«Bolívar fue huérfano, viudo y estéril y ése es nuestro padre, somos semillas de ese desierto». En Simpatía, la novela más reciente de Rodrigo Blanco Calderón (Alfaguara) encontramos una fabulosa reflexión sobre nuestra relación con los animales en un contexto histórico y político crítico. En una Venezuela asolada por la crisis Ulises Kan es abandonado por su mujer y decide rehacer su vida de una manera distinta: asegurarse el afecto de un perro. Nos encontramos con Rodrigo en el Muelle 1 para conversar sobre literatura y política. Atravesados por el amor por los perros y la brisa de un otoño incipiente.
P—Imagino que esta pregunta te la hará todo el mundo, pero me gustaría pedirte que nos contaras un poco qué está pasando en Venezuela.
R—En Venezuela ahorita estamos viviendo la etapa de consolidación de la dictadura chavista encabezada por Nicolás Maduro; donde ya se anuló totalmente la posibilidad que representaba Juan Guaidó. Creo que se ha demostrado que no tuvo ni la capacidad personal ni el apoyo verdadero internacional como para propiciar el quiebre del chavismo con las herramientas democráticas. Y, por otra parte, la dictadura logró construir una oposición según sus intereses. Y es esa oposición la que constantemente va a "diálogos" y pacta elecciones sin ningún tipo de garantía constitucional. Junto a eso está la sangría que ha significado la masiva migración venezolana y el desmantelamiento de toda la institucionalidad en el país. Yo creo que la dictadura de Maduro está en su mejor momento. Un momento de estabilidad y transición hacia un sistema que va a ser todavía más férreo y que va a terminar por doblegar a la comunidad internacional para que sea aceptado. Entonces va a ser como una especie de dictadura aceptada, como ha habido otras, y que se va a seguir renovando frente a la comunidad internacional fingiendo que existe un sistema democrático. El panorama es bastante desolador, porque no veo un cambio posible ni real a mediano plazo.
P—¿Quiénes apoyan a Maduro?
R—A nivel operativo fue un sistema de poder construido por Fidel Castro y Raúl Castro, a nivel de inteligencia militar, de penetración en toda la sociedad venezolana y de control del poder político. Paralelamente a esto Venezuela se convirtió en un gran campamento para las FARC de Colombia. En la selva venezolana Putin ha instalado baterías antiaéreas que van a revisar frecuentemente militares rusos. Y esto no es secreto. Esta es una noticia que se acepta y que no provoca ningún escándalo ni injerencia, como sí lo provoca cualquier declaración de Estados Unidos. Por otra parte, hay un personaje que se llama Tareck El Aissami que es una de las figuras de más poder del gobierno y que tiene vínculos con el terrorismo islámico. Se sabe que Venezuela provee pasaportes venezolanos para limpiar la imagen de terroristas. Entonces, es una coagulación de todos los males del planeta, que se aprovechan tanto de la posición geográfica de Venezuela como del petróleo para establecer allí su campamento de operaciones. El narcotráfico, el lavado de dinero, todo pasa ahorita de una u otra forma por Venezuela. Eso a nivel operativo de la dictadura, pero a nivel internacional, por ejemplo, la posición de España que es el interlocutor de América Latina con Europa ha sido cuestionable, poco firme en denunciar la dictadura, en nombrarla como tal. Y ha habido episodios muy vergonzosos como el de Ábalos y Delcy Rodríguez en el aeropuerto de Madrid. Toda esta especie de reticencia a llamar a las cosas por su nombre. Y, además, tienes las contradicciones de una organización como la ONU que, por una parte, envía a Michelle Bachelet como represente del Consejo de Derechos Humanos (quien elaboró un informe categórico sobre la violación de derechos humanos en Venezuela y los crímenes de lesa humanidad) pero, al mismo tiempo, incorpora la dictadura de Venezuela en el comité de derechos humanos de la ONU, junto con otros países que violan todo tipo de leyes... Es una situación que revela mucho las hipocresías de la diplomacia internacional y cómo las leyes internacionales hoy, en lugar de proteger a los seres humanos, parecen amparar a los gobiernos para no entrar en lo que ellos llaman un conflicto.
