y mimo! Abrazote.

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