Gloria Fortún: «Escribir para mí es una experiencia espiritual y estética»

Entrevista con la escritora Gloria Fortún, autora de «Roja catedral» (Dos Bigotes).

Foto: Isabel Wagemann

Poner algo nuevo en el mundo. Dice Gloria Fortún que de esa idea nace su escritura. Un motivo pequeño y ambicioso al mismo tiempo. En Roja catedral (Dos Bigotes), la escritora madrileña pone algo importante: una crítica al sistema capitalista —que destruye el deseo y las posibilidades del Ser, que homogeneiza y niega nuestras contradicciones— y, a través de un juego sensual y lúcido del lenguaje, nos propone una realidad donde la verdad es poética y los cuerpos no normativos protagonistas visibles. Un libro fascinante en forma y fondo sobre el que conversamos en esta entrevista. Amor a medias, nunca. Amén.

P«La tragedia y la maravilla ocurren simultáneamente», escribes. ¿Existen límites para incorporar cada una de ellas a la escritura?

R—La una sin la otra son palabras vacías, podemos experimentar estos sentimientos extremos porque conocemos la otra cara y porque la tragedia y la maravilla siempre están vinculadas. No me interesan las historias, tampoco las experiencias en la vida real, que no contengan intensidad, que no me pongan a flor de piel. Claro que, como digo en la lista de Principios Terrenales de Cielo, es bueno «ser a veces catarata, pero aprender a ser también calmo arroyo».
»Este principio lo aplico también a la escritura. Roja catedral es, en una de sus capas de significado, mi manifiesto de escritura. Tal vez aquello en lo que pongo más esfuerzo cuando escribo es en encontrar ese equilibrio entre la pasión y la bajada de intensidad. Estar constantemente arriba, con un lenguaje poético radical, es insostenible, de ahí los descensos esporádicos a lo prosaico. Pero también me da miedo el sosiego excesivo, sentirme de vuelta de todo, que el corazón siempre esté en su sitio.
»No tengo límites en la escritura, es el único territorio donde soy absolutamente libre. Esto no quiere decir que no cuide la forma como una artesana concienzuda. Todo está ahí por algo en mis textos, la escritura es el oficio más bello que se me ocurre porque acariciando cada palabra pones algo nuevo en el mundo, extraes algo de la nada.


La escritura es el oficio más bello que se me ocurre porque acariciando cada palabra pones algo nuevo en el mundo.

P—¿Por qué Roja catedral?

R—Detesto la concepción jerárquica del amor tal y como nos la inoculan desde el principio de nuestras vidas como si fuera lo natural y la única forma de relacionarse, cuando en el fondo es una de las herramientas más potentes del patriarcado capitalista. La exclusividad de una pareja que siempre tiene que sentir lo mismo, porque si tus deseos cambian es un fracaso, una traición. La exclusividad de las individualistas unidades familiares que nos impiden hacer comunidad. Ese “más que amigas”, como si la amistad fuera una forma menor de amor. El hecho de que no existan términos para nombrar otras relaciones que no caigan en el binarismo amor/amistad. Los celos, las inseguridades que provocan las relaciones no horizontales…
»La roja catedral es el corazón, porque creo que el amor nunca sobra, que hay sitio en él para muchas capillas, que debemos reaprender a amar y que el amor sea horizonte y misterio, crecimiento, compartir, cuidar, acoger el cambio. Que una relación que termina su fase romántica, por ejemplo, no sea un fracaso, sino un paso a otra aventura de las personas que la componen, juntas o por separado. En Roja catedral trato de mostrar las distintas relaciones de amor bueno de la protagonista: con las Comensales, con Aura… y también las de amor tóxico. En ese sentido, es una novela de aprendizaje en la que Cielo no desmonta todo lo aprendido hasta ser una señora. Quizá eso sea ser una señora, por cierto.
»Debemos dejar a nuestra gente ser. Ser con libertad. Para mí eso es el amor.

P—Es una novela irreverente y aunque parece escrita desde un lugar íntimo nos ofrece una mirada crítica sobre la realidad, aplicable a muchos aspectos del presente. ¿La consideras una novela social en algún sentido?