Es una situación que revela mucho las hipocresías de la diplomacia internacional
P—Cuando Chávez llegó al poder, lo que proponía desde fuera resultaba muy prometedor: acabar con la desigualdad económica, tener un programa de justicia social y sus planes educativos... ¿Hubo algún momento de luz real o fue todo ilusorio?
R—Fue ilusorio en algún sentido, y sólo tienes que ver las declaraciones de Chávez desde que le dan el sobreseimiento por haber dado dos intentos de golpes de estado y lo liberan en el 94. Fue muy hábil políticamente al mantener dos agendas de forma paralela. Una agenda que iba desde el principio orientada a la toma del poder y al establecimiento del tipo de poder que terminó estableciendo, de control absoluto. Uno de los primeros viajes que Chávez hizo cuando lo liberaron fue a Cuba. Y ahí lo recibió Fidel y se hicieron declaraciones muy muy transparentes de lo que sería la alianza entre los gobiernos de Venezuela y Cuba. Pero paralelamente, como candidato presidencial, denostaba de la revolución cubana, hablaba mal de socialismo, se vendía como un candidato de centro.
P—Tenía un doble discurso.
R—Sí, pero es que cuando te fijas, la revolución cubana también fue así. Fidel Castro lo primero que dijo fue que la revolución no iba a ir hacia un modelo comunista, stalinista, estatista, y por supuesto fue lo que pasó después. Pero hay que recordar que además Chávez gana en el 98 con lo que se llamó un voto castigo, de la propia clase media. Cansada del desgaste del modelo de democracia representativa vota, en lo que fue un suicidio, por alguien que primero era un militar y segundo ya había dado dos golpes de estado. Eso por una parte. Luego cuando Chávez toma el poder empieza su proceso de estimular la polarización política y la oposición respondió de forma muy irresponsable a ese esquema. Hubo desconocimiento total de las partes: tanto de Chávez hacia los dirigentes de la oposición como éstos de entender que Chávez había ganado unas elecciones limpias y que tenía un apoyo popular creciente e importante. Pero hay que entender que Chávez fue un personaje con mucha suerte. Su tiempo de mando coincidió con un alza inédita de los precios del petróleo, lo cual le permitió pagarse una prensa internacional que todavía le rinde réditos y, a la vez, hacer una fuerte inversión social donde la alimentación, la atención médica y ciertas condiciones de vida de los más desfavorecidos sí mejoraron. Pero esa inversión se hizo sin ninguna planificación de futuro, se hizo como un esquema populista y clientelista, para exigir a cambio una fidelidad total a nivel electoral y a nivel político. Todo aquel que recibía ayuda tenía que estar incorporado al esquema del estado.
P—¿Y esa inversión fue a costa del aumento de la deuda externa?
R—No, fíjate que Chávez hizo al revés. Chávez invirtió mucho en pagar la deuda externa pero lo cambió por una deuda interna. Es decir, fue expulsando al empresariado, expropiando empresas, estatizando todo. Y el costo de esa agenda ya se ve hoy día. Cuando muere Chávez se pierde la unidad política que él representaba, el muro de contención que él representaba dentro de su propia gente, y, cuando bajan los precios del petróleo, tenemos un país en bancarrota. Venezuela, que es el país con la mayor reserva de petróleo del mundo, ya no produce su propia gasolina y tiene que importarla. Ya tiene incluso que importar petróleo; porque el petróleo venezolano es muy pesado y requiere del proceso de la orimulsión para volverse de verdad aprovechable. Entonces, Chávez fue como un nuevo rico que gastó el mayor ingreso histórico por petróleos de Venezuela en una eterna campaña presidencial, que duró sus trece años de gobierno. Yo comprendo que suena muy bien para ciertas posiciones políticas el discurso de Chávez y algunos índices que aparecen allí, pero la realidad de lo insostenible de ese modelo se ve hoy en día y se veía ya mientras Chávez estaba vivo. El descenso de la popularidad, el descenso de la capacidad adquisitiva, el aumento de la pobreza... Y hay otra cosa. Supongamos que esa inversión social se hubiera hecho de forma correcta, por qué tienes que hacerla en detrimento del aparato productivo de la propiedad privada, del empresariado que también produce trabajo y, sobre todo, de las libertades. ¿Por qué el costo de esa inversión social tiene que ser la destrucción del aparato productivo de un país y el deterioro de las libertades? Esa es una de las grandes contradicciones que reflejan el pensamiento autoritario de este tipo de gobiernos populistas.
