Begoña Méndez y la construcción de un yo plural

Dos libros brutales de Begoña Méndez. «Una flor sin pupilas y la mujer de nieve» (Sloper) y «Heridas abiertas» (WunderKammer).


A veces, cuando no puedo dormir, intento visualizar a Delmira Agustini. Sus últimos instantes. El asesinato nunca resuelto. Ella, que escribió algunos de los versos eróticos más fascinantes de la literatura latinoamericana, como «ningunos labios ardieron como su pico en mis manos», siendo sorprendida por el asesino. Me niego a creer que cayera en sus manos con la docilidad de una víctima. La imagino luchando, siendo ella la que mata al asesino en lugar del suicidio del macho después de destruir lo más deseado. Las historias de las mujeres siempre narradas desde un lugar patriarcal, donde ellas son florecillas rotas, desvalidas, necesitadas de amor y compasión. No. Juana de Arco. No. Emilia Pardo Bazán. No. También Delmira Agustini. Hay mujeres que luchan. Hay mujeres que escriben. Y hay escritoras fascinantes como Begoña Méndez que nos ofrecen un discurso claro y sin fingimientos; que se proponen reconstruir el olvido de las voces que son nuestra memoria. Ésas son las mujeres que me interesan. Las que deciden no ser víctimas. Las que deciden construir una obra que nos recuerde que la inteligencia y la fuerza no son virtudes exclusivas de los hombres. Me encuentro con Begoña en sus libros Una flor de pupila y la mujer de nieve (Sloper) y Heridas abiertas (WunderKammer) y trato de interpretar esa voz potente que está llena de desgarro y también de luz. No sé si consigo entenderla, lo que sé es que lo que leo me transforma. Y quiero que todas la lean. Va mi entusiasmo como un intento de invitación a su obra.


Las marcas y el cuerpo


Ahora se habla más. Pero todavía poco. La relación entre la identidad y el cuerpo es un tema que ha sido silenciado brutalmente en nuestras sociedades. Ahora se habla más, pero desde un lugar distinto al que nos interesa en este artículo. Se habla de la libertad en el desear y en el vestir. Y es importante. Pero no es lo único importante. No se habla de las consecuencias físicas de la represión y de la moralina en el cuerpo. Obesidad. Bulimia. Anorexia. Los trastornos de la alimentación han sido representados en los discursos desde la responsabilidad individual y no como un cáncer social. La responsabilidad de las patologías alimentarias recae sobre los cuerpos que las padecen. En Una flor sin pupila y la mujer de nieve (Sloper) Begoña Méndez trata este tema de forma poética a la vez que frontal. El cuerpo es martirizado por la sociedad. Un cuerpo que pasa hambre es el escenario donde estos versos acontecen. La voz poética es una mujer que se muere de hambre y que sabe que «hay marcas irreversibles / talladas bajo mi piel».

Quizá sólo alguien que ha vivido en carne propia un trastorno de este tipo pueda asimilar la fuerza del remolino léxico de Méndez desde este lugar. Quizá en las denuncias de esta voz poética rota podríamos reconocer muchas formas de opresión por parte del sistema; sin embargo, creo que el mayor potencial de este texto está aquí. Porque no sólo es una denuncia sobre la responsabilidad de la sociedad en los trastornos alimentarios sino que, además, revela de forma contundente la sensación contradictoria que machaca el cuerpo y la mente de una persona cuando la relación con la comida adquiere tintes obsesivos y desesperantes. «Abrirme al mutismo fanático más allá de los estrépitos. / Arraigarme en la convicción bastarda de mi estómago famélico». Una mujer con bulimia diría yo que acontece en el centro de esta voz poética.

Y me parece un libro sumamente importante precisamente por eso. Méndez consigue mostrar de una forma lírica alucinante la soledad y el abismo que se abre ante nosotras en esas experiencias. Y he pensado mientras lo leía en lo maravilloso que habría sido poder leerlo a los quince, en vez de todos esos libros de autoayuda que me recomendaban y donde veía un dedo inquisidor señalándome siempre como la responsable de mi obesidad. Yo culpable. Yo asesina de mí misma. «Yo, saturación de la carne y sexualidad confiscada». El sintagma YO aparece constantemente en los poemas de Méndez dotando al discurso de una fuerza brutal.

