Álvaro Cortina Urdampilleta: «En este libro he querido hacer un experimento conmigo mismo»

Entrevista a Álvaro Cortina Urdampilleta sobre su libro «Abisal» (Jekyll & Jill)

Entrevista a Álvaro Cortina Urdampilleta
Foto: Rrevistaleer.com/

Construir un mapa de lo leído y lo vivido. Interceptar la experiencia con la lectura y viceversa. Ésta es la gran propuesta de Abisal, de Álvaro Cortina Urdampilleta (Jekyll & Jill). Un ensayo lleno de fábula y que se ofrece como los ejercicios espirituales de un escritor que se lanza a las profundidades en busca de sentido. La ballena blanca es la gran pregunta que nos mantiene absortos. Quizá podría planear sobre esta afirmación el argumento de todo el libro. ¿Cómo se gesta una obra tan impactante? ¿Cuáles son los principios que sostienen el todomosaico? Conversamos con Álvaro sobre algunas de las inquietudes que afloran ante esta deslumbrante lectura.


PAbisal es un libro-mundo donde podemos encontrarnos con una impresionante cantidad de referencias literarias, musicales, cinematográficas y pictóricas. ¿Cuánto tiempo te ha llevado su escritura?

R—Su escritura como libro concreto, con sus partes y su título, etc, tiene dos años y medio, pero me ha llevado toda la vida. Entre una cosa y otra, ya empecé a escribir bocetos de partes yo diría que siete años atrás (publiqué algunos de estos bocetos en mis revistas predilectas, LEER y CLAVES). De modo que tiene siete años de preparación y dos y medio de escritura. ¡Qué concreto estoy siendo, Tes!

P—Con ese título que refiere a ese espacio de agua poco controlada, con criaturas monstruosas y poco conocidas nos llevas a las profundidades de la literatura. ¿Es nuestra experiencia lectora una especie de viaje hacia lo desconocido?

R—¡Exacto! Este libro quiere mostrar que todo (¡todo!) puede ser misterioso, visto con cierta luz. Esa es la luz que nos prestan los poetas. El libro se dice a sí mismo que es platónico (¿no has visto que Abisal se está autodefiniendo continuamente, como si fuese una obsesión?), y es platónico porque considera que el mito de mitos es los viajes del alma. Platón creía en la metempsicosis, pero yo no: de modo que los viajes del alma son nuestra vida cotidiana de estetas letraheridos.


Este libro quiere mostrar que todo puede ser misterioso

P—¿Cuál es el punto de partida que te lleva a construir, como dices, tu propia mitología personal?

R—El punto de partida en Abisal es el vacío, que representa el gran cachalote albino. El horror vacui nos empuja a construir la casa. La casa y la novela son los símbolos de la cultura, como la ballena blanca es el símbolo de su contrario. Las zonas, como sabes, comienzan por la selva. El camino de las zonas va de la naturaleza al hogar, de la intemperie a la caverna. Las figuras, como también sabes, comienzan por los linajes de la familia. Las figuras son más caóticas, pero van, si te fijas, desde las figuras de fotografías de los abuelos hasta la infancia (ver «Pantano recobrado»).

P—¿Qué no debe faltar en un todomosaico personal?

R—Lo que no puede faltar son lugares y moradores de lugares; tampoco pueden faltar estados de ánimo: no existe un todomosaico neutro, por decirlo así. Sería un contrasentido. Un todomosaico es un conjunto orgánico y autónomo de formas concretas de la sentimentalidad. No se trata de una sentimentalidad estándar: son sentimientos que ni siquiera tienen por qué aparecer en nuestra relación con los demás o con nuestros familiares queridos. A veces son cosas recónditas, Tes. Son viajes del alma hacia el centro de la Tierra, ¿no crees?

P—«Este libro puede leerse como unos ejercicios espirituales», dices. ¿La lectura es un método de autoconocimiento?

R—Sí, en este libro he querido hacer un experimento conmigo mismo. Puede que lo lea alguien y piense que tengo problemas mentales. Eso no es problema. El asunto es que esa persona que difiere y duda de mis referencias haga otro Abisal, un Abisal II, con su propia experiencia. Este libro es un «elige tu propia aventura», e invita al lector (¿has visto un libro donde se interpele tanto al lector, Tes?).


No existe un todomosaico neutro, por decirlo así. Sería un contrasentido

P—Lo que más me intriga, Álvaro, es cómo has sido capaz de sostener el tono y el sentido a lo largo de tantas páginas. ¿Qué dificultades presentó la escritura?

R—Efectivamente, fue un trabajo largo y muy intenso. El tono es solemne, pero desciende. Pensaba mucho en las Confesiones, de Agustín. Días y días, durante dos años, intentando llegar hasta lo más esencial, hacia lo más exótico, hacia lo más oculto. Un día me dedicaba a pensar sobre los pájaros, otro a pensar sobre los aparatos, otro a pensar sobre los callejones, otro a pensar sobre el tiempo como número del movimiento según y el antes y el después (arithmos kinéseos kata to proteron kai histeron), según Aristóteles, e intentando justificar que es el estado un tipo de número del movimiento (Tiempo Cthluhu, Tiempo Sligo, etc). Y, como dices, mantener el tono. Los materiales me iban llegando en la meditación, pero después los trabajaba como un artesano. Tes: he querido que este libro se vea como una artesanía de Arts and Crafts. Una ventana con mampostería lobulada del Medioevo. Un sarcófago con piedras incrustadas. Mi propio sarcófago. Ha sido intenso.