¿Por qué el costo de esa inversión social tiene que ser la destrucción del aparato productivo de un país y el deterioro de las libertades?
P—Y en ese contexto de tragedia y de crisis económica tiene lugar Simpatía. Si te parece vamos a dejar un poco la política y hablamos de literatura. ¿Es el abandono el gran tema de la novela?
R—A diferencia de The Night, ubicada en los últimos días de vida y de gobierno de Hugo Chávez, Simpatía narra la historia de unos personajes que están en un contexto de un país que ya está en abandono, en bancarrota, y donde la mayoría de la población quiere irse, y una gran parte se ha ido. Tenemos una casa abandonada y que está siendo desmantelada por quienes quedan. En Simpatía mi argumento no se fue tanto hacia el sistema de poder o hacia la conflictividad social sino hacia el nivel interno de los personajes. Hacia cómo en un contexto como éste ya las personas parecen incorporar esas formas de crueldad y de abandono en sus relaciones. Y esto se expresa sobre todo en el abandono de perros. Se ubica en estos años recientes, donde ya el problema no es político y hace mucho dejó serlo. Ya no hay enfrentamiento real político entre dos partes que tienen el mismo peso, sino que ya es una sociedad que está siendo descuartizada y vendida en pedazos. Me llamó mucho la atención que, paralelamente al proceso de migración masiva, se diera esta crueldad de mucha de esa gente que se estaba yendo abandonando a los perros; que pudiendo llevarlos con ellos o pudiendo dejarlos en mejores circunstancias escogieran dejarlos en la calle a su suerte. Eso para mí ya fue un síntoma de que había un daño muy profundo en el país, que iba mucho más allá de lo político, y ya calaba en una herida psicológica cuyas consecuencias se van a seguir viendo en los próximos años.
P—Esto que dices me interesa mucho. En tus dos libros anteriores, Los terneros y The Night pareces enfocar el interés en lo social y político pero en Simpatía el interés está puesto en lo íntimo, en los personajes, en las relaciones truncadas.
R—Fíjate que con el tiempo y a través de entrevistas yo he podido organizar un poco mi trabajo y cómo ha ido cambiando y veo. Por ejemplo: en The Night el contexto social y político se impone de entrada y es algo que está mucho más presente a lo largo de la historia. Quizá porque en ese momento donde todavía se creía que había un margen de acción y todavía no se sabía qué iba a pasar era un dato también de nuestra realidad. Por ejemplo, mi madre es psiquiatra y estando todavía yo allá me contaba que muchos de los problemas que llevaban a la consulta sus pacientes eran el país: la angustia, la incertidumbre por el país, la pérdida de trabajo, mujeres y hombres mayores cuyos hijos se había ido y estaban totalmente deprimidos, ataques de pánico, episodios de locura generados por la situación del país. Entonces es como que quizá The Night refleja, y esto lo pienso ahora, una época donde el venezolano ya no podía tener problemas personales, sino que todos sus problemas eran políticos. Por eso a mí me alarma un poco y me parece una declaración interesante cuando uno ve sobre todo en Europa y en Estados Unidos a sus intelectuales y a la gente declarar que lo personal es político, como reivindicando eso, cuando es en realidad una decisión. Cuando lo personal de verdad es político no es una experiencia de la que tú te jactas, de la cual en realidad vas a querer salir. Eso se transmitió en la novela. Y además hay un detalle. The Night es mi primera novela. Hasta ese momento sólo había escrito cuento. Yo creo que es una novela que tiene todavía muy fresca la experiencia de la escritura de cuentos. Y en los cuentos siento yo que importan más las acciones que los personajes. Entonces, hay algo ahí a nivel técnico y formal que creo que explica esa ausencia de cierto grosor o de introspección en los personajes. Para Simpatía yo lo tenía más claro. Tenía la imagen de una novela que sucedía puertas adentro. Dentro de una gran casa, una especie de novela de relaciones familiares entre personas que no eran familia, que es un poco lo que se activa con esta especie de fundación "Simpatía por el Perro", el disparador de la anécdota. Y me sentí muy a gusto. Fue para mí muy liberador trancar la puerta de esa casa, dejar el país fuera y concentrarme en las relaciones entre los personajes. Y eso explica que sea una novela en varios aspectos muy distinta a The Night.
