«Sacramento», de Antonio Soler (Galaxia Gutenberg)

Una novela soberbia sobre la fuerza indomable del deseo.

Reseña de «Sacramento», de Antonio Soler (Galaxia Gutenberg)

Lo que vuelve fascinante la literatura de Antonio Soler es el movimiento. En cada una de sus obras va un poco más allá. En los temas, en la forma, en la plasticidad y deconstrucción del lenguaje. Siempre. Sacramento (Galaxia Gutenberg) es la mejor novela que he leído en lo que va del año. Un regocijo. Una clase magistral. La confirmación de lo que importa en literatura. Y lo que no. Una novela tejida a punto sarga, donde las capas se entremezclan modificando constantemente el resultado del relato. Una visita a la Málaga de principios de siglo XX en la piel de un personaje incómodo, Hipólito Lucena. Niño seminarista. Sacerdote joven con ganas de cambiar el mundo. Hombre atrapado en la bruma del deseo. Soler escribe narrativa como los poetas queremos hacer poesía. Nuestro capitán.


Crónica del silencio


Málaga. Principios del siglo XX. El mundo está cambiando. Ovnis, posibles viajes espaciales y la aparición del jazz provocan una gran conmoción. Las primeras películas. A España aún no ha llegado la televisión. Un país herido con una gran parte de su población bajo los índices de pobreza. Un hervidero de conflictos políticos. En medio de todo ello, la Iglesia Católica, consiguiendo acuerdos con el dictador para ser asimilada como eje fundamental de la doctrina civil. Y dentro de esa Iglesia, Hipólito Lucena, un joven sacerdote con pulsiones altivas que le llevan a creerse por encima del resto, por encima de todos. Ahí su fuerza. Ahí también su debilidad. Sacramento es una crónica humanista sobre un hombre que le jugó una pulseada al destino, enfrentándose a sus superiores y escribiendo un capítulo oscuro en la historia de Málaga, una ciudad en la que todavía estaba todo por hacerse.

Soler se posiciona en la narración desde un espacio fronterizo: donde todos los personajes pueden ser inocentes y culpables; ese lugar en el que, en definitiva, estamos todos. Desde ese ángulo bifocal nos cuenta la historia de Hipólito Lucena, un hombre «sanguíneo». A grandes rasgos podríamos definir este libro como una biografía novelada, pero es mucho más que eso. Abarca una reflexión sobre nuestra relación con lo prohibido y con nuestras sombras; a su vez, propone preguntas en torno a la censura que el sistema impone sobre el deseo, oprimiéndolo brutalmente y ofreciendo así el contexto —el caldo de cultivo— para que encuentre métodos de sublimación de brutales consecuencias. Como en todas sus novelas, Soler nos abre las puertas de Málaga —¿cómo consigue que en cada libro sea una ciudad distinta?— en un momento de furia y tensión, de pérdidas asumidas y esperanzas flacas. Podemos atisbar la reconstrucción del país: el pueblo deseante de libertad y la Iglesia Católica asumiendo un papel tenebroso y firme en la composición de un régimen cívico y moral que tendría sus consecuencias.

Avanzamos a través de la biografía de un hombre devoto que se entrega con fidelidad a los más necesitados. Lucena impulsa la creación de escuelas rurales, comedores para niños y un salón parroquial para realizar espectáculos teatrales. Tiene una teoría: la misión es más sencilla si la enfocamos desde la alegría. Aquí quizá podemos visualizar uno de los rasgos más representativos del personaje: es un estratega decidido a conseguir un lugar de prestigio en la historia de la ciudad. Una especie de iluminado, de mesías, que sabe cómo llegar al corazón de sus fieles y que se aprovechará de ello para sostener una mentira sólida durante años, una mentira con raíz verdadera. Hipólito sabe que un hombre partido sigue siendo un hombre, y como tal será juzgado; por eso, a medida que su sombra se va alargando él se vuelve más misterioso. Construye una duplicidad identitaria, para proteger su miedo de la mirada de sus superiores. Quizá esta idea nos sirva para confirmar que el origen del dolor y el origen de la crueldad siempre son el mismo.