P—Quiero preguntarte por el concepto de madreporas. ¿Sería razonable pensar que es gracias a este elemento, que relacionas con el tiempo, que cada libro es único en cada lector? ¿Incluso si nuestros todomosaicos coincidieran en formas y figuras podríamos encontrar diferencias en la impregnación emocional? Cuéntame.

R—Por supuesto, volviendo al tipo de tiempo, precisamente aquí se asimila la idea de tiempo al temple. Esto es algo muy contemporáneo (aunque remite, de manera inevitable, al Libro XI de las Confesiones del Hiponense). La madrépora es, por tanto, tiempo entendido como aceleración o ralentí de las emociones. Una misma figura, una misma zona puede despertar en ti diferentes emociones, por supuesto. De hecho, lo que distingue a un gran artista es precisamente otorgar un estado de ánimo específico a figuras o zonas. La figura del padre, por ejemplo, tendrá una evocación muy diferente en el todomosaico de un chico que sufre abusos y en otro que tiene como padre a Atticus Finch, ¿no crees?



P—En una época en la que la mayoría de lo que se publica no nos pide casi nada como lectores te propones un libro que es sumamente exigente. ¿Te parece importante incomodar a tus lectores?

R—Me gustaría atrapar a los lectores. Creo que, en ocasiones, los lectores se podrán ver incómodos ante algunas cosas del libro, pero eso es algo secundario que no pretendo (es, simplemente, inevitable): por ejemplo, es un libro laberíntico, y esto a veces es incómodo, pues buscamos claridad. Yo he optado por lo barroco, lo oscuro, lo denso. Creo que, sobre todo, en el campo de los ensayos, sucede que sólo hay un tipo de ensayo (mientras que en poesía y novela, quizá, hay una variedad mayor). Este ensayo anglosajón que te habla de un tema, ¿sabes? Los godos. ¡Pues venga! Las neuronas sexuales. ¡Ala! Los campos magnéticos. ¡Estupendo! El Flaubert tardío. ¡Hecho! Este tipo de ensayo es cristalino, paso a paso, y se lee rápido. Es un formato elegante. Uno disfruta del saber y soltura del escritor. El historiador Gibbon escribía como los modernos escritores de ensayo anglosajones. No tengo pegas con esto, desde luego. ¡Cómo no leer estos libros si son los que mejor nos informan! Pero pretender que TODOS LOS ENSAYOS sean cristalinos, paso a paso, es un poco agobiante, y te diré que me rebelo un poco contra eso (dentro de mis capacidades escasas de rebelión).


Pretender que TODOS LOS ENSAYOS sean cristalinos, paso a paso, es un poco agobiante

P—¿Crees que intentar separar vida y literatura es un trabajo inútil y un poco estúpido?

R—Efectivamente, la literatura es leer. Leer y escribir. Pero el impacto de esto se expande a toda la vida: pensar es contar. Los grandes, los verdaderos intelectuales, piensan; la mayor parte de nosotros sobre todo imaginamos. Es obvio que la lírica y la narración construyen el grueso de la vida de casi todos. Como sabes, nuestras fascinaciones, y esa historia que nos contamos a nosotros sobre nosotros mismos, día tras día, son la poesía.

P—Dices que has trabajado con todo el método que tenías a tu disposición. ¿Qué claves has seguido para conseguir organizar de forma tan ordenada tantos siglos de arte y literatura?

R—Mis claves no eran históricas o historicistas, para empezar. Por eso, hay un caos de épocas, aunque predomina la modernidad del romanticismo y tardorromanticismo (en torno, planean los clásicos medievales y antiguos; casi nunca como tema específico, pero sí como fantasma envolvente). La estructura es esta: tema general: qué es la cultura entendida desde el sujeto (cap. 1), cultura del espacio (caps. 2 y 3) y cultura del tiempo (cap. 4). Había algún modelo al respecto, en la filosofía, pero prefiero no citarlo para no ser demasiado pretencioso.

P«El todomosaico no es algo estático», leemos. ¿Existe, a pesar de ello, en tu todomosaico algún pilar inamovible al paso del tiempo?

R—El todomosaico recibe muchas oleadas desde su fundación, como la ciudad de Roma en el curso de los siglos. Freud concibió la mente como la ciudad de Roma. Efectivamente, hay estratos inferiores que son inamovibles; pero reciben nuevos materiales. Delibes, Poe o Félix Rodríguez de la Fuente son capas infantiles o adolescentes. Bachelard o Ferrer Lerín son lecturas de madurez. Todo convive.

P—¿Para qué tipo de lectores es Abisal?

RAbisal es para los lectores que quieren pensar que hay escritores que quieren atraparlos, como un Polifemo que quiere raptar a desorientados nautas del Mediterráneo. Abisal es una planta carnívora que espera, parada, quieta, en los anaqueles, en las librerías, que alguien lo coja, lo abra, lo lea… para atrapar al lector cuando menos se lo espera. Abisal está escrito para los que creen que lo de leer es una cosa seria, para bien y para mal, y además muy divertida, como las aventuras.

P—¿Te ha tentado mucho el diablo de la disolución?

R—Cada día, Tes, cada día. Los tres diablos que atraviesan, conmigo, Abisal (el diablo de la disolución, el diablo del tedio y el diablo de la impaciencia) clavan sus afiladas garras en mi espalda. La disolución me dispersa por el mundo, me empuja a los cines, me empuja a las conversaciones en las terrazas, con alcohol amigo, me lleva al frontón, a jugar con competidores mejores que yo, me lanza por las estradas, por las webs de la Net y por las plataformas audiovisuales: no obstante, Tes, yo sé qué debería estar haciendo; yo sé que debería estar escribiendo. Siempre.


Yo sé que debería estar escribiendo. Siempre

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