P—Ulises Kan es huérfano, acaba de ser abandonado por su mujer y decide adoptar un perro. ¿Por qué un perro? ¿Qué simboliza Iros en la vida de Ulises?
R—Mira, fíjate que yo desde pequeño he tenido la suerte de vivir con perros. He tenido perros siempre. Pero no me ha dejado de fascinar cuando veo a alguien que nunca ha tenido y que siempre ha recelado de los perros y, un día, por unas ciertas circunstancias de su vida, finalmente tiene uno y entiende todo lo que uno le ha venido diciendo. Y se da cuenta de todo lo que te da un perro. He escuchado testimonios de gente que incluso lamenta no haber tenido perros antes; porque es una experiencia que te cambia y te ordena la vida en muchos aspectos, y que te da una dosis estable de amor todos los días. Esas impresiones se me vinieron de forma muy orgánica cuando empecé a escribir la novela. Ulises Kan es un personaje a quien la esposa lo abandona pero casi de forma automática su recurso para sobrevivir a ese abandono es buscarse un perro, y casi como una consecuencia de eso el personaje empieza siendo un huérfano. Yo no lo había concebido así. No tenía mayor idea de cuál era su situación familiar pero, desde el principio, Ulises Kan apareció como la suma de muchos abandonos. De ahí viene un poco la construcción del personaje. Ahora, ¿qué significa Iros para Ulises? Fijate que es curioso que en la primera parte del libro Ulises dice que se va a buscar un perro pero no lo hace: aparece Nadine, se enamora, se distrae; luego viene el extraño asunto de la herencia y tiene que encargarse de eso. Pero en determinado momento se da cuenta de que todo había empezado porque él quería un perro y que no lo ha buscado. Y en ese momento, de forma un poco mágica, aparece Iros, y es como una oleada de amor que lo invade, precisamente cuando más lo necesita. A la vez esto está relacionado con una de las experiencias personales que también me llevó a escribir la novela. Esta novela yo la escribí entre el final de la primavera y el verano del 2018, cuando estábamos todavía en París. En ese momento ya estaba la situación muy fea en Venezuela con el abandono de perros y en paralelo mi esposa y yo obteníamos un dinero extra cuidando perros en París: algunos parisinos que se iban una semana o un fin de semana de vacaciones, nos dejaban su perro en nuestra casa. Y este Iros, un perro de esa misma raza, Leonberger, que es el perro más grande que yo he visto en mi vida, fue uno de ellos. Y a mí ese perro me marcó. Yo lo vi y por primera vez sentí que dios podía existir. Una experiencia mística total. Yo que nunca he sido creyente, no sé si lo soy, pero de repente yo sentí eso. Y entonces me imaginé la historia de alguien que fuese capaz de abandonar a un perro como Iros. Me imaginé la perspectiva de alguien que ve abandonar a un perro y que sigue a esa otra persona para tratar de entender qué vida lleva alguien capaz de hacer eso. Después el resultado fue otro, pero algo de esa emoción que yo sentí por ese perro se la trasladé a Ulises.
Es una experiencia que te cambia y te ordena la vida en muchos aspectos, y que te da una dosis estable de amor todos los días.
P—Me encanta eso que dice Ulises, que Iros es «ese territorio que comienza después del amor, el último borde de luz antes de la muerte». Hablabas recién de la experiencia mística y, justamente, cuando leí esa frase me pregunté si alguien que nunca ha desarrollado una relación tan estrecha con un perro o un animal puede entender realmente lo que esa frase significa.
R—Habría que ver. Me gustaría pensar que esa frase puede acercar a alguien que nunca ha pasado por esa experiencia para tenerla. Pero fíjate que yo a veces tengo la impresión con la gente que dice que no le gustan los perros que hay como un temor a entrar en esa experiencia, a ese nivel de apego. Y eso lo entiendo totalmente, porque yo tengo ahorita una perrita que se llama Chica que es mi adoración total, y no hay un día en que yo no piense qué voy a hacer yo cuando se muera, y en esos momentos tú dices ¿cómo me metí en esto?
