«Esta es mi calle principal». Así comienza Puerto oscuro de Mark Strand (Kriller 71). Un hombre nos enseña su mundo cuando lo está abandonando; cuando inicia un camino de incertidumbre hacia un puerto utópico. Quizá con el deseo de asirse no a la materialización del deseo, sino a su semilla. «Un deseo que deseara aún más», escribe. Estamos ante un libro fascinante que cuenta con el exquisito trabajo de doblaje de Adalber Salas Hernández y una imagen de cubierta de Nicolas Le Beuan Bénic. En él se nos propone un viaje a los confines de los sentidos; donde el color contrasta con la ausencia de color, que podríamos traducir como la oscuridad. Una idea que nos advierte que no se escribe desde ni en la oscuridad sino mirando hacia ella; o quizá lo que viene a decirnos es que la oscuridad puede ser muchos lugares distintos. Sea como sea, es un libro exquisito, que he releído varias veces para descubrir lo insospechado, y que te deseo con entusiasmo.
En los límites del sueño
«Camino a la estación donde me esperan los otros». Ya desde el comienzo, las preguntas inevitables: ¿Adónde se dirige? ¿Qué representa esa calle principal? ¿Dónde están sus amigos? A través de la lectura nos internaremos en un escenario que está a mitad de camino entre la realidad y el mundo onírico. Muchas de las imágenes que observaremos representan la realidad de forma literal, pero también pueden traducirse de forma simbólica. Ésta es una de las particularidades del libro que más me ha fascinado.
El viaje ha sido simbolizado a lo largo de la literatura y la mitología de diversas formas. Todo aquel que desee aprender algo en esta vida está obligado a moverse de alguna manera. Y parece que Strand hubiera querido dejar esto bien claro desde el principio. El viajero parte, convencido de que ya nada queda en esa calle principal, que su destino es el movimiento. De este modo, consigue ofrecernos en Puerto oscuro una relectura de la épica de los viajes en la tradición literaria, donde lo vivido desde los griegos a nosotros termina siendo lo mismo: la búsqueda de la inmortalidad a través de un entendimiento metafísico de lo material. ¿Conseguir atravesar con su poesía la barrera de la naturaleza física, quizá? Pienso que muchas preguntan caben en este libro respecto a esto. Que cada lectora descubra sus propias inquietudes.
Hay en este libro algo muy destacable en la forma de abordar nuestra relación con la claridad y con las sombras: la lucidez del día (tanta luz que nos impide ver) y las posibilidades que enciende la noche (cualquier chispazo ilumina mucho más de lo que imaginamos). En ese sentido, Puerto oscuro propone una indagación en torno a la realidad y lo que la rodea. Lo que contiene a lo que se ve; es decir, lo que no se ve. Y se me ocurre que es precisamente en ese espacio complejo donde habita lo incierto donde podríamos hallar el interés fundamental de la mayoría de estos poemas. «Viajaremos por la oscuridad sorda / con fuegos guiándonos en el terreno amargo / de la noche sin fin».
Y llego a otra de las cosas que me parece fabulosa: la descripción de algo que se asemeja a la parálisis del sueño y la presencia de los visitantes oníricos. Me parece muy inteligente la forma de plasmar esta experiencia en el poema, porque no hay en las imágenes un contundente delirio pero tampoco hay una negación del encuentro entre los dos universos. Es decir, aquí el trabajo del lenguaje es tan exquisito que podrías decantarte por cualquiera de las dos opciones: realidad o alucinaciones poéticas. «Por qué ha escogido ponerse un sombrero para la ocasión (...) se queda parado y mira / proyectando una red invisible / sobre el observado, paralizándolo», leemos.
En ese viaje a la oscuridad de la selva, que es la noche, Strand intenta desentrañar el principio del sueño, y descubre que «encarnamos algo de la noche de nuestros orígenes». Sin duda es un libro que nos invita a indagar en los orígenes, donde está la semilla del miedo pero también del deseo. ¿Hasta dónde serías capaz de llegar cuando «todo lo que quieres es alzarte de la sombra / de ti mismo»? Quizá, hasta el Principio. Pero sólo hay una forma de alcanzarlo: rodeando la noche y zambullirnos en su sordo silencio, aceptando las condiciones de un viaje sin fin (como el viaje del héroe). La recompensa es posible que lo merezca. «Miramos a la oscuridad e imaginamos una plenitud en la que somos las estrellas, igual al vacío del origen».
La esperanza en la palabra
«Ah, puedes burlarte de los esplendores de la luna, / pero ¿qué sería del corazón humano si deseara / sólo oscuridad, si no deseara nada en la tierra / salvo la tinta del mar o la sombra negra de la roca?». La esperanza esperancita es la luz de este Puerto oscuro. Y Strand consigue contagiarnos su entusiasmo por lo que nos aguarda más allá del horizonte. Porque es imposible lanzarse al camino, soportar los golpes de la vida sin ilusión; porque si el camino es inútil de por sí, ¿con qué motivación vamos a transitarlo si sólo vemos dolor y desesperación? «Cómo se siente esperar sin esperanza, observar / la luz del día reptar por el suelo». La luz de este libro es brillante, contrarresta totalmente con el título y nos invita a insistir en la esperanza.
Pero para aferrarse a esa idea de luz es necesario atravesar pruebas muy duras. Y aquí podríamos volver a lo que decíamos del viaje del héroe tan bien dibujado en la mitología, porque creo que es la analogía perfecta para este libro: Puerto oscuro es una revisión del viaje épico, desde una actitud más sinestésica. Ese movimiento que, nos lo ha enseñado la literatura, tiene como destino un puerto oscuro con la promesa de la salvación, la verdad o la revolución, que a la larga son la misma cosa. Y en ese camino, la poesía se presenta como un valor colectivo, que sirve no para darle utilidad a la existencia pero sí para justificarla. «Dime que no he vivido en vano», leemos. Y más adelante continúa: «Que lo que he dicho no ha sido dicho para mí».