«La carne santa adelgaza / para ser un cuerpo sin biografía». La carne revela las necesidades de un yo escondido, taponado de normas, de imposiciones. Y en ese lugar aflora el grito. Leemos: «Soy el estallido voraz de los versos sumergidos». Hay una fuerza irreversible en las palabras de Méndez. Algunos fragmentos se te clavan donde la herida y te invitan a mirar el pasado con cierta piedad. Creo que ahí hay mucha luz. Luz para las endemoniadas que deseamos comprender por qué si nuestro cuerpo nos pertenece otros tienen derecho a opinar o decidir sobre él.



La poesía de Begoña Méndez se encuentra en estrecho vínculo con el vanguardismo modernista. Cuando la leo me resulta difícil no pensar en Remedios Varo, cuya obra me parece fascinante. El cuerpo está cubierto de llagas que sangran pero también de posibilidades simbólicas. «Existo colérica en el poder de la rosa», leemos. Una flor sin pupila y la mujer de nieve es un libro impresionante donde palabra e imagen conviven y se inmiscuyen en el mundo del silencio para describir lo callado. Mujeres con el rostro marcado, cuerpos anónimos, cuerpos que ponen en duda todas las convenciones. A veces la palabra es un recurso y la imagen acapara toda la potencia del sentido. En otras páginas sucede al revés.

Y como imagino a Delmira me gusta pensar en Begoña luchando contra el horror del desánimo, recortando periódicos para decir: aquí ha estado una mujer contra el mundo. Una mujer que sabe que su cuerpo le pertenece. Sus collages son eso: una forma de escritura impactante que te sacude y te revuelve. De pronto, al mirar esas imágenes y al leer esos poemas entendemos afirmaciones como ésta: «Ahora sé que una mujer extrañada me observaba». Una mujer extrañada que es una misma, desde el otro lado de la página, con las mismas preguntas y los mismos miedos. Y se me ocurre que este libro reúne todos los cuerpos machacados de trastornos alimentarios, revolviéndose por no cumplir con los mandatos pero deseando a toda costa un poco de amor, un brazo que los arranque de las sombras. «Soy todas las imágenes que alguna vez fui».



La invención del yo-nosotras


«La intimidad es una práctica de alto riesgo», escribe Begoña Méndez en Heridas abiertas (WunderKammer). El valor de este libro es inversamente proporcional a su tamaño. Hacía mucho que no leía un ensayo tan comprometido, tan vitalista y tan verdadero. Hacía mucho.. Desde que me tumbó Andrea Valdés con su locura de ensayo Distraídos venceremos: usos y derivas en la escritura autobiográfica (Jekyll & Jill), donde reconstruye el camino literario de diversos escritores desde su afán como lectora. Ambos libros se parecen en algo importante: tienen un espíritu humanista; en el sentido verdadero de la palabra, que es el deseo de ahondar en el pensamiento y el arte para encontrar espacios de transformación y libertad. Ambas autoras reconstruyen su propia voz desde la escritura ajena para buscar nuevas posibilidades léxicas y de sentido para pensar mejor la realidad.

Lo más fascinante de Soledad Acosta, escribe Begoña Méndez, es su «necesidad de observar la condición femenina y los cuerpos de mujer como entidades políticas». Una intención intelectual que comparte con las otras escritoras que conforman este ensayo: Santa Teresa, Zenobia Camprubí, Lily Íñiguez, Teresa Wilms, Marga Gil Roësset, Idea Vilariño y Alejandra Pizarnik. En este libro Méndez se centra en los discursos literarios y vitales de estas mujeres y reconstruye sus huellas, tratando de hilar fino, hasta el fondo de la herida. En esta exploración descubre a un grupo de «Mujeres perplejas en el hecho de estar vivas, escrituras en sombras o en el secreto, que apenas si eran un vestigio en los mapas literarios».



Escrituras en sombras. Méndez escarba en esas sombras para ofrecernos un retrato luminoso de todas ellas. Y aquí viene lo interesante. Nombra sus contradicciones y eso es lo que da verosimilitud al retrato. No hay intención de idealización sino en todo caso el deseo de mostrar la herida, el desgarro, las severas dificultades que tuvieron estas mujeres para afrontar su libertad. Sus diarios revelan esas heridas abiertas y sus muchas formas de engañar al sistema. Pero también las concesiones que hicieron para sentirse vivas y queridas.