P—¡En qué estaba pensando!
R—¡Exacto: en qué estaba yo pensando! Pero los perros son tan nobles. Una persona no puede sustituir a otra persona pero un perro sí puede sustituir a otro perro. Lo peor que puede hacer una persona a la que se le muere un perro es guardarle luto como si fuese una persona y no buscarse otro perro. Lo mejor que puede hacer es buscar otro perro. Porque los perros hasta en eso son nobles. Permiten intercambiarse unos con otros. Cada una con su particularidad, en su recuerdo, cada uno va a ser distinto pero es lo único que te ayuda a superar el duelo por un perro, otro perro.
P—En un momento Ulises le dice al perro mientras miran "El padrino" que las personas siempre observan a los personajes principales. Tú trabajas en esta novela dándoles cierto protagonismo a los personajes secundarios. Terminas de leerla y no llegas a saber quiénes son realmente los protagonistas porque hay muchos personajes que aparecen y desaparecen, que toman el control de la historia, como Nadine.
R—Fíjate que eso es como un efecto del cuento. Arrastro mi novela otra vez a los territorios del cuento. Esa idea de diluir los protagonismos. Y también es algo que a mí me marcó mucho con «El Padrino». No soy un cinéfilo pero sí trato de saber todo de las películas que me gustan. Yo creo que nunca he disfrutado tanto como con la saga de «El Padrino». Ahí todos los personajes son importantes; aunque obviamente la historia privilegia a la familia Corleone, todos los personajes que la rodean tiene una historia que uno puede imaginar y, si nos concentráramos en esos personajes, también pagaríamos la entrada por verlos. Esa sí fue una lección más consciente que yo tomé de la película de Ford Cóppola, porque me parece que le da vida a la novela. No me gustan las novelas que están monopolizadas tanto por una sola voz como por un solo personaje, porque el riesgo de que esa voz y ese personaje sean trasunto del autor es muy grande. Entonces creo que en la medida que uno se tome en serio a cada personaje que aparezca allí y no se lo tome como un elemento simple de transición, hay mayores posibilidades de que la novela cobre mayor vida y que se convierta en un espacio donde muchos puntos de vista estén ahí en conflicto. Creo que quizá en Simpatía hay algo de eso.
No soy un cinéfilo pero sí trato de saber todo de las películas que me gustan.
P—Decías recién que no eres un gran cinéfilo. Sin embargo, hay una forma del tratamiento de las escenas que parece muy de dirección de cine. Por citar una escena: cuando la pareja atraviesa la casa y va a observar a Nadine. Esa escena es muy cinematográfica: ves la cámara detrás de los personajes... ¿Has aprendido algo del cine? ¿Te sirve el cine para entender la escritura?
R—Por lo menos conscientemente, no. Lo que me ha pasado con esta novela es que como Ulises es un cinéfilo, da talleres de cinematográfica y habla de cine, hay gente que ha creído que yo sé mucho de cine. Y no es verdad. Yo en mi vida he escrito un guion, no he visto tampoco demasiadas películas. Pero insisto, de las que he visto y de los directores que me entusiasman sí me vuelvo como un conocedor. Pero yo no te sé hablar de planos ni te sabría explicar mucho la virtuosidad de un director en comparación con otro. Quizá el cine me gusta más de lo que yo me doy cuenta y algo de eso se refleja no sólo temáticamente sino también en la construcción de las escenas; pero no es algo demasiado consciente. Hace poco un amigo mío, que es director de cine venezolano, Jorge Thielen, me hablaba y me dceía «tú, porque sabes mucho de cine» y yo le decía no. Es parte de los efectos que uno crea cuando está escribiendo: hacer parecer que tal personaje es especialista en cine o ciencias cuando en realidad no es así.
P— ¿Hubo un proceso de documentación para darle esa verosimilitud al personaje?