R—En Roja catedral me hago esta pregunta: ¿y si todo se fuera a la mierda y pudiéramos empezar desde cero, todas las personas por igual? ¿Puede ser el apocalipsis, eso que tanto tememos, en realidad una nueva oportunidad? En el libro hay un tira y afloja entre quienes quieren que todo vuelva a ser como antes, simbolizado, por ejemplo, por la vuelta de los coches a las carreteras, y la gente de la Sierra que se lleva las manos a la cabeza porque piensan que hay otro mundo posible regido por la Ley del Deseo. «Queremos dejar de ser responsables del dolor del mundo. Queremos ser responsables de su sanación».
»Por supuesto que es una novela social. Las escritoras vivimos en el mundo, escribimos desde nuestros lugares de privilegio y de opresión, y lo que incluimos y lo que dejamos fuera de nuestros textos es muy importante.

P«La poesía tiene consecuencias directas sobre la realidad», escribes. ¿De qué forma te gustaría que tu poesía cambiara el mundo?

R—Quisiera que mi poesía y mi escritura en general alimentaran el fuego del Deseo, de la Imaginación, así, con mayúsculas. La literatura y el resto de las artes son los bienes supremos de la humanidad. La ciencia, la tecnología, la medicina… todo ello es importante pero ninguna de estas disciplinas hubiera evolucionado si las personas no hubiesen imaginado un mundo mejor.
»Para poder imaginar necesitamos poner nuestros Deseos en el mundo. Yo quiero ser combustible de nuevos sueños y de nuevas realidades.

P—En Roja catedral planteas una realidad distópica donde un grupo de mujeres resisten. Me intriga conocer las razones que te llevaron a construir una realidad poco definida. (Sabemos que es Madrid y que el mundo ha colapsado pero no se especifica cómo ni cuándo).

R—En realidad hay varias pistas a lo largo del libro que dan a entender que el “fin del mundo”, ese apagón universal que se menciona varias veces, llegó más o menos en la época en la que estamos ahora, con lo cual la novela se sitúa más o menos en los años sesenta del siglo XXI, pues Cielo era un bebé en la guerra, que es cuando fue adoptada, y nos la encontramos cumpliendo cuarenta años. Cien años después de la revolución hippie vuelve a darse otra intentona. Buscar todas esas pistas es uno de los distintos juegos que propongo. Quería que Roja catedral fuera una narración que descubriera algo nuevo cada vez que se leyese. Así que una de las lecturas (porque también doy la posibilidad de que haya múltiples interpretaciones) es la distópica, sí. Un mundo desmoronado donde hay una resistencia, una banda de vaqueras en un Madrid que se ha convertido en el Salvaje Oeste. Otra lectura podría ser más onírica, que todo fuera parte de un largo sueño poético.


Quisiera que mi poesía y mi escritura en general alimentaran el fuego del Deseo, de la Imaginación, así, con mayúsculas.

P—Cada palabra importa en tu libro. Has trabajado de forma detallada la estructura, usando diversos registros (poéticos, narrativos, teatrales y hasta panfletistas). Te voy a preguntar por la importancia que le das a la forma y si la atención a ella es previa a la escritura. Y una cosa más: ¿qué la rige: la cabeza o el corazón?

R«Nos regiremos por una ley mucho más grande que vuestra ley: la Ley del Deseo», dice el manifiesto revolucionario que se encuentra en las farolas fundidas durante la posguerra. Como te decía antes, una de las posibles lecturas de Roja catedral es la de una declaración de intenciones de escritura. Ni cabeza ni corazón: Deseo. Mi pluma va donde mi cuerpo me guía.
»Es fundamental que volvamos a reconectar con nuestro cuerpo. No recuerdo quién lo dijo, pero me encanta: no somos seres pensantes que sienten, sino seres sintientes que piensan. Una de las atrocidades de este sistema jerárquico que nos robotiza y nos impide vivir buenas vidas es cómo nos hace separarnos de nuestro cuerpo, dejarlo de amar porque los cánones, el capacitismo, el heteropatriarcado, nos dicen que no es como tendría que ser. Dejamos de confiar en nuestra intuición.
»Mi escritura se guía por esa intuición. Estar totalmente conectada con mi cuerpo me hace saber cuándo estoy logrando justo lo que quería en mi texto. Se trata de una sensación casi erótica.
La forma para mí es parte del contenido. Experimento hasta que encuentro la manera más adecuada para lo que quiero decir. Así que es parte de mi proceso de escritura y lo hago durante ese ensueño en el que me sumo mientras escribo.
»Mi lado racional es el que después relee, corrige, cambia…. Pero eso es otra fase y no la de la pura escritura.