El diario es visto en este ensayo como un dispositivo para «la reconstrucción de las identidades y la restitución de sus vidas, un artefacto secreto donde fracturarse, alumbrar monstruos y sangrar verdades». Un artilugio creado como un método de control pero que se convierte para ellas en una herramienta emancipadora, un camino posible para encontrar su voz interior. ¡Fascinante! Y una cosa que me interesa mucho. «De la fusión entre lenguaje y vida se deriva otra de las características fundamentales de los diarios: la identificación entre cuerpo y escritura». En este punto este ensayo conversa con el poemario ofreciendo una reflexión amplia sobre los cuerpos, los mecanismos de control y la escritura.



Pero lo que más me ha interesado de esta lectura es que Begoña Méndez no decide quedarse pataleando en la herida de estas mujeres. Su indagación la lleva hasta los métodos que encontraron de florecer, de imponerse ante la brutal realidad, y ahí lo que descubre es luminoso: la víctima se convierte en apoderada de su vida y de su cuerpo retorciendo los procedimientos que están en su contra, es decir, engañando al sistema. Convertir los mecanismos de obstrucción y censura en fuerzas poderosas de autogestión es lo que supieron hacer algunas de estas pensadoras. Y estoy pensando en Santa Teresa. «Los discursos de repudio del cuerpo no son más que un recurso que Teresa usó para salir indemne del relato de sus experiencias eróticas con dios», leemos. Afrontar la censura con la suficiente inteligencia como para retorcer la realidad a nuestro favor. Quizá tengamos algo que aprender de esto.

«Leo las intimidades de las mujeres y me siento habitada por un ensamblaje de voces y de rostros». Leo a Begoña Méndez y descubro esas voces desde otra partitura, la suya, cuya clave es el fuego revolucionario de estas mujeres. Un punto de referencia para componer una nueva música, que siempre va a estar ligada a ellas. Construir desde esos yoes un nosotras potente que continúe alimentando ese fuego; me parece que aquí está el fogonazo de luz de su obra. «La escritura es el espacio del cuidado», leemos en uno de sus poemas. La escritura como el cuarto propio donde el animal submarino lucha por ser. A esta idea se amarra la obra de Méndez para recordarnos que la única manera de escribir con verdad es domesticando los egos y que, pensar la escritura desde la pluralidad que nos configura, es aceptar que el trabajo es para siempre o, dicho en palabras de Méndez, «el yo es un texto literario que nunca deja de escribirse». Pero debemos recordar siempre que «La intimidad es una herida que no puede curarse», una herida abierta que se transita en soledad y que debemos atesorar en la memoria. Me parece que en estos dos libros nos acompaña (y confieso que en mi caso, ya para siempre) la escritura lumínica de los versos subterráneos de una escritora que se apropia del lenguaje y consigue resignificar las propias heridas para aliviar las nuestras.

Hay otro libro del que no me quiero olvidar. El matrimonio anarquista (Hurtado & Ortega).Begoña Méndez y Nadal Suau reflexionan en él sobre la vida en común a través de un intercambio epistolar bellísimo. «Tú y yo hemos decidido inventar un hogar, una dinastía sin herederos (...) una entidad de amor y de trabajo alejada del poder y en el vientre de la bestia». Es un manifiesto brillante sobre la construcción de un ideal plural, donde los egos se adormecen cuando deciden arrojarse al abismo para sentirse parte de algo más grande que ellos mismos. Puedes leer aquí la reseña sobre este libro maravilloso.

Y ahora intento terminar. Y pienso en Agustini. La veo sosteniendo el arma que ha conseguido quitarle a su asesino. La veo disparando ella primero. «No me mata la vida no me mata la muerte, no me mata el amor. Muero de un pensamiento mudo como una herida». En la voz de Méndez, también la rabia de Agustini y de todas nosotras. En su relato nuestro grito rompiendo el silencio. Todas esas muertes idealizadas. La estafa de un discurso que quiere seguir tratándonos como víctimas. Por eso hay que leer a Begoña Méndez cuando dice «Tengo el poder de los textos enterrados / y el carisma soberbio de los versos altos».



UNA FLOR SIN PUPILA Y LA MUJER DE NIEVE (SLOPER)
HERIDAS ABIERTAS (WUNDERKAMMER)
BEGOÑA MÉNDEZ.

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