R—No mucho. «El Padrino» lo tengo muy incorporado. De eso puedo sentarme a hablar horas sin ver una nota. El personaje da clases de Apreciación cinematográfica y habla de películas, y ahí sí aparecen películas que yo he visto. Pero, por ejemplo, al final Ulises y Paul se sientan a ver «El ladrón de bicicletas», y yo no había visto esa película hasta que la tuve que utilizar. Sabía de su importancia, había visto un artículo sobre ella y, como sabía que al final de la novela iba a hablar de las bicicletas porque iba a hablar de Ámsterdam, me dije «es el momento de ver esta película». Y me encantó. Y entendí por qué es tan importante y me di cuenta que encajaba perfecto en esa discusión de los padres y los hijos que está en la novela. Lo que sí se me hace fácil es reproducir la pasión de alguien por el cine o por la literatura.
P—El discurso en torno al exilio generalmente se plantea desde la persona que se va y desde la lejanía, pero tú haces exactamente lo opuesto. El personaje decide quedarse en una situación de crisis total, incluso ve exiliarse a la persona que ama. ¿Qué te llevó a querer hablar del exilio desde ese lugar, desde dentro?
R—Diversas impresiones que he ido acumulando estos años. Voy ya para seis años desde que me fui. Yo soy muy activo en Twitter y, de vez en cuando, al principio ponía cosas relacionadas a cómo me sentía estando fuera, las cosas que extrañaba y lo duro que podía ser no reconocer tu entorno. Y me acuerdo que una de las cosas que me respondían personas que vivían en Venezuela era «yo no me he ido de Venezuela y también extraño Venezuela; siento lo mismo que estás sintiendo tú y sin moverme». Y eso a mí me marcó, porque es cierto. Además, muchas veces cuando se habla de la migración masiva de venezolanos, que es un fenómeno que en esa densidad y en tan poco tiempo nunca se había dado en América Latina (que en tan poco tiempo hayan emigrado más de cinco millones de habitantes), se suele dejar de lado una consideración que yo creo que es muy importante: la mayoría de los venezolanos siguen viviendo en Venezuela. Aunque la migración capte mucho la atención internacional, realmente la mayoría de los venezolanos no ha emigrado y la mayoría de los venezolanos siguen padeciendo las mortificaciones de vivir en un país como Venezuela, tan inestable. Eso por una parte. Esas impresiones. Y por otra, que siempre para mí es más fácil escribir de los espacios que al menos geográficamente conozco. Aunque también está el reto de no desentonar, de no poner cosas que denoten demasiado que yo ya no estoy ahí. Y eso es algo que me pasó en las primeras versiones de la novela; había ciertas estridencias y escenas que podían ser excesivamente dramáticas y que marcaban el modo en que yo veía las cosas desde fuera y no tanto cómo se viven desde dentro. Pero a pesar de todo lo dramático que sale en la prensa y que yo te puedo contar, en Venezuela la gente sigue tratando de hacer su vida y, aunque todo allá cuesta diez veces más que en cualquier otro lugar, la gente trata de ser feliz, la gente se esfuerza muchísimo para darse sus pequeños placeres; no todo todo el tiempo es como uno lo ve en las noticias. No quiero decir que en las noticias en general estén mintiendo sino que la cotidianidad se establece siempre en cualquier circunstancia.
P—La fuerza de la adaptación y la supervivencia...
R—Claro. Y la mayoría de la población de Venezuela que decidió quedarse o que no puede irse trata de hacer su vida de la mejor manera posible. Y eso también forma parte de la realidad y también merece ser representado. Hay momentos en Simpatía donde, al contrario que en The Night, yo me permití cierto optimismo, cierta solidaridad. Momentos como la escena de Ulises con el cerrajero, donde uno se apoya en el otro y eso les permite avanzar un día más. Porque eso también pasa.
P—En las crisis humanitarias, en cualquier catástrofe, en cualquier situación anómala y drástica, los animales son los grandes olvidados. Tú te enfocas en ellos para convertirlos en el tema central de la novela. ¿Por qué crees que es importante que hablemos del abandono de los animales en el contexto de este exilio masivo?