«Sacramento», de Antonio Soler (Galaxia Gutenberg): una novela brutal

Una confesión. La semilla se planta ese día. Una joven curiosa y marcada por su origen humilde. Una trabajadora que teme ofender a Dios y a su patrona. En la mente torcida de Lucena surge una idea que comienza a germinar poco a poco. «Todavía no tiene ningún plan. Todavía está perdido. Todavía es un pobre hombre atrapado en un laberinto», leemos. Un capítulo brutal en el que Soler controla con precisión la tensión y la va soltando muy lentamente; atrapándote en la bruma de su narración y haciéndote sentir la incomodidad de quien se inmiscuye en una conversación privada. Secreto de confesión. A partir de ahí el hilo irá dibujando la trama sarga. De un lado, el santo Hipólito; del otro, el mortal, el hombre, construyendo un argumento teológico para permitirse el placer sexual y excusarse en él. «¿Sabes que hay un camino, sabes, hija, que hay un camino, no nuevo sino que viene de mucho tiempo atrás, de los viejos y puros cristianos para que eso que ahora te duele deje de ser dolor, deje de ser pecado y sea servicio a Dios?».

Construye Don Hipólito una teoría sobre la sexualidad. Inspirado en el lema agustiano «Ama y haz lo que quieras», inicia una procesión al templo de la carne. Por un lado, continúa con sus obras de caridad y sus espectáculos; por el otro, inaugura rituales libidinosos con fundamento litúrgico. «Esta pureza que se consagraba al pie del altar. (...)Esta pureza que os doy, esta pureza a la que nos entregamos. La verga untada de santos óleos y de flujos vaginales, esta ascensión, este acto que rebosa amor, no lujuria, que nos eleva, siente, siente cómo tu cuerpo se funde con tu alma, siente cómo todo es una misma cosa, carne y espíritu, carne del espíritu». Es probable que haya comenzado entonces a murmurar esas palabras que se convertirán en una especie de mantra para ahuyentar la culpa: «No tengo conciencia de pecado».

Profanación del cuerpo amado. Condena. Un destierro que dura veinte años. Lo que parece lamentar más la Iglesia es la paloma de la duda sobrevolando sus dogmas más que el abuso de poder cometido contra esas mujeres que confiaban ciegamente en su pastor. Las hipolitinas son llevadas a un retiro espiritual del que vuelven cambiadas, calladas, olvidadas para siempre. Cuando Lucena regresa, después del exilio, la vida es otra. Ya no hay posibilidad de luz. La vida y la ciudad han vivido una transformación completa. Es una realidad donde él no existe. —«Este no es el sitio donde yo viví (...) El sitio donde todos vivimos siempre es un laberinto en el que vamos marcando nuestro camino de tiza. Las huellas de nuestras pisadas convierten el dédalo en un mapa familiar, reconocible. Y lo llamamos casa, hogar»—. Vuelve Lucena para morir en el silencio que fue tallando año tras año. Soler consigue narrar de forma extraordinaria todo el proceso, mostrándonos su atardecer silencioso y gris. Mueve el eje de sus prismáticos y llega al mutismo de las hipolitinas. Privadas del esposo, continúan sus vidas en silencio. Sus historias jamás contadas ven finalmente la luz en esta novela.


«Sacramento» cuenta la historia del sacerdote Hipólito Lucena

¿Es «Sacramento» una novela feminista?

El deseo encuentra siempre una desembocadura, nada puede frenarlo. Y esta novela trata precisamente de eso. Más allá de toda regla, de toda fe, nos representa la carne, el deseo. Una fantasía que nos confirma que estamos vivos. ¿De qué manera se puede hablar de la inocencia del cuerpo al construir la historia de un personaje que lleva ese bien natural al territorio de la opresión y del daño? Sin perder de vista la desolación que siembra Lucena, Soler intenta ir un poco más allá: construye una reflexión sobre nuestra relación con el deseo, invitándonos a pensar que no existe dogma capaz de reprimir lo que en la carne grita. Y hay aquí un aspecto que colabora con el carácter extraordinario de la obra. Todas las escenas eróticas son magníficas. Se componen con ese doble filo que tiene todo lo salvaje: el placer y la oscuridad. Soler consigue que veamos a ese hombre «caminando entre el fuego y el azufre», perdido en su interior, pero también encontrando luz en ese fuego. «Un pobre hombre atrapado en un laberinto», para siempre.

Ha asumido un gran riesgo al escoger esta perspectiva. Vivimos tiempos de fingida democracia. Todo lo que decimos puede ser usado en nuestra contra. La literatura ha asumido una relación de docilidad insospechada con el sistema. En la actualidad, tomar la decisión de ponerle voz a un personaje vil puede conducir a la estúpida proyección lectora de confundir personaje y autor. Mirada que se caracteriza por asumir que toda palabra escrita en una novela es la confirmación de un punto de vista y no una lectura de la realidad, que es lo que en realidad se propone todo novelista al sentarse a escribir. Por eso, me parece de una valentía extraordinaria lo que Soler ha hecho con este personaje y esta novela.