La memoria, esa rama que nos sujeta
«En el aire de la memoria, / en el lugar que no es un lugar, sino donde / está almacenada la belleza mortal del mundo». Podríamos decir que este libro es una invitación a viajar memoria adentro, para reconstruir el paso del tiempo (y sus consecuencias) desde el presente, con la mirada en el futuro. Una de las interpretaciones del viaje podría ser ésa, creo. Y algunos poemas serán verdaderos puertos donde fondear y redescubrir nuestra propia percepción de la realidad. Cada puerto, como un espacio donde «una y otra vez la escritura emerge, / por un momento brilla bajo la luz, para luego hundirse sin ser leída». El lenguaje, llevándonos de la oscuridad a la luz, iluminando aquellos espacios desangelados de la memoria donde habita el dolor con toda su intensidad.
Strand trabaja sobre la pérdida de una forma asombrosa. Al principio parece ser capaz de nombrarla directa y claramente; pero, según avanzamos, se entreteje al discurso un hilo irracional, que es el fruto de ese dolor inconcebible, y que va transformándose y busca desesperadamente un fondo al que aferrarse. Porque, aunque «en un mundo sin cielo todo es despedida», la poesía (que es el paño en vinagre y también la gasa para la memoria) viene para nombrar aquello que duele, quizá con el afán de dotarlo de sentido. Y en ese punto, la visualización del duelo, de una forma tan bella, me ha conmovido profundamente: «La imagen de los rastrojos quemándose. El amigo fallecido». No tengo palabras.
Y en ese juego de la memoria, el paso por el canal onírico le permite al poeta plantear una serie de imágenes arquetípicas, para identificarse con un nosotros, para navegar en un lenguaje colectivo con el que sentirse identificado y contenido. Aparece un deseo clarísimo: «Querer separarse del yo, quitarse el peso de lo vivido, pero sólo por un rato...». Separarse de lo propio para atreverse a mirar en los confines del mundo de los otros, pero sólo por un rato. ¿Por qué sólo por un rato? Tal vez aquí notemos el miedo a la propia desaparición: volver a ser yo, para contarlo y saber que todavía estoy aquí. No sé si lo he entendido bien, pero evidentemente es una idea que se repite a lo largo de este viaje oscuro en varios poemas.
Hay una tensión estremecedora entre lo que aparece en el poema y lo que no está. Y creo que en este punto encontramos uno de los grandes aciertos de este libro. «Qué te parece si hablamos de lo inaudible», escribe Strand. Lo inaudible, lo invisible, aquéllo que habita en las sombras del silencio y de la luz. Sabemos que el vacío no existe, pero llamamos vacío a algo que sí tiene forma, aunque no podamos captarlo con nuestros sentidos. En esto también me ha hecho pensar esta lectura.
La argonáutica órfica
Sin el erudismo. Desde la cercanía poética, Mark Strand se lanza al camino y va contando cómo es ese viaje en busca de la luz. Podría perfectamente pensar en la argonáutica órfica, en ese viaje desde Tesalia hasta Cólquides en busca del vellón de oro; me parece que hay un hilo conductor común clarísimo. Tengo que volver obligatoriamente al punto inicial de este texto: el viaje del héroe, narrado de formas tan diversas en la mitología, es el punto de amarre de Strand. Todo Puerto oscuro puede leerse en esa clave, despertando en nosotros sensibilidades y atenciones deslumbrantes.
En el viaje de Strand, el camino es una exploración de lo desconocido. Y una de las interpretaciones posibles (porque hay muchas y seguro, a mí se me escapan casi todas) es la búsqueda de la paz, del desprendimiento de los límites materiales: ese puerto de luz en el que fondear para descubrir lo bello de la noche. Sin duda, es uno de los que más me ha interpelado. Porque bien mirado, entonces, la poesía es la llama que posibilita el descubrimiento, donde el poeta es iluminado por Orfeo para narrar las vicisitudes del viaje. Orfeo, como el poeta, «puede cambiar el mundo por un rato, pero no puede salvarlo, esa es su desesperación».
Y en ese ir y venir, del mito a la realidad, concluye: «Estos son malos tiempos. Los idiotas han robado la luz de la luna». Otra vez la luz. Strand se zambulle en escenas mágicas de la mitología, explora el sentido más allá del significado; dedica algunos de los poemas más contundentes a Marsias y a Leteo. ¡Qué maravillosa es esa imagen que nos trae del cuadro de Tiziano, «Castigo de Marsias»! Dice que el sátiro parece estar «volviéndose la carne de la luz». ¿No es maravilloso?
Leo el libro con verdadero disfrute. Creo que, como dice Kate Briggs en su libro Este pequeño arte (Jekyll & Jill), cada vez que hablo de Strand estoy hablando de Salas Hernández, que tuvo la delicadeza de comprometerse con el lenguaje de Strand para extraer la piedra de la locura. Leo con disfrute este libro y le creo a Adalber. Y disfruto de este libro fascinante de Strand, en la voz de Adalber. Y vuelvo a manifestar mi fascinación por la entrega hermosa de los traductores y traductoras, capaces de permitirnos el disfrute de obras que nos cambian para siempre. Ojalá que nadie se pierda esta maravilla apoteósica.
PUERTO OSCURO. MARK STRAND. ADALBER SALAS HERNÁNDEZ (TRAD.). KRILLER 71. 2020
2 Comentarios
Magnifica reseña
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Vanesa! Un abrazo.
Eliminar