R—Para mí fue muy natural abordar la problemática de Venezuela desde el punto de vista del abandono animal, porque para mí un animal es tan importante como una persona. Y ya muchos escritores nos hemos ocupado del aspecto humano de la crisis humanitaria que se ha producido en Venezuela y no vi por qué no podía abordar esa misma crisis humanitaria enfocándome en los animales. Si hubiese que agregar alguna otra razón pero, insisto, no fueron razones programáticas al momento de escribir, es que en realidad los animales, los perros sobretodo, por la relación que han establecido con los humanos, son los que más dependen de los humanos, no tienen herramientas para entender muchas de las cosas que pasan, para entender cómo alguien a quien ellos le han dedicado su vida los abandona de un día para otro, no tienen herramientas para explicar eso y eso los coloca en una posición mucho más desfavorecida. También es que cuando uno se enfoca en el abandono animal el juicio con respecto a la sociedad es menos condescendiente. Porque quien abandona un perro en Venezuela muy probablemente sea un antichavista que ha sufrido el gobierno de Chávez y de Maduro, pero que eso no lo exime de participar de esa maldad ambiente que se respira en Venezuela. Quizá mucha gente no toma la perspectiva de los animales porque la lectura que surge de allí es menos complaciente. Y en todo nivel. Por ejemplo yo tomo este punto de vista para hacer una lectura de cierta situación de Venezuela ahorita, donde ya el problema no es el chavismo sino en todo caso cómo una crisis general termina convirtiendo en potenciales verdugos a cualquier miembro de la sociedad. Pero un vegetariano pudiera decirme que yo también soy un hipócrita porque yo como carne o como productos que implican la muerte y el maltrato animal, y es cierto. Pero digamos que yo admito, acepto, incorporo y estoy consciente de cuotas inevitables de maldad que tengo como ser humano. Marie von Franz, la discípula de Jung, lo decía muy bien: «vivir es un acto muy violento». Entonces, los animales revelan todas nuestras contradicciones.
Para mí un animal es tan importante como una persona.
P—Hay en este libro muchos homenajes, no sólo a los perros sino también a esas personas que acogen a los animales abandonados. Hay también un homenaje a Caracas. ¿Cómo se escribe desde la extranjería de una ciudad que ha significado tanto para ti? ¿Cómo es la experiencia de escribir desde otra geografía, digamos?
R—Yo nací en Caracas y viví prácticamente toda mi vida ahí. De hecho, yo no conozco Venezuela, conozco algunas ciudades pero soy principalmente caraqueño (con todos los sesgos que implica siempre haber vivido en la capital de tu país). Caracas siempre ha sido una ciudad muy inestable geográficamente, muy cambiante; cambian mucho sus fachadas, sus referencias, su distribución. Cambia todo el tiempo. Ya cuando vivía allá el ejercicio literario era partir de una fotografía de un espacio y una realidad que probablemente ya estaba en proceso de transformación. Hay una escena en País portátil, de Adriano González León, una novela de 1969, donde un personaje de la provincia llega a Caracas y se encuentra con el gran problema de pedir una dirección (porque es que no hay coordenadas estables que te permitan decir «para ir a tal lugar tienes que ir a tal avenida con tal esquina»). Es una ciudad donde no hay una cuadrícula que te permita ubicarte. Entonces, ya Caracas implicaba un reto viviendo allí, desde afuera fíjate que me ha pasado que la destrucción de Caracas ha jugado a mi favor porque la ciudad de la que hablo ya no existe, ni siquiera para los que están allí; eso te da como una borradura que favorece esas cosas. pero también me está pasando que muchas de las cosas que estoy escribiendo ahorita son historias un poco anteriores a la llegada del Chavismo, es decir, he ido como alejándome más, quedándome un poco con la Caracas que yo conocí. También estoy escribiendo una novela de un corte de ciencia ficción o fantástica donde los personajes provienen de un país que no mencionan porque simplemente ha desaparecido. Son negociaciones mías para lidiar tanto con la nostalgia, con la memoria, como con el deseo de desembarazarme de Caracas como espacio narrativo, aunque yo sé que eso ya no es posible. Lo que te quiero decir es que para mí es como divertido o interesante también. Además hay muchas herramientas también. Yo consulto Google Earth o Google Maps y trato de reproducir recorridos que hacía cuando era universitario. Y me doy cuenta de que cuando estaba allá nunca supe el nombre de las avenidas. Incluso ahora soy mucho más preciso que cuando vivía allí. Es muy contradictorio todo. Porque quizá la seguridad de vivir en el lugar sobre el que escribes provoca unos sobrentendidos y una seguridad que de repente no son tales.
P—Te quería preguntar si crees que el compromiso político es inherente a la escritura.
