«La nieta de Pushkin» de Ronaldo Menéndez (Páginas de Espuma)

Te invitamos a leer «La nieta de Pushkin» de Ronaldo Menéndez (Páginas de Espuma).



«La nieta de Pushkin» de Ronaldo Menéndez (Páginas de Espuma)

¿Dónde está la literatura latinoamericana que se está escribiendo en España? Esta es una pregunta que me vengo haciendo de forma cada vez más obsesiva en los últimos años. Me interesa esa escritura que se posiciona en la frontera: en ese limbo de la geografía literaria, donde las voces provienen de una combinación entre el lenguaje congelado de la infancia y las nuevas lenguas que se cruzan en el camino nómada. Me interesan aquellos autores y autoras que se asumen desorientados y cuyas escrituras componen una búsqueda de identidad y de hogar en la palabra. En esa línea se encuentra el libro hermosísimo que hoy vengo a recomendarte: La nieta de Pushkin de Ronaldo Menéndez (Páginas de Espuma). Un cuentario que está a medio camino de todo: del lenguaje, de los géneros y de la seriedad. Menéndez es un autor extraordinario. Cada vez que vuelvo a leerlo me maldigo por no leerlo (o haberlo leído) más. No cometas ese error.



No miramos la luz, la asumimos


La nieta de Pushkin es mucho más que un libro de relatos; es un ensayo de escritura sumamente interesante. Ronaldo Menéndez tiene una gran capacidad para manejar el ritmo, haciendo un uso magistral de la elipsis y el doble sentido, para dotar a todos sus cuentos, sus anécdotas, sus historias, de un elemento que no debe faltar jamás en literatura: el misterio. Tiene la virtud de provocar en nosotros el asombro, la curiosidad y el disfrute lector: tres motivaciones fundamentales para sentir en la carne la lectura. Si a esto le sumamos su trayectoria vital y literaria, podemos intuir que lo que escribe es literatura condimentada de experiencia y de una búsqueda estética bien definida, lo que convierte cualquiera de sus obras (y este libro en particular) en una fabulosa apuesta para los que buscamos en la lectura un acontecimiento transformador.

«Es sabido que si alguien quiere esconder algo, un recurso efectivo es dejarlo a la vista de todos, como una cosa más». En esta frase se halla la identidad del libro. La mejor forma de ocultar algo es nombrándolo, porque es una táctica efectiva para conseguir que «el objeto se vuelva invisible». Lo hemos aprendido con todas las dictaduras y de las mejores obras de la literatura. Y esto es lo que hace Menéndez en este ejercicio de escritura. Nos lo está diciendo desde el mismísimo título. Nos lo está diciendo en toda la cara. Y, por eso, cuando lo descubrimos, nos sorprende. Éste parece el mayor acierto, que atraviesa todas las historias de este libro.

La primera sorpresa que nos llevamos es que no sale la condesa de Merenberg ni tampoco una desconocida nieta de Pushkin. En el cuento homónimo, sin embargo, conocemos a Natasha, una mujer que, como el propio autor, ha vivido muchas vidas en una; que ha pasado del comunismo al ortodoxismo, de Rusia a Cuba, y que habla en un español cubano que se ha mantenido congelado desde su regreso a Rusia. Una mujer que no se parece a su abuelo, y que se parece tanto. Aquí encontramos uno de los secretos mejor guardados y mostrados del libro: el paso del tiempo como incuestionable reformista de nuestra idea del mundo. El choque con una verdad escondida, que siempre ha estado a la vista, es el gran tema de un cuento en el que hay memoria colectiva y que también representa una exploración de la ruptura con la tradición desde la libertad. ¡Un cuento luminoso, por cierto!

Menéndez escribe sobre el movimiento de la vida y de las ideas. Más allá de los viajes reales que aquí se narran y del movimiento corporal a través de la geografía del mundo, el verdadero tema de fondo es el movimiento de las ideas: la capacidad de sobrevivir al paso y el peso de los años, resolviendo ciertas preguntas inquietantes de la infancia. Moverse, salirse de la forma, extraer el misterio de lo que a simple vista parece no tenerlo: ¡la maravillosa invitación de este libro!


