Melomys rubicola. Así se llama la primera especie que se extinguió a causa del cambio climático provocado por la nuestra. Con este panorama que amenaza la vida de miles de criaturas y que arrasa con hectáreas enteras de bosque, cuesta creer en el futuro. Por eso, necesitamos más que nunca libros como Las letras del bosque. Textos sobre naturaleza, animales y libros, de Javier Morales (Sílex Ediciones). Un ensayo que nos invita a tomar partido en el desastre y a pensarnos como parte de un todo. Un mundo posible en éste, no en Marte. Ésa es la gran propuesta de Morales, con quien hemos podido conversar sobre su doble pasión, por la literatura y la naturaleza.
P—Las letras del bosque es una invitación a animarse con la literatura sobre la naturaleza pero es sobre todo una reflexión sobre nuestro impacto negativo sobre la vida de los bosques. ¿Cuál fue el punto de partida que te llevó a querer unir estos dos temas: naturaleza y literatura?
R—A las dos intenciones que señalas, añadiría otra: la acción. Creo que apreciar la belleza del mundo, de la naturaleza, es fundamental para protegerla, pero luego hay que dar un paso más y defenderla en distintos ámbitos. El punto de partida es tan viejo casi como yo. La conciencia de que somos parte de la naturaleza y de los libros que leemos ha estado siempre ahí. Luego, años más tarde, cuando estaba terminando mis estudios de Periodismo en Madrid, empecé a trabajar como becario en la Agencia EFE, en la sección de Cultura y Medioambiente. Creo que en la Agencia habían unido estos dos ámbitos por considerarlos menores, pero para mí fue una revelación, casi un destino.
P—«Los árboles son nuestra memoria», dices. Y pienso en lo triste que ha de ser tener que cargar con semejantes recuerdos. ¿Nos queda alguna esperanza como especie?
R—Pues mira, si me hubieras hecho esta pregunta hace unas semanas, te habría dicho que sí, que aún nos quedaba un poco de luz, con muchas reservas, por el cambio climático, las guerras, las desigualdades. Pero la guerra en Ucrania ha sido un mazazo, me ha desestabilizado y ahora mismo me resulta difícil tener fe en los seres humanos. Volvemos a repetir los mismos errores de siempre, solo que esta vez los daños pueden ser definitivos para nuestra especie y para otros seres vivos. En lugar de centrarnos en un enemigo real que ya está ahí y que hemos creado nosotros, el cambio climático, nos hemos embarcado en una escalada bélica de desenlace incierto.
Ahora mismo me resulta difícil tener fe en los seres humanos
P—Comienzas con Mary Oliver y nos cuentas que a ella la literatura y la naturaleza la ayudaron a sobrevivir a la violencia de su entorno. ¿De qué manera te has acercado tú a este binomio?
R—Por suerte, mi infancia fue mucho menos traumática que la de Mary Oliver. Pero como ella, también he sentido esa soledad y he visto siempre un refugio en los libros y en la naturaleza, un dique contra las adversidades. No entendería la vida sin los libros y sin la natura, que diría Joaquín Araújo.
P—El veganismo ocupa un lugar fundamental en tu vida y en tu escritura. Le has dedicado el libro El día que dejé de comer animales y también está presente de forma contundente en éste. ¿Qué echas de menos en el movimiento animalista?
R—Tengo que decir que el nombre, movimiento animalista, no me gusta del todo, pero yo mismo lo utilizo porque es el que se ha impuesto. Como en otras corrientes políticas y de pensamiento echo de menos una mayor unidad, no centrarnos tanto en las diferencias, que por importantes que sean son siempre menores, en lugar de en nuestro objetivo último: evitar el sufrimiento innecesario de los animales. Por otro lado, es imprescindible trazar lazos también con el movimiento ecologista, por diferentes que sean a veces los puntos de vista, porque la vida de los animales, incluidos los humanos, es inviable si el planeta se colapsa en términos ecológicos, algo que ya está ocurriendo.