R—No. Yo creo que lo político siempre termina metiéndose de una u otra forma en lo que uno escribe. Pero otra cosa es lo que alguien bajo la figura de un escritor puede hacer desde el punto de vista político. Yo creo que soy alguien que escribe relatos y novelas donde lo político se mete, no como un programa de denuncia sino como parte de las experiencias de sus personajes. Además me pronuncio políticamente amparándome un poco en la discreta audiencia que pueda tener uno cuando dice algo; pero no es ninguna obligación ni es una relación de causa y efecto entre una cosa y otra. Pero es algo que siempre está allí. César Aira, por ejemplo, cuando uno lee su obra y sus entrevistas, uno ve junto con la genialidades y los disparates que siempre dice, que marcan su obra y que me gustan mucho, toda la energía que tiene que poner Aira para defender su obra y sus declaraciones públicas como escritor de la política; pone mucho empeño en ello y eso puede resultar antipático para mucha gente, pero es una posición tan valiosa como la del opuesto a Aira en todo sentido que sería Mario Vargas Llosa. Son posiciones muy distintas pero en ambas tienes posicionamientos frente a la política. O sea, yo creo que si uno se toma un café con Aira sin grabadores ni nada tiene una opinión política y está muy enterado de todo lo que sucede, pero él decide que eso se meta lo menos posible en su obra, y también es interesante.
P—¿Qué estás escribiendo en este momento? ¿Decías hace un rato que trabajas en varios proyectos de forma simultánea?
R—Sí, siempre tengo muchos proyectos simultáneos; tengo varias novelas al mismo tiempo, varios libros de ensayos. Quizá eso tiene que ver con que tarde tanto en terminar, porque salto de uno a otro y, a la vez, paso mucho tiempo sin escribir. No soy alguien que está todos los días escribiendo, escribo cuando me siento conectado con lo que estoy escribiendo. Y eso influye en el tiempo que me tomo para las cosas. Porque incluso Simpatía fue una novela que escribí en apenas tres meses y medio; se apareció de repente de la nada y me llevó a aparcar un momento otra novela, que es en la que todavía estoy trabajando. Pero puedo pasar mucho tiempo sin escribir aunque alimentando todo con lecturas.
P—Un escritor siempre está escribiendo: el proceso de interiorización y trabajo de la escritura es mucho más amplio que el tiempo en el que literalmente se está escribiendo.
R—Sí, y me pasa eso. Tengo un proyecto de novela muy muy largo que apenas esta esbozado, pero tengo un montón de páginas en documentos distintos. Y tengo también una novela que es muy corta que la debo tener por la mitad y la empecé a trabajar durante la pandemia. Yo sé que las voy a terminar, lo que no sé es cuándo.
P—¿Has aparcado un poco el cuento?
R—Sí, me ha pasado un poco eso. Tengo también un libro de cuentos en camino, con varios que he publicado en revistas y algunos inéditos que quiero reunir; pero sí, la verdad es que la novela y los ensayos me han alejado un poquito de la escritura de cuentos.
P—¿Cómo ves la literatura venezolana en este momento?
R—Desde el punto de vista editorial y de interés de presencia de obras venezolanas fuera de Venezuela creo que está en su mejor momento. Hay muchos autores de mucha calidad y de distintos registros que ya pueden leerse de forma mucho más fácil que hace veinte o treinta años.
P—¿Qué libro de literatura venezolana podrías recomendarnos?
R—Podría recomendar a una grandísima escritora venezolana muy poco conocida fuera de Venezuela, que es Elisa Lerner. Ha escrito dos novelas y algunos cuentos, pero la mayor parte de sus obras son crónicas. Y es una escritora que es una absoluta maravilla. Hay una editorial independiente que acaba de reeditar un libro de ella que se titula Crónicas ginecológicas. Son crónicas de lo que hoy se llamaría perspectiva de género pero hechas con una ironía y con un humor y un desparpajo que hacen mucha falta hoy día. Hay una editorial española independiente que se llama «Firmamento» que acaba de editar un volumen antológico del poeta venezolano José Ángel Sucre que se titula Insomnios, y que también lo recomiendo mucho. Y recomendaría la última novela de Karina Sainz Borgo El tercer país, que trabaja muy bien todas estas relaciones del exilio y las migraciones a nivel de las fronteras.
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