Estudiar el cielo para volver al suelo

Reseñamos «La escala de Bortle», de Virginia Aguilar (Bartleby)


Algunos libros parecen luchar por eludir su sentido, como si hubiera un deseo de contención de la idea fundamental, que se plasma en posibles caminos que conducen a ella. Senderos indirectos, puntos de vista aproximados nunca determinantes. En La escala de Bortle de Virginia Aguilar (Bartleby) hay un deseo de explicar el cielo y su maravilla desde lo tangible, que no siempre coincide con lo que existe. Podría leerse como una puesta en escena que vislumbra los detalles de cada punto de la escala que da nombre al título, donde la iluminación modifica nuestra percepción del firmamento, pero también podemos leer en ese abanico de colores los cambios de nuestro universo íntimo, la intensidad de las pasiones. Y entonces, todo poema adquiere nueva y doble significación. También encontramos una reflexión crítica sobre la manera en la que establecemos nuestra relación con el universo, que también sirve para pensar nuestra relación con los otros. «Hemos matriculado el firmamento / como si no nos importara nada».


El mundo pequeñito


Dice en el prólogo Vicente Luis Mora que hay autenticidad en la poética de Aguilar y destaca «el humor inteligente y la inquietud por la denominación exacta de las cosas». Creo que nadie podría invitarnos mejor a la lectura de este libro. Sin embargo, yo encuentro el deseo de proteger esa denominación exacta para que el sentido adquiera amplitud en cada nuevo lector. El uso del lenguaje científico parece ser usado como punto de partida para arribar a una duda o una certeza que resulta mágica, inasible. Encuentro ahí la primera y rotunda belleza de este libro.

Lo más interesante de la obra de Virginia Aguilar es el trabajo de un lenguaje desprovisto de adornos. Algo que también se nota en su poemario Seguir un buzón (Renacimiento) y que nos presenta a una poeta sólida y comprometida con lo breve. El método elegido es definirse en una poética afirmativa, donde tanto las dudas como las certezas se recogen a través de un lenguaje aforístico.

Leemos: «Un orden soviético, / una igualdad severa / se impone y desliza / con la misma fuerza / irreductible que impulsa / los astros» El paisaje desigual del cielo también se impone sobre la poesía. La versificación responde a lo inesperado. Cuando creíamos que el verso continuaría, se corta, y continúa cuando intuíamos un quiebre; el resultado es la ruptura de la armonía y, por ende, de la forma. Se me ocurre que esto es sumamente meritorio porque como lectores nos obliga a pensar en lo mucho que nos condiciona la métrica y lo libre que puede ser el lenguaje si luchamos contra ella. Al leer a Aguilar, de alguna manera, recordamos que la posibilidad de la palabra está en su ausencia y su sentido, en lo que no dice.

«Palabras escritas y condenadas / a un único lugar». La escritura y la lectura, como la observación del cielo, se construyen desde lo desconocido, lo inesperado. Observamos determinado cuadro meridional con el deseo de encontrar un astro específico; pero llueve o está nublado y nuestras expectativas caen en saco roto, como las palabras. Y ese es el recuerdo que nos queda. «Sigue asombrándome / que la lectura nunca / deje rastro en el libro».



El cielo en el lenguaje de Aguilar


La única manera de ser poeta es evolucionar. Y por eso podemos decir que Aguilar es poeta. ¿De qué vale publicar mil libros si en todos el trabajo estético se repite? Mejor dos que mantengan un hilo común pero que rompan los paradigmas que como lectores esperamos. Si en Seguir un buzón Aguilar se ocupaba de lo mínimo, de lo pequeño, en La escala de Bortle el ojo está en lo inmenso, en lo que sólo podemos conocer a través de las voces de otros o de la observación mediante artilugios diseñados para volver cercano lo inalcanzable. Lo que tienen en común es el anhelo de la forma que explique. Como en el poema «Instancia», donde encontramos un juego de afirmaciones científicas o periodísticas enlazando con lo poético. Un rasgo que se repetirá en varios poemas y que, creo, es uno de los grandes aciertos de este libro.

Lo infinito nos devuelve a lo pequeño. Y quizá en esa idea se encuentre plantada la semilla de este libro. Eso de que del polvo hemos venido y en polvo nos convertiremos (que no es lo mismo que, al polvo iremos; porque representa la evolución como el deseo de volver a encontrar la raíz de las cosas) se vislumbra en estas páginas como una verdad deseable. Este viaje circular que es la existencia se está apareciendo constantemente en este libro. Leemos: «¿Cómo subrayar el instante / para que no quede igualado / al intervalo de tiempo en que / se seca la colada?»

La observación del cielo tiene muchos adeptos, pero la fe en el cielo es otra cosa. La poesía quizá sea una forma de poner en práctica esa fe. Tenemos por ejemplo ese poema que se apoya en los cuerpos abandonados en el espacio. «Millones de cuerpos celestes flotando», leemos. Un poco más adelante el corazón de quien nos habla estará puesto en esos artilugios olvidados: «desde hoy les profeso una fe ciega.»

La escala de Bortle es un poemario que trabaja con la forma como punto de partida y que, desde ahí, va construyendo pirámides de lucidez y emoción. Pero sobre todas las cosas puede leerse como la confirmación de nuestra pequeñez y el deseo de no poner en palabras todo, de entender con el espíritu aquello que la razón no alcanza, someter nuestra fe a la confianza y no a la ciencia. La verdad como el chispazo rotundo en las tripas y no como la confirmación de una premisa. «Aceptemos el cielo / tal y como es» y leamos así este poemario maravilloso de Virginia Aguilar.



LA ESCALA DE BORTLE
VIRGINIA AGUILAR
BARTLEBY
2021

1 Comentarios

  1. Hi!

    en esta ocasión dejo pasar la recomendación ya que no leo poesía.

    saludos

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