«Música que escucharé cuando hayas muerto» de Ismael Cabezas (La Garúa Libros)

Un poema de Ismael Cabezas en nuestro «Lunes de Poesía».


«Vine a llevarme la vida por delante» dice uno de los versos más famosos de Jaime Gil de Biedma. Es difícil no pensar en ellos al leer Música que escucharé cuando hayas muerto de Ismael Cabezas (La Garúa Libros), un poemario que es al mismo tiempo una despedida y una especie de elegía sobre lo vivido. Poemas que tiran de lo narrativo para ofrecernos descripciones atmosféricas muy potentes, donde la música de fondo impulsa las palabras. Dice Carlos Serrato en el prólogo que el poeta «busca un tono confesional, que se va desarrollando como una música desde la que el yo poético dialoga con un tú». Creo que no existe definición más concreta y más amplia para este libro.


El arte como salvavidas


La melodía de este libro tiene un tono elegíaco. Podría leerse como una especie de revisión íntima de las pérdidas, de lo que se ha ido quedando atrás, de los amores que se terminan. Pero, además, de esa lectura íntima, donde un yo hundido se repite las preguntas vitales, también nos encontramos con una reflexión generacional; la crisis de la madurez reflejada en las experiencias de toda una generación que ya ve la muerte como un halcón planeando sobre todo lo conocido, es otro de los rasgos que no se nos pasan inadvertidos. Parece un libro escrito para «los que nos quedamos en la estación vacía / una oscura y amarga tarde de noviembre».

En la lectura íntima caben versos como éstos: «Si nada más eres un pobre hombre solo, / un hombre perdido entre tantos». Y la voz poética se construye desde un hombre que ve cada día más estrecho el tiempo que le queda y que no encuentra la fuerza para conducirse a la derrota total pero tampoco es capaz de asirse del todo a una esperanza. La lectura generacional nos deja versos así: «Ninguno sabía nuestros nombres ni de dónde veníamos». Aquí la voz poética parece unirse a una multiplicidad de experiencias y voces que se identifican con cierta derrota que da el conocimiento de la vida. Son los poemas de una generación perdida que recibe el mensaje de Gil de Biedma y se siente igualmente perdida. Es muy interesante la forma en la que los poemas van tirando hacia delante, a pesar de esa derrota presente: los versos de Cabeza son como flechas que sin importar qué tengan que llevarse por delante no frenan nunca.

Cabezas avanza desde un terreno donde lo narrativo está muy presente. Las imágenes se van construyendo y concatenando con la fluidez que otorga la narración pero sin olvidarse de las aspiraciones siempre inscritas en lo poético. Aquí, las preguntas se asoman en tono lírico y, en ocasiones doblegadas de pesimismo, y rompen a veces con el hilo del pensamiento que unifica los versos pero sin llegar a partir del todo esa flecha que siempre quiere ir a más. «¿Qué va a ser de ti, pobre ingenuo / cuando ya no baste adorar a la belleza?». Estas preguntas van almacenando posibilidad porque siempre una pregunta permite más que una afirmación: el misterio de lo que no somos capaces de mostrar nos impulsa. Sin embargo, a veces las preguntas no alcanzan, no le alcanzan a la voz poética cuando dice que «ni siquiera la muerte otorga consuelo».

Entre las muchas imágenes tajantes que construye Ismael Cabezas me quiero quedar en una que tiene especial interés. Compara las intenciones y experiencias de un funambulista y de un suicida. La posibilidad de gambetearle a la vida, en el primer caso, y de lanzarse al vacío con la posibilidad de hallar la nada al final del salto pero con la cabeza puesta en la altura, en el momento en el que pueda volver a ponerse de pie. El suicida, en cambio, representa una caída libre al vacío, sin tiempo, sin luz alguna. Ambos perdidos, pero uno de ellos confiando en que el desconcierto no lo es todo. Y leemos: «Es una simple cuestión de elección / cruzar el abismo o ser parte del abismo». Quizá en este poema esté esta doble alternativa que supone la vida, para entendernos mejor y para comprender las razones de las derivas ajenas.

La voz poética, sin embargo, no se siente identificada con el funambulista al principio, sino con el suicida. No obstante, según van avanzando los poemas descubrimos que aunque no lo sepa una llama habita en lo hondo de su ser, el lenguaje tiene sus expectativas con su futuro. «Vine a Madrid a morir», leemos. Y, sin embargo, la muerte no le llega. Y espera. Espera. Y en esa espera se enciende una última luz: la posibilidad de «Salvar la vida del tiempo y sus miserias» mediante el lenguaje, la poesía como tabla de salvación. «Se trata de aguardar la antigua luz / de otro nuevo día de marzo». En esta dualidad, me parece, encontramos la fuerza creadora de este libro.

Hablamos de la muerte, que se pasea a sus anchas por estas páginas. Reconstruimos una voz que se ha quebrado con el paso del tiempo a medida que avanzamos y atravesamos los poemas. Y el arte siempre está ahí: como punto de salvación. El arte que ilumina el naufragio y nos ayuda a encontrar palabras que lo nombren, que nos nombren. «Jamás olvides de qué noches indignas el arte te defiende, / pues más de una vez evitó que colgases / de una sucia cuerda el cansado peso de tu cuerpo». Porque no podemos pretender atravesar este inh´sopito territorio sin absolutamente nada que nos impulse en ese salto desquiciado. Así que, Ismael Cabezas, que lo ha entendido, construye también aquí un canto a la posibilidad de la palabra y a la poderosa fuerza de lo poético, que atiza brasas que creíamos ya extinguidas, y nos obliga a levantarnos, como un funambulista lo haría después de una función arriesgada.



Un poema de Ismael Cabezas en Lunes de Poesía


Música que escucharé cuando hayas muerto es la confirmación de la mortalidad«Nosotros que fuimos una vez dioses y lo tuvimos todo»—, pero es también un canto de esperanza sutil al poder reinvidicativo y a veces sanador del arte. Un libro lleno de paisajes íntimos que se sirven del lenguaje, que con su cuota de luz tiene su poco de misterio y siembra duda y tristeza, para alentar una brecha de posibilidad, incluso sabiendo que las palabras generalmente no alcanzan.«Por primera vez en esta vida, tengo miedo a las palabras». En esa grisura se tienden los puentes de este poemario que es, sin lugar a dudas, una postal perfecta del carácter agridulce de la vida, la comprensión de la realidad más dolorosa: nuestra mortalidad. La muerte como único argumento de la obra, que nos enseñara Jaime.

En este ciclo titulado «Lunes de Poesía» tenemos la costumbre de invitarte a leer ciertos libros recogiendo algunos versos. Vamos a terminar este nuevo capítulo dejándote un fragmento de Música que escucharé cuando hayas muerto de Ismael Cabezas (La Garúa Libros).


MADRID [Fragmento]

Vine a Madrid para morir,
pues si el azar dispone dónde nacemos,
no siendo conmigo en exceso generoso,
morir es el acto final de la tragicomedia,
nuestra última y más íntima obra de arte.
Vine a Madrid para morir,
allí conocí aunque fuese por breve tiempo
algo parecido a eso que llaman felicidad,
el caprichoso don del poema fue otorgado
y hubo gestos silenciosos y cálidos
de hombres cuyos nombres desconocía,
quizás ese caprichoso y extraño misterio
de reconocerse el uno al otro en las palabras
como en un antiguo y desconchado espejo.



«MADRID». MÚSICA QUE ESCUCHARÉ CUANDO HAYAS MUERTO. ISMAEL CABEZAS. LA GARÚA LIBROS. 2021

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