P—En la parte narrativa juegas con la voz: a veces hay una tercera persona pero de pronto pasas a la primera y luego a una forma plural, ¿qué significa este viaje de pronombres y lugares identitarios?

Foto: Isabel Wagemann

R—Cielo habla en primera persona y en tiempo pasado cuando recuerda, en primera persona y en tiempo presente cuando lo que sucede es en su actualidad, y en segunda persona cuando se dirige a Aura. Aura es la representación del amor bueno en el libro, que no se trata de conquistar ni de poseer, sino de crear nuevas relaciones no jerárquicas en las que la amistad y el amor se difuminen y enriquezcan.

P—¿Cuál es tu relación con las vanguardias? ¿Alguna influencia en la escritura de este libro?

R—¡Mucha y gracias por darte cuenta! El libro es en sí un collage de géneros, ¿algo más vanguardista que un collage? Incluye un manifiesto, que también es muy característico de este movimiento artístico. Es onírico, está situado en una posguerra, sostiene que la poesía puede cambiar el mundo… hasta hay un cabaret inspirado en el Cabaret Voltaire, cuya fundadora, la dadaísta Emmy Hennings, es una de mis heroínas.

P«Empezaré nombrándome dueña y señora de un rayo de sol». Cielo tiene que reconocerse para poder habitar el mundo. ¿Crees que Roja catedral podría catalogarse como una novela de iniciación?

R—Me gusta mucho esa idea, Tes. Quizá debiéramos decir, una novela de iniciaciones. Porque nunca dejamos de tener la posibilidad de volver a empezar. Nos han vendido la mierda esa de que la vida tiene un timing, como me dijeron a mí una vez (hice un poema sobre ello que acaba con «me dan ganas de vomitar»), pero mi protagonista tiene cuarenta años, está herida y sus amigas, su banda, la ayudan a sanar y a volver a cabalgar.


El libro es en sí un collage de géneros, ¿algo más vanguardista que un collage?

P—¿Toda novela es una historia de identidad?

R—¿Qué buscamos al leer una novela? Nos interesan las personas que aparecen en ella. Lo que les pasa, lo que piensan, su complejidad, sus contradicciones, su falibilidad. Toda novela, creo yo, es una historia de la humanidad, incluso si sus personajes son animales o alienígenas, por ejemplo.

P—Te pregunté lo de novela de iniciación, pero estoy pensando en que de alguna forma redefines esa idea, porque rompes con la linealidad de ese tipo de historias. ¿Tuviste alguna novela como referencia en el proceso de escritura?

R—La vida no es lineal, eso las mujeres lo sabemos bien. El monomito del viaje del héroe que se utiliza en la narrativa masculina no nos sirve. El viaje de la heroína tiene que ver con los ciclos, es circular.
»Tenía muchas novelas en la cabeza, no tanto porque pensaba que Roja catedral pudiera parecerse a ellas como porque me inspiraban para ser valiente y apostar por la experimentación: El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer, Escrito en el cuerpo de Jeanette Winterson, En Grand Central Station me senté y lloré de Elizabeth Smart, Mil mamíferos ciegos de Isabel González…


El viaje de la heroína tiene que ver con los ciclos, es circular.

P—Llévanos por Madrid. Cuéntanos dónde imaginaste el Cabaret Universal.

R—El Cabaret Universal está situado en el chalet de la calle Añastro donde viví toda mi infancia y adolescencia. Por lo demás, el Madrid de Roja catedral es un Salvaje Oeste compuesto de edificios destartalados, con las calles cubiertas de arena, manifiestos en las farolas fundidas y gente montando a caballo. Hay zarzaparrilla, bourbon y una banda de poetas vaqueras que recitan de forma clandestina. Cielo, la protagonista, recuerda que su madre le contaba que antes no podían verse las estrellas en Madrid porque había lámparas encendidas toda la noche. Sinceramente, me encantaría vivir en ese Madrid.

P—En tu texto sobre el origen de la novela publicado en Zenda [puede leerse aquí] hablas sobre las inseguridades provocadas por las imposiciones del canon y la visión masculina de la literatura. ¿En qué momento y a través de qué experiencia entendiste que esto era así y te decidiste a escribir con libertad?