P—Mencionas en tu libro muchos ensayos que tienen en cuenta a los animales como criaturas libres y rechazan la explotación. ¿Has encontrado literatura de ficción en esa misma línea?
R—Sí, aparte de los clásicos (Singer, Kafka, London…), en el libro menciono a dos de ellos, que forman parte de mi canon personal. Ambos además premios Nobel: John Coetzee y Olga Tokarczuk. Pero, que yo sepa, no es un territorio demasiado frecuentado por la ficción contemporánea.
P—¿Quién te enseñó a amar el bosque? ¿Y la literatura?
R—Creo que el lugar donde nací, Extremadura, donde la naturaleza tiene aún una presencia fundamental en el paisaje, tuvo mucho que ver con ese vínculo hacia los bosques. Mis padres no tenían estudios, pero en mi casa se respetaba mucho la cultura. Estudiar era la manera de salir de la pobreza y de mejorar en la vida. Y eso me conectó con los libros en general y con la literatura en particular. Y hay un autor al que le debo mucho, a Pio Baroja. Siendo aún un niño, con él descubrí por casualidad que la literatura podía ser profunda y divertida a la vez.
Descubrí por casualidad que la literatura podía ser profunda y divertida a la vez
P—Reivindicas el caminar como acción para recuperar el entusiasmo por la vida y reconectarnos con la naturaleza. Parece increíble que algo tan sencillo resulte extravagante, el deseo por el paseo pensante.
R—Yo no sé si extravagante, pero desde luego poco habitual. En el libro cuento cómo mucha gente va en coche al gimnasio y se sube luego a una cinta para caminar, algo que me parece un absoluto despropósito y nos da una idea del tipo de sociedad en la que vivimos. Caminar nos conecta con lo que nos rodea y es en ese dejarse llevar donde a veces pueden surgir grandes ideas.
P—«Hay otros mundos posibles, pero están en éste», leemos. Es una afirmación rotunda. ¿De dónde sacas la esperanza en un mundo tan cruel?
R—En realidad la frase se la debemos a Paul Éluard y me pareció muy oportuna para abrir el capítulo dedicado a la lucha contra la crisis ecológica. Yo no quiero vivir en Marte. Me vale con nuestro planeta, un milagro en el universo conocido. Creo que nuestro propósito debería ser preservarlo y no huir de él después de haberlo quemado, como el que incendia su casa. Como te decía al comienzo, cada vez me cuesta ver esas luciérnagas de las que hablaba Pasolini, esas pequeñas luces, pero igualmente la batalla hay que darla.
P—Este libro es un bosque de ensayos, poesía, novela, memorias. ¿Crees en la fuerza salvadora de la literatura?
R—No imagino un mundo sin poesía, sin literatura. La literatura nos interpela, nos permite expresar lo que no podríamos manifestar de otro modo. Nos aporta más preguntas que respuestas y en la búsqueda siempre nos encontramos con la belleza de las palabras, aunque sea para mostrar el horror que habita en nosotros.
Somos importantes como individuos, pero juntos podemos más
P—¿Qué es lo mejor que te ha dado la escritura de este ensayo?
R—Que ha sido escrito poco a poco, casi sin darme cuenta. Algo parecido a lo que ocurre con algunos libros de cuentos. Uno escribe relatos y de pronto percibe que hay un vínculo que transciende, que los une a otros. Que el todo acaba siendo algo más que la suma de los textos. Creo que algo así como debería ser la humanidad. Somos importantes como individuos, pero juntos podemos más.
P—¿Te ha salvado la literatura alguna vez?
R—No de algo en concreto. Pero los libros siempre han estado ahí. Me han acompañado en mis innumerables mudanzas y me han aportado un hogar, que no es poco.
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El 26 de marzo tendrá lugar en Málaga la presentación de este ensayo. En la librería Luces. A las 12.00. Te dejamos el cartel por si te apetece acercarte.
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