Insisto en que su gran acierto está en el enfoque: en el haz de luz sobre esa esquina de la historia oculta durante décadas. Porque todo podría haberse quedado ahí. Un hombre perdido. Un hombre que corre voraz a contracorriente para satisfacer la miel del deseo. Pero don Hipólito no es un hombre cualquiera, no es un depravado llano; hay una estrategia cuidadosa que no contempla el daño que provoca. En su caso, el laberinto tiene finas púas que apuntan hacia un grupo de mujeres que han depositado toda su confianza en él y que no han dudado en iniciar ese ritual erótico y herético con él. «El camino es difícil, hija mía. Dios te ha dado esa capacidad de sentir, lo que debes hacer es encauzarla, para no ofenderlo a Él». Mujeres casadas que han tenido alguna aventura, jóvenes que reconocen la debilidad que tiene en ellas el deseo. Mujeres solas, esposas cautivas en matrimonios aburridos que desean algo más de la vida, sombras de los hombres. Las hipolitinas han sido escogidas con sagacidad: no van a hablar porque la sociedad no cree en ellas, porque si lo hacen también serán juzgadas. Don Hipólito lo sabe y edifica su iglesia. Secreto de confesión. Las piedras de su templo serán los cuerpos de estas mujeres, sus feligresas, sus amantes, sus esposas.

Es peligroso decirlo pero hay riesgos que vale la pena asumir, y argumentar. Sacramento es una novela feminista. Y más que muchas otras que presumen de ser obras de referencia para el pensamiento libertario. Es el recuento del duelo y de la humillación de estas mujeres, las hipolitinas, abandonadas por Dios y por los hombres. Y quiero volver a la luz. En lugar de trabajar la historia, la justicia de la historia, desde la oscuridad —podría haberse planteando un juicio moral contundente contra Lucena— Soler se decanta por darles voz a estas mujeres. De este modo, lo que podría haber sido una novela dramática y desconcertante se concretan una obra de luz. La verdadera dificultad a la hora de emitir un juicio es que todos estamos heridos, que no existen los villanos extremistas que nos ha vendido el cine y que herir a quienes queremos es mucho más sencillo —y quizá, inevitable— de lo que creíamos.

Con Soler nos colamos en el confesionario y desde ahí vemos de cerca cómo se va construyendo la intimidad entre las hipolitinas y Lucena. Y, desde ese lugar de incomodidad, donde moral y deseo juegan una pulseada a muerte, nos quedamos también meciéndonos en la bruma, con muchas dudas para emitir un juicio. Soler construye palmo a palmo el perfil del personaje. Desde la infancia y el dolor de los otros hasta el final. Saca de las sombras las dos caras de un hombre amado y odiado: el niño huérfano y el hombre desesperado.

No hay juicio. Tampoco aprobación. Hay una construcción ambivalente. El motor de la novela es contar lo que ocurrió. Abrir las puertas de las casas, de los cuerpos, y llevarnos al interior de los personajes. La soberbia de Lucena, sus pulsiones violentas y sus exotismos sexuales nos permiten intuir una mente dolida, a quien la vida no le dio la oportunidad de sanar. En ese punto es difícil no sentir empatía y volver a poner el dedo acusatorio sobre la Iglesia, capaz de defender sus preceptos y sus dogmas por encima de la salud espiritual de su pueblo. De no haber sido por el celibato, ¿habría sentido Hipólito el empeño por desertar como lo hizo? «Correr junto a un rayo de luz imaginar algo increíble. Ir más allá de lo que hasta entonces se ha ideado. Y hacerlo posible. Solo hacía falta un poco de atrevimiento. Una idea peregrina». Esa lectura contradictoria, llena de intriga, y la inmensa dificultad que supone tomar partido no habrían sido posible si Soler hubiera tomado otros caminos de escritura. Una forma fascinante de poner sobre la mesa la idea brumosa de la verdad.

Y digo que es una novela feminista porque nos permite atisbar que la censura sobre el cuerpo siempre es una guillotina cayendo sobre el cuerpo de las mujeres. «Cuánta luz debéis guardar para vosotras, conteniendo el ansia de mostrarla al mundo. Llegará nuestro tiempo». La voz alta de Hipólito, conduciendo a sus víctimas al altar, como Abraham, como el mejor padre de familia. Quizá no viene mal pensar en esto; recordar que el verdugo siempre tiene cara de iluminado.