R—En el momento en que volví a conectar con mi cuerpo y volví a amarlo después de toda una vida pensando que solo era un cuerpo temporal hasta que consiguiera el “adecuado”. Cuando por fin escuché a mi querido y precioso cuerpo, que me lleva a todas partes y me hace experimentar placer, dolor y amor, éste me hizo saber que lo que escribiera solo podía partir de mi deseo. Es imposible escuchar el deseo si no estamos conectadas con nuestra carne, nuestro placer, nuestra sensualidad… escribir para mí es una experiencia espiritual y estética y no va a venir ningún señor ya nunca más a decirme lo que es correcto y publicable y lo que no.

P—¿De qué manera has conseguido sostener el tono? Hay dos registros bien marcados: el narrativo y el poético, siendo el primero menos abstracto para poder permitirnos seguir la historia, y el segundo construido desde un plano sensorial. ¿Cómo has organizado la escritura?

R—Lo has explicado perfectamente. Aunque más que una novela corta, yo diría que Roja catedral es un poema largo, tiene partes narrativas que hacen que avance la acción y partes versificadas en las que quiero que mis lectoras se detengan y sientan. En general he escrito todo seguido, sin pensar en lo que tenía que meter a continuación, el propio texto me revelaba lo que quería ser: un poema, un párrafo, una carta… sí que alguno de los poemas estaba escritos con anterioridad, nada más.

P—¿Escribes para que las mujeres tengamos una casa?

R—Ojalá sea eso lo que sientan las mujeres que me lean. Mi casa es vuestra casa, sin duda alguna.
»Escribo para que pase lo que no sucede en realidad, sobre todo. Y porque si no, mi vida no tendría sentido.
»Una casa para las mujeres pero también pienso que esta novela es mucho más amplia que tu poemario, permitiría una lectura más universal.

P—¿Se atreverán los hombres a leerla?

R—Hay hombres que la han leído y que han hablado conmigo sobre ella, ¿por qué no? A lo largo de mi vida yo he leído multitud de libros escritos por hombres y con protagonistas hombres y no me he muerto. Aunque a veces me ha dado ganas, jajaja.

P—Tu escritura parece afirmarse en esa frontera que está entre vida y sueño, ¿está ahí también la semilla del amor?

R—¡Puede ser! El amor siempre tiene algo de invención, de sueño. Pero la que realmente está en esa frontera soy yo, que soy una soñadora incurable. Vivo en constante temor a que la grisura del mundo me convierta en una cínica, aunque me parece que si a estas alturas no ha ocurrido, no tiene pinta de que vaya a pasar.

P—¿Qué referencias lésbicas, dentro o fuera de la literatura te han acompañado en los momentos difíciles?

R—Celia, el personaje de Elena Fortún, estoy segura de que era una niña lesbiana, yo leía todos sus libros de pequeña y la intuía como yo. Gloria Fuertes, también sabía que era de las mías antes de comprender lo que eso significaba. «Claire of the Moon», una película que vi con quince años y que me tuvo erotizada toda mi adolescencia (todavía hoy escucho “retiro de escritura” y tardo un rato en recomponerme, jajaja). Audre Lorde, Adrienne Rich… y sobre todo, los personajes que yo me inventaba.
»Desde niña, por las noches me contaba a mí misma historias que terminaban cuando me quedaba dormida y continuaban al día siguiente. Qué coño, todavía sigo haciéndolo, lo confieso. Eran como series de televisión. Inventaba tías muy potentes, valientes y lésbicas. Ellas me acompañaban todo el día y sabían cómo seguir adelante en los peores momentos. Algunas de ellas se convertían en libros hechos con folios doblados y grapados, con dibujos y todo, que me pedían en secreto mis compañeras de clase en los recreos.


Foto: Isabel Wagemann

P—¿De qué forma te ha influido tu trabajo como traductora a la hora de encontrar tu voz como poeta?

R—Tengo la suerte de traducir a escritoras fabulosas, doy gracias a la vida todos los días por ello. Al traducir te introduces en su forma de crear de una manera mucho más profunda que cuando simplemente las lees, por lo que el aprendizaje es mayor. La traducción es una escuela inmensa y te enseña a dejar tu ego a un lado y aprender nuevas formas de narrar o poetizar.

P«Estar en el mundo como si todo estuviera por hacerse». Ésa es la sensación que tengo cuando te leo. ¿Cuánto hay de experimentación en tu escritura?

