Eduardo Zarza espera en un consultorio médico. Ésa es la primera imagen que vemos en Veinte años de Sol, de Eva Cruz (Alianza de Novela). Después, aparecerá Sol, la verdadera protagonista de la historia, en otro tiempo. Sol y la Pagoda, que será el símbolo que nos perseguirá a lo largo de toda la novela, en torno al cual se tejen las preguntas importantes sobre la existencia. La Pagoda que es, en realidad, lo primero que vemos en esa imagen de cubierta brutal de Estudio Pep Carrió. La Pagoda que fue demolida, dejando un hueco en el paisaje. A través de este símbolo se va abriendo camino la narradora para poner sobre la mesa inquietudes potentes sobre el paso del tiempo y su influencia en la memoria. ¿Y si existiera un modo de controlar lo que conforme nuestra memoria? ¿Y si fuera posible una vida desde cero, sin recuerdos? «El esfuerzo por acercar el tiempo de la construcción al de la destrucción» ha sido el gran objetivo de Zarza, y el de su hija, sostener la felicidad en pequeños instantes porque sabe que todo dura un suspiro. Esa gran distancia que se yergue entre ellos será un importante condicionante para la construcción de una relación extraña pero cercana entre Sol y su padre, e hilvanará el hilo de una novela luminosa que nos invita a desprendernos del peso de la nostalgia para encontrar una voz nueva que nos permita disfrutar del ratito que nos queda.
Una novela luminosa que nos invita a desprendernos del peso de la nostalgia.
La neurocientífica Catalina Tagle ha encontrado una forma de trabajar con la estimulación neuronal, que consiste en insertar un chip minúsculo que reescribe los recuerdos de los pacientes. De este modo, los nuevos aumentados, ya no tienen miedo del pasado, porque si no lo recuerdas no puede perseguirte. Aunque a simple vista este personaje no tiene mucho protagonismo, a la larga entendemos que su importancia es insoslayable. Catalina fabrica memorias para borrar memorias y ofrecer una nueva oportunidad de felicidad a sus pacientes. Los personajes que se cruzan en su camino aceptan porque ¿quién no desearía borrar esos años duros de la vida? Sin duda, si eres como yo un amante de la literatura que nos habla del funcionamiento de la mente y, sobre todo, de los elementos que conforman la memoria identitaria, disfrutarás muchísimo de este libro.
Decía que Tagle es importante. Y no sólo porque estará vinculada a algunos de los hechos cruciales de la historia, sino porque además su aparición marcará un quiebre en la línea argumental, al abrir una doble línea en la trama: la de Sol y la de Melania. En la historia de ambas mujeres asistimos a la conformación arquitectónica de la memoria. ¿Por qué ciertos recuerdos aparentemente insulsos se convierten en pequeños talismanes en los momentos de adversidad? ¿De qué nos salva lo que no recordamos? Cruz nos ofrece una interesante reflexión entre las connivencias entre memoria y arquitectura, y consigue enlazarlas a través de un discurso claro y literario. El resultado es una bellísima novela donde el paso del tiempo juega un papel fundamental en tanto y en cuanto es el encargado de desenmascarar nuestros ideales y nuestras visiones rosadas de la vida.
Esta primera novela de Eva Cruz es verdaderamente redonda. La trama fluye con soltura, porque también en la novela importa la arquitectura, y la estructura de los capítulos en escenas desconectadas temporalmente nos permite sostener el entusiasmo y disfrutar de la historia. El otro pilar de la estructura está en los diálogos —concretos, contundentes, escuetos— que nos permiten intuir los hilos de oscuridad que atraviesan las relaciones, el huequito por el cual se cuelan las peores intenciones y la rabia. Finalmente, aunque es un libro que aspira a una prosa sobria, en determinadas escenas encontramos un gusto especial por el detalle del entorno, lo cual nos permite construir mejor la situación en nuestra cabeza, y también comprender mejor a los personajes. Pocas pero necesarias descripciones sobre el mundo que la rodea.
Eva Cruz pone sobre la mesa algunas preguntas interesantes en torno a la paternidad, a la juventud y a las diferencias de clase. Sol ha tenido una vida fácil y constantemente parece sentirse culpable por eso: no se cree merecedora de tanto beneficio, pero tampoco sabe salirse de esa comodidad. Lo que sí puede hacer es no ostentar y prestar atención a lo que bordea las cosas, pensar en el mundo que existe más allá de sus privilegios. Su padre es el arquetipo opuesto: aunque en otro tiempo supo pensar la arquitectura fundida con la idea de progreso, ahora lo guía una ambición infinita que incluso le lleva a tomar la decisión de desahuciar a los habitantes de un barrio obrero con tal de no perder dinero. Para ponerse a salvo de la realidad y de la herencia paterna, Sol ha cultivado un mundo interior propio y una amistad sólida. Y así va sobreviviendo. Hasta que sucede algo. La pandemia y la internación de Eduardo en el hospital la sacuden con violencia y la obligan a hacerse todas las preguntas importantes. Y todo lo que conoce, lo que le ha servido de refugio, se desmorona. ¿Será lo suficientemente fuerte su amistad con Matilde y su amor por Teo como para sostenerse frente al zarpazo brutal del fin del idealismo, la puñalada de la verdad que imprime el paso del tiempo? Los complejos lazos de la amistad y del amor son dos elementos que Cruz trabaja de forma realista y asombrosa.
La trama fluye con soltura, porque también en la novela importa la arquitectura.
Una cualidad destacable de esta novela es que ofrece reflexiones éticas sobre las consecuencias del capitalismo y la insostenible vida moderna, superficial y desconectada, pero el estilo no es pesimista ni rebuscado, la autora se vale de la ironía y de ciertos giros ocurrentes para ayudarnos a reflexionar sobre nuestra manera de conformarnos ante la realidad desbordante del mundo, y lo consigue con una destreza deslumbrante.
La Pagoda, otra vez, es el símbolo que pasa desapercibido pero que tiene muchísimo peso: los cambios estéticos que han modificado el arte de construir para convertirlo en el negocio de construir, y en esa decisión económica el olvido de los bienes arquitectónicos históricos. Encuentro guiños en la conformación de Zarza del arquitecto Miguel Fisac, creador de la Pagoda. No en la ambición que ha ido llevando al personaje de la novela hasta la desconexión con la realidad sino en sus raíces, en el deseo de construir barrios accesibles, para que todos los ciudadanos tengan un techo, la idea de ver la arquitectura como una posibilidad cultural y de ayuda colectiva. Tal vez la novela esconda el deseo de despertar de este presente acomodado y buscar nuevas formas de interacción con las ciudades y con las personas.
Veinte años de Sol es un libro sin artificios innecesario. Eva Cruz quiere contarnos una historia y lo hace de una forma equilibrada y estética. No es de ninguna manera una novela de iniciación. Aunque sea su primer libro, encontramos una narrativa sólida y madura que nos invita a pensar en las posibilidades de la literatura para reconducir la memoria e inspirarnos en la búsqueda de la independencia y la libertad. Una novela hermosa que te deseo con mucho entusiasmo.
VEINTE AÑOS DE SOL
EVA CRUZ
ALIANZA DE NOVELAS
2022
EVA CRUZ
ALIANZA DE NOVELAS
2022
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