La música me advirtió del desastre ecológico que suponían nuestras costumbres. Tendría unos diez u once años y en el colegio nos hicieron dramatizar las canciones de «Naturaleza», un fascinante trabajo colectivo que encabezó el bandoneonista Antonio Tarragó Ros, y que cambiaría mi vida para siempre. Mientras leía Las letras del bosque de Javier Morales (Sílex Ediciones) tuve un chispazo de memoria que me llevó a escuchar esas canciones nuevamente, tratando de hallar en ellas migajas de la que fui. «Si se deja un pájaro sin cielo / se le muere prisionera / de tristeza la canción». Me gusta pensar que algo en mí cambió gracias a esa experiencia, a estas canciones, a imaginar a esos pájaros sin cielo. Algo que vincula estrechamente naturaleza y arte. Música. Palabras. El lenguaje de la ternura. A través de esa experiencia, yo, que siempre había defendido el campo, los árboles y a los animales, de pronto entendí que dentro de mi rutina también había cosas que mejorar. Tardaría mucho tiempo (demasiado tiempo) en abandonar el hábito de la carne, pero la semilla, me gusta pensarlo así, tuvo mucho que ver con ese disco, con esa infancia de árboles carolinos, álamos plateados y eucaliptos. Y pájaros, siempre pájaros rondando mi cabeza, mi mundo.
El bosque verde que tenemos
«Leer es un diálogo permanente con los muertos». El punto de partida de Las letras del bosque es el dolor. La infancia, ese territorio de heridas para siempre. Y desde ahí el salto a los libros a través de la obra de Mary Oliver, para quien el lenguaje fue refugio donde explicarse. La literatura, que en ella es el lenguaje de la naturaleza, es un camino de exploración que podemos utilizar para convertirnos en personas más amplias o pasar de puntillas sobre él cambiando poco. ¿Por qué no aprovecharlo mejor?
Morales avanza a través de numerosos textos que permiten una reflexión sobre nuestra relación con la naturaleza y las palabras. Nos invita así no sólo a detenernos y mirar mejor el mundo que nos rodea sino también a intentar encontrar buenos argumentos para construir una idea de lo que somos. Se asoman a estas páginas ideas y colores de la obra de Joaquín Araujo, Manuel Rivas, Andrea Hejlskov, y en cada palabra la intención de comprender la sencillez de la vida. Con Edward Wilson escribe Morales «no se puede amar lo que no se conoce» y se propone un libro que nos acerca al bosque y a los animales, para conocerlos y poder así, amarlos.
Hay una cosa que Morales hace magníficamente: narrar el encuentro del otro con el bosque. Todos los escritores y los libros que aparecen en este bosque de palabras están ahí por algo, porque han acompañado la propia mirada del autor y le han iluminado; pero la forma en la que nos presenta esa bibliografía se aprovecha de cierta distancia para no condicionar nuestra propia mirada. De este modo, nos lleva al punto de partida, al encuentro del otro con la pregunta sobre la identidad y la relación con la naturaleza, y ahí nos deja solos; para que parezca que lo hemos descubierto nosotros. Podríamos decir que esta lectura es un fascinante viaje interior, hacia los libros y hacia las raíces desde una arboleda infinita de perspectivas. «Nuestra salvación siempre ha estado en los árboles», Morales se mezcla con Annie Proulx y nos invita a creer en esta verdad hermosa.
«Para convertirse en naturalista experto lo fundamental es desarrollar la habilidad de observar los detalles más pequeños de la vida que te rodea». En un diálogo con Manuel Rivas, Morales nos presenta algunas claves de Zona a defender (Alfaguara) y al pensamiento genuino de Rivas. Volver a lo íntimo, escuchar esa voz interior que el mundo intenta destruir, aferrarnos a una vida sencilla y refugiarnos en el bosque, donde siempre podremos estar a salvo. Todo eso que Rivas viene defendiendo con calidad literaria desde hace décadas. Hay una dulzura y una compasión en todo lo que escribe Manuel que a mí siempre me conmueve, y creo que en este libro de Morales encontramos una cálida y certera invitación para acercarnos a la obra del autor coruñense.