Cubierta de «La nieta de Pushkin» de Ronaldo Menéndez (Páginas de Espuma)

El sentido del viaje


La nieta de Pushkin es un libro que podría leerse como las memorias de un viajero, donde se nos propone una visita peculiar a los lugares en los que transcurre: buscando lo inaudito de ellos, lo escondido y por ende, lo que está más a la vista. Pero, además, en este fabuloso ensayo de escritura, Menéndez nos presenta preguntas en torno al tratamiento de este género literario. O sea, que en ese sentido, también es una lectura que puede ser sumamente provechosa. «Un libro de viajes debería ser, entre otras cosas, una colección de nombres que se impriman a la piel de las páginas como tatuajes vivos, y de ahí pasen indelebles a la memoria del lector», leemos. Y eso es lo que nos ocurre cuando habitamos este libro.

Viajamos porque necesitamos conocernos. No lo sabemos. Creemos que lo hacemos para conocer a otros. Pero el viaje es el resultado de una búsqueda interior, que al final termina siendo colectiva, por extensión. Digo esto porque tengo la sensación de que es un viaje interior lo que se propone Menéndez, al organizar y estructurar sus memorias viajeras, pero convencido de que, en el camino, también habrá un «nosotros» con los que pensar temas fundamentales, como la pérdida a la que conduce la extranjería, la libertad, la mirada extraña sobre el mundo de los otros, la muerte y la soledad. Con humor y muchísima luz nos invita a mirar mejor cada una de estas cosas, mientras recorremos paisajes y ciudades, experimentamos situaciones y comemos bien. Porque esa es otra cosa que caracteriza a sus historias: ¡cómo morfamos!

Nadie debería leer a Ronaldo Menéndez con el estómago vacío. Nadie debería hacerlo sin tener a mano algo para beber. Porque, de lo contrario, va a pasar hambre y le van a entrar unas ganas terribles de tomarse un vasito de vodka. Y es que, la comida (y esto incluye la bebida) ocupa un lugar importante en su obra. ¿Qué puede haber más importante para ordenar nuestra vida material y espiritual? La comida como lo básico, pero también como el punto en el que podemos encontrarnos con los otros. La comida como búsqueda de perspectiva y aprendizaje. Tengo la sensación de que la pregunta que nos queda dando vueltas después de leer este libro no es tanto cómo se escribe después de toda esa vida, sino cómo se come, cómo se piensa tranquilamente en la cena. «Una hora después, para mi secreta vergüenza, aprendí una lección inconfesada cuando Julio me invitó a unas cervezas y anticuchos en una terraza de Barranco: podía dormir, despertarme, y la comida seguiría ahí». ¿Cómo se erradica el miedo de pensar que la comida no va a estar cuando despiertes? Otra vez tocamos la idea de volver visible lo invisible que, como dijera Miguel Ángel Asturias, es el trabajo fundamental de todo escritor.



La luz a la vista


«¿Qué sentirá el hombre que quita la luz?» ¿Qué sentirá quien lea a Menéndez por primera vez. Hay en su forma de narrar una cercanía con lo plástico, con lo cotidiano, que te hace pensar constantemente en el trabajo de fondo. Para escribir así hay que hacer un doble trabajo de limpieza y forma. Para que la obra quede cercana y casi coloquial, pero sostenga una estética y un uso preciso del lenguaje; sin olvidarse del ritmo, del tono y de la importancia de poner sobre lo mesa aquello que se desea esconder. Un ejercicio de escritura fascinante, que me parece que merece muchísimo nuestra atención.

Por otro lado, hay una cosa en el ritmo de algunos de los relatos que me interesa especialmente. Se basa en el redoble, en el volver a las mismas cosas para darles sentido; como ese farolero que pasea por las calles iluminando unas casas y dejando a oscuras otras. El ritmo, pienso, se apoya en el movimiento concéntrico del lenguaje, para dotar de sentido el todo. Desde el humor pero sin olvidarse de la reflexión humanista, de la visión colectiva que le pedimos a la literatura, Menéndez nos ofrece un libro redondo, que nunca se termina.

Y no voy a dejarme fuera el cuento «Lejos de Saint-Nazaire», porque es uno de mis favoritos. Me encantaría preguntarle a Natalia cómo se recibe un cuento así, cómo se vuelve a leer después de que te dediquen un relato así. Quién no soñaría con que alguien le escriba un cuento como éste; en el que se funde la tradición mágica latinoamericana con la visión realista, para generar un encuentro de mundos, de fronteras, lleno de ternura y sensibilidad. Una declaración de amor en toda regla. Por otro lado, es un cuento que punza nuestra percepción de realidad, y nos invita a pensar el mundo desde fuera, enajenándonos, como sólo el amor, el deseo y la literatura pueden conseguir sacarnos de nosotros mismos.


