«Vemos (imaginamos) lo que no está en lo real», escribe Valeria Correa Fiz en el prólogo de Museo de pérdidas (Ediciones La Palma), su poemario más reciente. Un libro donde encontramos numerosas preguntas en torno a lo que vemos y cómo lo vemos. ¿La realidad está sujeta a nuestra percepción o es algo preciso e inalterable? La misma pregunta cabe para lo vivido. ¿Será posible recuperar lo perdido a través de la memoria? Y la misma inquietud podría deslizarse también para intuir la naturaleza de lo que nunca existió pero hemos deseado que ocurriera. ¿Podría la poesía otorgarle algún sentido permanente a la fugacidad de la existencia? Son éstas algunas de las preguntas a las que me aferro para pensar este libro. Hay dos elementos que me interesan especialmente de la poesía de Valeria Correa Fiz, y en las que centraré esta lectura: su trabajo alfarero de la forma y su capacidad para sensualizar cualquier tema, tornándolo eterno. Dos, creo, contundentes razones para no perderse este libro impresionante.
Donde habita la forma
Voy a comenzar por el principio. La forma. Al principio existía la palabra. ¿Y al final? Es posible que todo pueda ser atravesado o trascendido a través del lenguaje y de la literatura. Y en este libro, que tiene mucho de plegaria bíblica, ontológica y colectiva, la palabra va conformándose y colaborando con la forma. «Forma es fondo sedimentado», leemos. La honda poesía de Valeria Correa Fiz tiene una base arquitectónica asombrosamente precisa. Sus frases, sus silencios, sus imprevistos giros, dejan al descubierto un laborioso trabajo estructural que nos permiten vislumbrar una obra poética sólida y fascinante.
Un inmenso edificio, el museo, contiene objetos y miradas a otro tiempo. A través de sus pasillos, el pasado es una cosa que se instala en el presente. Los objetos, como agujeros de gusano, conectan la realidad en distintos momentos y suprimen el paso del tiempo. Ésa es la función que depositamos en estos cementerios de objetos. ¿Y si pudiéramos hacer lo mismo con la palabra? Entiendo que es éste el gran desafío de este libro. Conectar la memoria con la función de los museos me parece una idea bella y completamente estimulante, porque permite muchas interpretaciones y abre mil posibilidades para pensar el pasado de forma metafórica y viva.
A través de una poética, donde lo formal es tan significativo como lo contado, se extienden las pérdidas en el suelo del presente y, de alguna forma, se llena su vacío. Al poner en palabras la ausencia, ésta adquiere forma y materia; es decir, la ausencia se vuelve presencia gracias a su materialización desde la palabra. Y estoy pensando que la función de la poesía, quizá tenga mucho que ver con ese juego de trashumar el daño en experiencia o sabiduría. Un juego difícil que asume y conquista con altura la inmensa Valeria Correa Fiz.
«Me gusta el revés de lo que nadie mira», confiesa la voz poética en un momento. Y poco después se pregunta y nos pregunta, «¿Quién no desea acaso lo que ha desaparecido?». Lo que late en el misterio de lo perdido, lo que hace pie en lo que nunca fue, pero que nos ofrece la fuerza, o la luz, en los momentos de grisura. Sobre todo eso tiende puentes y tramas estéticas fascinantes, que nos pueden servir para explorar la naturaleza sedimentada de este fragmento de realidad que explora Valeria en estos versos.
Erotismo y sensualidad
Y paso al segundo eje de mi lectura. Otra cosa que me fascina de su poética es la gran capacidad de trabajar el erotismo, sin caer en clichés o tirar de sortilegios románticos que nos encandilen. Valeria Correa Fiz construye poemas robustos donde se filtra la sensualidad y nos invita a disfrutar de lo mejor de la poesía erótica: la que todo lo dice sin decirlo. «Venías a mí, para vivir y morir conmigo / enterrando tu salitre en la espuma de mis piernas». Cualquiera que haya leído El invierno a deshoras (Hiperión) sabe de qué estoy hablando.
En Museo de pérdidas hay además un trabajo de la sensualidad nuevo: la posibilidad de transformar cualquier experiencia a través del velo de los sentidos. Por ese camino la autora consigue ahondar de una forma auténtica en esas experiencias, y dejarnos una manera nueva de mirarlas; porque ella las mira de una forma distinta: con los ojos bien abiertos. «¿Quién pudiera —como los peces— / vivir con los ojos siempre abiertos?».
Hace unos meses conversamos con Valeria sobre la poesía del gran poeta Giannuzzi. Me dijo que lo que más le interesaba de él era su capacidad para ofrecer una estética simplista desde una hondura inexplicable. Recordé esa charla mientras leía estos museos porque fue lo primero que me impactó de este libro, donde una frase aparentemente superficial puede movilizarnos profundamente.
Correa Fiz, que ya ha trabajado desde el minimalismo poético en sus inviernos, aquí va un paso más allá, ofreciéndonos un poemario contundente en el que nada es lo que parece; donde el lenguaje está amasado de una forma extraordinaria, para llenarnos de sentido y experiencias, y las sugerencias y los silencios intencionados nos depositan, sin que no demos cuenta, en valiosas reflexiones vitales. En definitiva, es éste un libro en el que forma, fondo, palabras escogidas con precisión y una secuencia de símbolos exquisitos activan en nosotros una mirada sensorial capaz de atravesar lo superficial de la realidad (y de la experiencia) y de reinterpretarlas de otra manera. Quizá, con la intención de volver la vista atrás y otorgarles un nuevo significado a las numerosas pérdidas del camino.