La resistencia de la palabra
John Coetzee, Lev Tolstói, Olga Torkarzuk, Eugenio Noel. El antiespecismo, que es el respeto por todas las criaturas sintientes, no es una cosa moderna. Hubo vegetarianos hace siglos, culturas enteras educadas en el respeto absoluto por los animales. El sentir al otro no es algo moderno, como no lo es la libertad, como no lo es el deseo, la posibilidad de creer en otro mundo posible. Y Morales se apoya en las voces de algunos personajes fascinantes de la literatura universal para hablarnos de este pensamiento, de la importancia de conectar con la sensibilidad que es, en primera instancia, la capacidad de mirar a otras criaturas, de entender sus necesidades y de soñar con un mundo mejor para ellos.
Resistir. Quizá ése sea el tronco por el que trepa la savia de este libro, hasta llegar a las hojas. La resistencia que se acompaña de acción y de pasión por la vida. Entre las propuestas activas Morales se inclina por la recuperación del caminar como espacio de reencuentro con lo íntimo, de sentido vivo en el planeta. Leemos: «Caminar es una forma de resistencia frente a una sociedad que exige que te muevas con prisa». Encontrar en la desconexión con el ruido del mundo un espacio de encuentro íntimo con lo que nos conforma, que es naturaleza, y redescubrir hilos de contacto con nuestra verdadera identidad y nuestro compromiso en este suelo.
Ser animal. Sentirse parte de un ecosistema complejo del que somos parte, no principal pero sí necesaria, es quizá el gran mensaje de este libro. Y desde esa perspectiva algo que me ha interesado mucho: la defensa del trabajo común entre ecologismo y animalismo; lamentablemente, siguen siendo movimientos fundamentales que no terminan de asimilarse y reconocerse. Me parece luminoso y necesario todo lo que escribe Morales sobre la importancia de entender que sin animales no hay bosque, y viceversa. Nos hemos desconectado tanto de la vida que perdimos el único valor imprescindible: el de considerar la vida como un todo.
Algo que suele decirse para reprocharnos el compromiso con los animales a los veganos es decirnos que nos importan más ellos que las personas; los terneros que los niños explotados, las vacas lecheras que la trata de mujeres. Me parece un reproche que tenemos que pensarnos. Si realmente es así, si nos importan más los animales, quizá debiéramos pensar mejor nuestro lugar en el mundo; pero igual va en el otro sentido: si te importan más las personas, algo no va bien. Del mismo modo, defender el feminismo y consumir leche de vaca (procedente de animales explotados, de terneros asesinados y huérfanos abandonados) es absolutamente contradictorio. Pensar la vida lejos de los ismos: defender a las mujeres, a las vacas, a las cerdas; a los niños, a los pollitos, a los corderos; a los robles, a los sauces, a las secuoyas; a las orcas, a los atunes, a los tiburones; a la tierra, a los mares... Quizá sea ésta la única utopía que merezca la pena creerse y luchar por conquistar. Creo que todo esto podemos encontrarnos en este maravilloso ensayo de Javier Morales.
Finalmente, Morales propone un activismo consciente y sintiente. Y en esta idea creo que encontramos una de las más luminosas maneras de mirar el mundo: donde bosques y animales nos necesitamos mutuamente.«No puede estar enjaulado el vuelo». Vuelvo a esa hermosísima canción de Tarragó Ros. Unas pocas palabras que me iluminaron en la empatía. Para volar libres hombres y pájaros, necesitamos un futuro de bosques, un futuro de respeto verdadero, y muchos más libros como éste. Que nadie deje de leerlo. En las delicadas ilustraciones de Leticia Ruifernández encuentras la razón que te faltaba para hacerte con este libro.
LAS LETRAS DEL BOSQUE
JAVIER MORALES
SÍLEX 2021
JAVIER MORALES
SÍLEX 2021
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El 26 de marzo tendrá lugar en Málaga la presentación de este ensayo. En la librería Luces. A las 12.00. Te dejamos el cartel por si te apetece acercarte.
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