¿Cómo hablar de traducción sin caer en los tópicos de siempre? ¿De qué manera establecer una reflexión sobre los rudimentos de un oficio que está a mitad de camino entre la creación y la artesanía? Y una vez puestos a pensar, ¿a qué se parece más una traducción: a una composición musical o una obra de alfarería? Todas estas inquietudes atraviesan Este pequeño arte, de Kate Briggs (Jekyll & Jill). Un ensayo en el que, la autora, usando su experiencia y tomando la posta de otras traductoras, construye una reflexión exquisita sobre este hermoso oficio. Leemos a Briggs gracias a la traducción de Rubén Martín Giráldez, y es precisamente en esta experiencia lectora que exige de la suspensión de la incredulidad, donde la obra alcanza todo su potencial: pues se sirve de nuestra propia experiencia para confirmarse y afianzar en nosotras esta idea de relación extraña que establecemos las lectoras con las traductoras. Estamos ante un libro exquisito, detallista y curioso, que ninguna buena lectora de ensayo debería perderse.
La relación lectora-traductora
Este pequeño arte es un libro para amantes de la literatura. Y hay que destacar principalmente su estética. Con un tono que está cerca del diario literario y que combina las situaciones cotidianas con una reflexión erudita sobre el lenguaje, Briggs consigue abordar un tema que está fuera del propio ensayo: la lectura como intervención. Porque es a partir de esa idea que llega a interceptar los desvelos y dificultades que suponen la traducción, sobre todo en torno a su relación con la libertad. Este es uno de los grandes aciertos del libro, que viene a corroborar algo que ya intuíamos: que todo libro es único y que, quizá, existen tantos libros como lectoras habitan el mundo.
Pero volvamos a la traducción: esa vena que recorre, o mejor dicho, atraviesa el mundo de los libros. Si hacemos un recuento de nuestras lecturas de toda la vida, posiblemente más de la mitad de las autoras que nos han acompañado no escribieron en nuestro idioma. Incluso, muchas lo hicieron en idiomas que no hablamos y, sin embargo, ahí estamos, leyéndolas, convencidas de que las conocemos, de que sabemos cómo ha sido su trabajo y su vida. No parece la intención de este ensayo enaltecer el oficio de la traducción, sino en todo caso ordenar las ideas que tenemos en torno a él. Si no existiera la traducción no sólo el mercado literario no sería el que conocemos sino que nuestra vida lectora también sería otra. Nos habríamos visto forzadas a un desarrollo intelectual muy restringido.
Yendo un poco más lejos, Briggs establece una exquisita relación entre la intervención que naturalmente aplicamos a los libros como lectoras y la mediación de la traductora sobre una obra. La búsqueda de estilo, la necesidad de resolver problemas del lenguaje y de ofrecer una lectura que no se aleje tanto de la original obligan a un trabajo de penetración innegable, y por eso, considerar el oficio como una especie de trabajo limpio, sin corazón, sin cambios estéticos sobre el manuscrito original, es una forma de negar la propia naturaleza del oficio. Traducimos porque necesitamos entender, y aplicamos sobre los textos nuestra propia lógica de interpretar el mundo. Esto creo que es lo que viene a decirnos Briggs, ofreciéndonos un libro extraordinario que puede servirnos para ahondar en la traducción, a la que define como el arte de «entender todas las pequeñas diferencias».
La suspensión de la incredulidad
A la hora de pensar en el oficio Briggs trabaja con absoluta habilidad. Así, lo mismo tira de una escena de La montaña mágica de Thomas Mann, un fragmento de las conversaciones de Roland Barthes que ella misma ha traducido o una conversación tomada de un foro de Internet, para terminar rompiendo las fronteras de lo literario y de lo teórico para conjugar un libro de ideas y preguntas inteligentes y hondas sobre la literatura y el lenguaje. Para abordar, finalmente, el tema que sobrevuela todo el libro, que es la inquietud en torno a la libertad de la traductora de cara a un oficio de naturaleza dudosa. «¿Escribimos traducciones o las construimos? ¿O más bien las hacemos?»
El concepto de suspensión de la incredulidad, le sirve a Briggs para trabajar sobre lo que ponemos en marcha cuando leemos obras traducidas: asumimos que la voz que escuchamos es la de la autora, y la traductora aparece como una interlocutora-puente, que conecta mundos que, de otra manera, no se habrían cruzado jamás. Su análisis sobre la suspensión de la incredulidad se centra en esa idea de que lo que se dijo realmente pierde nitidez porque en verdad lo que se dijo es eso que ahora estamos leyendo. Esa fe ciega que ponemos en la traductora es una de las cosas que más me ha interesado de este libro. «En lo relativo a traducir y leer traducciones la cuestión de qué es completamente normal o de verdad plausible, de qué se dijo o escribió realmente, queda suspendida ligeramente».