Atreverse con lo simbólico
Hay en este libro una invitación a pensar de otra manera la poesía. O, tal vez, a pensar en otra poesía. En tiempos de estéticas realistas y simplistas, se agradece contar con poetas que sigan apostando por poéticas donde lo simbólico y lo formal sean los encargados de transportar el sentido. En Valeria Correa Fiz tenemos una poesía llena de subjetividades, donde el significado de las palabras no se ajusta a las definiciones enciclopédicas, sino que puede cambiar según el contexto. Quizá porque, como ocurre con los deseos y los rezos, la poesía se identifica con lo subjetivo. «Alguien dijo que escribir es una forma de plegaria».
Valeria Correa Fiz avanza sobre pérdidas íntimas (personas, situaciones, sueños que han sido desplazados a lo largo del tiempo) y daños colectivos (migración, dictaduras, violencia social). Avanza lentamente, describe, se aferra a la idea de que la vida es una pérdida constante, pero trata de poner por encima de todo la luz, la posibilidad. «No dejes que el mundo te arrebate de ti mismo», leemos en un poema. Es decir, lo que da sentido a este libro no son las pérdidas sino la sensibilidad que ellas han abierto, la oportunidad de trascender a través de las heridas.
La intimidad, ese espacio que es modificado por las experiencias, lo más inestable y lo más propio que tenemos, es seguramente el foco de interés de la poesía de Valeria Correa Fiz. Y es fascinante cómo consigue trabajar sobre él desde lo colectivo y lo político, sin salirse del discurso reflexivo e individual —desde lo que yo observo y soy, en un mundo de pérdidas—. Y en ese trabajo, se asoma a los impulsos vitales que nos llevan a aferrarnos a las ideas y a las personas, como una manera de confirmar nuestra existencia: esa necesidad de vernos en los ojos y en el abrazo del otro. «La sensación —el ahogo— de que algo me sujeta a alguien». Caben muchos argumentos, ideas e inquietudes en torno a este tema, pero no quiero extenderme más. Solamente apuntaré que lo íntimo en Correa Fiz adopta una perspectiva amplia: es un espacio en el que caben nuestros miedos personales y nuestras pérdidas colectivas.
Ver o imaginar. Entre estos dos verbos, el hilo de todo el poemario. Sobre la perspectiva y nuestra forma de relacionarnos con la realidad, de observarla y de asumirla, transitan muchos de estos poemas. «El ojo que ve es depuesto por la vigilia». Mirar lo que nadie ve, obsesionarse, como Pizarnik con la rosa, como los superrealistas con lo maravilloso, es lo que le permite a esta poeta construir este museo inolvidable, poner en pie estos poemas extraordinarios. Tiene que haber algo que justifique la palabra, la poesía. Valeria Correa Fiz parece jugarse todas sus cartas en la inexplicable pasión poética. ¿Por qué este vuelco del corazón cuando leemos algo que nos punza? A lo mejor, me pregunto, y te pregunto con Correa Fiz, «¿Será que nunca es el amor sino su desvío el único método para sobrevivir?»
Y antes de terminar, quiero volver a la forma. Me obsesiona este aspecto de la poética de Correa Fiz. Me asaltan mil preguntas: ¿está primero la forma en su creación poética? A veces, tengo la sensación de que es así. Algunos de sus poemas parecen escritos desde la estructura, como si las palabras encajaran perfectamente en su poesía-puzzle; pero luego, tiene tanta fuerza el mensaje que contiene esa estructura, que dudo. Generalmente, las obras que parten de la forma siempre terminan decepcionándome, porque se nota una falta de luz en el mensaje. Pero Correa Fiz sabe que la forma sin hondura no tiene valor alguno. La palabra, que estaba al principio, debe ser trabajada para construir una casa capaz de contenernos, pero con sus normas, sus muros estructurales, sus vigas de amarre. Así, al leerla, todo el sentido está en lo dicho y en lo callado, contenido con asombroso talento en su forma. El trabajo exquisito de construcción poética de este libro es una bocanada de aire fresco en estos tiempos de podredumbre y liviandad estética. «Escribo (trabajo sucio contra el olvido)».
La realidad que imaginamos, ¿es lo que creemos? Quizá sólo en la palabra, en la escritura, en la poesía, encontremos la manera de contarla, de asirla, de explicarla sin poder comprenderla del todo. «Y todo vuelve a ser (real) cuando lo nombro». Cuánto me ha sacudido esta frase. Cuánto que aprender y disfrutar en este libro. Valeria Correa Fiz nos propone en él una actitud de resistencia íntima: perseverar y resistir al olvido desde la palabra. El museo se quedará vacío, la memoria se seguirá desgastando, pero lo escrito permanecerá, como el registro de que hemos estado aquí y vivido esto. «Me lo quitarán todo, / menos / el misterio de la voz que me escribe». ¿Hace falta volver a la rosa de Pizarnik a las inquietudes fascinantes en torno a la iluminación poética? Lo cierto es que podría seguir explorando este museo de maravillas durante horas, y siempre encontraría algo para decir; pero no quiero arruinarte más la experiencia del primer beso con la poesía de esta magnífica escritora. ¡Te animo a disfrutar de este Museo de pérdidas!
MUSEO DE PÉRDIDAS. VALERIA CORREA FIZ. LA PALMA. 2020
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