Hay una escena que quiero destacar. Nos narra un parto salvaje en medio del campo con una gran belleza gótica. En un pesebre, una joven rompe aguas, rodeada de las hipolitinas y de don Hipólito. Una joven con el futuro ya roto para siempre. Un grupo de hermanas asustadas. Todas ellas contenidas por la voz de un Hipólito que ha ido demasiado lejos y que aún así avanza contra la neblina, sin importarle las consecuencias. Podemos comprender la situación de las hipolitinas: amenazadas psicológicamente, condenadas a sostener esa realidad que el sacerdote asegura es designio divino. Las hipolitinas arrastradas hacia el pozo de azufre en el que Lucena navega, que es el infierno en la tierra, el olvido, la humillación, la invisibilidad. Sacramento es una novela feminista, de verdadera memoria histórica, porque recupera sus voces y nos recuerda que debajo de nuestras aceras, de los dinteles de nuestras puertas y de nuestros fantásticos arcos con luces navideñas —y no sólo en las cunetas— hay todavía muertos (muertas) que merecen ser reconocidos. ¿Servirá esta novela para que la ciudad recomponga ese trozo de historia y levante el tabú de la memoria?


La nueva novela de Antonio Soler en Galaxia Gutenberg, «Sacramento»

La literatura eterna de Soler


Una revista nueva. Y el encargo de un reportaje que cambiará su vida para siempre. La vida de un joven escritor llamado Antonio Soler. «¿Haber escrito una novela corta sobre la desolación y la noche me vinculaba a ese mundo?». En Sacramento el autor-personaje está más presente que nunca. Si en novelas anteriores aparece sobrevolando las historias, tocándonos el hombro desde un ángulo de la escena, aquí está en el centro de todo; es personaje y motor de la historia. Y aparece para dejar preciosos homenajes de amistad a quienes le han apuntalado en el oficio y en la vida. Y me quedo con esas palabras que le dirige a Rafael Ballesteros. «Siempre estaré subido a un pupitre, diciendo en voz alta: ¡Oh, capitán, mi capitán!». La alegría de la amistad es otra constante hermosa de las novelas de Soler. Y me atrevo a decir que todos los que queremos a Soler sentimos que ese himno es también el nuestro. ¡Oh, capitán, nuestro capitán!

Esta novela es en parte el reportaje que aquel joven nunca escribió. Y, sin embargo, desde el silencio interior, Lucena iría adquiriendo protagonismo para él; hasta convertirse en un personaje literario. Cruzaría la línea de lo real para formar parte del extraordinario compostaje del universo literario de Soler. «Hipólito formaría parte de un puzle, de un problema de construcción literaria». Treinta años viviendo a la sombra de un hombre con una sombra tan larga podrían haber producido una novela oscurísima, desesperante; no obstante, pese al infierno terrenal que narran algunas de las escenas, Soler ha sabido dar con un estilo y una forma tremendamente luminosos.

Entre los muchos aciertos de la novela me entusiasma el comienzo; antes de que el niño Lucena se asome con sus ojos negros y su herida fulminante en las páginas. «Era joven por fuera. Por dentro era viejo como una gárgola. Duro e impasible como una gárgola. Preparado y acostumbrado a recibir las inclemencias del tiempo». Unas primeras páginas asombrosas y sinceras. ¿Qué es la escritura? ¿Por qué y desde dónde escribimos? Esas preguntas en la voz de un jovencísimo Soler. «Debía reconocerme plenamente en la escritura, como cuando corría. Escribir debía ser lo mismo, siempre que corriese en la dirección que yo quería, no por caminos que podían servir para otros pero nunca para mí».

La escritura, como el deseo, tiene sus propios métodos. Y como él nos sacude de una forma inexplicable. «Nunca nadie corre metido en la piel de otro. Nunca nadie conoce lo que otro encierra de fuerza, de potencia, de imaginación, de agotamiento, de capacidad para negar el dolor. Gárgola. Todos gárgolas con piel infranqueable y médula tierna. Quien corre a tu lado mide tu respiración, intuye, pero nunca sabe. Escribir». Una manera bellísima de ilustrar este dinamo que nos mantiene vivos. Difícil no entrar de cabeza en la novela, abrazando esa desolación y los miedos de las primeras palabras. Difícil no volver a percibir los sentidos sacudidos tras lecturas como La noche, Los héroes de la frontera, Las bailarinas muertas o El nombre que ahora digo. Volver a Soler es recordar que toda búsqueda literaria es un camino a ciegas. En contra y a favor de uno mismo —«huyendo de mí y al mismo tiempo acercándome a mi corazón, a mi única verdad».