«Imaginemos que digo que "La montaña mágica" está en el salón (...) lo que quiero decir en realidad (lo que la metonimia me está permitiendo decir) es que la novela está en el salón». Escribe Briggs. Y luego dirá: «Pasa algo similar cuando hablo de los libros que he leído? ¿Cuando te digo que he leído "La montaña mágica" es una manera rápida de decirte que he leído "La montaña mágica" traducida»? Sin duda, en este fragmento podríamos quedarnos horas enteras. Y en él precisamente, podemos hallar la semilla fundamental de este libro magnífico.
En Este pequeño arte podemos encontrar fabulosas reflexiones en lo referente al pacto de la traducción. La figura de la traductora: un personaje que ejerce una doble función, de lectora y escritora. Como lectora, debe entender la obra y valorarla; como traductora, crear una nueva versión de lo que ha leído, que supone resolver problemas técnicos y del lenguaje, para que la obra sea estética y, al mismo tiempo, sea la misma obra original. Pero ¿estamos realmente frente a la misma obra? Esta idea de multiversalidad de las obras al ser traducidas, me ha parecido fabulosa.
¿Por qué necesitamos a los traductores?
Briggs analiza algunas ideas de Hellen Lowe-Porter, traductora de Thomas Mann, y las usa para poner en escena numerosas preguntas en torno al oficio y a la forma en que desde el mundo de la literatura se ve el oficio. Y deja sobre la mesa preguntas en torno al juicio, muchas veces injusto, que deben soportar las traductoras. En ese sentido hay en este libro un deseo de romper con tabúes y con ciertas ideas patriarcales que todavía flotan en el aire e imponen su rito al mundo traductoril. Para Lowe-Porter la traducción es «un placer perverso», porque supone asumir que te vas a equivocar y que serás condenada por tus errores. «Si no quieres cometer errores, no traduzcas, me dijeron una vez; una máxima facultativa que siempre tengo en mente», nos dice Briggs.
En este libro una idea que se repite es el del orden de las palabras. «Las palabras idóneas en el orden idóneo». Quizá en esa frase esté escondido el empeño de las traductoras, el deseo de construir castillos con palabras distintas, sin que varíe el aspecto del castillo, pero con materiales diversos. Que parezca el mismo castillo pero que, de fondo, no lo sea, porque la importancia del oficio radica en «preocuparse, preocuparse y preocuparse por la diferencia entre esta palabra y aquella otra».
Y en esa visión apasionada del oficio me ha gustado ese camino de devoción. La autora parada frente a la casa en la que Barthes escribió aquello que ella misma está traduciendo. Tan cerca y tan lejos. Pasado y presente. Y la podemos intuir después, yendo detrás de los libros que estuvieron antes, que le sirvieron a él para desarrollar ese mismo texto. «Leer los mismos libros que otra persona es una manera de estar juntos». Se me antoja una imagen tan tierna y delicada, que me he quedado pensando en ella muchos días. Imaginando sus pasos, sus palabras.
Leemos Este pequeño arte pero no This Little Art, porque, si nos guiamos por la misma lectura, no son el mismo libro. Llegamos a Briggs gracias al trabajo de Rubén Martín Giráldez, y sin duda, él tiene mucho más que ver con este libro que la propia Briggs. O esto es lo que nos dice ella. O nos dice él que ha dicho ella. Un lío. Sea como sea es un libro extraordinario que nos invita a abrir la cabeza, a pensar en la importancia de las traductoras para disfrutar de una literatura amplia y universal.
Este pequeño arte es un libro hermoso, escrito con pasión y devoción literaria, donde la vida y la literatura se dan la mano en un ensayo vivo sobre uno de los oficios más arduos y entregados que existen. ¡Que vivan las traductoras! Un viva extendido a nuestro querido Rubén Martín Giráldez, a quien le debemos también la traducción de la exquisita obra Cosmotheoros, de Christiaan Huygens (Jekyll & Jill) , sobre la que ya te hemos hablado. Que nadie se pierda este ejercicio fascinante de revisión lectora.
ESTE PEQUEÑO ARTE. KATE BRIGGS. RUBÉN MARTÍN GIRÁLDEZ (TRAD.). JEKYLL & JILL. 2020
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