R—La que me atrevo a hacer. Siempre hay miedo a ser demasiado críptica. Pero en Roja catedral me he permitido volar. Ahora estoy escribiendo otro libro y estoy experimentando con un formato mucho más narrativo y extenso. Extenderme mucho era insostenible en Roja catedral, había que saber dónde parar para que no empalagase. Ahora estoy aprendiendo a seguir contando, a no detenerme aunque me duelan las entrañas. Escritura peligrosa. Como Roja catedral es también en sí un manifiesto de escritura, te contaba antes, Madrid es esa hoja en blanco que una escritora tiene delante cada día. Tiene que elegir entre hacer lo de siempre o probar algo nuevo.

P—En las narraciones (de literatura y cine) contemporáneas podemos encontrar más inclusión sexual pero todavía no hay mujeres gordas. En tu novela leemos: «Una de esas cosas que yo pensé que me estaban vetadas por ser gorda son las artes marciales, así que reclamo las calles con mis versos». Mientras te leía he pensado a cuántas nos habrían bien referentes literarios como tú, amigas como tú, en esa soledad gorda de la adolescencia. ¿Alguna tabla de salvación en tu vida?

R—Mi madre jamás habló mal de mi cuerpo. Siempre me hizo sentir preciosa. Eso es algo que he llevado conmigo toda la vida y que la mayoría de las gordas no han tenido, pues incluso con las mejores intenciones, la gordofobia empieza siempre en casa y tiene que ver con la vergüenza corporal que te inculca tu propia familia.
»Ni que decir tiene que esa vergüenza ha estado y está. Me salva la literatura, todas las mujeres que están escribiendo sobre esto, poniendo en palabras lo que todos los cuerpos no normativos hemos vivido.
»Mi madre, la literatura y el feminismo han salvado mi vida. Por eso mi firme compromiso es que las protagonistas de mis libros sean gordas y lesbianas. Y que yo como madre ayude a mi hija a amar su cuerpo. Y que como feminista, nunca deje de luchar por que todos los cuerpos importen: gordos, trans, racializados…
»Todos esos cuerpos están en Roja catedral. ¿Te has fijado en que la madre de Cielo es trans? Y alguna de las comensales…

P—Dice Ian McEwan que la crueldad es un fracaso de la imaginación. Te leo y la crueldad no está, no aparece. «En el principio fue la ternura», leemos. La ternura en el centro de tu escritura. ¿Por qué? ¿Qué persigues con ella?

R—Una amiga que leyó Roja catedral lo comparó con Aborto en la escuela de Kathy Acker (vaya piropazo), pero me dijo que la gran diferencia residía en que en Aborto... hay mucha violencia y en Roja catedral no hay absolutamente ninguna. Creo que en mi libro no hay violencia porque no hay hombres. No me interesa la violencia ni la crueldad. Me interesa el amor y la poesía. Me interesan los cuidados, la generosidad, compartir, tratar bien a la gente, ayudar, la justicia social, follar, tejer relaciones, la revolución. Quiero escribir sobre todo eso, quiero celebrarnos a las lesbianas gordas y maravillosas, joder. «La alegría como única medida del éxito», digo en el libro.


Quiero celebrarnos a las lesbianas gordas y maravillosas, joder.

P—Tu obra está fuertemente enfocada en el sexo y el deseo, pero a través de ellos intentas reflexionar sobre cuestiones más amplias. En esta novela hablas de la política del poder y la política de las relaciones, y te expandes en una crítica social contundente. ¿Qué sentirías si los lectores nos quedáramos, como les ha sucedido a muchas escritoras a lo largo de la historia, sólo con la historia de amor?

R—De los libros nos quedamos con aquello a lo que prestamos atención. No pasa nada. Pertenecería a esa estirpe de mujeres capitaneadas por Austen y las hermanas Brontë que han sido leídas así, maravilloso honor. Si alguien se queda únicamente con la historia de amor, que se fije bien en el final del libro, porque no acaba como suelen terminar este tipo de historias románticas.

P«Hacerlo todo en la vida como si estuviera enamorada». ¿Cómo lo consigues?

R—Simplemente, estoy muy agradecida de seguir aquí, de continuar presente. Intento no darlo por sentado.

ROJA CATEDRAL. GLORIA FORTÚN. DOS BIGOTES. 2022

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