Reseña de «La nieta de Pushkin» de Ronaldo Menéndez (Páginas de Espuma)

La nieta que existió, pero no está


La nieta de Pushkin, que existió pero no aparece en ninguno de los cuentos, es la referencia al encuentro con un imaginario metido en la piel que se volvió inconcreto en la práctica. Hablé sobre ello el lunes, en el artículo sobre los sueños en la poesía de Martín Rodríguez-Gaona. Es sin duda, un tema relevante, que nos importa, que nos interesa, y al que volvemos de todas las formas posibles. Ronaldo lo hace presentando un personaje insólito, engatusándonos sin mentirnos: escondiendo lo importante al dejarlo a la vista.

Es éste un libro que puede leerse como un homenaje a las posibilidades de la vida, que son siempre inesperadas. «El tiempo ha pasado sobre mí como si hubiese nacido unas cuantas veces», escribe Ronaldo. Tantas vidas que caben en el exilio, tantos caminos distintos trazando un único camino. Este libro es la construcción o la revelación de una identidad que se ha formado del mestizaje, con el deseo de crear una gran mirada abierta sobre la vida y sobre la literatura. A pesar del hambre, a pesar del miedo, Ronaldo nos invita a la rebelión y a la alegría. «César Vallejo ha muerto, le daban duro con el palo y duro también con una soga, por eso al día siguiente fundamos un grupo literario de vanguardia disidente al que llamamos El Establo». Al homenaje de Vallejo se suma el de Solzhenitsyn; porque la literatura no entiende de fronteras y las grandes obras de la historia nos invitan a mezclarnos, metiéndonos en la piel de los otros, habitando otras realidades, para conocer mejor quiénes somos y adónde vamos. Sobre todo eso habla este libro.


«La nieta de Pushkin» de Ronaldo Menéndez (Páginas de Espuma)

La literatura apátrida


¿Qué escriben los latinoamericanos que ya no escriben en casa? ¿A quién interesa lo que estos apátridas tienen para decirnos? Pienso en la poesía de Arturo Borra, donde el lenguaje y la extrañeza producen un eco extranjero en la voz poética. Pienso en la obra de Mónica Ojeda, que construye castillos fantásticos usando el material de la infancia. Y pienso en Menéndez, que lo mismo nos habla del terrible sol de Cuba que «parece una bola de papel de lija que nos raspa el pellejo», que nos lleva de la mano por el desierto de Rajastán, mientras su padre olvida.

Las preguntas existenciales no conocen fronteras y la literatura cumple la función de responderlas. Por eso, no puede interesarme otra cosa que esa escritura que se sacude la piel de la patria y es capaz de interesarse por nuevos registros, construyendo una obra inesperada, que es producto de una identidad insólita: como un cubano viajando por todo del mundo. «¿Habrá algún otro cubano que haya viajado tanto».

La hija de Pushkin es un libro sorprendente en cuanto al género. Porque sin ser un libro de viajes, nos invita a viajar a Cuba, a Rusia, a India. Porque sin ser una novela, nos ofrece relatos conectados que podrían servir como trama de una novela corta. Porque sin ser un libro de cuentos, nos ofrece un conjunto de relatos con tonos, personajes y experiencias distintas. Un verdadero mestizaje de géneros y culturas que nadie debería perderse.

«Los caminos están vivos y deciden por uno», escribe Ronaldo. Y a mí se me ocurre que el mejor deseo que puedo ofrecerte es que tu camino coincida con este libro. Tener la suerte de leer este libro, en estos tiempos tan difíciles que atravesamos (¿no lo son acaso todos los tiempos?), es una fortuna lectora. Es una lectura adecuada para entender que la vida es esto que nos pasa, mientras queremos arreglar la vida. Y, sobre todo, que nos recuerda que «uno siempre espera el milagro», y que eso está bien. Que la esperanza está bien. Que la luz es necesaria. Y que vivir muchas vidas (con sus muertes) en una sola existencia, también puede ser una forma de decisión vital (y vitalista). Que nadie se pierda este libro extraordinario, para vivir un poco más.




LA NIETA DE PUSHKIN. RONALDO MENÉNDEZ. PÁGINAS DE ESPUMA. 2020

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