Recomendación en Bestia Lectora: «Sacramento», de Antonio Soler (Galaxia Gutenberg)

Se me ocurre que más allá de Lucena, de las hipolitinas y de Málaga, la intención de esta novela es pensar la relación con la escritura. Una especie de balance en torno a la transformación que ha vivido ese vínculo indisoluble con el correr de los años. Encontramos, por tanto, luminosas reflexiones sobre «la llama, lo que arde dentro de nosotros», ese oficio arduo que nos permite ilusionarnos y mantener en pie nuestra alegría frente a la grisura de la vida. Oficio raro que, como un uróboros, termina donde comienza. «El hecho de escribir reordenaba mi vida. Y me aportaba esperanza. Una esperanza sin fundamento, porque escribir no me llevaba a ninguna otra parte que ala propia escritura». Si bien en toda la obra de Soler hay interesantísimas reflexiones sobre la construcción literaria y numerosos guiños a su bagaje como lector, aquí hay una redoblada reiteración en ella. Una confesión cercana y estimulante de lo que implica ser escritor para Soler.

Una prueba. Escribimos para contarnos pero también para construir un mundo. La propuesta estética de Soler siempre ha hecho mucho hincapié en lo arquitectónico. Sus novelas hacen uso de recursos diversos que se ponen a trabajar en función de una idea. Toda su obra evidencia su gran capacidad para amalgamar géneros y discursos aparentemente irreconciliables. En Sacramentose podría haber propuesto una biografía literaria directa y menos exigente; sin embargo, gracias a ese fuego que tanto caracteriza su escritura, ha sabido encontrar métodos de asimilación del lenguaje novedosos y absolutamente mágicos. Conseguir que una historia de tremenda oscuridad ofrezca luz es un mérito que nos demuestra qué tipo de escritor es. Su método: priorizar la forma —¡me fascina lo sencillo que resulta teorizar y comprender superficialmente los libros y lo difícil que resulta trabajar literariamente desde ese lugar!—.

Formalmente es una novela imposible. Propone una combinación sorprendente de géneros y discursos. Por un lado, tenemos una estructura que combina elementos de la memoria propia —la perspectiva de Soler— y de la memoria ajena —la perspectiva del personaje—; por otro, nos encontramos con una narración donde prima la perspectiva de los personajes, con el carácter ambivalente de toda vida. Y estoy pensando en esa idea luminosa de Sergio Chejfec: la búsqueda de la verdad como estatuto mental y no como comprobación. Creo que tiene mucho que ver con eso.

Pero eso no es todo. El aprovechamiento de recursos tipográficos y discursivos le otorgan a la novela una riqueza impresionante. Y quiero destacar lo que más me ha fascinado. Soler incorpora y concatena enunciaciones periodísticas con frases coloquiales al curso de su relato, distinguiéndolas con cambios sutiles en la fuente tipográfica. Construye así un gran telar a punto sarga. Un tejido magnífico de la realidad, con numerosas capas, amplio e inasible, que extiende las fronteras de la narración. Antonio es un poeta escondido en la piel de un narrador: ha construido una obra narrativa sorprendente e insólita, que nos recuerda que el lenguaje nos ofrece posibilidades infinitas. Hay que leerlo para aprender a escribir. Hay que leerlo para convertirse en poeta.

Algunos escritores tienen el don de convertirnos a sus lectores en feligreses. Lo dice Selva Almada refiriéndose a Diego Angelino. Es apropiado también pensarlo de este escritor malagueño. Converso con otros lectores y me reconozco en su fascinación. Qué pedazo de novela, decimos entusiasmados. Así que voy a apropiarme de esas palabras para —y permítanme que me conmueva— pensar en los muchos fieles que, gracias a Sacramento, entrarán en el universo fascinante de Antonio Soler. Por favor, que nadie se pierda esta novela asombrosa, transgresora, vanguardista y humana. Gracias, Antonio. ¡Oh, Capitán, mi capitán!

Antonio Soler publica «Sacramento»

SACRAMENTO
ANTONIO SOLER
GALAXIA GUTENBERG. 2021

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