«Bajo el signo del cazador», de Javier Gilabert y Fernando Jaén (Olé Libros)

Un poemario escrito a cuatro manos que ofrece luz en un mundo de sombras.

«Bajo  el signo del cazador», de Javier Gilabert y Fernando Jaén (Olé Libros)

«Con las primeras luces me recibe de nuevo la mañana». Los versos inaugurales de Bajo el signo del cazador de Javier Gilabert y Fernando Jaén (Olé Libros) son luminosos en imagen y sentido. A partir de ese instante la voz poética viajará a la noche, recordará su paseo por el mundo de los sueños, por el páramo desierto de la soledad de la noche y tratará de encontrarle un nuevo sentido a ese mundo que le rodea, a ese todo frágil y renqueante que es la existencia. Un poemario con un ritmo bien sostenido donde se destaca el maravilloso trabajo de fusión estilística entre ambos poetas.


La noche y los espejos


En una lectura simbólica podríamos pensar que aquí el cazador es el tiempo, el gran enemigo que va persiguiendo nuestros pasos, que no cesa en su búsqueda y que, tarde o temprano, consigue darnos caza. Sin embargo, son la relación con la vida, nuestra manera de entender las relaciones y nuestra búsqueda de sentido lo que da forma a las palabras vertidas en estas paginas. De este modo, encontramos poemas que describen el paisaje externo e interno que rodea a la voz que piensa y canta.

Javier Gilabert y Fernando Jaén se han propuesto la escritura de un poema a cuatro manos. Una tarea difícil y maravillosa para domeñar los egos. ¿Dónde está cada uno de ellos? ¿Dónde la identidad autoral? No encontramos nada de eso. Ambas voces se difuminan en un espejo que es el bosque mismo de la noche y consiguen encontrar una manera conjunta de nombrar el mundo. En ese sentido este libro es un hallazgo y una enseñanza. En el deseo de «sentir el grito inútil» y de encontrar una forma nueva de nombrar el miedo de ser cazado se refleja una verdad insólita: «lo grande reflejado en lo pequeño». Esa idea de volverse invisible para que la voz se colectivice o para que en el poema hablen ambos responde seguramente a esta certeza.

En este punto cae a la vista de todos una certeza: nada nos llevaremos. De alguna manera, los poetas se aferran a la idea de que ni memoria ni prestigio ni cosa alguna quedará cuando seamos sólo huesos. Pero ahí están escribiendo: el miedo a ser cazados por la oscura noche del olvido desata los instintos más primitivos, el deseo de quedarnos de alguna forma. También en ese temor de evanescencia aparece la idea de dios, la urgencia de creer en algo más grande que nosotros que justifique este erial y que, al mismo tiempo, lo explique. Una criatura o entidad que nos de la autoridad de construirnos. «Existo en este yermo», leemos. Y más adelante: «En esta tierra, apenas de los vivos, / aprendí las palabras de los muertos».


«Bajo  el signo del cazador», de Javier Gilabert y Fernando Jaén (Olé Libros)

El primer cazador cazado


Orión, el primer cazador, el gigante que entendió que podía dar muerte a todos los animales y que se ensañó en su sed de sangre, es el personaje que establece el vínculo entre estos poemas y la tradición literaria. Orión, que recibió el castigo de la naturaleza siendo cazado por un gran escorpión, se asoma a estas páginas como un héroe herido a la vez que inmortal que nos vigila desde el firmamento.

Si a Proteo le debemos el amor por el conocimiento Orión es quien sembró en nosotros las ansias de poder instauradas mediante la violencia, por lo que si vamos a centrarnos en el miedo a la muerte, no podemos negar su existencia. Y el modo en que Gilabert y Jaén lo hacen aparecer me parece interesante. Porque el giro es muy bello. No hay una elegía o un poema entristecido por la violencia sino una búsqueda llena de esperanza. La vida se revuelve y la poesía permite un haz de luz: «Minúsculos animales, pequeños / como el amor. Sabed que sólo ellos / podrán sobrevivir en el desierto».

Bajo el signo del cazador es un poemario lleno de luz. Ciertamente me habría gustado una reflexión más intensa sobre Orión, ese cazador cazado por la propia naturaleza, ese mensaje de paz hacia los animales que tenemos en la propia mitología y que no hemos sabido leer correctamente. No obstante, el hilo del libro va por otro lado. Como decía al principio, se inclina por el símil entre ese cazador y el tiempo, aquel enemigo íntimo que duerme con nosotros, esperando al acecho el momento del golpe. Encontramos así muchísimos poemas que nos hablan de la estrecha relación entre vida y muerte / dolor y goce, donde siempre se asoma la intención de vencer a las tinieblas con la palabra.

Al final, lo que permanece, el eco de la historia y de todo poema es la vida misma, tan cíclica y a veces abismal. «Sobre la voz, lo único que suena / es un silencio antiguo, primigenio». Este pomario podría ser una lectura adecuada para estos tiempos de prisas, para volver al corazón del bosque y reencontrarnos con el instante, que es lo único que sabemos cierto y permanente. En la mañana, reconstruir las voces de la noche porque «hoy vuelve a ser hoy».


«Bajo  el signo del cazador», de Javier Gilabert y Fernando Jaén (Olé Libros)

BAJO EL SIGNO DEL CAZADOR
JAVIER GILABERT Y FERNANDO JAÉN
OLÉ LIBROS
2021

0 Comentarios